Único
AU Medieval/ Gavi Dragón/Héctor Elfo
Estaba servido.
Después de haber sido encontrado vagando por el bosque a los alrededores de las montañas en busca de nuevas plantas medicinales, Héctor fue arrestado por la mano derecha del Rey.
Sin preverlo y ni siquiera pensarlo, terminó en la situación más inesperada en la que alguna vez se imagino estar.
Pues al contrario de su automático pensamiento de que sería severamente reprendido, tal vez con torturas o la misma muerte por pisar las tierras del inalcanzable y prohibido reino tan temido y respetado por los otros tres dentro de la base jerárquica, había terminado siendo desposado, aún cuando al Rey al que había sido unido, ni siquiera estuvo presente en la ceremonia donde se le adjudicó el título de 'la tercera concubina'.
Más aún cuando él era un hombre.
—Espera por él aquí, no tardará en llegar.—Murmuró el mismo tipo que lo trajo antes de abandonar los ostentosos aposentos.
Héctor miro a su alrededor, nervioso y confundido.
Estaba desnudo.
El tipo le había obligado a bañarse, y aunque lo había disfrutado en demasia por el agua tibia y las deliciosas esencias que ahora perfumaban su cuerpo, la única prenda a la vista era una enorme capa negra con el cuello adornado con lo que pareciera ser dientes de lobos y las sábanas de satín negro.
Le había dicho que debía esperar al Rey.
Y aunque Héctor sabía el significado de ser una 'concubina', él no podía cumplir explícitamente el rol de una, porque repito, él es hombre, y el Rey también lo es.
Entonces...
El hilo de sus pensamientos se vio interrumpido por el sonido de la puerta situada al otro extremo, a la derecha de la puerta principal de la habitación y en línea recta a la que se encontraba el cuarto de baño donde se ducho, al abrirse.
Héctor tomo la capa entre sus manos, necesitaba cubrir su desnudez.
Su cuerpo era delgado, más de lo normal debido a su mala alimentación. Siempre le daba vergüenza que le vieran sin ropa, por eso siempre usaba prendas holgadas.
Sin embargo, si ya sufría de vergüenza, le dio aún más cuando vio a un hombre de hebras castañas como una combinación entre lo avellana y la miel, ojos de un profundo color miel y expresión ecuánime adentrarse, completamente desnudo y húmedo.
—Asi que tú eres mi nueva esposa, o debería decir esposo.—Habló.
La voz gruesa y varonil hizo eco entre las paredes.
Era la primera vez que escuchaba un tono de voz así; seguro, autoritario, pero no intimidante.
—Así parece ser, mi señor.—Respondió, haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no le temblará la voz.
Negarse a ser su esposo, como él le había llamado, no tenía caso. Tampoco era como si alguien en Bruslehs estuviese esperando su regreso.
El Rey continuó sus pasos hacia él.
Héctor tensó el cuerpo, aferrándose a la majestuosa capa y conteniendo gracias a su peso sus temblorosas rodillas en cuánto el fornido hombre se paró justo frente a él.
—No deberías tocar mi capa con tanta libertad. Es un objeto que adquirí cómo prueba de mi valía. Es la prenda que le dice a cada ser viviente en Dragonia que soy su Rey y tú la usas como una prenda cualquiera para cubrir tu desnudez.—Expresó el monarca extendiendo una de sus manos hasta alcanzar uno de sus caballos y tocarlo.
Héctor dió un respingo comenzando a sudar frío.
Oh, Dios. ¡La había cagado!
—¡Lo siento mucho! ¡Yo no lo sabía!—Artículo Héctor totalmente avergonzado por su falta de respeto.
Con manos temblorosas y totalmente dispuesto a recibir su castigo por semejante osadía, con los ojos fuertemente cerrados, le tendió la prenda con todo el respeto posible.
Los segundos pasaron y Héctor comenzó a sentir como su alma comenzaba a abandonar su cuerpo ante la nula respuesta del Rey que no decía ni una sola palabra y ni le aceptaba la prenda, hasta que...
Una ronca risa le hizo levantar la vista.
Era del Rey.
El Rey se estaba riendo de él.
—Todo lo que dije es verdad, pero no tienes porqué colapsar.—Dijo dijo, y Héctor le miro sorprendido.
—Soy un Rey, no un dictador. Y tú eres mi esposo ahora, así que cada cosa dentro del reino, te pertenece.
—¡Pero, mi señor...!
—Así es porque tú humanidad entera me pertenece a partir de ahora, Héctor.
¿Cómo es que ya sabía su nombre?
El Rey movió una pierna hasta hincar su rodilla sobre la cama.
Héctor paso saliva con dificultad cuando sin querer vio lo que había entre sus piernas y el Rey sonrió con suficiente al darse cuenta.
Con intención, subió la otra quedando arrodillado frente a él, y sin pudor alguno, tomó su entrepierna flácida con su mano y comenzó a frotarla, de arriba hacia abajo.
El rostro de Héctor se sonrojó hasta las orejas, su garganta se sintió seca de repente, como si no hubiese bebido agua en días.
El Rey sonrió de medio lado.
Nunca había estado con un hombre.
Sus primeras dos esposas eran mujeres, y aunque Anna y Cora eran perfectas amantes a su manera, hacía tiempo que había puesto sus ojos en ese Elfo.
Porque sí, ya le había visto con anterioridad durante una vigilancia, vagando de aquí hacia allá en sus tierras, estudiando su vegetación sin autorización.
Planeaba reprenderlo.
Oh, si.
Porque nadie debía vagar en su territorio, especialmente alguien perteneciente al reino de Elfos, pero mientras más le observaba más llamó su atención.
La manera en que estudiaba a detalle las plantas sin causarles algún daño, incluso las veces que habló con los animalillos cómo si estos lograrán entenderle y se quedaban ahí con él hasta que terminaba.
Él necesitaba a alguien asi, que pudiera tratar con animales con la facilidad con la que trata a los humanos.
Pues en su forma de Dragón, a veces cuando regresaba herido de alguna batalla, no podía volver a su forma humana y ni siquiera sus esposas podían lidiar con él ni mucho menos controlar su mal temperamento en esa forma.
Así que quería intentarlo con él.
Si bien desposar a un hombre nunca había estado en sus planes, tampoco era como si fuera a negarse cuando tuviera la oportunidad de hacerlo, como ahora.
—Mi señor...
Héctor se sentía demasiado avergonzado, pero aún con todo y eso, decir que la visual frente a él no era erótica sería mentir.
Especialmente cuando el sintió la necesidad de acariciar su propia entrepierna al ver a su Rey hacerlo.
—A partir de ahora llámame Pablo, Pablo Gavi. Se escucha mejor mi nombre que mi cargo en los gemidos de mis amantes.—Musitó, acercándose lentamente hacia Héctor que se había vuelto a aferrar a su capa.
Ni siquiera Anna o Cora hacían eso.
El pudor del chico frente a él le excitaba y mucho.
Quería devorarlo por completo.
-Gavi...-Murmuró Héctor, deslizando su mano hasta su intimidad, gracias a la capa no se podía ver su acción así que aprovecho para acariciarla suavemente.
Estaba siendo descarado, pero Héctor siempre sintió curiosidad sobre su propia sexualidad pues las chicas eran bonitas a sus ojos, su belleza era incomparable, pero eso no le atraía, sino más bien los músculos, manos asperas y voces varoniles.
Y el hombre frente a él tenía todo eso y más.
Era obvio que su cuerpo reaccionaria al verlo así.
Para cuando reaccionó, Gavi estaba a escasos centímetros de él.
El Rey se inclinó hacia adelante, y clavando sus maravillosos ojos miel en su humanidad...
—¿Vas a seguir cubriéndote o vas a permitirme ver cómo te acaricias a ti mismo?—Inquirió en un susurró, con dos tonos menos en la voz de barítono y Héctor sintió su cuerpo estremecerse.
Con lentitud, Héctor hizo la capa a un lado.
Gavi se relamió los labios, orgulloso.
No se había equivocado, además de útil, este chico era hermoso, sensual.
Las curvas de su cuerpo no lucían cómo las de una chica, pero lo hacian ver masculinamente delicado...
Lo había visto pelear con un jabalí para poder alimentarse y tratar las plantas como si fueran el más delicado cristal.
En efecto, él tal vez podría domarlo en su forma de Dragón.
La capa cayó hacia un lado, Gavi finalmente deshizo la distancia entre ellos y sus labios fueron la primer parte de su cuerpo en tocarse en un contacto suave y un poco superficial. Cómo si apenas estuviese sucediendo.
Sus grandes y toscas manos con uñas cortas pero afiladas, apresaron la fina cintura del Elfo quién gimoteó ante el toque osco del Rey cuando repegó su cuerpo al suyo.
—Intentare ser amable.—Dijo, una vez que separo sus labios de los ajenos.
La respiración de Héctor se agitó, su corazón se aceleró tanto que hacía zumbar sus oídos y con el rostro caliente, solo pudo asentir, antes de tenderse cómo platillo de banquete sobre la cama.
No había a dónde regresar. No había nadie esperándolo desde la muerte de su maestro, así que, ¿Qué tan malo podría ser aceptar el hecho de que ahora es el esposo del Rey Dragón?
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