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A ojos cerrados los sonidos de la noche se envuelven en un aura que, por momentos, resulta abrazadora, atrapa a quien duerme y lo sumerge en el más profundo descanso, el mundo de la mente y el factual se fusionan en uno solo, las energías repuestas y el olvido de derrotas pasadas permiten al cuerpo volver a su más puro estado.

Solo el estruendo de la pólvora quemada y un casquillo chocando contra el duro asfalto serían capaces de interrumpir lo que hasta entonces era el único momento de soledad y tranquilidad que poseía un joven moreno, incomprendido a ojos ajenos, se despierta jadeando.

Aquel estruendo fue la ultima guinda en el pastel, el menor despertó sudado, su ritmo cardiaco y aliento eran acelerados. La realidad es que solo había sido un susto, no era la primera vez que ocurría y tampoco sería la ultima, su mala suerte de momento no superaba la de aquel que recibió el disparo que ocasionó el estruendo, no obstante, eso no implica que gozara de una realidad pacifica.

Vivir en un barrio semejante implicaba caminar con cuidado, con el peligro constante de ser asesinado por una bala loca rondando de esquina a esquina, ser asaltado, golpeado, secuestrado, violado...

Durante su corta vida, aquel chico había aprendido a moverse por las calles, había hecho amigos y enemistades, en el barrio, en la escuela, a pesar de la dificultad del ambiente, vivía su presente con felicidad, era entusiasta y travieso, aunque sin malas intenciones, era torpe y llegaba a arruinar las cosas y meterse en problemas por culpa de eso, de formas graves, de formas inocentes.

Pero no estaba solo, tenía a alguien, una compañera, una confidente, una secuas, una igual, una mejor amiga.

Pese a su actitud regularmente enérgica, sus conflictos emocionales eran algo diario, vivía con una pena constante pues su nacimiento ocasionó la falta de una figura materna en su vida, sentía una extraña conexión con dicha pese a nunca haberla conocido, veía su imagen, creció escuchando que compartía razgos con ella, la forma de la nariz, los ojos.

Su padre, presente en su vida de forma limitada debido al exceso de trabajo, normalmente la recordaba con nostalgia, Manuel Zuñiga crío al pequeño Gustavo con todo el amor del mundo, pese a que su existencia significara haber perdido a la mujer de su vida, este no le guardaba rencor.

Cómo pudo lo educó, el pequeño aprendió lo duro que era el mundo desde temprano, pues la escacez de recursos eran un temblor constante, la dificultad de llegar a fin de mes y el hecho de que eso significara no poder estar siempre con su hijo, no poder cuidarlo ni regular sus límites.

Durante aquellos lapsos en su infancia, el infante descubrió la realidad de vivir en aquel sector, su regularidad fuera de la escuela se basaba en callejear con su mejor amiga, presenció desde pequeño eventos que se quedarían en su mente, hombres asesinados, velorios con balazos al aire, ayanamientos, vecinos cuyas casas fueron embargadas, incendios provocados, arrestos.

En soledad se preguntaba porque todo aquello ocurría, si a pesar de verlo poco, su padre era una buena persona ¿Por que existían otras dispuestas a hacer daño?

Ignorante como era, solía resolver sus dudas con su padre, la claridad de las respuestas brillaba por su ausencia, y aunque esto se debía a que realmente Manuel no sabía explicarle con términos sencillos la realidad de los jóvenes de su edad en aquel sector, las drogas, la delincuencia.

Pero de algo estaba seguro, no podía permitir que el pequeño Gustavo cruzara la línea en las calles, a pesar de no poder estar con él durante el día, hacia lo posible por hacerle entender la diferencia lo que estaba bien y lo que estaba mal.

Gustavo no siempre obedecía estás órdenes, más de una vez su padre debió pedir tiempo libre en su trabajo pues era citado constantemente a hablar con los profesores de la escuela, como producto del mal comportamiento de Gustavo, quien con frecuencia faltaba a clases o tenía notas que ponían en riesgo su continuidad en la escuela.

A pesar de su precaria situación, Manuel siempre hizo todo lo posible para que su hijo estudiara en una buena escuela, esperaba que pudieran instruirlos en lo que él jamás pudo, confiaba en que la compañía de su mejor amiga Marcela, sirviera como una buena influencia.

El chico jamás logró completar aquellas espectativas, no tenía buenas calificaciones, era imprudente e irresponsable, buscaba llamar la atención de las peores formas posibles. No importaba que aquellas miradas posadas sobre el fueran de decepción, al menos eran miradas sobre el, sabía que lo juzgaban, que lo marginaban, pero prefería eso a lidiar con la soledad.

Aún con eso, con cada llamado de sus profesores, su relación con su padre se iba distanciando, no podía soportar su mirada de molestia y decepción, creció con el dolor de saber que nunca fue lo que su padre esperaba, no era solo el, a pesar de que su mejor amiga siempre lo acompañaba, sabía que sus padres no autorizaban dicha amistad, veían a Gustavo cómo una mala influencia, el no lo entendía, puede que cometiera errores buscando atención, peor no tenía malas intenciones.

Jamás tuvo la valentía de intentar conversar con su padre, se limitaba a adolecer de no cumplir con lo que él quería, ese era su castigo y no quería más que solo eso.

Aún con eso, Marcela siempre estuvo con el, aveces peleaban, tenían conflictos, diferencias, pero siempre estaba para el, rellenaba ese vacío que nadie más podría llenar, lo escuchaba, lo entendía, lo acompañaba, lo hacía feliz.

Gustavo tenía la impresión de que la chica se olvidaba de sus problemas estando con el, aquella sensación era mutua, se complementaban.

Jugaban, salían, hacían travesuras juntos.

—Eres el lugar en el que quiero estar.

Aquellas palabras fueron un antes y un después en su joven vida, a sus 11 años esas palabras salieron de la boca del moreno.

La relación se intensificó, ya no era solo una amistad. ¿Así es como se sentía el amor?

La duda los envolvía, los atrapaba, pero no los cegaba, las aventuras continuaban, los problemas igual. Quizás solo era la luz de los últimos pedazos de inocencia que les quedaban.

Sus realidades eran distantes, quizás Don Manuel podía ver en la chica una luz que guiaría a su hijo por el buen camino.

Pero en la casa de la joven castaña todo era muy distinto.

Marcela Arriagada nació en el seno de una familia humilde pero esforzada, su madre era ama de casa y su padre trabajaba como profesor de historia en la escuela donde la chica estudiaba.

Pese a ser criada con amor, creció siendo la sombra de su hermana mayor, una joven brillante a punto de entrar a una de las universidades más prestigiosas de Jocko. El éxito de su hermana representaba una gran presión para la joven Marcela, siempre fue exigida por sus padres, en lo disciplinario y lo académico.

Pese a ser una destacada estudiante en la escuela por sus buenas calificaciones, la realidad es que era una estudiante algo problemática, no era indisciplinada ni irresponsable, pero su personalidad explotaba como la pólvora tras la mínima provocación, la presión y el estrés a temprana edad provocaron un grave conflicto en el control de la ira, la ansiedad y su dificultad para lidiar con las exigencias de su familia le pasaban por encima.

Con el tiempo, aquellos problemas acabaron opacando su esfuerzo en lo académico, su imponente padre la reprendia comparándola con su hermana, regañandola por no ser como ella, exigiéndole mejorar pero no ayudándole a conseguirlo.

Pese a que su madre siempre intento consolarla, Marcela creció con algo de rencor hacia su figura paterna, jamás quiso ser una destacada estudiosa, mucho menos ser igual a su hermana, lo hacía porque buscaba evitar las consecuencias de decepcionar a sus padres, los castigos eran duros.

Pero su mala actitud se esfumaba cuando estaba con el, Gustavo representaba todo lo que no podía tener en su casa y la escuela. Aquella libertad y tranquilidad se la brindaba su mejor amigo. Juntarse con él durante su tiempo libre representaba la adrenalina que le faltaba en su vida, liberar el estrés corriendo por las calles, jugando fútbol en las canchas e interactuando con otros chicos del barrio eran su momento de felicidad.

Aquellos momentos iban desde perderse descubriendo lugares en su barrio hasta pasa una tarde completa en la casa del chico, gozando de la libertad de tener una casa sin un adulto para ellos solos.

Crecieron juntos, compañeros de clase y vecinos, pronto su relación dejarían de ser la misma.

Los padres de la chica jamás sintieron agrado o simpatía por Gustavo, lo consideraban una mala influencia y con el tiempo fueron limitando su tiempo juntos, menos cuando la chica comenzó a bajar su rendimiento escolar.

Aquellas decisiones solo incrementarían la rabia acumulada en Marcela.

Durante uno de los pocos atardeceres tranquilos en su vida, una conversación entre ambos tuvo lugar.

—A tus padres no les agrado.

Comentó con melancolía y seguridad el moreno.

—Eso no es cierto... Creo.

Respondió la chica, intentando animar a su amigo.

—Ese viejo siempre me mira con desprecio cuando te acompaño a tu casa.

—El es así, juzga a otros sin conocerlos.

—¿Crees que eso cambie algún día?

Marcela se detuvo unos segundos antes de contestar.

—No creo... Y si no, no podrá hacer nada.

—¿Por que?

—Porque aunque  se enoje conmigo y me castigue, me escaparé y seguiremos saliendo.

Una ligera sonrisa se dibujo en la cara de Gustavo.

—Ojala estos momentos duraran para siempre, odio todo lo que no sea salir a perder el tiempo contigo. Tu si le agradas a mi papá.

—El también me cae bien, es simpático, no como mis papás...

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Dale

El joven se lo pensó unos segundos antes de preguntar, no sabía cómo formular bien sus ideas.

—¿Tu estarás siempre aquí? Me refiero a... Cuando el tiempo pase y seamos más grandes ¿Seguiremos siendo amigos?

La duda sorprendió a la ojiverde, no entendía a que venía dicha pregunta, para ella la respuesta solo era una.

—Claro que siempre seremos amigos, estamos juntos desde que tengo memoria.

—No quiero que te vayas... Osea, no sé cómo decirlo.

—¿Que cosa? Dilo, vamos.

—Es como si sintiera que sin ti, todo esto sería aburrido.

La chica soltó unas carcajadas, provocando la vergüenza de su amigo.

—Es decir que... ¿No puedes vivir sin mi?

—¡¿Que?! Eso suena como lo que dicen en las teleseries.

—Ahora yo tengo una pregunta para ti.

—A ver.

—Si me voy mañana, o... Cualquier otro día ¿Tu qué harías?

Tras la pregunta, la nariz de Gustavo comenzó a arrugarse por momentos, era un tic nervioso que padecía cuando sentía melancolía.

—No me gusta pensar en eso.

Respondió.

—¡Vamos! Yo respondí tu pregunta, te toca a ti.

—Creo que... Realmente no sabría que hacer, sería aburrido. Pero no pasará porque tú no te irás ¿Cierto?

Marcela asintió, sabía que la posibilidad de que su familia se mudara por cual fuera el motivo no era imposible, pero en su cabeza no cabía una oportunidad tal.

Pero los padres de la chica a menudo eran impredecibles, tomaban las decisiones sin consultarlas con nadie, creían tener el control total de la familia y eso sumado a su actitud solo conseguía que el hecho de volver a casa cada tarde irritarse a la joven.

Sentía molestia viviendo dentro de esa casa, amaba a sus padres, pero no los aguantaba, odiaba sus comparaciones, odiaba que cada calificación sacada no fuera suficiente, odiaba no poder equivocarse, y odiaba no ser recompensa a por su esfuerzo.

"Es tu única responsabilidad."

Con su mejor amigo era alegre, se olvidaba de sus problemas, pero el resto del tiempo acumulaba rabia y enojo...

Aquel enojo representaría su perdición, ambos tenían 11 años cuando, durante una tarde luego de jugar fútbol en la cancha del barrio, unos chicos llegaron a buscar problemas, eran unos matones que intentaban imponer respeto por medio de la violencia.

A la salida de la cancha comenzaron a intimidar a ambos, Gustavo respondió a las provocaciones con burlas, se reía pero por dentro estaba sumamente nervioso, temía que aquellos desconocidos fueran más peligrosos de lo que aparentaban.

Solo eran dos, se veían de la misma edad, de apariencia roñosa y una actitud pedante, se creían los dueños del lugar.

La paciencia de la chica se colmo cuando los extraños intentaron robar el balón con el que los vecinos estaban jugando, era su único esférico y al efectuar tal acción, la chica desahogo sus frustraciones en uno de los niños, se le abalanzó y los golpes comenzaron.

Una pelea de dos contra dos acabo con Gustavo y Marcela ganando a duras penas, huyeron rápidamente, temían que los problemas se acrecentaran.

Esos pensamientos se volverían realidad cuando, una noche días después, la casa de la joven fue rayada con amenazas de muerte.

"Pendejos de mierda, andén con cuidao' que si los vemos les vamos a reventar la cabeza"

La situación no fue diferente en el caso de Gustavo.

Los chicos con quiénes se habían peleado tenían hermanos mayores, y las amenazas provenían de ellos.

Esto fue la gota que derribó el vaso, apenas los padres de la chica se enteraron de las amenazas, buscaron domicilio lo más lejos posible y se mudaron cuanto antes.

La joven Marcela apenas si alcanzo a despedirse de su mejor amigo para cuando tuvo que dejar el barrio en el que había crecido toda su vida, dejar la escuela en la que estudiaba y abandonar a la única persona que hacía de su vida algo feliz.

La decepción era mútua, Gustavo no podía creerlo, esta vez sí había cruzado la raya y no era su culpa, esos idiotas habían buscado problemas, debían defenderse.

Se excuso como pudo frente a su padre, y aunque este último comprendía la situación, ya nada podía hacerse.

La mirada de decepción se hizo presente denuevo, las lágrimas inundaron su rostro, no se podían contactar.

—Jamás la volveré a ver, no quiero, no quiero, ella debe volver ¿Y si solo se fueron por un tiempo? Si, eso debe ser, esperarán a que las cosas se calmen y volverán.

Se mentía a sí mismo, buscaba esperanzas, quería creer que aquello solo sería un corto castigo.

Quería creer que la volvería a ver...

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¡Hola!

Es un honor y una alegría poder por fin presentarles el primer capítulo de mi obra original, estuve unos días escribiendo esta primera entrega y aunque salió algo corta, estoy bastante contento con el resultado.

Espero que les guste y que me comenten algo lindo, alguna retroalimentación, cualquier cosa sepan que seré feliz.

Muchas gracias por acompañarme en esta nueva aventura escribiendo las cosas que salen de mi cabeza.

Los veré en una próxima oportunidad.

¡Hasta el próximo capítulo!

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