2 - Fuego, Realidad y Dolor.
Álvaro manejaba, cantando y desentonando junto a Pato Machete.
Mientras mentaba madres y lanzaba improperios a los conductores que se atrevían a interponerse en su andar, disfrutando del camino como un niño que va de excursión junto a sus compañeros de clase.
Se atravesaba en los carriles y zigzagueaba entre el tráfico sin el menor cuidado, alegando que llevaba prisa mientras hacía sonar el estridente y molesto claxon.
—¿Quién te dio la licencia de conducir? —lo cuestionó Joel, colocándose el cinturón por primera vez en su vida.
—¡Ja! Un señor que contacté por internet. Me la hizo por la módica cantidad de 300 pesitos. ¡Es un puto genio! ¡Todo un talento natural!
—Me tranquiliza saber que perderé la vida gracias a un güey que no aprendió a cobrar mejor por su trabajo. ¡Qué alivio! —la ironía en su voz le arrebató una carcajada a Álvaro.
—¡No seas tan amargado! Llegaremos pronto, ya verás.
—¿A dónde dices que vamos exactamente? No quiero encontrarme con nadie ahorita, Álvaro. Por eso te avisé que saldría hoy, solo a ti...
—Tranquilo. Este Man no te conoce. Le dicen Don Dino. Vienen del sur, así que están limpios. Le debo hacer una entrega —dio un volantazo de repente, sacándole el dedo medio al dueño del auto que, en esa ocasión, sí se le atravesó, mientras le gritaba cuanta grosería se le ocurría—. La ciudad está llena de idiotas —escupió. —Pero bueno, te decía, perdón por retrasar la comida, créeme que, de poder, lo dejaría para otro día. El detalle es que ya pasó mucho tiempo, todo por culpa de un pendejo. Y si no queda la entrega hoy, me cuelgan.
—Va, como tú veas —aceptó el moreno, lacónico, mientras su amigo esquivaba un camión a último segundo y le mentaba la madre en el proceso.
Fue un viaje de 30 minutos hacia las orillas. El morenito rasgaba su garganta con cada canción que le gustaba mientras el cambio de aires, fue decayendo conforme avanzaban.
Abandonando de a poco la hermosa área céntrica; llena de jardines, edificios y locales con bellas estructuras antiguas. Descendiendo así, por los ríos de chapopote carcomido por el tiempo, el uso y el olvido de un gobierno desatendido. El cual, volvería su vista a esas zonas hasta las próximas elecciones, buscando agradar a posibles votantes al rellenar los baches con el mismo material corriente de siempre.
Las fachadas de los hogares decaían. Dejando ver la precaria vida que llevaban los habitantes de dichas moradas. La mayoría de las casas, permitían entrever sus esqueletos de ladrillo rojo, surgiendo entre el salitre que hinchaba los pocos restos de pintura que llegaban a poseer sus muros ante el abrasador clima.
El asfalto liso y corrido, se perdió varios kilómetros atrás y era casi inexistente entre los suelos de tierra vaporosa que se elevaba con la velocidad de sus llantas.
Por otra parte, los grafitis plasmados en cada muro que veían, con sus colores chillones, luchaban por llamar la atención de aquel que rondará esos lares. Sirviendo como una sutil advertencia de que el peligro se encontraba en cada esquina.
Además, los terrenos abandonados y con maleza crecida, le daban una apariencia aún más precaria. Mientras las jaurías de perros callejeros corrían tras los incautos que desconocían los rumbos y con ello, los carros o motos que se atrevieran a pasar por ahí; formando parte del encanto que guardaban esos sitios poco gratos.
El aroma a mariguana, orines añejos y zacate mezclado con smog y tierra, formaban parte crucial del ambiente.
—Encantador —bromeó el moreno con una sonrisa torcida.
«Odio este lugar» pensó «No quiero estar aquí...no quisiera tener que volver a andar por aquí»
El panorama le revolvía el estómago. Nunca le gustó habitar esa área, pero al menos, cuando comenzó su vida ahí, veía su futuro con algo de optimismo. Dispuesto a conseguir tanto dinero como fuese posible, para después abandonar ese sitio. Al igual que hizo con Montesinos para rehacer su vida.
Pero, la percepción de un joven cimentaba sus sueños sobre castillos de humo.
—¿A poco no extrañabas el barrio? —Álvaro miraba el retrovisor por cuarta vez. Debía cuidar sus espaldas. Y la constante vigilancia era necesaria para ello.
—No nos están siguiendo —aseguró Joel, sin ánimo de responder a su pregunta.
—Ya sé, aun así, debo cuidar que pasemos desapercibidos. Ya ves como son las cosas acá afuera. Me han perseguido antes. Es divertido, pero prefiero llevármela tranqui por hoy.
—¡No seas mamón! — Joel despeinó la cabeza de Álvaro en el proceso—. Si no quieres llamar la atención, tu cabello de musgo radioactivo no ayuda mucho.
—¡Uy, huelo tus celos desde aquí! —bromeó el morenito sin tratar de apartar la mano de Joel—. Por otra parte, me alegra ver que no has olvidado las viejas mañas. Sigues estando en guardia.
El moreno guardó silencio, dejando que el viento se llevara consigo la tenue sonrisa que el momento junto a su amigo apenas estaba creando.
«¿Viejas mañas? ¿Qué dices? Si hasta hace unas horas, seguía cuidándome la espalda. Eso ha sido mi día a día durante cinco años, idiota. No puedo evitar hacerlo, por mucho que quiera» caviló molesto, absteniéndose de decírselo a la cara.
Avanzaron por 5 minutos más, llegando a una calle aún más austera y solitaria. La cual, formaba una poco apetitosa cerrada donde los baldíos abundaban.
Ahí, Álvaro decidió meter la camioneta en reversa, hasta que se detuvo por completo frente a la única casa de esa zona. De dos pisos, su fachada azul chicle, se veía vieja y anticuada.
—¿Quieres venir conmigo? —le preguntó el morenito, girándose sobre su asiento y removiendo algunas cosas de la parte trasera—. ¡Mira! ¡Hasta cubriré mi radioactiva cabeza!
Y sacando un par de gorras negras, le extendió una a Joel, quien después de escanear el par de letras que tenía bordadas en blanco, se la colocó.
—Gracias, pero no. Te esperaré aquí— y recorriendo un poco el asiento, cruzó ambos brazos, dispuesto a descansar.
Álvaro, por su parte, lo observó, contrariado. —Oye... entiendo que no quieras entrar... ¿Pero, podrías sentarte al volante mientras vuelvo?
Joel alzó la visera un poco para permitirse verlo. —¿Qué? ¿Cómo por?
—Es por si llega el hijo idiota de su Don Dino. He tenido muchas broncas con él. Así, si empieza a joder, mueves rápido la camioneta. El enano ese tiene un humor de la chingada. Aún recuerdas como manejar, ¿no?
El moreno escaneó su rostro con seriedad, mientras Álvaro, esperaba ansioso, con sus negros ojos suplicantes clavados en el gris de los suyos.
«Este cabrón...» Joel abrió la puerta de golpe, mostrando su inconformidad mientras rodeaba la camioneta, sacándole una sonrisa de alivio a su amigo.
—No tardes cabrón. Me cago de sueño —ordenó el moreno, tomando el lugar del morenito.
Álvaro abrió la puerta trasera, sacando una mochila negra que parecía bastante pesada. Miraba hacia todos lados con cierto recelo, mientras trataba de colgársela en la espalda.
Joel analizó cada uno de sus movimientos, notando en sus ademanes, lo mucho que Álvaro había crecido desde la última vez que caminó a su lado, en total libertad.
«No solo se dio el estirón. Sus facciones han cambiado, y la forma en que se desenvuelve también. Aunque sigue siendo un idiota» pensó Joel, recordando la noche en que lo arrestaron.
Tenía diecinueve años, casi veinte; y ambos, se vieron implicados en un siniestro, solo que Álvaro, quedó limpio de toda culpa.
En ese entonces, Alby era un manojo de nervios. Si bien, en Montesinos se desenvolvía con naturalidad; en la ciudad, era solo un cachorro asustado y débil, que se aferraba a Joel, viendo en él, su fuente de salvación.
Pero, como era de esperarse, la vida allá afuera había continuado su curso. Y con su ausencia, el menor cambió junto al flujo de los años. Adaptándose a una vida aún más complicada al no tener la protección de su guardián.
Además, podía notar el cambio en su actitud ya por naturaleza irreverente; a la cual, se le añadió un aire de confianza abrumador, que lo volvían a sus ojos, un hombre impulsivo y poco cauteloso. Eso sin contar que su excentricidad, aumentaba con los días.
«Al menos te tapaste esa cabeza de musgo» pensó, tratando de sonreír ante las ocurrencias de su joven amigo.
Cuando su amigo desapareció de su visión, adentrándose a la casa, miró por última vez a su alrededor. Subió las ventanas y se acomodó en el asiento, bajando la visera de la gorra para cubrir sus ojos e intentar descansar un poco.
«Cuando vives tanto tiempo en la oscuridad, la luz del sol es un maldito martirio. Espero acostumbrarme pronto»
La radio sonaba por lo bajo, como un murmullo manando del extraño mutismo que existía en esa zona, donde se sentía igual que una hormiga flotando entre la salvaje inmensidad del mar, mientras su presente lo engullía con un manto de extrañeza.
«Este no es mi mundo. Esta no es mi vida» Cavilaba con amargura, sumergiéndose en las crecientes notas de una guitarra acústica que lloraba con cada rasgueo, mientras la voz de Rubén Albarrán, ascendía entre el lamento de "Esa noche" una canción que llevaba tiempo sin escuchar.
Pasaron cerca de 12 minutos, en los que Joel pudo descansar la vista, pero no sus sentidos. Atento a cualquier ruido ajeno al lugar. Por lo que, entre ese desierto silencioso, los pasos apresurados de Álvaro lo alarmaron, obligándolo a abrir los ojos e incorporarse en su asiento.
Con su cabello de musgo ondeando al viento, corría hacia él haciéndole señas. —Arranca cabrón ¡Arranca! —pidió, abriendo la puerta trasera de la camioneta y saltando en su interior.
—¿Qué te pasa güey? ¿Por qué? —Joel mientras preguntaba, encendió la camioneta y en una fracción de segundo, una bala se incrustó justo al lado de su cabeza, chocando para su fortuna, contra un vidrio blindado.
Álvaro gritó y Joel metió el acelerador, mientras una lluvia de esos pequeños proyectiles impactaba contra la camioneta sin piedad.
—¡Puta madre Álvaro! ¡¿Ahora qué hiciste?!— increpó el mayor, alterado, tratando de agachar la cabeza.
—7,6,5,4...—Murmuraba el morenito, por su parte, cubriendo sus oídos mientras se estrellaba contra los asientos de la camioneta—... Tres, dos, uno.
Una explosión quemó el silencio.
Sacudiendo el suelo y erizando los vellos del cuerpo de Joel, quien perdió el control del volante por un momento.
El sonido del metal siendo arañado alteró sus nervios. Había rozado con un poste, extraviando en el acto, el retrovisor izquierdo y la calavera, además de levantar la pintura del cofre en el proceso.
—¡Sí! ¡Eso les pasa por pinches perros! —festejó Álvaro extasiado.
Mirando a través de la ventana trasera, como una nube de fuego, tierra y escombros, se extendía en los alrededores.
—¡Álvaro! ¿¡Qué fue todo eso!?—Exigió Joel, sin detenerse.
—¡Oh! ¿No te lo dije? ¡Me ascendieron! ¡Ahora soy el chico bomba! —Álvaro saltó al asiento del copiloto, posando su mano sobre el hombro de Joel—. Aún no doy con un buen apodo. Pero por lo pronto, te aviso que he mejorado los tiempos. La última vez casi salgo volando junto con los bastardos.
Joel lo volteaba a ver, atónito. Metiendo el acelerador hasta el fondo mientras se volvía presa de la ira.
Manejó cerca de 30 minutos, en los cuales, el mayor no abrió la boca para nada.
Y apenas llegaron a las afueras del departamento en que vivía Álvaro, el moreno abandonó la camioneta y saltó como un león hambriento hacia la yugular de su presa. Sacando del auto al brote de musgo y demostrando en el acto, la poca paciencia con la que contaba.
—¡Eres un idiota! — rabió Joel. Y tomándolo del cuello lo acorraló contra la camioneta, donde lo estampó con fuerza.
—¡Ey!, ¡Ey! Perdón, ¿sí? Me mamé— admitió, alzando ambos brazos en son de paz—. Debí contarte más o menos de que iba el trabajo. Pero si te decía, no ibas a querer acompañarme. ¡Y te necesitaba!
—¡Un perdón no puede arreglar nada!, ¿Qué nunca cambias, enano idiota? — escupió con desdén, soltando su cuello mientras lo tomaba de la nuca, apartándolo con fuerza de la camioneta y permitiéndole algo de espacio—. ¿Quieres que me vuelvan a embotellar o qué? ¡Solo busco un poco de calma! ¿Es mucho pedir?
—¡Cálmate, porfa! —pidió la cabeza de musgo, masajeando su cuello ya marcado por los dedos de Joel —. Yo pensé en todo. En esa zona no entran los cerdos por nada del mundo. Además, mientras te instalas en mi casa, yo iré a entregar la camioneta. No quedará ni una sola huella de nosotros. ¿Ok?... ¡Maldito salvaje!
—Pendejo— escupió Joel, mientras sacaba de la camioneta su pequeña mochila, donde portaba algunas de sus pertenencias.
—¡Eres una puta bestia, Joel! ¡Me lastimaste la garganta!
—Es lo mínimo que mereces. Y cuidado con decirle a esa bola de perros que ya salí de la cárcel.
La desilusión de Álvaro fue evidente. —¿Qué? ¿No piensas avisarles? Si yo planeaba hacerte una fiesta y toda la cosa.
Joel negó con la cabeza, irritado. —No aún. Quiero unos días de descanso. Necesito adaptarme.
«Mejor dicho, necesito pensar»
—Entiendo, pero ¿Ni siquiera puedo avisarle a Lorena? — escuchar el nombre de la chica lo molestó aún más.
—Menos. Si ella se entera, le contará a media república. Mejor dime, ¿Qué hicieron con mis cosas? Mi ropa, mis muebles... mi bebé, la más importante.
—Ah, eso. Las mandamos a bodega. Todo está allá. Traté de recuperar tu antiguo departamento, pero el chavo la tiene complicada, así que fui benévolo con el inquilino. Se irá en la semana.
— Eso me suena a que lo amenazaste...
Álvaro se encogió de hombros—. Digamos que lo persuadí... ¿Quieres que comamos por aquí? Hay una fonda muy buena, cerca del viejo cementerio. ¡Doña Marta es una diosa de la cocina! Una vez pruebes sus guisos, te enamorarás de la doñita.
—No, gracias. Lo que quiero es comer.
Álvaro sonrió, echándole el brazo al hombro y guiándolo al interior de su departamento para dejar las cosas e irse cuanto antes.
Joel suspiró.
Después de haber atiborrado su estómago con la deliciosa comida que le proporcionaron en la fonda de doña Marta, su segunda mejor sensación fue dejarse caer en la comodidad de una cama suave y limpia. Sin resortes de por medio que se incrustaran en sus costillas y con algo de luz natural que le aseguraba que la oscuridad, nunca sería tan densa como sus días dentro de esa sucia celda.
Acomodándose boca abajo, cerró sus ojos, advirtiendo el sonido que imperaba en las calles de esa ruidosa y agitada ciudad. Escuchando el repetitivo y violento claxon de un par de carros queriendo acelerar el tráfico con su molesta y sonora insistencia. Y con ello, las camionetas de vendedores que vociferaban sus productos o sus servicios con el volumen tan alto que podías escucharlos a tres cuadras de distancia.
Sin embargo, aunque su corazón siempre había preferido el silencio, la algarabía de las calles era mucho mejor que estar padeciendo los gritos y lamentos de aquellos desdichados que eran visitados en sus celdas durante las noches.
«No puedo creer que al fin salí» pensó, abriendo lentamente sus ojos; mirando a través de la ventana que poseía ese pequeño cuarto de paredes carcomidas.
Percibió la voz de Álvaro, hablando por teléfono. La emoción en su voz se extendió por cada habitación de ese complejo de muros de concreto.
Joel recordó esa tarde en la cual, mientras devoraban sus alimentos, Álvaro no hizo más que hablar de su vida a diestra y siniestra.
Le contó sobre cómo el otro día casi chocaba con un anciano en bocho, y que a pesar de que le cedió el paso de buena gana, el don le sacó el dedo medio y lo insultó sin reparo. También, le contó que se había peleado con su novia, la cual era ocho años menor que él.
—¡Está loca! —escupió entonces, mientras Joel le daba un trago a su coca—. Piensa que le pongo el cuerno con la ballena de su amiga. ¡Es tan inmadura!
—Curioso. ¿No has pensado que chance lo es porque tiene 17 años? No sé, solo digo —señaló Joel, sarcástico.
Por mucho que Álvaro embelleciera su maravillosa relación, el moreno, era el único de su círculo que no lo aceptaba por nada del mundo.
Pero a esas alturas estaba harto de decírselo al extravagante de su amigo, quien se miraba mucho menor que él, siendo un completo traga años.
—¡Bah! La edad es mental.
—Eres un hipócrita, asqueroso, pederasta, aprovechado...—escupió molesto, lanzando la vista a lo lejos e ignorando las excusas que le daba Álvaro. Perdiéndose entre el mural que adornaba los muros de un enorme y antiguo cementerio.
Disociándose de su entorno, veía pasar el mundo como un espectador sin voz, mientras su amigo, irradiaba la felicidad que le daba tener a su amigo de vuelta.
—¡Si idiota! ¡Te digo que no iré hoy, tengo visita! —escuchó decir a Álvaro, sacándolo de ese simple y banal recuerdo. Sus pasos se alternaban entre la sala, el comedor y la cocina—. ¡Cabrón, mi hermano ha vuelto! No pienso dejarlo solo por tus mamadas. Te veo el miércoles... si, ya lo vi con él, no friegues... Sí, sí... Lo que digas. — y sin decir nada más, colgó la llamada.
—¡Ey! ¡Pedazo de musgo con patas! ¡No soy tu hermano! —gritó Joel desde la habitación.
—¡Quisieras! — río Álvaro, divertido.
Entró al cuarto y, de un movimiento rápido, se despojó de sus tenis, tomando asiento junto al moreno, quien, por inercia, se volteó de un salto; alzando su brazo, listo para atacar. En sus ojos, un ligero destello de miedo, mezclado con fiereza, asomó un par de segundos en lo que asimilaba la situación.
—M-menso, me asustaste— confesó, tratando de mantener la calma, mientras su corazón palpitaba con fuerza y los vellos de su brazo, volvían de a poco a su postura original.
Álvaro esbozó una sonrisa inocente, encogiéndose de hombros e ignorando su reacción. Y de un salto, se dejó caer a su lado, mientras Joel se dedicaba a mirarlo unos segundos, retomando su antigua postura de a poco.
El silencio entre ellos duró un par de minutos, en los cuales, el ritmo cardiaco de Joel se relajó.
El morenito se acercó a Joel, abrazándolo y recargando su cabeza sobre su espalda. —Oye, Joel ¿Ya te dormiste?
—Si, no molestes...—respondió adormilado.
—¿Te acuerdas cuando nos venimos a vivir a la ciudad? — preguntó, a lo que Joel asintió sin mucho ánimo, deseando dormir un poco—. Nos cagábamos de miedo, pero lo conseguimos. Sobresalimos en esta ciudad de mierda. Me acuerdo los primeros días, cuando andábamos en la calle y tú me protegías el sueño.
—No es por ser grosero, pero ¿A qué quieres llegar con esto? Porque en verdad necesito descansar, Alby.
Álvaro asintió. — Solo, quería pedirte perdón. No pude velar tu sueño en esa ratonera.
En la voz de Álvaro, una profunda tristeza se asomaba, demostrando que su sentir y sus palabras eran reales.
Joel apretó los labios. —No fue tu culpa, enano—lo consoló—. No tienes por qué pedirme perdón. Te dejaron salir primero porque no tenían pruebas contra ti.
—Pero...
—No le des tantas vueltas —atajó.
Álvaro suspiró cerrando sus ojos. —Sigues siendo tan amable como siempre— observó, esbozando una sonrisa y apretando su abrazo—. Me da mucho gusto saberlo.
—Solo utilizo el sentido común —sentenció de mala gana el moreno.
Una parte de él odiaba que hicieran alusión a su amabilidad.
Ricardo solía hacerlo. No perdía la oportunidad de señalarlo cómo la persona más amable que había conocido nunca. Y aunque Joel rechazara sus halagos, advirtiéndole que debía callar, a los pocos días, el joven volvía a hacerlo relucir, embelesado por la admiración y gratitud que sentía hacia Joel.
«Fui un ojete contigo, y aun así ¿fui la persona más amable para ti, Ricardo?» pensó con tristeza, recordando la sonrisa mocha de ese joven, a quien le faltaban un par de dientes.
Odiaba haber sido tan cortante con él. Pero ocultar sus buenos deseos y esa dulzura desmedida que, a esas alturas, ignoraba si aún poseía; se había vuelto parte de su autopreservación. Por desgracia, el mundo en que vivía no tenía cabida para semejante debilidad. Y el que las personas lo supieran, lo volvía una presa fácil.
Álvaro soltó una risita divertida. —Estás bien pendejo Joel. Eres la persona más amable que conozco, señor gruñón —cantó Álvaro. Disfrutando la cercanía de su amigo.
—Eres un idiota —musitó el moreno, cerrando sus ojos. Adaptándose al peso de Álvaro sobre su espalda.
—Joel... te extrañé mucho, hermano— se sinceró. Recordando lo difícil que fue para él adaptarse a la crueldad de la vida citadina, sin la presencia de su amigo.
El moreno guardó silencio un momento, y con juguetona malicia, bufó.— Si te vieran así de meloso, tu imagen perdería credibilidad. ¿Lo sabes?
—Ya sé. Pero no hay nadie aquí. Así que, si dices algo, te mataré —bromeó, con sus ojos aun cerrados, sintiendo el calor de Joel y con ello, volviendo a ese pasado donde él, era su todo.
Las palabras de Álvaro eran sinceras, al igual que el afecto que le tenía a su ahora, malhumorado amigo. «No pude hacer nada para evitar tu dolor» pensó Álvaro, escuchando los sutiles ronquidos de Joel. «No me imagino lo que debiste vivir allí adentro. Debí entrar contigo. Debimos estar juntos. Y eso, es algo que siempre lamentaré. Algo que no podré perdonarme»
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