Capitulo 5.
🧚 Capítulo realizado por EmmaSantalla 🧚
Me siento extraña, entumecida, como si todo lo que acabara de pasar fuera un sueño. Al despertar, la cama está vacía. Palpo las sábanas, permanecen frías, señal de que Merlín hace tiempo que me dejó sola. No soy capaz de entender lo que acaba de ocurrir, me he entregado de una manera irracional y salvaje, llevada por un deseo que no reconozco como mío.
Recojo la camiseta del suelo y me la pongo antes de dirigirme hacia el baño. Abro la ducha y el vapor indica que la temperatura es la correcta. Dejo que el agua caiga sobre mí, caliente y sanadora. Mis músculos despiertan, mi conciencia también. ¿Qué has hecho Leire? A medida que las ideas se aclaran, el enojo y la ira se abren paso. Estoy tan furiosa conmigo misma, que sería capaz de romper los azulejos de un solo golpe. Aprieto los puños sobre mi cabeza y dejo de sentir la tibieza del agua. Miro hacia arriba y compruebo como las gotas, de una manera irreal, desafían a la gravedad subiendo hacia el techo.
¿Pero, qué coño pasa? El estupor hace que me relaje y de manera brusca todo vuelve a su lugar.
Asustada, salgo a trompicones, me envuelvo en una toalla hasta quedar detenida frente al espejo, me devuelve la imagen de una Leire sonrojada, con un brillo en la mirada que no había percibido nunca. Me acerco más y limpio el cristal. Por un instante mis ojos son violeta, parpadeo pensando que me he vuelto loca. Miro de nuevo para encontrar mis iris reflejados en su habitual tono marrón.
¿Es posible que el café tuviera algún tipo de droga? No es una idea descabellada, perdí el control al tiempo que sus ojos dorados se clavaron en los míos, fue en ese momento cuando mi voluntad desapareció. Giro el grifo hasta la posición de frío, en un intento de despejar mis pensamientos, pero el agua nunca llega a mis manos, queda suspendida sobre ellas. Al moverlas, pequeños remolinos dibujan figuras extrañas. Está claro que algo ha tenido que darme, no son normales las alucinaciones que estoy padeciendo. Voy hacia la habitación y me visto, tengo que salir de esta casa.
Abro con cuidado la puerta y oigo ruidos que provienen de la cocina. Si soy silenciosa, podré pasar por el salón y recoger mi chaqueta y mi bolso, no puedo aventurarme a irme sin ropa de abrigo con la nevada que está cayendo.
Con el corazón latiendo de una manera desbocada por el miedo, llego hasta la sala y me detengo abruptamente, atraída por una piedra de ámbar que encierra una gota en su interior. No está pulida, los ángulos son irregulares y afilados, paso mis dedos sobre ella olvidándome de mi propósito de huida, es entonces, cuando un fuerte pinchazo recorre mis sienes, tan agudo que hace que me doble en dos. Imágenes de una batalla, se sobreponen sobre un rostro que tantas veces imaginé y describí con palabras, el de César. Sostiene un arco de tejo con el que apunta a la figura de una mujer, cuya risa me hiela los huesos. Suelto la roca y la secuencia desaparece, como el fotograma de una película quemado por el sol. No es mi imaginación, lo que he estado escribiendo hasta ahora, tan alejado de mis historias, son recuerdos.
—Veo que ya te has despertado —me dedica una sonrisa y busca mi mirada— ¿Tienes hambre?
Ladeo la cabeza y fijo la vista en un hilo que sobresale de mi camiseta, esforzándome por no encontrarme con el dorado de sus ojos, con la total certeza de que si lo hago, volveré a estar a su merced.
—¿Eso que huelo es panceta? —respondo para ganar tiempo.
—Ponte cómoda, voy por unos cubiertos.
Aprovecho que vuelve hacia la cocina con el fin de fugarme. Sostengo el picaporte con la mano temblorosa, notando como gira, abriéndose hacia mi libertad. La sensación de triunfo no dura mucho, la puerta se cierra de golpe, al igual que las contraventanas, dejando sumida la estancia en un tono ocre y amarillento que acentúan el relieve de los dibujos grabados en las vigas.
—Hay un temporal ahí fuera, Leire —pronuncia mi nombre con una cadencia musical—, el puente de Aguirre se ha derrumbado. ¿Acaso no lo recuerdas?
El miedo me atraviesa como si de una corriente eléctrica se tratara, recorriendo mi espina dorsal y quedándose detenido en mis glándulas lacrimales, que empujan con fuerza las lágrimas que sé que no debo derramar. Hace caso omiso al terror que me envuelve y dispone la mesa.
—Siéntate —ordena endureciendo la voz.
No me atrevo a desafiarle y hago lo que me dice, dejando que sirva el almuerzo en mi plato. Él come con apetito, sin encontrarme con sus ojos, observo su rostro que me es familiar, la nariz recta, el mentón cuadrado, el pelo negro con un curioso remolino que corona su cabeza. ¡César! ¡Se parece a César! Ahora todo cobra sentido, César y Merlín Areth. La historia de Caín y Abel parece repetirse en la vida de los brujos, unidos por la sangre y tan distintos entre sí, inmersos en una lucha que posiblemente lleve a la muerte a uno de ellos. Me gustaría poder recordar con más detalle, retazos de mi vida se desdibujan y dan paso, a la vez, a imágenes nítidas en las que yo aparezco. Noto la tensión de mi cuerpo y la voz interior que reclama que huya, advirtiéndome del peligro que corro.
El sonido del tenedor, impactando con fuerza sobre la cerámica, me saca de los pensamientos en los que me había sumido. Doy un respingo en la silla de madera y elevo mi cara para encontrarme con Merlín levantado, apoyado sobre la mesa, enfurecido.
—¿Ya lo has recordado, Leire? ¿O debería llamarte Náyade?
Se acerca a mí, por cada paso suyo yo retrocedo, quedándome atrapada entre el sofá y la pared. A mis pies el ámbar que dejé caer cuando me interrumpió, en un acto reflejo lo cojo y lo empuño como si de una daga se tratara. Merlín se acerca despacio, acechando como un lobo que se va a dar un festín con un pobre cordero. No soy débil, sé luchar, me recuerdo para infundirme valor. Haciendo uso de una breve valentía, estiro mi mano y el borde cortante de la piedra rasga su brazo. Sangre negra y espesa gotea sobre el reposabrazos, tiñendo de oscuro el cuero del sofá. Se percata del golpe que le he atestado, su cara de perplejidad me confirma que no lo esperaba, y en ese lapso de tiempo las salidas de la casa se abren.
Corro, corro sin mirar atrás, dejando que los copos de nieve se claven sobre mi piel como finas agujas, que el viento se cuele sobre los hilos de mi chaqueta, que mis dedos se congelen en torno a la reliquia que sostengo y que está humedecida con su sangre. Busco dentro de mí, en mi núcleo, en lo más profundo, en la esencia de lo que soy. Los tatuajes comienzan a descubrirse sobre mi piel que se torna translúcida, mi melena aún húmeda y ahora escarchada, se colorea de la tonalidad de mis ojos, hebras violáceas se pegan en mi cara para luego apartarse cuando mi cuerpo convulsiona. Caigo de rodillas sobre el blanco suelo, soportando el ardor que hiere mi espalda, hasta que unas alas se alzan, aleteando majestuosas.
Emprendo el vuelo en busca de respuestas. ¿Por qué perdí la memoria? ¿Quién es esa gente con la que he convivido en mi forma humana? Bajo mis pies el rio desbordado me indica el camino, solo hay una persona que pueda dar respuesta a todas las dudas que se agolpan en mi cabeza.
🧚 Increíble lo que has hecho Emma. Que bien ha seguido el hilo de la historia y como has unido las dos tramas para entender mejor a los personajes. Bravo.
Ésta iniciativa está saliendo mucho mejor de lo que pensabamos. Hay grandes escritores detrás de cada capítulo. Enhorabuena a los autores de los capítulos que llevamos publicados por ahora, y suerte a los demás porque sabemos que lo haréis de maravilla 🧚
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