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1ro. El cyborg y el joven rubio.

Una fuerte punzada en la nuca lo venía desvelando de noches enteras y Kirishima, que más que un humano, es una hojalata, decide arrastrarse a un mecánico cuando el insomnio se le hizo insoportable.

Por lo que, como quien no quiere la cosa, salió bajo el cielo mostaza de una tarde cualquiera. Se pasea por las calles de tierra con fatiga y sueño, maldiciendo no poder atender completamente su propio sistema. Debería haberle prestado más atención a sus viejas instrucciones, se lo suele lamentar.

Toma una gran bocanada de aire (bajo una mascarilla purificante) para despabilar a medio camino. El éter se volvió inexistente hace mucho tiempo, reemplazado por dióxido, vapor y más vapores tóxicos, por tecnología y humanidad. Piensa en que muy pocas personas deben de conservar sus pulmones biológicos y, si lo hacen, estos deben de traerle muchísimos problemas.

Divaga en que el mundo no es como lo recuerda y, si se lo pone a pensar mejor, no lo recuerda muy bien. Es una mancha oscura.

Solo sabe que joven no es, que vivencias le sobran y atormentan.

Por ello, le extraña mucho aquellas punzadas en su nuca, tan misteriosas como incesantes, nunca antes pasadas por él. No llegan a dolerle en demasía, pero incómoda, le provoca constantes desvelos, y un presentimiento le dice que su escaso lado humano tiene mucho que ver.

Tras marchar varios minutos, llega a un taller reconocido de la zona, a un cuadrado ocre y con un cartel oxidado sobre la puerta que apenas lo diferencia del resto de edificios. Había oído que eran lo mejor de lo mejor, pero que tuviera cuidado con el capataz, que era muy agresivo. Y su mecánico de cabecera había fallecido hacia una década (quizás) y desde entonces, Kirishima no buscó a alguien hasta hoy.

Esto era nuevo para el cyborg.

Entra al lugar, que está típicamente lleno de artilugios sofisticados y desorden, y es recibido por un joven pecoso, peliverde y entusiasta.

—¡Buenas tardes! Izuku Midoriya a sus servicios —saluda con una sonrisa tímida, acercándose—. ¿Qué desea?

—Buenas —responde, quitándose la pesada mascarilla para activar su respiración automática, no se le entendería muy bien sino. Deja a la luz como una parte de su mandíbula es inorgánica—. Vengo en busca de reparo. Para mí.

—¡Ohm, claro! —Lo analiza de arriba a abajo. De pies a cabeza, el hombre moreno se ve normal, quizás con algunas pronunciadas ojeras y canas sobre su pelo rojizo puntiagudo, cubierto de un riguroso saco oscuro y cobre y pantalones bastante abombados, pero por el resto...—. ¿Qué se supone que...? ¿Cuál es su modelo?

—134KJ —Suelta sin más.

—¡¿134KJ?! —exclama, sorprendido. El otro asiente—. ¡Wow! ¡Usted debe ser de la primera ola, la de m...

—Solo necesito de asistencia general —Detiene, acariciando su nuca con su mano protésica izquierda—. Una punzada me está molestando aquí y dudo que doctores normales puedan revisarme.

—¡Claro, claro! Venga —hace un ademán para que lo siga—. Será un honor atender a un veterano como usted, señor...

—Kirishima Eijirou.

⚙️⚙️⚙️

Midoriya guía por el taller a el pelirrojo, contándole como nunca tuvieron el decoro de tratar con un modelo como el suyo y recalcando lo genial que será hacerlo. Sin embargo, el receptor se encuentra demasiado cansado como para prestarle verdadera atención a la charla, asintiendo a la palabrería del joven con desgano.

—¡Kacchan, Kacchan! —llama con furor, entrando a un despacho más ordenado—. ¡Te tengo un cliente especial!

—Ugh, ¡te he dicho mil veces que no me llames así, pasante inútil! —Se queja el tal Kacchan, deteniendo su actividad anterior (que consistía en atornillar un aparato) y mirándolos con enojo bajo unos googles naranjas—. ¿Y este qué?

—¡Es un 134KJ! De los primeros modelos, tras la guerra industrial.

—Un 134KJ —repite con un deje de sorpresa, analizando al pelirrojo de arriba a abajo—. Vete, Deku.

—Pero yo-

—¡Que te vayas! 

El peliverde sale casi corriendo cuando el rubio le tira un destornillador por la cabeza. Eijirou mira todo esto inmóvil y mudo, sorprendido, hasta que el mecánico le hace una seña para sentarlo en un banquito y él obedece.

—Ese nerd... tiene la suerte de que no contaba con la soldadora encima —murmura para sí—. ¿Y a usted, qué demonios le sucede?

—Una punzada en la nuca no me deja descansar en paz de hace varias noches —Aclara serio. Y agrega:— Pareces ser muy joven para atenderme —cuando el otro está revisando una estantería.

—Tengo veinticinco años, tú dime.

—Vaya, podría ser tu tataratatarabuelo.

—Suerte que no.

Bakugō analiza unos planos y con ellos, da por iniciado su trabajo.

⚙️⚙️⚙️

El rubio examina al semi-hombre con cuidado de cirujano, abriendo desde el compartimento de la espalda hasta el de su pecho. Revisando, meticulosamente, que cada una sus partes concuerden de manera perfecta (y, siendo un modelo tan antiguo, databa de ser más difícil de lo común).

Pasa una hora en ello y Katsuki acaba teniendo una única conclusión: el pelirrojo está bien y conservado. No entiende qué podría fallarle por dentro y eso lo irrita.

—Tus engranajes están bien, quizás le falta un poco de aceite, tu parte orgánica funciona con normalidad y tus tuercas están excelentes, wow —halaga.

—Gracias —Tranca su compartimento delantero y se calza el pesado saco—. Intento darme un mantenimiento propio, pero no soy muy experimentado en esto.

—Por ahora no tengo respuestas claras —habla ronco, sacándose los guantes cafés que utilizó—. Vuelva mañana si sigue con esa incomodidad, que tendré alguna solución.

—Bien —Le dedica una puntiaguda sonrisa antes de re-colocarse la mascarilla—. Nos estamos viendo... ¿Kacchan?

—Oh, no. No vuelva a llamarme así —Niega con molestia—. Bakugō Katsuki —Ofrece su mano.

—Kirishima Eijirou —La estrecha—. Nos vemos, Bakugō.

Kirishima pagó y se fue por ese día. Y esa noche, pudo dormir un poco más calmo. Sin embargo, no pasaron de las cinco horas cuando las punzadas volvieron a atacarle, logrando que lamente y medite sobre su existencia.

⚙️⚙️⚙️

Claro que el pelirrojo hizo caso y regresó al día siguiente. Volvió a la misma hora y de la misma forma, siendo recibido por un rubio, en teoría, más experimentado.

Pero no hallaron respuesta alguna.

Así que Eijirou regresó otra vez, al igual que lo hizo al día siguiente de ese, y al siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Y así la pasaron, llenos de aceite y refacciones nuevas hasta que se cumplió un mes de dormir reglamentarias cuatro horas y sufrir el resto de la noche, retraído en sus propias ideas.

El pelirrojo está molido. Los años encima y el insomnio lo están matando lentamente y Katsuki no hacía más que rabiar al respecto, de enojarse consigo por su inutilidad.

—Te deberé la vida a este paso —dice Eijirou en la tarde del trigésimo octavo día. Mantiene su espalda abierta a Katsuki y encorvada como una nueva costumbre.

—A este paso, no lo harás realmente —contesta, detrás de él.

Un bufido se deja oír de parte del mayor. Soñar es gratis, solo que había dejado de hacerlo hace mucho tiempo. Desea ser optimista, aún así, a pesar de estar tan cansado de toda su rutina.

Ese día, decidió quedarse hasta bastante más tarde. Incluso el pasante se había ido hace horas, dejándolos solos y casi en silencio, centrados en sus tareas.

Aunque pareció ser en vano al final.

—¿Su esposa no lo espera en casa, joven Bakugō? —Se atreve a indagar con calma, cuando nota que se les ha pasado el día y el sol fuera se esconde.

—¿Eh? No, no estoy casado —comenta indiferente—. Ni en pareja.

—¿En serio? Vaya, es normal que-...

—No me interesan esas cosas, son inútiles —responde sin mirarle.

Una risa escapa de la boca de Kirishima, trayéndole algunas viejas memorias. Recordando... lo poco que puede evocar. Le es inevitable proseguir con la casual charla.

—Yo a su edad decía lo mismo —confiesa con una sonrisa—. Y hágame caso en que no es un desvarío de viejo cuando le digo que el amor es de lo más loco y hermoso que se puede conseguir en esta vida.

Tch, me lo han dicho hasta el hartazgo —rueda sus ojos—. Y usted, que tanto habla, me supongo tiene a alguien, ¿no?

—Pues, lo cierto es que mi verdadero amor murió hace años, poco después de la guerra, en los estragos que causó ésta —confiesa, nostálgico—. Y jamás pudimos tener hijos juntos porque, aunque hubiéramos querido intentarlo, fue imposible. Y jamás pude pensar en alguien más de esa forma.

—Vaya, qué terrible.

—Sí... la soledad es lo que me tocó en este mundo, al parecer.

Katsuki frunce el ceño y sube su rostro para dedicarle una mirada, una sarcástica y desinteresada. Pero sin saberlo, Eijirou también lo estaba contemplando de soslayo como una forma de prestarle atención. Y acabaron encontrándose unos segundos, por primera vez en esas interminables tardes y exasperantes días.

Les roba el aliento y es incómodo cuando lo notan, mas se sostienen mutuamente hasta que alguno pretende que nada pasó. Retiran su vista para regresar en lo suyo, pero Kirishima tiene un momento de lucidez donde declara, cabizbajo:

—¿Sabe? Usted... me recuerda a- ¡auch!

—Uh, se me fue la mano, disculpe.

Y Eijirou asiente, entendiendo la indirecta. Notando que divagar en su pasado no traía más que decadencia a su ser, lo que lo avergüenza un tanto. Hace tiempo dejó de sentir tristeza, de todos modos, dejó de sentir tantas cosas...

En la penumbra de un cuarto casi vacío, esa noche Kirishima pensó en su primer amor con la poca memoria que poseía, y en Katsuki sin quererlo.

⚙️⚙️⚙️

Tuvieron que pasar dos semanas antes de el cyborg volviera a pisar el taller de Bakugō, quien se había mantenido extrañado por la desaparición, pero centrado en sus labores aún así.

Apareció como si nada en una tarde de Viernes, quizás con más bolsas bajo los ojos, y una queja diferente a la anterior.

—Tengo un fuerte dolor en el pecho y un extraño presentimiento en la cabeza —advierte al inventor.

—¿Disculpe?

—Un fuerte dolor en el pecho, dije.

—Ah. Venga, ya sabe por donde.

Ambos se dirigen al estudio, lado a lado, titubeantes. «Viejo senil», piensa el más pálido. Tal vez solo quiere llamar la atención de alguien, inventándose malestares físicos por estar aburrido.

Sin embargo... Katsuki no puede negarse a atenderlo. Le es interesante, de todos modos, como un gran desafío tecnológico.

El problema de esa tarde no fue el inicio de ella, en realidad. Bakugō hurgó con curiosidad el cuerpo contrario, conociéndolo detalladamente. Paseando sus manos como el experto que se ha vuelto por todo el tiempo perdido.

Y realmente, encontró una falla en el sistema. Los engranajes parecían moverse con más lentitud, con menos ganas de vida, y el corazón no quería latir bien.

Fue sorprendente que el hombre haya conseguido arrastrarse hasta allí, porque no debería estar vivo para entonces. Y Bakugō divaga en diferentes posibilidades para él.

—Un marcapasos, eso servirá...

Eijirou asiente calmo, dócil, a pesar de estar destruido por la soledad y la melancolía. No tiene fuerzas, carente de su poca chispa.

—Podría instalarle uno, ahora mismo. ¿Qué dice, viejo?

Pero no recibe una respuestas rápida, porque Kirishima está mirando a la nada con ojos desalentadores. Porque Kirishima no está ahí, no lo escucha no por haber apagado sus audífonos, sino porque no puede. Su mente divaga, como tantas veces ha hecho, y...

—¿Sabe, joven Bakugō? —Irrumpe de pronto, sobresaltando a quien está frente suyo.

—¿Sí?

—Sé... sé que le parecerá raro y creerá que soy un loco de remate, pero...

Y es insolente, por Dios. ¿Cómo acabó su mano derecha, aquella que aún conserva tacto, sobre la mejilla del chico? Katsuki se siente calentar por la pena, porque no es como él. No es como su cuerpo cada vez menos vivo y humano, porque él ya no es uno y nadie podía regresarle eso.

Los años perdidos, los sueños y esperanzas que alguna vez tuvo. Era desesperante, de inicio a fin, como la guerra le quitó muchas cosas y sus razones para seguir han desaparecido día a día.

Su última amiga en pie falleció hace menos de dos meses, en realidad, y con ella se llevó la poca cordura que le quedaba al cyborg.

Quizás es una excusa de poca lucidez. No entiende cómo ni por qué, mas el rubio frente suyo no se niega tampoco, relame su boca. Se observan con un extraño deseo, curioso. Y estrellan sus labios con un beso.

Eijirou aprecia algo, por primera vez en mucho tiempo, lo siente. Agradece conservar una pequeña porción con nervios... Es extraño y cosquilleante para sí, como cada que el chico rubio repasa sus partes, cada que toca los pocos centímetros de carne que tiene y le da escalofríos. Es chispeante.

Sin embargo, pronto cae en cuenta que fue un sinvergüenza y, de un empujón, se retira del otro. Su nuca vuelve a punzar, entonces y se percibe mareado.

—N-no, no debí… ¡En serio lo siento!

Kirishima entra en pánico, parándose rápidamente y haciendo reverencias temblorosas. Katsuki, sin embargo, no reacciona.

Está en shock, no porque no le gustó, sino porque su pico de curiosidad y el agrado de haberlo hecho con Eijirou es alto. Siente que quiere volver a probarlo. Pero, antes de poder reaccionar, Kirishima se disculpó cien veces y se lamentó otras cien solo para acabar huyendo del lugar.

Cuando por fin el mecánico cae en cuanta de las cosas, corre hacia la puerta con apuro, encontrándose a nadie en las calles y una gran decepción en el pecho.

—Kacchan, ¿pasó algo con Kirishima-san? Tiró el dinero, salió casi corriendo hace algunos instantes, y-.

Pero Bakugō no le presta verdadera atención al peliverde por quedarse viendo al horizonte, por donde supone se ha ido el medio hombre. Se toca los labios con sus callosos dedos, solo para darse cuenta que puede percibir un cosquilleo allí.

¿Qué podría hacer ahora? No sabe dónde vive Kirishima. ¿En una residencia para ex combatientes? ¿En una casa? ¿Tenía casa siquiera? Desconoce mucho de la vida privada de aquel cyborg, a pesar de tener un plano completo de su extravagante anatomía, y se le hace irónica esa combinación.

—¿Kacchan, qué es eso?

El cenizo niega para sí y observa donde Deku señala.

A sus pies, un relicario de plata yacía perdido. Lo toma para analizarlo, dándose cuenta de lo caro e importante que ha de ser, y en lo reciente de su caída por lo tibio que está.

Lo abre y a sus ojos, una foto del joven pelirrojo junto a una mujer amarronada por el tiempo. Pero Katsuki piensa en que sus orbes son tan carmines y expresivas, y en que su cabello es tan rubio como el blanco; el blanco de su lechosa y enfermiza piel, y es muy hermosa.

Tch, ese imbécil.

Él vuelve a entrar al local, con Izuku detrás suya siendo olímpicamente ignorado.

Podría… esperar a que Eijirou volviese. Divaga en que regresara en otra tarde como si nada, decaído y roto. Le devolvería su tesoro, entonces, y le obligaría a platicar de mucho.

Porque, si se lo pone a pensar, el cyborg lo ha esperado demasiado tiempo en soledad.

- acabé cambiando el final de este, pero juro que el anterior no era mejor, digo-.
palabras totales: 2540.

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