Parte 3
En la calle, Iker y Martín se miraron presas del pánico tras darse cuenta de que Hugo y Bea estaban solos en el bar, con sus cabezas confundidas por las mentiras de Martín.
—Mierda —dijeron los dos a la vez.
Se lanzaron corriendo hacia la puerta de El Ariel para evitar que sus amigos cometieran el error que desencadenaría el mayor de los desastres.
—¿Mierda? —Martín se detuvo antes de entrar—. ¿Sería malo?
—Sería terrible —dijo Iker tirando de Martín para que siguiera avanzando.
—Se acabarían las movidas —insistió Martín.
—Se acabarían esta noche, quizá este finde —dijo Iker deteniéndose tras cruzar la primera puerta del local—, luego todas las broncas serían peores.
—No sé, tío —dijo Martín—,creo que no tenemos que meternos. Es cosa de ellos, no es nuestra movida.
—¿Que no tenemos que meternos?—Iker estaba indignado—. Tú les has metido mierda en la cabeza y ahora "no hay que meterse". Venga, hombre. Esto puede salir muy mal, alguno hace algo que moleste al otro y las movidas se vuelven peores. O también puede ser una puta catástrofe, que alguien sienta algo y ya puedes despedirte de Be para siempre. Porque la hostia va a ser de kilo, y créeme que la habrá.
Bastaron un par de segundos de reflexión para que Martín cambiara de parecer y cruzara la segunda puerta a toda prisa. Al fondo del bar vieron a Hugo y a Bea charlando a escasos centímetros. Era tan marciana aquella escena para ellos que tardaron en reaccionar. Era habitual ver a Hugo precisamente en aquel rincón en esa actitud con alguna chica, pero que esa chica fuera Bea era chocante. Lo más raro de todo era ver a Bea: estaba totalmente embobada, como si estuviese en la presencia del mismísimo Thor. Nunca la habían visto tontear así con nadie,jamás. Para ellos era perturbador, pero Hugo no parecía alarmado. Parecía estar divirtiéndose con aquel comportamiento.
—Mierda —dijo Martín empujando a la gente para pasar, el bar estaba tan lleno que apenas había podido avanzar un metro. Tardaría demasiado en llegar hasta donde estaban sus amigos. Intentó volver a la puerta, pero estaba atrapado—. ¡Iker! —gritó a su amigo, que ni había intentado meterse entre la multitud.
Iker hizo un gesto angustiado para indicar que no sabía qué hacer. Entonces tuvo una idea.
—¡Sami! —gritó Iker abalanzándose sobre la barra—. Poned Pennywise, por favor, ¡ya!
A Sami se le escapó una carcajada al oír esas palabras mientras abría la caja registradora. Le miró riéndose e Iker juntó las manos en un gesto de súplica. Sami seguía confundida por lo urgente de la petición, pero se encogió de hombros y fue hacia el DJ. Segundos después empezó a sonar Bro Hymn. Iker le lanzó besos a Sami, que seguía sin comprender por qué tenían tantas ganas de escuchar aquel grupo.
Iker encontró a Martín con la mirada y Martín levantó el pulgar cuando empezó la canción. Iker se apoyó en un taburete para ver mejor. Cuando sonaba Bro Hymn en esa clase de bares, la gente empezaba darse pequeños empujones y codazos al ritmo de la música, a formar un pogo que se iba acelerando y los empujones eran más fuertes, haciendo que la gente se agolpara y se formaran huecos. Huecos que Martín aprovechó para avanzar con rapidez. Pero el pogo cambió de rumbo, abalanzándose sobre él. Le pisaron, le cayó media copa encima y recibió un empujón que le mandó de nuevo hacia la puerta.
A lo lejos el pogo había juntado aún más a Bea y a Hugo, que había aprovechado el empujón para mejorar su posición respecto a la chica.
—Esto es imposible —Martín llegó resoplando al lado de Iker—. ¿Y si les llamo?
—No hay cobertura —dijo Iker, que seguía mirando hacia el fondo del garito—. Piensa algo ya, están a segundos de llegar al punto de no retorno.
Martín gruñó como si eso le ayudara a pensar mejor.
—Sami, enciende la luz —dijo Martín abalanzándose sobre la barra, que a esa hora ya estaba bastante pegajosa.
—¿Qué? —Sami se acercó, no le oía con la música.
—Enciende la luz, por favor —Martín suplicaba como antes había hecho Iker.
—¿Has perdido algo? —dijo Sami extrañada—. Falta hora y media para que cerremos, no puedo...
—Joder —dijo Iker, llevándose las manos a la cabeza. Seguía mirando por encima de la gente—. Ya es tarde.
Martín se apoyó en la barra, derrotado.
—Espera. —Iker le agarró del hombro—. Mart, no todo está perdido.
Hugo estaba sorprendido de lo fácil que estaba saliendo su juego con Bea. Al final iba a resultar que Martín se había quedado corto al hablar de lo que Bea sentía por él; no es que le estuviera tirando fichas, o que estuvieran flirteando, es que estaba pavísima.
Estaba siendo más sencillo incluso que con la rubia, y eso le cebaba el ego. Para Hugo podría haber perdido la gracia conseguir algo con tanta facilidad, podría haber pensado que ya había demostrado más que de sobra que ella estaba interesada. Podría haber llegado a la conclusión de que no merecía la pena seguir con aquel juego.
Pero Hugo había dejado de pensar. Solo sentía ganas de acercarse más, de jugar hasta el final. De cerca Bea tenía una boca de lo más apetecible, unos ojos preciosos y una piel demasiado suave. Deseaba acariciarla toda la noche.
No tenía sentido seguir alargando aquello y la besó cerca de la boca. Sintió que se perdía al tenerla tan cerca, su corazón se aceleró y suspiró aliviado al ver que Bea no se apartaba. Antes de que pudiera darle otro beso a ella se le escapó una pequeña risa nerviosa. Entonces trató de agarrar a Hugo y perdió el equilibrio.
Como si le acabaran de tirar un jarro de agua fría sobre la cabeza, Hugo resopló fastidiado mientras impedía que Bea se cayera. Efectivamente, demasiado fácil.
—Be, ¿estás bien? —le preguntó.
—Estupendamente —dijo ella, tratando de sostenerle la mirada, y pronunciando la "s" como "sh".
—Estupendo pedo que llevas. —Hugo la esquivó. No estaba muy seguro de si acababa de intentar besarle o darle un cabezazo.
—Qué va —dijo Bea.
—Estás to' muñeco.
—¿Qué dices, loco? —dijo Bea tratando de señalarle en la cabeza, pero estando a punto de meterle el dedo en el ojo—. Voy bien.
—Te mueves como Bambi recién nacido. —Hugo examinó la copa vacía de Bea—. Whisky con Red Bull, ¿ves como no eres tan lista?
—Hugo, escúchame. —Bea le puso las manos sobre los hombros—. No pasa nada porque estés enamorado de mí.
Se notaba que se estaba esforzando para parecer seria, porque cuando terminó de pronunciar aquellas palabras volvió a sonreír y su mirada se perdió en el infinito.
—Oh, gracias. —Hugo la agarró con fuerza para que no se cayera. Le pareció ver un atisbo de arcada en el rostro de la chica.
—De verdad que no me enfado —dijo Bea con toda la seriedad que pudo.
—Venga, vamos fuera, Boris Yeltsin.
Cargó a Bea con un brazo mientras apartaba a la gente para poder salir. A esa hora era notablemente más fácil salir de El Ariel que entrar.
Al pasar por la puerta se cruzó con Martín e Iker.
—Me la llevo fuera —les dijo—. Nos vamos a pegar. ¿Verdad, Beatriz?
—Verdad —balbuceó Bea.
Iker y Martín se dieron cuenta entonces del estado en el que estaba.
—Y queréis que ella conduzca, ¿eh? —les echó Hugo en cara.
El Ariel estaba en una pequeña calle del centro de Madrid que se hacía particularmente estrecha al tener coches aparcados en las dos aceras. A pocas manzanas había varios bares más, que atraían a un público muy parecido al de El Ariel, si no el mismo. En esa zona las camisetas negras o de grupos de metal eran casi un uniforme. La mayoría eran habituales de la zona, todos se conocían al menos de vista, así que cuando pasaba alguien nuevo no faltaban las miradas; sobre todo si era una chica, ya que allí eran escasas. El buen tiempo y la prohibición de fumar en los bares animaban a la gente a quedarse fuera de los locales, así que la calle estaba bastante animada para ser las dos de la mañana. Algunos charlaban formando pequeños círculos de los que salían risas y humo de tabaco, otros se sentaban en portales o en las aceras, bebiendo latas de cerveza a escondidas para que no les multaran. Los más afortunados se comían a besos en las esquinas que aún no olían a orina.
—Eh, Marta. —Hugo se dirigió al grupo de chicas que estaban sentadas en el portal frente a El Ariel. Le miraron extrañadas—. Échame una mano.
—No me llamo Marta —dijo Camino acercándose. Vio el estado en el que estaba Bea—. ¿Qué ha pasado?
—Que lleva una mierda encima que no se aguanta. —Hugo miraba a Bea entre preocupado y divertido.
—Voy bien —dijo Bea algo recuperada. Le había sentado bien salir del local—. No hagas caso al machirulo este.
—Suéltala —ordenó Camino a Hugo.
—Agárrala bien y la suelto— contestó Hugo.
Camino hizo por agarrarla, Hugo la soltó con cuidado y Bea se tambaleó. A punto estuvo de caer al suelo, pero apareció otra chica más grande que Camino y la sujetó bien.
—Gracias, Marta —le dijo Hugo.
—De nada, Miguel —contestó Cecilia.
—De nada, gracias —dijo Bea riendo y agarrándose a Cecilia—. Ceci, guapaaa.
—Está bien. —Cecilia echó un vistazo rápido a Bea—. Creo que vamos a ir detrás de esos coches, ¿vale, Be? —Deshizo la malograda coleta de Bea y empezó a hacerle un moño—. ¿Algo más? —dijo dirigiéndose a Hugo.
—Recuérdale que esté mañana alas doce en mi casa —dijo Hugo—. Que me desbloquee de WhatsApp y le envío la dirección.
Cecilia le escuchó atentamente. No le dedicó ningún insulto ni gesto agresivo, pero de alguna manera Hugo se sintió intimidado.
—No puedo ir a recogerla yo, estoy sin puntos —dijo caminando hacia atrás. Se dio la vuelta y fue hacia la puerta de El Ariel donde Martín e Iker le esperaban.
Cecilia se armó de paciencia y obligó a Bea a caminar. Paso a paso lograron cruzar la calle.
—¡Espera, tú! —gritó Bea dejando atrás a Ceci y volviendo hacia atrás tambaleándose.
Hugo se dio por aludido y fue hacia Bea, encontrándose con ella en mitad de la calzada. Ella le agarró de improviso y puso sus labios sobre los de Hugo mientras cerraba los ojos como sise hubiera quedado dormida.
Bea se separó y sonrió triunfal y satisfecha. Empezó a caminar, pero Hugo la agarró del brazo, tiró de ella con suavidad, rodeó su cintura con una mano, le sujetó la cabeza y la besó. Bea dejó de respirar. Se escucharon un par de vítores y aplausos solitarios al lado de El Ariel. Hugo le dio algo más de teatralidad inclinándose. Cuando abrió los ojos vio que Cecilia estaba a su lado.
—¿Ya? —dijo Cecilia con los brazos cruzados.
—Había que hacerlo bien —dijo Hugo incorporándose y pasándole a Bea como si fuera un fardo.
Cecilia resopló y se llevó a Bea, más rápido que la vez anterior, para que no se volviera a escapar. Antes de que giraran la esquina Bea se soltó y llamó a Hugo.
- ¡Te voy a destrozar la polla! - gritó Bea.
Cecilia tiró de ella.
—Eres como un hooligan cuando bebes —dijo Cecilia, impidiendo que Bea se detuviera.
—¿Ves como no soy como un crío? —balbuceó Bea.
—También eres como un crío —gruñó Cecilia—. No has cenado, ¿verdad?
—Iba a por un kebab con estas, pero Martín me dijo... —Bea aguantó una arcada—. La entrada de Metallica...—Esta vez la arcada fue peor, pero Bea no abrió la boca. Respiró profundamente—. Metallica, qué guapo.
—No te lo tragues, Be. Es una cerdada.
—Yo quiero ser lesbiana —dijo Bea momentos antes de agacharse detrás de un coche y llenar las calles de Madrid de whisky, taurina y bilis.
Después de aquello, Cecilia puso a Bea a caminar de nuevo. Mientras callejeaban, Bea intentó quedarse dormida apoyada en una pared, un coche, un cubo de basura y un chico despistado.
—Nos vamos a casa —dijo Cecilia tras disculparse con el chico—. No te quites otra vez la camiseta, por favor.
—Martín me necesita —protestó Bea mientras se bajaba la camiseta y fruncía el ceño.
Pero la mirada inquisitiva de Cecilia zanjó el tema y se fueron a casa.
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