Capítulo 1
Bronx- New- York, USA.
Seis años, y dos meses antes.
Alba Rodríguez, se removía en la dura y estrecha cama de aquel albergue en donde ahora pernoctaba. Su incomodidad no solo se debía al rígido y desgastado colchón, sino también a su prominente vientre de nueve meses de embarazo, y aquella molestia en la cintura que no le permitía conciliar el sueño.
El ruido de las gotas de lluvia golpeando el techo, se asemejaba al mismo de aquella noche en la que el hombre que juró amarla, protegerla, y hasta casarse con ella, la dejó abandonada, sin permitirle darle una explicación.
Acarició su barriga, sabiendo que dentro de su ser crecía el fruto de ese amor. El pequeño que habitaba en su interior era quien le había dado las fuerzas para soportar los duros momentos que tuvo que pasar al alejarse de su casa, su familia, la universidad, y sobre todo de él.
—Santiago Vidal, nunca sabrá de tu existencia —murmuró bajito, mientras limpiaba las lágrimas de su rostro. Presionó con fuerza las cobijas para ahogar su llanto y no gritar de impotencia, de rabia, de dolor. La herida aún estaba reciente, inhaló profundo para calmarse, sabía que eso no le hacía bien a su bebé, quién dio señales de inconformidad al moverse con fuerza.
Alba cerró sus ojos, tratando de conciliar el sueño, pero era inútil, a su mente el rostro lleno de furia y decepción de Santiago, se le venía a la memoria.
—Debes estar muy feliz, con esa...—gruñó en voz baja. Limpió con el dorso de su mano las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Un rayo de luna se colaba por un agujero del techo de ese viejo lugar donde pasaba las noches. Sacó de debajo de su almohada varios recortes y fotografías en los que Santiago aparecía rodeado de mujeres, lujos, confort, presionó sus puños con total indignación, llevó su mano a su vientre, mientras su mandíbula temblaba.
—Ni siquiera me dejó informarle de tu existencia —susurró en un murmullo para que las demás personas que descansaban en esa enorme habitación no se fueran a molestar—. Aunque hubiera pensado que no eres hijo de él —murmuró arrastrando las palabras con profunda tristeza—. Espero nunca sepamos del señor Vidal —puntualizó cerrando sus ojos ya casi a la madrugada, cayendo en un profundo letargo.
****
Al día siguiente:
Alba colocó su mano en la cintura, y frunció los labios haciendo una mueca, aquella molestia persistía; se sentó un momento a descansar y luego de unos minutos terminó de recoger sus cosas y de doblar las frazadas. Se sobresaltó al sentir la mano de Amelia, la encargada del refugio, en su hombro.
—Tengo un regalo para ti —comunicó, esbozando una sincera sonrisa.
La joven se sorprendió, y arrugó el ceño sin comprender nada, entonces la buena mujer de cabello cano y mirada serena colocó una bolsa negra encima de la cama.
—¿Qué es? —cuestionó dubitativa.
—Es ropa para tu bebé —informó, sacando del bulto varias prendas.
El corazón de Alba, se encogió dentro de su pecho, sus globos oculares se llenaron de lágrimas, tomó una chambrita en sus manos y la acercó a su vientre.
—Gracias —susurró suspirando agradecida.
—No tienes de qué —habló con dulzura la mujer—. Deberías buscar al padre del bebé, no es justo que en ese estado pases tantas necesidades —sugirió.
El labio inferior de Alba, tembló al escucharla, suspiró colocando su mano sobre su vientre.
—Mi hijo no tiene papá —enfatizó, entonces sacó de su bolso una vieja revista, y se la mostró a Amelia—. A él, no le interesamos —comunicó, mientras le enseñaba a la señora varias fotografías de Santiago, en fiestas exclusivas.
—Lo lamento —expresó la mujer.
Alba limpió su rostro, agradeció por el presente, solicitó a su amiga que se los guardara, entonces se dispuso como todos los días a salir a vender sus dulces por las calles de la ciudad.
La encargada cuando la conoció con cinco meses de gestación, se compadeció de ella al verla sola y embarazada, le guardaba siempre una cama, ese acto molestaba al resto de personas. Amelia no le daba importancia. En el estado de Alba no era conveniente que estuviera durmiendo, ni vagando por las calles. En el día la joven se ganaba la vida, en lo que podía, vendiendo dulces, limpiando en los restaurantes cuando el dueño era buena persona y le permitían laborar. Mucha gente la miraba con lástima, incluso le daban limosna.
—Deberías quedarte a descansar —sugirió al verla pálida.
—No puedo —expuso con la voz fragmentada—. Estoy a días de dar a luz, y necesito dinero. —Inclinó su rostro derramando varias lágrimas.
Amelia negó con la cabeza, la miró con ternura.
—No te alejes mucho —recomendó.
Alba asintió, y salió caminando con lentitud por las calles, embargada en una profunda tristeza. Nunca imaginó que aquellos meses llenos de dicha junto a Santiago, se hubieran convertido en días llenos de dolor, y que gracias a él sus sueños de graduarse de economista, conseguir un buen empleo y traer a su madre de Venezuela, se esfumaron.
Miró una cabina telefónica y marcó el número de su mamá en Caracas. Cubrió su boca con la mano para ahogar los sollozos. Escuchar la voz de su progenitora le alegraba, y a la vez entristecía su alma por haberle fallado como hija, entonces colgó al sentir una punzada en la parte baja de su vientre, presionó sus ojos, respiró profundo.
Después de unas horas de vender lo que pudo, cansada, y con calambres en el vientre se sentó en una banca del parque, desde su lugar miraba a las parejas tomadas de la mano, eso fragmentaba su corazón, y los recuerdos la embargaban.
Mientras seguía ensimismada en sus memorias aquel dolor se hizo más fuerte.
—¿Qué pasa bebé? —cuestionó inclinando su rostro, observando y acariciando su vientre—. Mira que estamos lejos del albergue. —Seguía hablando pensando que con el descanso esas molestias iban a ceder.
Luego de unos minutos observó que el cielo se tornaba gris, y varios truenos anunciaban que una tormenta se aproximaba.
Con algo de dificultad se puso de pie para continuar su camino y llegar al albergue. Anduvo por dos largas calles, cuando de pronto ese dolor se agudizó, se detuvo inclinando su cuerpo, llevando su mano a la parte baja de su abdomen.
—Respira Alba —Habló consigo misma, recargada en una pared.
Cuando la contracción cedió, continuó el camino, no avanzó a dar muchos pasos, otra vez el dolor volvió con fuerza.
—¡Auh! —Se quejó sintiendo que se le fragmentaba la cadera. —¡Dios ayúdame! —exclamó la joven sollozando. Esperaba encontrar a alguien que la ayudara, pero con la lluvia, casi no había gente, y los que estaban, caminaban con prisa buscando refugiarse del aguacero.
—Vamos Alba, tú eres fuerte, resiste. —Se daba valor ella misma. Dio varios pasos tratando de encontrar un taxi sin resultado, las contracciones eran cada vez más dolorosas e intensas. Se agarró de un poste con fuerza, apretando sus dientes.
—Alguien que me ayude...—suplicó. Unas dos personas pasaron cerca de ella—. Por favor...—rogó, pero ellos continuaron su camino. Exclamó un gran quejido de dolor, sintiendo que las piernas le temblaban, casi no podía seguir de pie, y la lluvia no cesaba. Se aferraba a aquel poste con todas sus fuerzas cada vez que las contracciones venían.
Una mujer que pasaba por el lugar, al ver a la joven se acercó a ella.
—¿Qué tienes muchacha? —inquirió la dama.
—Por favor... —jadeó—. Mi bebé va a nacer —sollozó.
La mujer sacó su móvil, de inmediato llamó al 911 para pedir ayuda.
—¿Puedes caminar? —preguntó a la chica.
Alba negó con la cabeza.
Un fuerte grito emitió la joven embarazada, entonces sintió un líquido correr por sus piernas.
—¡Ya va a nacer! —jadeó.
La señora no sabía qué hacer, pero tampoco podía dejarla sola en esas circunstancias, divisó que muy cerca un pequeño callejón se abría paso.
—Yo te voy a ayudar muchacha, haz un esfuerzo y caminemos hasta ese lugar. —Señaló con su mano.
Alba asintió, con su rostro lleno de lágrimas se recargó en el cuerpo de la mujer. El trayecto a esa callejuela se le hizo eterno, limpiaba a cada instante las gotas de sudor mezcladas con lluvia que bajaban por su frente. Apretaba con fuerza el brazo de la buena señora cada vez que sentía las contracciones.
Una vez que llegaron ahí. Alba se recargó en una de las paredes, entonces la dama que la asistía, se quitó el abrigo y lo colocó en el suelo. Ayudó a la chica a sentarse. La joven gritaba, se quejaba, y lloraba de dolor.
—Respira muchacha —recomendó—. Yo nunca he hecho esto, pero te voy a ayudar. Alba clavaba sus uñas en el piso, movía la cabeza de un lado a otro, desesperada. La mujer sacó de su bolso un frasco de gel antibacterial y se pasó en las manos, entonces mientras sostenía en su hombro su móvil y escuchaba atenta las indicaciones de la persona del call center del 911, revisó a la chica. Abrió sus ojos de par en par al darse cuenta de que el bebé estaba por nacer—. Puja muchacha, tu niño ya está listo para salir.
Alba tomó aire, sollozando y gritando de dolor hacía lo que la mujer le pedía.
«¿Por qué nos abandonaste Santiago?» se preguntaba en su mente.
—Ya no puedo más, por favor saque a mi bebé. —Lloraba sin parar Alba, mientras sentía que ya no podía más con ese dolor.
«Mamá te necesito conmigo» decía en su mente, al verse sola, desamparada, dando a luz en la calle.
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Long- Island- New York, Usa.
Santiago Vidal, sudaba y se removía en la cama de aquella habitación del centro de rehabilitación en el que dos días antes su padre lo recluyó para tratarlo de su problema con el alcohol, y alejarlo de los excesos. Desde el día que descubrió la verdad su vida se convirtió en una porquería, mujeres, fiestas, y licor eran el pan de cada día, sus constantes pesadillas a manera de recuerdo de lo sucedido esa noche no lo dejaban en paz:
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El joven Vidal sostenía con las manos temblorosas ese informe que Eliana le entregó. Su mirada se nubló por completo, y la furia se apoderó de su ser.
—¡Es una mentira! —exclamó poniéndose de pie. Sus ojos centelleaban de ira y su mandíbula temblaba mientras su corazón palpitaba exaltado. La chica que se encontraba con él, en esa habitación de hotel, retrocedió asustada, nunca había visto a Santiago, fuera de sí—. Eliana, no puedo creer que hayas llegado tan lejos. —Resopló sin querer aceptar la realidad.
—Entiendo que estés afectado. Yo estaría igual —pronunció con nerviosismo—. Esa mujer sabe hacer muy bien las cosas, aquí tienes las pruebas.
Eliana soltó sobre una mesa varias fotografías de Alba rodeada de hombres en aquel club nocturno. Santiago miraba las fotos, y a pesar de eso se negaba a creer. Conservaba la esperanza de que todo fuera un invento, una mentira para separarlo de su novia.
—Si lo que dices es cierto, vamos a ese club —gruñó, tomando del brazo a Eliana, con fuerza.
Santiago no podía razonar, estaba fuera de sí, para él Alba era incapaz de engañarlo, menos de hacerse pasar por alguien que no era.
«¿Con qué objeto hiciste eso?» Se preguntaba en su mente, empezando a llenarse de dudas y contradicciones.
Cuando llegaron al bar en donde Alba laboraba observó una escena que le hizo perder el control. Él que era un hombre comprensivo, que odiaba la violencia, en ese momento se transformó en otra persona. Su mirada se tornó oscura. Sus pupilas se dilataron. Su ritmo cardíaco se aceleró. Apretó los puños con fuerza, las venas de su cuello sobresaltaron, miró el cuerpo de la mujer a la que le había entregado su corazón cubierto con un body entallado a su figura, una falda bastante corta, medias veladas negras, era el uniforme de una conejita con su diadema en la cabeza.
Se acercó a zancadas mientras sus labios temblaban al verla besándose con otro hombre. La rabia que sintió en ese momento se le subió a la cabeza, él era un muchacho tranquilo, sin embargo, al darse cuenta del engaño del que había sido víctima estalló de rabia y celos.
—¡Alba! —Grito.
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Santiago despertó llamándola, su cuerpo entero estaba empapado de sudor, y su rostro lleno de lágrimas, la garganta la tenía seca, sus manos empezaron a temblar, y la ansiedad se apoderó de él.
—Necesito un trago— clamó volviendo a sostener una de sus crisis. Se puso de pie, con sus puños golpeaba con fuerza la puerta, gritaba solicitando una bebida alcohólica, pero nadie acudía a su llamado. Dejó caer su cuerpo al suelo, abrazó sus piernas y empezó a llorar con desespero, necesitaba arrancarla de su alma, y de su memoria, pero le era imposible, y ahora ya no tenía a mano el licor que lo hacía perder la conciencia.
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Bronx- New York, Usa.
En esa fría noche lluviosa, en medio de la extrema pobreza, en un oscuro callejón de aquel barrio, el llanto de un bebé se hizo escuchar.
Alba recargó su cabeza en la fría muralla, mientras respiraba agitada. La señora que la ayudó a dar a luz, envolvió al pequeño en su suéter, y se lo entregó. La joven con sus manos temblorosas y el rostro cubierto de sudor y lágrimas, abrazó a su niño contra su pecho.
—Gracias — exclamó todavía adolorida, sollozando, observando a la buena mujer que la ayudó. Enseguida descubrió el rostro de su niño, su corazón bombeó con fuerza descomunal al mirar la tierna cara de su bebé; a pesar de todas las lágrimas derramadas durante el tiempo transcurrido después de que el padre de su hijo la repudió, esa noche una leve sonrisa salió de sus labios al contemplarlo—. Perdóname, por traerte al mundo en estas circunstancias, tú no tienes la culpa de nada. —Besó la frente de su chiquillo, mientras su corazón se estremecía al mirar el lúgubre lugar en donde nació—. Aunque tenga que trabajar día y noche, te juro que te sacaré adelante, trataré de que nada te falte, me convertiré en padre y madre para ti —gimoteo con la voz entrecortada—, tu papá nos despreció, y no merece saber de tu existencia. Santiago Vidal, nunca te conocerá —sentenció.
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Queridos lectores les pido leer el aviso importante. Gracias.
Adamarys Merida
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