Capítulo 10: "Salve A La Reina"
ALEXANDER PETROVIK:
San Francisco. EE.UU
Seis años atrás:
— ¿Estás seguro?
Max parecía preocupado a mi lado, el rubio se mordisqueaba la uña del pulgar con disimulo sin apartar la mirada del pentágono.
— Porsupuesto primo. — Mi voz clara carente de emoción.
— La estás metiendo en la boca del lobo. — dijo aproximándose a mí para escucharlo por encima del barullo. —Son monstruos, Alex.
Con la elegancia y disimulo que me caracterizaban acaricié mi barbilla esbozando una sonrisa cargada de diversión.
— Y ella es el peor de todos.
Al fin y al cabo, así fue como empezó todo hacía ya un par de años. Lo había sabido desde el primer instante y no me arrepentía en absoluto de lo conseguido.
Danielle se encontraba de pie en medio del pentágono, rodeada de media decena de asesinos seriales despiadados, crueles, lunáticos sin redención y se veía como un auténtico ángel de la muerte. La túnica negra cubría su cuerpo desde el cuello hasta los pies formando un halo alrededor del suelo. Había conseguido infiltrarla en aquellas luchas con tretas y engaños. Todos los participantes debían poseer el gen receptor a dopamina también conocido como D4. La modificación del gen convertía a sus poseedores en asesinos a sangre fría, o al menos la mayoría de estos lo tenían en común.
Lo había descubierto con una simple prueba de ADN, e incluso antes había sido capaz de reconocerlo por la pasión, precisión, sensualidad y seducción en los actos de mi pequeña. Una posible criminal en potencia que me había hechizado con su magia oscura y ojos de tiburón.
Porque había sido capaz de contemplar aquella magia en repetidas ocasiones, algo oculto a la vista incluso para ella misma, y en ese preciso instante era mucho mayor que la de la chica arisca y callada del pasado.
Danielle ya no era ni la sombra de lo que una vez fue. Ahora era enérgica. Estaba llena de vida y dispuesta a segar otras sin un ápice de remordimiento.
Danielle Mindeer era una bestia loca e impredecible, y eso me fascinaba más de lo que nada en mi vida lo había hecho.
Había jurado lealtad y devoción a mi reina por completo...Y ella estaba completamente loca por mí.
La deseaba y confiaba en ella.
La campana señaló la iniciación de aquella guerra entre monstruosos seres humanos sedientos de sangre. Eran personas que asesinaban por placer,los criminales seriales más buscados e inteligentes de los últimos treinta años y mientras la observaba, ella se dejó caer agazapada, y de un tirón desabrochó la túnica, ésta cayendo cual mar negro a sus pies.
Un alarido hizo eco; desgarrador entre los vitoreos y abucheos. Un ruido borboteante mientras una mujer yacía tirada en el suelo; una daga le salía del pecho.
Primera huella.
Danielle había tumbado a su primer contrincante sin siquiera esfuerzo.
Muy bien pequeña.
Mientras el orgullo sobresalía de mí, Maximilian a mi lado parecía algo mareado.
Cuatro de los cinco contrincantes aún ilesos en el pentágono observaban a la chica embelesados, como si de un suculento filete se tratara.
Danielle con el semblante carente de emoción se retorció sobre el pentágono y sus sensuales movimientos me dejaron dolorido, sobre todo por la creciente erección en mis pantalones. Imaginarla inmovilizado mis manos y también las piernas. El rojo carmesí de la sangre cayendo entre sus voluptuosos pechos contra la oscuridad de nuestra habitación.
Junto a ella lo tenía todo. Lo había sabido desde que la había visto entrar en mi club.
Esta vez un tipo, moreno y rechoncho se tambaleó hacia atrás con un chillido, una segunda daga clavada en el centro de su cabeza; al instante Dan se encontraba sobre él y con un ágil movimiento arrancó el arma del cráneo, la sangre salpicando el hermoso rostro claro de mi pequeña para después cortarle el pescuezo al sujeto.
Segunda huella.
Los abucheos indicaban que nadie había apostado por la aparentemente débil dama, muchos perderían cantidades inimaginables de dinero, y eso era exactamente lo que necesitaba, una clara distracción para adueñarme de una fórmula imprescindible para mi negocio.
— ¡Mierda! —Gruñó Max. — ¡Me cago en la hostia! ¡Joder!
Mi primo parecía a punto de un ataque de nervios cuando dos sujetos, uno alto, esbelto y de expresión calculadora rodeó con sus brazos a la rubia. Otra mujer, una rubia de sonrisa macabra y labios carmesí extendió una cuerda tensándola para finalmente rodear el cuello de mi pequeña.
¿Qué iba a hacer ahora? Confiaba en ella y en el duro entrenamiento de los dos años que le había brindado, pero esas personas no eran humanos corrientes, si no asesinos a sangre fría. No tenía ni puta idea de cómo Danielle conseguiría librarse de aquella cuerda mientras la rubia la arrastraba por el pentágono y el rostro de mi pequeña se tornaba de un granate suave, privándola de oxígeno. Mientras su contrincante reía el tipo cruzó los brazos sobre el pecho, parecían pareja aún que la diferencia de edad fuera clara, ella mucho más mayor que él.
¿Qué estás haciendo Danielle? No hay tiempo para dudas.
¿Por qué dudaba?
— ¡La van a matar!
— Cállate, esos inútiles no podrían con ella ni en sus mejores sueños. — Gruñí sin apartar la mirada, avanzando y clavando los dedos en las verjas del pentágono. — ¡Vamos Danielle! — Aullé. — ¡Despedázalos iubire!
Aquella expedición era de máxima importancia. Un proyecto demasiado arriesgado. La cúspide de todo mi trabajo y sacrificio. La oportunidad de crear mi propio imperio y escapar de la nube negra en la que mi difunto padre me había sumergido.
Ella pareció escucharme a pesar de las voces, tal vez fuera por la cercanía o la rabia al pensar que alguien podría doblegarla. Ella retorcía su cuerpo y el público era incapaz de identificar si lo hacía en afán de librarse de la soga o porque el ente de la ira había poseído su ser.
Mi sonrisa se ensanchó cuando se impulsó flexionando las piernas, doblándolas bajo su propio peso lanzándose hacia adelante tumbando el cuerpo de la rubia de labios sanguinarios.
El compañero de la susodicha avanzó con la rapidez de un rayo cuchillas en mano, pero Danielle se adelantó con sutil disimulo arrancándole un chillido en cuanto se vio despojado de sus armas.
— ¡Vamos!
— ¡Buuu!
— ¡Matadla!
Los gritos inundaron el salón. La mano del tipo se vio cortada mientras éste emitía un alarido desgarrador. La mujer aulló en respuesta cuando Danielle clavó una de las dagas en el cráneo del muchacho.
Tercera huella.
Mientras la otra rubia corría endiablada hacia mi pequeña, ésta arrancó una vez más la daga y junto a la segunda, en un movimiento de tijeras, le cortó la cabeza a la mujer, la cual cayó de rodillas para después el tronco desplomarse con un golpe sordo contra la arena del pentágono.
Cuarta huella.
La sangre saltó a chorros empapando y cubriendo el cuerpo semi desnudo de Danielle, el cual se encontraba cubierto por un conjunto de cuero negro que dejaba pico a la imaginación. Se vio cubierta por otro tono de rojo mientras la cabeza de la rubia rodaba por el suelo.
El último sujeto comenzó a correr hacia ella con un grito crudo, salvaje cual animal hambriento. Danielle pasó junto a él pegando un salto cual gato adiestrado, movimientos felinos la envolvieron alzándose sobre el tipo. Éste cayó con un alarido terrorífico y una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro cuando mi pequeña abrió las fauces mordiendo el rostro del sujeto cual víbora.
Quinta y última huella.
Muy bien, amor.
El sonido hizo eco al bajar el megáfono finalizando el combate.
Por un instante el silencio fue sepulcral, todos eclipsados por la fuerza de una simple chica. Algo imposible, pero lo que nadie a excepción de mí sabía en aquel lugar era que mi pequeña iba hasta el culo de teratina.
Su respiración era agitada cuando se incorporó. Estaba cubierta por sangre de pies a cabeza, parches secos escarlata mientras otros eran lívidos. Su hermosa cara se volvió hacia un lado, tosió y escupió; y entonces sus ojos encontraron los míos.
"Te iubesc." Articuló con una sonrisa victoriosa, se la devolví de la misma forma asintiendo a modo de aprobación.
Su respiración agitada no impidió que hiciera lo que a todos dejó boquiabiertos, incrédulos ante tal crueldad.
Danielle clavó los dedos en la cabeza de la rubia alzándola asqueada por encima de su cuerpo. Mi pequeña echó la cabeza hacia atrás y la sangre que aún brotaba de la extremidad caía en finos hilos hasta la boca de Danielle, haciendo gárgaras con la sangre de sus contrincantes mientras los vitoreos y abucheos inundaron la estancia extendiéndose cual pólvora, con rapidez de forma ensordecedora.
Había ganado.
En ese preciso instante supe que había creado una bestia, y no podía estar más orgulloso de ella.
— ¡TENEMOS UNA CLARA VENCEDORA! — Rugió una voz varonil a través del megáfono.
Los vitoreos habían aumentado mientras los espectadores aplaudían y silbaban como orangutanes en celo.
— ¡SALVE A LA REINA!
— ¡SALVE! — Los chillidos parecían series arrebatados.
— ¡NUESTRA VENCEDORA!
— ¡SALVE! — Imité uniéndome a los coristas. — ¡SALVE! ¡SALVE! ¡SALVE!
N.A.
¿Algo que decir del capítulo?
Nos leemos.
Besos de sangre y azúcar. Att Fry
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro