3 -Pesadilla Neón.
«No recuerdo cuándo fue la última vez que soñé algo distinto a este infierno. Ni mucho menos, recuerdo el día en que mis sueños, adquirieron este color neón...»
De un momento a otro, los ríos y los bellos bosques que adornaban su mundo onírico, fueron sustituidos por enormes muros de concreto gris.
El sol que iluminaba sus pasos, se derritió y se fundió dentro de esas odiosas luces titilantes que envolvían su entorno en una gama de azules, rosas, y morados danzantes.
Y el silencio, ese que lo invitaba a encontrarse consigo mismo, fue sumergido en las fauces de las notas que componían una estridente música sin orden ni armonía alguna.
En sus sueños, Joel ya no transitaba los verdes senderos adornados por el rocío de la mañana y coloreados por flores silvestres que eran mecidas por la benevolencia del viento que lo acariciaba.
Ahora, sus pies afianzados a sus pesadas botas caminaban por un largo pasillo oscuro de concreto que se extendía en una inexorable eternidad desalmada.
La humedad del ambiente se incrustaba en sus pulmones, seguida de un fuerte aroma a puro que se extendía con un humo místico por los alrededores.
Sin embargo, en su andar eterno por ese maldito pasillo engañoso, por primera vez en mucho tiempo, algo provocó una reacción distinta, un cambio en el flujo del tiempo dentro de ese mundo hostil y viciado.
Conforme avanzaba, la luz al final del corredor, esa que siempre veía titilar en colores neón, por fin, se acercaba a él con cada paso que daba, acortando el ciclo de ese pasillo sin salida.
Mientras tanto, alguien allá adentro accionó las bocinas como siempre. Pero esta vez, el ruido poseía forma, letra, armonía, reproduciendo el sonido de un sintetizador que rasgaba el ambiente con el llanto de una guitarra eléctrica, llena de una sensualidad decadente que, por algún motivo, hacía sangrar sus oídos conforme se acercaba.
Al llegar al umbral, un enorme mural lo recibió. Sus trazos le resultaban familiares, junto a los tres personajes que se presentaban en esa inanimada escena, mientras un gruñido se desvanecía en la atmósfera viciada.
Ante él, la muerte, acompañada de un ángel, le daba la espalda en esa pintura vieja, agrietada y opaca; mientras el horrible demonio rojo, el tercero y más llamativo de todos, lo observaba con malicia.
Al igual que en el pasado, compartían una botella de whisky, fumaban y bebían en lo que era una convivencia extraña pero amena.
Estaba dentro.
En esa horrible bodega. Esa que años atrás, desapareció entre las llamas de un infierno terrenal y la cual, fue conocida en su momento como "La feria del diablo"
Habitando ese espacio donde la claustrofobia deseaba apoderarse de sus más primitivos miedos, Joel se encontraba prácticamente solo.
Sumergido en ese sitio de falsedad, donde no podía hacer más que esperar. Apreciando el mural mientras el diablo lo miraba con una sardónica sonrisa.
Conformando su infierno personal, vacío, viciado.
«Solo es un sueño.» Pensó, tratando de adecuarse a su extrañeza.
Tomó asiento en una de las feas y oxidadas sillas dispuestas frente a tambos de basura que servían de mesa, clavando su mirada entre el hueco que dejaban sus manos entrelazadas.
Después de un par de minutos, notó de reojo, como 3 sombras amorfas emergían entre la oscuridad. Las mismas que, desde hace días, en las esquinas de su celda, lo vigilaban en silencio. Atormentando sus días y susurrándole secretos que él no lograba discernir, arrasado por el miedo.
Vio como cada ente, tomó asiento en distintos sitios de la bodega.
Uno, permaneció de pie junto a la barra. Otro, se sentó en contra esquina, bebiendo y fumando de un cigarro infinito, mirándolo con recelo. Mientras que el restante, se ubicó justo en la puerta de salida, aumentando la creciente paranoia del moreno.
Otro gruñido brotó en forma de suspiro, mientras el lejano sonido de una gota al caer, captaba su atención.
—Ha pasado tiempo —le susurraron de repente.
Una voz profunda, gutural, llena de tranquilidad y un deje de burla envenenando sus palabras.
La voz, provenía de la imagen en la pared. De aquel rojo, cruel e inanimado ser con cuernos y mirada carmín. Convirtiendo el estridente sonido de la música en apenas un murmullo con el poder de su palabra.
Joel, sin inmutarse, alzó su mirada hacía él, mostrándose cansado. Agotado emocional y mentalmente.
—Pensé que nunca lograrías llegar hasta acá —continuó el demonio—. Te resististe mucho, pero al fin estás aquí. ¿Qué te hizo tardar tanto?
El moreno no movió ni un músculo de su rostro y no pronunció ni una sola palabra. Estaba inmerso en un trance, consumido por un sentimiento vago e inexplicable que atenazaba su interior conforme otra gota de agua impactaba contra el charco que de a poco se creaba con su humedad.
«¿Por qué este lugar?», se preguntaba, en cambio, contrariado.
Después de todo, llevaba años sin recordar la feria del diablo, ya que era un sitio poco grato para su joven yo de antaño.
No comprendía como, lo que antes era un pasillo de desesperación, ahora era esa bodega maldita. El lugar al que nunca desearía volver.
—¿No piensas hablar nunca? Acaso ¿Me temes?... ¡a mí! ¿qué he creado este sitio con tanto amor para ti? Míralo al menos, por favor...
El moreno, sin despegar sus labios, atendió a su petición, escaneando las paredes carcomidas y mohosas que conformaban ese precario cuarto.
Topándose en el proceso con la fuente de luz neón proyectada por varios letreros que alumbraban el lugar, amontonados en su mayoría, en una sola pared.
Joel tragó saliva. Incapaz de ignorarlos, estos gritaban a su visión una lluvia de preguntas e insultos hacia su persona.
"No hay esperanza, ¿para qué quieres continuar?",
"Ríndete ya. El mañana es una trampa",
"Si no puedes cambiar tu futuro, ¿qué sentido tiene la vida?"
"¡Sonríe! Eres escoria."
Como un monumento a la ironía, los carteles poseían la imagen de caritas felices, flores y mariposas, semejándose al burdo e incomprensible chiste de un suicida.
Conforme leía, las frases escasearon, saltando a su visión palabras sueltas que, en su consciencia, cobraban un sentido desolador.
"Basura"
"Parasito"
"Fracasado"
''Mentiroso''
''Solitario''
Y como un presagio funesto teñido en rojo, al final de la cadena de verdades a medias, la palabra "Muerte", titilaba con dificultad, acechándolo dentro de la oscuridad que la luz de los demás letreros creaba con su brillo.
Tan austera y cruel que despertó en su memoria, el recuerdo de una herida purulenta a manos de un rostro que no parecía encajar del todo con su memoria.
Joel apartó la vista con dolor. Los mensajes fluorescentes gritaban con su mutismo, realidades que él había abrazado como propias.
Escuchó un suspiro resignado.
¿Era suyo, o era de ese demonio cuyos ojos rojos lo miraban con un aire indescriptible?
—Qué aburrido te has vuelto— observó, decepcionado—. No eres más que una triste imitación de ser humano. Incapaz de tomar las riendas de su patética vida.
—¿Riendas? —susurró con dificultad el moreno, sintiendo un nudo en la garganta—. ¿Vida?... ¿Cómo puedo llamar a esto vida? Si no me queda más que ruinas.
No recibió respuesta alguna. Solo el sonido lejano de la gota de agua cayendo en alguna parte de la habitación.
De pronto, aun sentado en su silla, percibió como su cuerpo comenzaba a ablandarse; derritiéndose de poco. Volviéndose negro, líquido. Nulo dentro de su densidad.
La música había terminado.
Y solo el silencio quedó para taladrar sus oídos ya reventados.
—Yo, nunca quise esto...—sollozó entonces, sintiendo como el pecho se le agrietaba—. No soy una mala persona. Jamás quise hacerle daño a nadie. Entonces, ¿Cómo fue que terminé aquí? Siendo esto que tanto tiempo rechacé... ¿Cuándo fue que mi vida se torció de esta forma?
Una oleada de humo lo rodeó, invadiendo sus sentidos, aumentando el calor del ambiente impregnado con el molesto aroma del tabaco. —¿Me estás diciendo que no lo sabes?
Joel negó con la cabeza y el diablo soltó una carcajada. Corta y directa. —Estuviste ahí. Tú fuiste el que con su impertinencia creó su destino. Y fuiste el que, con un lazo de absurdo e inútil amor, lo transformó...
Un suspiró brotó de los labios del moreno. —¿Podrías ser más específico? —preguntó, sin ánimo.
—Debes recordarlo. Aceptar su dualidad nunca ha sido fácil para los idiotas que se creen los buenos de la historia. Elegir el camino que estás dispuesto a transitar, es aún más complicado. Aunque esto último, ya lo has hecho antes, ¿no?
—No sé de qué me hablas. Todo sería más fácil si me dijeras a que te refieres y te dejas de mamadas.
El diablo rió. —No pienso hacerlo.
—¿Por qué no? Hablas y hablas. Inicias una conversación, incitas la duda, ¿y ahora, no quieres darme una respuesta?
—Porque no quiero que seas feliz —sentenció con crueldad—. Estás perdido. Tú y esa oportunidad por la que tanto imploraste.
Las luces neón comenzaron a titilar con rapidez, dando paso a las tinieblas para que se apropiaran a sus anchas de la habitación.
Las letras neón titilaron en una frecuencia distinta, captado por completo la atención del moreno, quien alcanzó a leer entre la danza de esa luz enfermiza, una simple pregunta que el interpretó como una señal de su subconsciente.
''¿Dónde estás?''
La gota cayó de nuevo, pero esta vez, impactando contra una superficie de agua que se extendió bajo sus pies en sutiles ondas de calma y frialdad.
Contraponiéndose con el calor enfermizo que comenzaba a elevarse en aquel pegajoso ambiente, donde las mesas, las sombras, e incluso sus botas, habían desaparecido de repente. Dejándolo aún más solo y expuesto al no poseer ya su calzado.
Joel suspiró, encajando su mirada grisácea en esa simple pregunta.
—¿Dónde? —susurró con tristeza, mientras su cuerpo se derretía sobre ese suelo estéril; como el llanto de una vela que trata de iluminar la oscuridad que la rodea, a pesar de que eso implique su propia extinción. —¿Dónde estoy?
Joel despertó gracias al estridente sonido de la música y las risas que lograban traspasar las cuatro paredes que lo rodeaban.
La noche había caído y la oscuridad de su habitación lo envolvía en una soledad cuyas grietas, le permitían la compañía de una azulada luz mortecina, proveniente del resplandor plateado de la luna.
Como pudo se incorporó de la cama, notando un río de sal fluyendo por su mejilla izquierda y sintiendo el pecho bastante pesado; augurando su autoproclamada "debilidad".
«Sueño de mierda» pensó, apretando sus labios para contener el llanto que deseaba brotar de sus heridas.
No quería llorar. No debía hacerlo. Pero sabía que a veces, era necesario quitar ese pestilente tapón emocional y dejar que el agua fluyera, aunque solo fuese un poco.
Impotente, ante el diluvio de su dolor, terminó por acunar su rostro entre las palmas de sus manos. Cubriéndolo por completo mientras encorvaba su espalda y apoyaba ambos codos sobre sus piernas.
—Dios... por favor— suplicó en un susurro ahogado, sosteniendo su corazón marchito—. Ya no quiero seguir... ya no puedo hacerlo. Por favor, sácame de este mundo. Arrebátame la vida... quítame este dolor. Este maldito vacío. Déjame hacer las cosas de nuevo. Permite que este idiota...
Las lágrimas brotaron entonces, escurriéndose entre sus dedos hasta mojar la alfombra bajo sus pies. Tragándose los nudos que el dolor forjaba con esmero en su garganta, en su pecho, en su ser.
Después de llorar durante lo que el sintió una eternidad, como pudo, se levantó de la cama, colocándose la única sudadera negra que llevaba consigo y, presa de una atroz sed, se dirigió hacia la puerta, dispuesto a abandonar su claustro.
Al abrirla, un torrente de ondas musicales lo golpearon en la cara. «Ese malnacido se atrevió», pensó hastiado, deseando volver a la comodidad de sus sábanas cuanto antes.
Pero como todo ser mortal tenía sus necesidades, y por más que le había marcado a Álvaro desde el móvil provisional que este le dejó; el cabeza de musgo no respondía. Dejándolo sin muchas opciones.
Lo primero que captó su atención fue el techo. Rodeado de luces LED, estas iluminaban la oscuridad del departamento, cambiando su color al ritmo de la canción que sonara en el momento.
Joel entrecerró los ojos. Percibiendo en el ambiente el aroma a alcohol, tabaco y marihuana que impregnaban cada minúscula esquina del apartamento.
Justo como en esa maldita pesadilla, solo que ahora, no era el único condenado.
Antes de que alguien reparara en su presencia, se colocó la capucha de su sudadera y abandonó la comodidad de su habitación, echándole llave para que ninguna parejita de ocasión, irrumpiera en el único sitio donde podía sentirse un poco a salvo.
«Maldito enano. Te colgaré si te veo».
Esquivando a varias personas que iban y venían por los pasillos, la sala, la cocina y el comedor; Joel se abrió paso entre ellos, notando que todos estaban alcoholizados y drogados mientras se tambaleaban con el sonido de la música y los vapores de la estupidez.
Como pudo, llegó a la cocina, donde se hizo con un vaso repleto de agua, que bebió desesperado hasta saciarse, sintiendo con agrado el líquido que humedecía las grietas de su garganta.
Tomó una manzana verde del frutero para aplacar su hambre y se dispuso a volver a la habitación, con el perfil bajo, tratando de no llamar la atención.
Cruzó la cocina, repleta de jóvenes que en su vida había visto; después la sala, donde las parejitas comenzaban a calentarse bajo los efectos de las sustancias que mezclaban, y entonces, cruzó el pasillo, acercándose a su añorado objetivo.
—¡Espera, espera! — una voz femenina se alzó entre el ruido, mientras lo sujetaban del brazo.
Joel tomó aire y cerró los ojos en lo que fue una mueca de inconformidad. Y sin mucho ánimo, se giró hacia la dueña de esa voz aguda y molesta que conocía mejor que nadie.
Ante él, una chica menuda, de tez pálida y cabello negro lo observaba con sus grandes ojos marrones y una sonrisa tatuada en sus delgados labios carmesíes.
—¡Lo sabía! ¡Te reconocí en un segundo! — exclamó ella, saltando a su cuello y rodeándolo con sus delgados brazos. Pegándose a él con la familiaridad de un viejo amante.
—Sí, pero no lo grites— Joel observó a su alrededor, con recelo.
— ¿Por qué no me avisaste que saldrías? ¿Dónde estabas? ¿Acabas de llegar?
—Hola, Lore...— saludó desanimado y sin responder a su abrazo ni a sus preguntas.
—¡Uy! ¡Qué gusto te da verme! —su sarcasmo ocultaba su evidente molestia. A lo que Joel negó con la cabeza.
—¿Cómo has estado?
—¿Desde qué me dejaste? Bastante bien, en realidad. — un tono de despecho asomaba por la agudeza de su voz.
—No te dejé. Me encerraron. Además, nunca fuimos nada —aclaró con una sonrisa forzada, percibiendo el dulce aroma de su perfume, imperando sobre la cerveza.
—No quisiste que lo fuéramos—refutó ella—. Espere tu llamada. Te escribí, y nunca respondiste.
—No quería atarte a un recluso sin futuro.
—Eso es algo que yo debía decidir.
—Sabes mejor que nadie que no tenía interés en nada serio— le recordó.
Lorena se encogió de hombros. —Yo solo quería estar contigo. Estaba bien con eso.
—¿Qué había de tu novio? ¿Estaba bien con nuestro juego?
—Él también jugaba. No era nada serio.
Joel bufó, meneando la cabeza, incrédulo. —Que crueldad de tu parte.
Ella lo miraba con atención, colgada a su cuello, con sus pies en punta y los labios semi abiertos.
«Estas recordando todo ¿no?» pensó el moreno, rememorando las noches en que se sumió en la gracia de su abrazo, su beso, su calor, su caricia que encendía su deseo, pero no su amor.
Notó como sus negras pupilas se dilataban, engulléndolo con deseo.
Lorena esbozó entonces una sonrisa seductora, y se mordió el labio inferior. —Bueno, ahora estoy disponible. No sé, tal vez quieras ir a dar una vuelta por ahí. Ir a cenar, caminar. Ponernos al día. Tú sabes.
Lorena acortó la distancia con él hasta que su aliento a cerveza y menta le picó la nariz.
Joel hizo una mueca divertida. Era aún más hermosa que la última vez que la vio. Ahora, llevaba el cabello largo, en capas y ondulado; la blusa negra que usaba mostraba un bello escote mientras sus brazos, descubiertos, lo apresaban, reacios a dejarlo ir.
Joel, sin inmutarse por su cercanía, observó el vaso que llevaba en su mano. —¿Segura? Te veo muy cómoda aquí.
Lorena negó con la cabeza. —Nada de lo que no pueda prescindir. ¿Qué dices? Joel el terrible. —cantó, haciendo énfasis en la última palabra mientras le tendía el vaso, sacudiéndolo ante él.
—Y dale con eso.
Lorena rió, juguetona, viendo como Joel atendía a su petición y bebía el contenido del desechable hasta dejarlo vacío.
—Salgamos a dar una vuelta. Como en los viejos tiempos—sugirió Lorena con entusiasmo y Joel, se dejó llevar de su mano, abandonando el apartamento de Álvaro, a quien no se le había visto, según le contó Lorena, después de que comenzó su escandalosa reunión.
—¿Quieres unos tacos? Yo invito —preguntó Lorena, aferrada a su brazo mientras recorrían la oscuridad de las calles.
—No me agrada la idea—mencionó, con un deje de amargura en la voz que su acompañante ignoró, presa de una risita de complacencia.
—Ay, acabas de salir de la cárcel. Es normal que no tengas ningún peso en la bolsa. Que, por cierto, ¿por qué no nos avisaste de que saldrías hoy? ¡Eres cruel! —y entonces, sus ojos se iluminaron por lo que creyó, era una maravillosa idea—¡Ya sé! ¡Deja le aviso a los chicos! Les alegrara verte aquí...
—No te atrevas a llamarles —sentenció con gélida voz.
—Pero...te echaron de menos. Se pondrán muy felices si...
—Por algo no quise avisar, Lore. Respeta mi decisión.
La chica infló sus mejillas, en un puchero de inconformidad. —Te has vuelto un amargado total. ¡Antes eras más animado!
Sus palabras sonaron a blasfemia, e incluso ella captó su gran error mientras Joel la miraba con un gesto frívolo y lleno de desprecio, helándole la sangre.
—Aceptaré tu préstamo—dijo de golpe—. Te pagaré lo de la cena en cuanto tenga mis cosas de vuelta.
Lorena soltó su brazo, deteniendo el paso y mirándolo con reproche. — ¿De qué hablas? ¡Te estoy invitando! No es necesario que me devuelvas nada.
—Tal vez no. Pero en lo personal, prefiero no deberte nada —la chica estaba a punto de rechistar, pero Joel añadió—. A ti, ni a nadie. Los favores salen muy caros como para andar aceptándolos así, sin más.
Lorena lo observó, borrando de a poco su sonrisa socarrona. Joel en verdad hablaba en serio.
Apretó sus labios carmesíes y tomó aire, apreciando el perfil del hombre que tenía a un lado.
«Ni siquiera me mira» pensó con tristeza.
Lorena lo conoció cuando cumplió los 16 años, y desde el momento uno, se volvieron inseparables.
En sus días, eran Álvaro, Joel y ella contra el mundo. Claro que, al ser niña de casa, no podía estar con ellos veinticuatro siete, pero siempre hacia todo lo posible para escaparse del yugo familiar y así estar con el apuesto y enérgico jovencito de ojos grises que la tenía tan enamorada.
A sus ojos era un rebelde sin causa que vivía en libertad. Con una bella sonrisa por estandarte y dos luceros esclarecidos llenos de brillo y vitalidad.
Gracioso y protector, Joel fue su primer amor. Ese amor de juventud imposible, funesto. Ese que nunca logra olvidarse del todo. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando se enteró que ese muchacho abandonó su pueblo por haber casi matado a un niño a golpes, según la versión que Álvaro le proporcionó.
¿Como podía ser eso posible? No lo comprendía.
Así como no comprendía que ese dulce joven quedara atrapado bajo los escombros de su propia esencia.
Sus facciones, antes suaves y amables, se habían endurecido; volviéndose un poco toscas en comparación a su gesto de antaño. Joel se convirtió en un hombre de complexión atlética, con una mandíbula bien definida que realzaba sus facciones armoniosas.
Sus ojos grises opacos con la mancha del dolor; aun poseían esa una intensidad que capturaba la atención de cualquiera. Su cabello, corto a los lados y un poco más largo arriba, se mostraba tan rebelde como siempre, dándole un aire desenfadado y juvenil que servía para suavizar un poco la dureza de su mirada.
Su postura era segura y su presencia irradiaba una confianza natural que resultaba magnética para quienes lo rodeaban. Pero esa maldita sombra. Esa densa oscuridad, opacaba la luminosidad de su existencia.
Su hermosa sonrisa...no era más que una mueca, una máscara hermosa, pero vacía. «Sigues estando tan guapo, o incluso más que antes...pero no eres tú» pensó desanimada.
¿Qué infierno había vivido ese dulce Ángel durante su encierro? No era capaz de preguntar. NI siquiera era necesario hacerlo.
Bastaba con mirarlo con la debida atención, para interpretar y padecer la hiel que sus bellos ojos grises destilaban al mirar a su alrededor.
—Está bien. Será un préstamo —accedió, aferrándose de nuevo al brazo de ese hombre que se mostraba reacio a responder a su afecto— Vayamos a cenar y de ahí, vamos a un sitio con buena música. Quiero bailar...
Mientras caminaban, sus sombras se proyectaban en el asfalto.
Él, alto, fuerte, solitario aun en su compañía. Ella, menuda, delgada, aferrada a un pasado que ya no existía.
Esa noche corrió entre una joven Lorena, ansiosa por encontrar algún vestigio de la persona que alguna vez amó, y entre las sombras que acechaban a un paranoico y herido Joel.
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