Esta mañana me desperté sin sentirme yo misma, y presiento que esta sensación durará para siempre.

Estoy sentada como de costumbre en mi habitación gris, sobre una silla de color madera blanca. La silla está rota y es probable que no sostenga el peso de mi cuerpo por mucho tiempo más.

La madera cruje bajo mis piernas.

Algo en este lugar me recuerda que ya no soy feliz. Lo que siento se parece a la soledad, pero hay algo más.

Esta habitación es la única desocupada en la casa donde habito. Sus paredes son grises y está completamente vacía, excepto por esta silla vieja, sobre la que reposan mis piernas y cae mi cabello rubio.

La silla se encuentra enfrente a una ventana. Desde ahí puedo ver el jardín y sus enormes árboles. Tengo la sensación de que pasé cada día del verano aquí, pensando, sin tener ningún otro recuerdo. Hace tiempo no logro descifrar que sucede conmigo.

Mis ojos grises se detienen una y otra vez en la ventana que yace frente a mí. Todos los días son iguales. Por un momento pienso que podría desperdiciar todas mis horas aquí, mirando desde la ventana, y que aun así no podría entenderlo. Nada allí afuera puede arreglar la forma en la que me siento en este momento.

De repente, la puerta se abre.

- ¿Qué haces aquí Gretel?

La voz de Claire hace tronar por completo la vieja silla de madera. Es un milagro que no haya caído al suelo.

Quiero responderle que estoy aquí pensando en cómo me siento. Girarme hacia ella y soltar las palabras una a una, pero mi mirada no puede apartarse de la ventana: me quedo inmóvil, como si su voz jamás hubiera penetrado en esta habitación.

En el preciso instante que Claire entró por la puerta, divisé por la ventana un cuerpo en mi jardín.