.3
—¡Tsss, oye! Despierta.
Una voz baja intentaba llamar la atención del dormido.
—Oye po' weon.
El hablante estaba perdiendo la paciencia, pero seguía insistiendo.
El objetivo de aquellas llamadas de atención no era nadie menos que Gustavo, el cual se encontraba en un profundo estado de sueño, del cual estaba intentando ser caprichosamente privado, pues su ajeno estaba intentando despertarlo.
—¡Ya po' conchetumare'!
Las palabras se convertían en acciones, el extraño zamarreaba al moreno con la intención de despertarlo, cosa que logró al cabo de unos segundos.
—¿Qué paso?
Preguntó desorientado.
—Hermano roncai' terrible fuerte, son las cuatro de la mañana no me dejai' dormir.
La voz provenía de uno de sus compañeros de habitación, el que dormía en la cama de arriba, la habitación estaba oscura así que apenas se distinguía su apariencia.
—Agh... Perdón, no sabía que roncaba.
Se disculpó.
—En fin, voy a tener que aguantarte de aquí hasta que salgamos de este lugar.
Contestó el contrario.
—¿Tu estabas en el bus conmigo o no?
Preguntó Gustavo, creía haber recordado la cara de alguien en el bus y al entrar a su habitación.
—No se, no te alcanzo a ver y si prendo la luz vamos a despertar a los otros dos, llegamos tarde asa que apenas me acuerdo de quien más estaba aquí.
La habitación era pequeña, conformada por dos camarotes ubicados en ambos lados de la pieza, además de un mueble para la ropa, y los interruptores y conectores de electricidad, todo bastante descuidado, rayado y con las paredes agrietadas.
—Me llamo Gustavo ¿Y tu?
La pregunta vino de la nada, pero ocurrió poco después de un silencio en el que el propio evaluó entablar conversación.
—Leonel.
Respondió, luego de unos instantes.
—¿Conoces algo de este lugar? Porque estoy más perdido que el teniente bello.
Leonel río levemente luego de escuchar la pregunta.
—Hace rato que no escuchaba esa frase... Y si, es la segunda vez que me meten.
—¿La segunda?
—Si, es porque me intenté fugar... ¡Y lo logré! Pero me pillaron poco después y me metieron de vuelta.
Aquello le hizo gracia a Gustavo, no sabía si creerle a su nuevo compañero de habitación, pero lo cierto es que la historia de alguien que logró fugarse y fue capturado e internado nuevamente era hilarante.
—¿Y por qué te metieron en primer lugar?
—En general no me portaba muy bien en la escuela, acumulé muchas faltas, no iba a clases y estuve en muchas manifestaciones, pero al final me metieron acá por pegarle en la nuca con una piedra a un carabinero.
—¿Cómo supieron que fuiste tu?
—Algún pelagatos me delató, pero ya voy a salir, calmao' nomás.
Gustavo soltó un ligero suspiro, a pesar de que compartía varias similitudes en comportamiento con Leonel, sentía una pequeña distancia entre ambos en cuanto al motivo de sus ingresos.
—¿Y a vo'? ¿Por qué te metieron?
—Cuento corto, tenía la hoja de vida hecha un desastre y me agarré a combos con un loquito en la escuela, al final eso fue suficiente como para que me internaran, además tampoco era buen estudiante.
—¿Y le ganaste?
—Se puede decir que si...
—Más vale que sepai' pararte de manos porque acá los weones son violentos, prenden con agua.
—¿Son muy brijidos acá?
Leonel se lo pensó unos segundos antes de responder.
—Piensa que, comparado a lo que han hecho algunas personas de acá, lo nuestro fue una broma de niños, algunos han llegado a matar gente.
—Uff...
Aquello dejo pensativo al pelinegro, recién estaba cayendo en cuenta de donde se encontraba.
Solo hace unas cuantas horas estaba despidiéndose de su padre y entrando a aquel bus, había pasado poco tiempo, pero la distancia pesaba.
El viaje fue largo, se trataba de un trayecto desde un sector cercano al centro de la ciudad de Jocko, hasta la periferia de la misma, donde se encontraban ambos reformatorios.
El reformatorio A-1899 al que fue
enviada Marcela, y el reformatorio A-1908 al que fue enviado Gustavo eran antes uno solo.
Fundado en el año 1899 el reformatorio Azrael de Jocko se instauró con el propósito de resguardar, educar y reintegrar a jóvenes problemáticos, delincuentes o criminales y darles la oportunidad de volver a formar parte de la sociedad.
Se destacaban por su colores rojos y negros y por un escudo que retrataba a un sujeto encapuchado con una cola de flecha, en alusión al apellido de los fundadores, azrael el ángel de la muerte.
Sin embargo desde el inicio, la realidad recalcaba que las intenciones iniciales de la institución, aunque nobles y abaladas por el estado, carecían de una practicidad que consiguiera una real integración.
Esto no debido a que las políticas dentro de la institución fueran malas o que los jóvenes efectivamente carecieran de futuro, sino que el primer reformatorio juvenil de la ciudad de Jocko padecía de problemáticas internas con los hermanos de la familia Azrael, los fundadores.
Durante una buena cantidad de años el reformatorio cumplió con creces su objetivo, más específicamente durante 7 años, suficiente para que una generación de ingresados pudiera egresar y reinsertase con éxito a la sociedad, no obstante, aquello solo sería un destello de luz en el abismo de oscuridad que rondaría las oficinas del Azrael más adelante.
Durante ese tiempo, los hermanos Azrael tuvieron diferencias que se acrecentaron junto con los directivos y la hermana menor de ambos desertó de la institución, para luego en el año 1908 fundar su reformatorio, el Azrael de Ophidia, nombre de la hermana menor y fundadora de este nuevo establecimiento.
Dicho reformatorio se reconocería por los colores azul y negro, en contra posición con su institución hermana, y el escudo en este caso presentaría a una serpiente de color azul con una corona, en referencia al significado de Ophidia, nombre científico en latín para las serpientes.
Con el pasar del tiempo se formó una rivalidad no solo entre los dirigentes y fundadores, sino también entre los mismos internos, los cuales al tratarse de jóvenes problemáticos acabarían deformando el propósito principal de las instituciones, ya no se trataba de un reformatorio de educación y reinserción, con el pasar del tiempo se instauró la creencia de que se trataban de cárceles para menores de edad.
Los años y las décadas pasaron, la decadencia en el sistema educativo sumado al deprimente estado de la sociedad en el sector sur de Jocko, donde se ubicarían los sectores con peor índice socioeconómico y al abandono por parte de las autoridades en la ciudad acabarían terminando con la decadente reputación de los reformatorios.
Los fundadores habían muerto, los primeros egresados ya eran ancianos y los actuales dirigentes no hicieron más que acabar con los intereses iniciales, ya no era un reformatorio con nobles intenciones, la realidad era ajena a todo lo que el propósito primo pretendía, era un nido de corrupción, el paraíso para empresarios y dirigentes desalmados con el único propósito de lucrar con la educación y la juventud de la ciudad.
Atrás quedaron los menores de edad que buscaban genuinamente reintegrarse a la sociedad, ahora solo se trataba de una minoría dentro de una poderosa cantidad de alumnos que acabaron formando grupos criminales dentro de los reformatorios.
El grupo Biscione, nombre tomado de uno de los emblemas de la ciudad de milán, haciendo referencia a la serpiente azul que representaba al reformatorio A-1908.
Y el grupo Diavolo o Los diablos, titulo ideado por la combinación de colores del rojo y negro del reformatorio A-1899.
Estas dos organizaciones terminaron tomando el control del estudiantado de ambas instituciones y formando un ciclo de violencia e intereses que beneficiaban a los lideres de los grupos y a los mismos dirigentes, empresarios y presidentes de los reformatorios con el pasar del tiempo.
Y es así como llegamos a la actualidad, la situación se ha mantenido, y aunque actualmente existen matices y las realidades se han diversificado, todo aquello referente a la corrupción se trata de una realidad poco esparcida, aquellos pobres diablos lo suficientemente problemáticos son enviados a los reformatorios, y la realidad acaba siendo peor para los desdichados que corrieron con la suerte de vivir en situación de calle, ser huérfanos o tener padres presos.
La vida los depara a un infierno del que solo los más fuertes podrán salir cuerdos, y es ahí donde se encuentra nuestro amigo.
Luego de la conversación con su compañero de cuarto acabó quedándose dormido y molestando nuevamente con sus ronquidos, sin embargo el sol ya había deleitado a propios y extraños haciendo acto de presencia en una mañana, la primera dentro del reformatorio Azrael de Ophidia.
—Oye...
Leonel susurraba para su nuevo compañero.
—¡Oye! ¿Me vei pinta de despertador? Arriba infeliz que ya van a comenzar las clases.
Con menos paciencia que la mostrada hace solo un par de horas, Leonel utilizó la gastada y dura almohada con la que había pasado la noche y con ella arremetió contra Gustavo hasta lograr sacarlo de su profundo sueño.
Este ultimo se levantó, la habitación esta vez era reconocible y el único dentro de la misma era un ya arreglado Leonel, con unas ojeras estrepitosas y una expresión de desagrado propia de quien del sueño había sido privado.
—¿Y tu?
Preguntó de forma ignorante el recién despertado.
—Hermano, vístete, las clases empezaron hace cinco minutos.
El moreno examinó con detalle la apariencia de su compañero, Leonel era un joven que se le equiparaba en altura, de piel pálida, cabello espinado y teñido en blanco con un estilo mohicano, una cicatriz en la nariz, una mandíbula cuadrada y corpulento, vestía con una camiseta de futbol de color azul con líneas negras, portaba una cadena de metal y usaba unos pantalones de color gris.
—¿Y que estai haciendo acá? Apúrate que llegamos tarde.
Un acertado Gustavo se bajó de la cama y se puso la ropa con la que había llegado la noche anterior, pantalones de escuela grises, bototos negros y camiseta blanca.
Juntos salieron de la habitación y, guiado por Leonel el cual ya conocía de antemano la estructura del reformatorio, llegaron a la sala.
La infraestructura era bastante tosca, tenía seis pisos con salas que rodeaban un patio enorme, bastante malogrado del cual solo sobresalían un par de arcos de futbol sin malla.
Era bastante grande sin embargo, perfecto para albergar a estudiantes desde la educación básica a la media.
—¿Cuánto tiempo estuviste aquí antes de fugarte?
Preguntó Gustavo antes de llegar a la sala.
—Un año.
Ese tiempo era suficiente como para conocer el lugar, y para suerte del moreno, su química con Leonel había resultado amena como para que pudiera servirle de guía en el lugar.
—Llegamos.
Declaró el veterano, entrando a la sala y siendo recibidos por bastantes miradas desconocidas, la sala tenía espacio suficiente para cuarenta y cinco alumnos, sin embargo los que la ocupaban no eran más que quince.
—Llevaba tiempo sin verte Leonel.
Comentó el profesor haciéndolos pasar.
Ambos entraron y, una vez sentados juntos en una esquina de la sala, era de resaltar el silencio que emanaba la sala, al menos por parte del alumnado el cual permitía al profesor hacer su clase con normalidad.
—¿Por qué hay tan pocos?
Susurró Gustavo.
—La mayoría de los locos se salta las clases, pero los pocos que asisten lo hacen bien, así que cállate y presta atención.
El pelinegro hizo caso, se dio cuenta de que la atención puesta en aquella clase sumada a la extraña carisma del profesor era la única vez en que una clase le había resultado amena.
La hora y media correspondiente había pasado, aunque con los inconvenientes normales pues el ruido de afuera de la sala dificultaba la comprensión, pero para tratarse de una clase de lenguaje, Gustavo se sorprendió de su capacidad para leer y entender textos.
—¡Chao profe!
Exclamó Leonel mientras salía de la clase junto con los demás.
—¿Cómo se llama ese profe?
Preguntó Gustavo.
—Claudio, es uno de los pocos profes que vale la pena en esta mierda de "escuela".
Respondió el de cabello corto, son cierto desdén. Se trataba de un hombre de mediana edad, alto, de cabello corto y entradas bastante pronunciadas, lentes y un aspecto descuidado, pero bien vestido.
—Oye, no puedes andar así, ven conmigo.
Agregó, adelantándose y guiando a Gustavo hacia el sector dos.
Paralelo a los cuatro pisos con salas y las habitaciones de los internos, el reformatorio contaba con un segundo sector donde se encontraba el gimnasio, la sala de reuniones de dirigentes y profesores, el centro del grupo Biscione, la secretaria y el asistente social, lugar hacia donde se dirigían ambos.
—¿A donde vamos?
Cureoseó Gustavo.
—Al asistente social, si no quieres pasar como pajarito nuevo acá y que algunos idiotas se metan contigo, será mejor que portes los colores.
—¿Los colores?
—Mira a tu alrededor ¿Ves cómo están vestidos todos?
Gustavo hizo caso, se dio cuenta de que la mayoría de los estudiantes utilizaba ropas de color negro y azul, el caso de Leonel no era diferente.
—Negro y azul...
—Exacto, piénsalo, de milagro aún nadie te cacha vestido de blanco.
—¿Ya llegamos?
—Si, aquí está el asistente social.
El dúo toco la puerta y entró, dentro estaba una señora en un mostrador firmando algunos papeles.
—¡Buenos días!
Saludaron ambos al entrar.
—¿Que se les ofrece?
Preguntó la dama.
—De casualidad ¿Tiene ropa usada?
Preguntó Leonel.
—¡Claro! En el clóset, busquen y díganme que se van a llevar.
Ambos se aproximaron a los armarios que estaban en el fondo de la sala.
Luego de una corta búsqueda y desordenar y reordenar el pequeño almacén la ropa ya estaba todo listo.
—Se ve bien, te quedará fino con las rastas que tienes en la cabeza.
Comentó Leonel, Gustavo había sacado una camiseta azul con líneas negras, otra camiseta solo azul, otros pantalones y un cortavientos azul con detalles en negro.
—Me gusta, nos llevamos todo esto.
Esta vez fue Gustavo quien se dirigió hacia la secretaria.
—Bien...
—Ahora ponte esas pilchas, no quiero que me vean contigo vestido así
Comentaba Leonel mientras ambos salían de la oficina de asistente social.
—Tengo hambre hermano mío...
—Oye yo también, y es hora de desayuno, así que será mejor que nos apresuremos.
La declaración de intenciones vino por parte del teñido, ambos salieron del piso caminando y se aproximaron al casino donde daban el desayuno.
Antes de ir al comedor, volvieron a las habitaciones a dejar la ropa que habían recogido, para nuevamente volver al patio camino desayunar.
—¿Están practicando?
Preguntó Gustavo, en el patio central habían varios chicos y chicas jugando con uniformes al fútbol acompañados de un profesor, muchos alumnos estaban alrededor observando como jugaban.
—Si, es el equipo del reformatorio, creo que tienen partido en una semana.
Contestó un chico que se encontraba al lado de ambos observando al equipo.
—¿Quien dijo eso?
Preguntó Gustavo, miraba hacia a los lados y no encontraba a nadie.
—Aquí estoy, enfermito.
Ambos miraron hacia abajo, las palabras venían de un chico, moreno, de cabello largo tomado con una bandana, utilizaba una camiseta rayada de azul y negro, con las mangas cortadas y estaba sentado en su silla de ruedas.
—Ah, disculpa pequeñín.
Hablo Gustavo, sorprendido por ver a un lisiado en el lugar.
—Enzo ¿Y ustedes?
Saludo el chico.
—Yo soy Gustavo, el es Leonel.
Este último también estrecho la mano del nuevo.
—Bueno, se nos hace tarde, vamos a comer.
Declaró Leonel, antes de partir.
—¿Van al desayuno?
Preguntó Enzo.
—Si, creo que ya se nos hace tarde.
Contestó Gustavo con amabilidad.
—Los acompaño, no me gusta quedarme solo entre tanta gente... ¡Oye! No se vayan, alguno que me lleve, me cuesta girar en esta silla de mierda.
Entre risas Gustavo acudió a la petición de su nuevo compañero, el trío fue rumbo al comedor.
Este último era una sala grande, había una corta fila para recibir la comida y las mesas estaban contrariamente llenas, chicos y chicas de diferentes edades, vestidos con los colores característicos del reformatorio, no parecían amables.
La tercia recibió el desayuno, una pieza de pan blanco, un vaso con leche y una barra de cereal.
—No es muy distinto a lo que me daban en mi otra escuela...
Comentó Gustavo camino a una de las mesas.
—¿Eres nuevo aquí?
Preguntó el pequeño.
—Algo así...
—¿Sabes? Creo que te conozco.
Interrumpió Leonel, dirigiéndose a Enzo.
—Puede ser, algo de fama tengo.
Respondió con una falsa modestia.
—A ti te quebraron las piernas los del otro reformatorio, recuerdo haberlo visto.
—Si, en un clásico entre los rojitos y nosotros, no me dicen el patas chuecas por nada, sobreviví a eso y aquí estamos de vuelta, dando cara.
Gustavo hizo un gesto de impresión al oír la anécdota.
—¿Hace cuánto volviste?
Preguntó Leonel.
—¡Cha! Muere de viejo, no de sapo.
Respondió el aludido.
—De todas maneras, me vengaré de esos maricones del Azrael rojo, ya van a ver el próximo clásico, voy a dejar la cagá'.
Agregó.
—¿En un clásico? ¿Eso fue en un partido?
Preguntó el más novato.
—Como se nota que eri' nuevo machucao'.
Respondió soezmente el de la silla de ruedas.
—Más rato te explico, ahora come rápido, si hay clases más rato...
Comentó Leonel finalmente...
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Se que me demore, pero aquí les traigo con felicidad el capítulo número 3 de este proyecto, espero de todo corazón que les guste <3.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro