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Parte 14

El pequeño coche rojo era aún más estrecho por dentro de lo que parecía por fuera. Bea y Martín estaban algo encajados entre bolsas en la parte de atrás. Pero no podían quejarse, el aire acondicionado funcionaba, olía a ambientador de pino, la pareja que les había recogido era muy agradable y además llegarían al concierto.

Martín suspiró mientras miraba por la ventanilla. Estaban volviendo a la autopista, deshaciendo el camino que ya habían hecho. Le resultó bastante triste dejar a sus amigos atrás. Sintió la mano de Bea acariciándole el hombro. Se giró hacia ella y le dedicó una sonrisa.

—¿Vivís en Bilbao o vais de vacaciones? —dijo la señora con voz aguda. Se había presentado antes, se llamaba Juana y su marido Carlos—. Nosotros vamos a ver a nuestro hijo.

—Vamos a un concierto. No es en Bilbao, pero está muy cerca —contestó Bea mordiéndose una uña.

—Ah, ¿dónde es? ¿Os podemos dejar cerca? —preguntó la señora.

—No se preocupe. No pasan ustedes por allí. Cogeremos un taxi.

A Bea le temblaba la pierna izquierda, la movía compulsivamente. Martín conocía ese gesto y sabía lo que significaba. Bea le miró y le dio una palmadita nerviosa en el brazo.

—Llegaremos a tiempo —le dijo.

Martín volvió a mirar el móvil. Ningún mensaje, ninguna llamada, ninguna actualización de Paula en las redes sociales. Cuarenta por ciento de batería.

Observó a Bea de reojo, estaba mirando WhatsApp y le pareció que estaba leyendo un chat de Hugo. Bloqueó el móvil, se volvió hacia la ventana y luego hacia Martín.

Se inclinó hacia él.

—Me muero por un piti —susurró.

—¡Ay, qué muchacha! —rio el señor que iba conduciendo—. ¿Acabas de subir y ya quieres fumar?

—Déjala, Carlos —le riñó Juana—. Está preocupada por si sus amigos no encuentran quien les lleve a Bilbao.

—Llegamos en menos de una hora y podrás fumar lo que quieras. ¿Quieres un chicle mientras tanto? —preguntó Carlos.

Bea alargó la mano y agradeció el chicle. Desde el batido de Cecilia solo se había comido medio helado.

—Esto es un hombre que va al médico —empezó a decir Carlos—, y el médico le dice: "Está usted muy enfermo, le quedan dos semanas de vida. Tiene usted que dejar de fumar." Y el hombre responde: "¿Si dejo de fumar viviré más?". El médico le dice: "No, pero se le harán más largos los días"

Bea se rio de ese y de un par de chistes de fumadores más. Trató de que su risa sonara auténtica, pero seguía moviendo la pierna nerviosa.

Martín vio cómo Bea volvía a mirar WhatsApp. Estaba escribiendo a Hugo, reconoció su avatar, pero no pudo leer qué escribía. Bea resopló y borró lo que había escrito antes de mandarlo. Lo hizo un par de veces más antes de guardar el móvil.

En la gasolinera aún no habían recibido noticias de la grúa y reinaba el desánimo. Empezaba a hacerse tarde y no pasaban ni coches. Todos estaban abatidos, salvo Germán que no perdía el buen humor.

—¡Déjalo, monito! Me da igual el concierto, eso no es lo que me parece triste. —Valeria arrugó la boca—. Era lindo cuando estábamos todos juntos.

Estaba apoyada al lado del cartel con precios de la gasolinera.

—Los veremos en un rato, Val. Y si no... bueno, al menos ellos lo disfrutarán —le dijo Iker—. El paseo no ha estado mal, y tú has podido ver lo marrón que es España.

—Ni siquiera se han despedido... de nadie —Valeria se cruzó de brazos—, se han metido en el carro corriendo.

—Se piraba el coche, Val —dijo Iker.

—Ya, pero... —Valeria frunció el ceño. Miró hacia donde estaba Hugo y suspiró contrariada.

Hugo se había sentado sobre el bloque de hormigón. Apoyaba abatido los antebrazos sobre las piernas y miraba el móvil.

Escribía y borraba.

Escuchó a alguien yendo hacia él y bloqueó la pantalla.

—Desaparece tu dama por el horizonte y te pones a mirar Tinder —dijo Germán sentándose a su lado.

—Te equivocas, lo he abierto en cuanto se ha subido al coche. —Hugo se guardó el móvil en el bolsillo.

—¿Y qué tal se te da en este erial?

—He hecho match con una vaca.

—No está mal —dijo Germán—. Ten cuidado, los toros sí saben qué hacer con los cuernos.

Hugo se volvió a quedar con la palabra en la boca cuando Germán se puso de pie.

—Eh, muchacho —Germán llamó al encargado.

El chico se acercó arrastrando los pies. Llevaba un rato fuera de la tienda. Nadie pasaba por la gasolinera y daba vueltas aburrido, mirándoles de reojo.

—¿Aún no llegó la grúa? —dijo el chico limpiándose las manos en su camiseta de Pokémon.

—No, aún no —respondió Germán—. Oye, gracias por ayudarnos a mover la furgo. ¿Cómo te llamas?

—Santiago. Santi.

—Santi —dijo Germán—, ¿te gusta el Heavy Metal?

—Creo que sí —respondió el chico.

—¿Qué grupos te gustan? —preguntó Germán.

—Pues no sé... —El chico se rascó la nuca—. Dragonforce, Amon Amarth. También Enslaved...

—Esto es el futuro. El Viking Metal nos va a salvar, Hugo. —Germán le dio un codazo—. Estás a tiempo de arrepentirte, quemar tus camisetas lisas de moderno y dejarte el pelo largo de nuevo. Aprovecha que ya tienes casi el largo ese grunge, y aún no te clarea.

Hugo sonrió y negó con la cabeza.

—Me temo que ya no hay sitio para mí en el Valhalla.

—Pero te recibirán con los brazos abiertos en el infierno —dijo Germán—. Eso también es muy jevi.

—¿A ti qué grupos te gustan? —preguntó Santi dirigiéndose a Germán.

—¿A mí? —Germán estaba emocionado— ¿A mí? —se volvió hacia Hugo y le pasó la botella que estaba bebiendo— Sujétame el Sunny.

—Oye, Santi. —Hugo interrumpió a Germán antes de que empezara—. ¿Conoces algún sitio para quedarse a dormir en el pueblo?

—En este no hay hoteles ni pensiones, tendríais que ir hasta Valdenéctar —dijo Santi—. Está por allí todo recto, es menos de una hora andando. Desde la gasolinera yo diría que media hora.

—¿Tan mal lo ves? —dijo Germán a Hugo.

—No lo sé —dijo Hugo.

—Valdenéctar es un sitio de mierda, son todos unos capullos —gruñó Santi.

—¿Ah, sí? —preguntó Germán.

—Sí, las chicas de antes son de Valdenéctar —dijo Santi—. Y vienen hasta aquí solo para fastidiarme. Menos mal que estoy aquí solo en verano y Navidades.

—Joder —Hugo fingió un escalofrío—, pasar el verano atrapado en Villamierda.

—Así llaman ellas a Villa Miel —dijo Santi—. La verdad es que Villamierda como nombre le pega más.

—¿Y curras aquí? —Hugo señaló la gasolinera.

—Solo cuando no está mi abuelo —Santi se cruzó de brazos—, o cuando tiene mucho trabajo. Dos o tres tardes a la semana.

—Entonces —Hugo se volvió hacia Santi con interés—, tienes todo el verano para hacértelas. Una detrás de otra.

—¿Hacer el qué? —preguntó Santi.

—A esas chicas —contestó Hugo.

—No le escuches —dijo Germán.

—Es que... no puedo —dijo Santi metiéndose las manos en los bolsillos y poniéndose colorado.

—¿Ves? —Germán hizo una pequeña reverencia hacia el chico—. Tiene principios.

El móvil de Hugo empezó a sonar.

—No —corrigió Santi—, digo que no sé cómo. Las chicas pasan de mí.

Hugo cogió la llamada y se alejó de ellos, acercándose a la carretera. La conversación no fue muy larga. Se le oía bastante cabreado de lejos, pero no se le entendía. Colgó, e hizo el amago de tirar el móvil al suelo. Al final se guardó el móvil en el bolsillo y se cruzó de brazos mirando hacia la carretera.

Germán, Valeria e Iker fueron a donde estaba.

—Dicen que la grúa está a punto de llegar —Hugo estaba muy enfadado—, pero no tienen transporte para llevarnos a Bilbao esta noche.


Os dejo un fanfic en forma de captura de WhatsApp que ha preparado @Carlotarogu (gracias <3)

Lamentablemente no es canon, en realidad Bea y Hugo no se escriben. Pero me ha hecho mucha gracia así que aquí os lo dejo.

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