Capitulo 13.
** Capitulo realizado por KiraBodeguero **
Cegama, Euskadi (España)
Mediados de diciembre
Ocho y tres minutos exactos de la tarde, una hora que sin duda ninguno de ellos olvidaría.
Isaac sintió algo de ira, supo que algo malo pasaba, algo que nadie parecía querer contarle, pero que en algún momento sabría. Quiso seguir los pasos de su padre hacia la salida de su infantilizada habitación de color marfil de una vez, pero su padre lo detuvo y negó con la cabeza. El pequeño debía quedarse allí con Joseba, él cuidaría del enano hasta que su padre pudiera regresar a casa.
Una línea del tiempo jugaba en contra para todos, ahora más que nunca.
El hombre cruzó varias calles hasta llegar a una esquina que colindaba con las fronteras del envejecido pueblo, sintiendo como si sus pies se arrastraran por el camino enfangado. La fuerte lluvia resbalaba delicadamente por casi todas partes, especialmente por su rostro y por la chupa negra que llevaba puesta sobre sus espaldas. Para él todos llorarían a ese día.
Poco después se halló en otro portón distinto al de su casa. Una entrada blanca y robusta, muy distinta al del resto de esa callejuela. Miró el empedrado suelo con lágrimas en sus ojos y contó hasta tres antes de atreverse a llamar a ese timbre.
Desde ahí, escuchó la sombra de unos apresurados pasos que se dirigieron hacia él a toda prisa. Poco después, el escalofriante sonido de unos pestillos rotando le hizo aterrizar en una horrible realidad. La blanquecina puerta se abrió encontrando a Maite algo aterrada. Se miraron con una extraña preocupación en los ojos, buscando a Khione, quien estaba en el salón, cuando la puerta se cerró...
El número trece siempre había sido su número favorito, hasta ese día.
Cualquiera de los allí presentes hubiera deseado por encima de casi cualquier cosa tener una de esas "pastillas del tiempo", pues sí tan solo alguno de los evitables detalles que sucedieron aquella tarde de lluvia no hubieran dado paso al siguiente, nada de esto hubiera pasado.
Tras oír una puerta que parecía cerrarse de golpe, un montón de nombres sacudieron su cabeza de forma apresurada.
«César ».
«Isaac ».
«Maite ».
«Merlín ».
«Khione ».
«Joseba ».
Después de lo sucedido, a momentos y sin sentido alguno, esos nombres aterrizaban en la mente de esa mujer para desquiciar su equilibrada memoria. En algunas ocasiones, se entremezclaban unos con los otros. Pues aquellas personas bombardeaban y removían así sus más lindos recuerdos, convirtiéndose en las seis más lindas razones de no irse a tierra, al menos no tan pronto.
Recomponer ahora cada una de las piezas para lograr algún sentido se complicaba a cada segundo, trataba con todas sus fuerzas mantener a esas personas a salvo en un lugar privilegiado de su memoria. En el fondo sabía que se escapaba de su voluntad, pero en ese preciso momento ellos eran todo cuanto tenía y se aferraba a todo ese cariño, el de su familia.
Las aparentemente frágiles y curtidas ruedecillas de una camilla se deslizaban a toda prisa por un largo pasillo, casi interminable para algunos, mientras una dulce melodía parecía abrirse en ese tétrico lugar de paredes y suelos blancos, hasta colarse en una diminuta sala llena de monitores.
El sonido de una cortina invisible para aquellos ojos rodó de derecha izquierda, tenía todo cuanto necesitaba: un cómodo colchón de sábanas blancas. Las atormentadas voces de su alrededor que oía cada vez más desenfocadas, cercanas y alejadas al mismo tiempo, le molestaban demasiado.
—Se nos va, se nos va...
Las caras que pudo retener en esos breves instantes eran la viva imagen del pánico transmitida en una sola mirada, en cambio, ella no consiguió darle la importancia que merecía. Sentía una sensación sobrecogedoramente cálida. Una inmensa paz imposible de describir, pues tan únicamente aquel que pasa por un trance así puede saber exactamente qué se siente.
A los dos familiares que esperaban fuera ya le habían esclarecido una dolorosa advertencia difícil de tragar, pero sobre todo de asumir.
—No contar con ella—fueron las duras palabras que decidió utilizar el médico de urgencia ese grisáceo día, las cuales tuvo que escuchar su marido. Digerir aquello es lo más parecido a masticar un cristal con el pecho. Isabel, quien hubiera preferido ser Leire o Náyade, se debatía entre la vida y la muerte.
Su marido sintió como la vida se desvanecía bajo sus hasta entonces fuertes piernas, el suelo tembló y las paredes se movieron hasta encogerse. Su corazón dolía y sus manos temblaron y sudaron casi por igual. El llanto apareció así como un torrente, sin más, sin avisar, al igual que todas esas palabras que no quiso escuchar, hasta desgarrarse por dentro. Por suerte, no tuvo que sostener también la mano de su hijo Isaac, quien se encontraba en casa, pero ver el llanto agonizante de una madre nunca será agradable.
Después de aquello, su marido sería capaz de marcharse al lugar más tormentoso del planeta, puede que Londres, pues cada día a partir de ese serían peor que vivir en un atardecer lluvioso al más puro estilo del "Día de la Marmota". Ambos ahora, César y Maite, fuertemente abrazados, podrían haber rezado hasta a quiénes alguna vez no hubieran creído: dragones y hadas.
Su mujer, en cambio, presa de esa horrible habitación donde nadie nos gustaría estar. Sintió frío, a ratos, calor, mientras veía entremezclarse sus hermosas vivencias proyectadas como en una película de esas fantasiosas, confundiendo su propia realidad.
Un pitido intermitente procedente de algún trasto, al cual la habían conectado, hubiera puesto los pelos de punta a cualquier fiel de la buena vida. Los monitores hacían su trabajo, sin embargo, su pulso se agotaba, sobre todo su tiempo. Algún ser terriblemente demoníaco había girado su reloj de arena.
Es curioso cómo podemos pintar realidades tan dispares. Los demás parecían tenerlo bastante claro, debía despertar. Sin embargo, sus debilitados ojos se abrían para cerrarse de nuevo, pesaban demasiado como para continuar en este mundo que nos pintan de bonitos colores a todos, o casi. Era lógico que prefiriese mudarse a otro.
Ella solo deseaba descansar, quizás junto a una hermosa pradera, tal vez, cerca de una enorme y preciosa cascada. Lo tenía claro, en realidad, bastante claro. Hasta había elegido el planeta idóneo a donde ir. Una galaxia a dos mil quinientos treinta y siete millones de años luz desde donde se encontraba. Annwyn, el reino de las hadas. Allí podía ser quien quisiera, Leire o Náyade, un hada de agua con poderes sobrenaturales que se escapaban de cualquier realidad de la Tierra y hasta una fuerte dragona capaz de transportarle a lugares remotos. Sin duda, podría perderse en ese nuevo planeta, era mejor realidad que lo que había sucedido.
A penas una hora antes, un fuerte disparo sobrecogedor se comió aquella no tan grande sala vestida por una vitrina llena de relojes. El importante estruendo impactó directamente contra sus oídos y apareció un pitido constante que envolvió cualquier ruido de fondo que pudiera haber habido, hasta que todo terminó en un absoluto silencio. Los cristales habían estallado por los aires y los relojes habían desaparecido. Por un ligero instante, cualquier cosa que alcanzaran a ver sus preciosos ojos azulados, y ahora vidriosos, se congelaron mientras un brillo de un tono especialmente púrpura se asomó por su iris.
Ese fatídico día el calibre de aquel rifle de asalto acertó en la diana equivocada. El dolor de su costado era casi inapreciable, aun así, como si de un imán se tratase, llevó una de sus manos a su destrozado abdomen antes de desvanecerse en el suelo.
Un río de un rojo intenso aparecía por la herida abierta de aquel cuerpecito que se marchitaba lentamente como los pétalos desgastados de una bonita rosa. Poco después, su inocente sangre se derramaba sin control. El vestido de lunares parecido a un cielo estrellado, que ella había elegido ese fatídico día, ya no parecía tener otro color que no fuera el de ese horrible rojizo baño. Un corazón puro pronto dejaría de escucharse para nadie.
Las sirenas de la ambulancia no tardaron en llegar y fueron las protagonistas por las calles de toda Cegama, esa tormentosa tarde de lluvia y truenos, alguien lamentaría demasiado esa pérdida.
—Mujer de treinta y pocos años herida con arma de fuego. Hemorragia externa por traumatismo abdominal en el costado derecho—las palabras dejaban de tener sentido en sus oídos.
Una aterradora noticia llegaría pronto, estas son las primeras en llegar. Su marido sería quien descolgaría ese teléfono. Dicen que en los peores momentos es cuando florecen nuestros peores demonios, pero también nuestro verdadero ser. En cambio, ese día se nubló para todos quienes la conocían, pues eso era ella: un ser de luz, un hada capaz de transformarse en dragón, una fantasía para todos quienes habían tenido la oportunidad de conocerla.
Las estrellas llegaron esa noche demasiado pronto para todos ellos. César, su marido. Isaac, su hijo. Maite, su madre. Merlín, su padre. Khione, su mejor amiga. Y Joseba, su vecino.
Ahora todos esperaban que ocurriera un milagro, uno de los de verdad. César esperó junto a Maite durante horas en esa desesperante sala de espera sin poder hacer nada, pero fue justo en ese momento cuando escuchó un ruido en el más profundo de su ser, pues en su mente solo podía ver a esa joven tirada en el suelo. Su corazón dio un vuelco y un escalofrío recorrió su cuerpo, nuevamente.
—No importa el planeta, no importa el lugar, no importa cuando —se dijo en un susurro.
"Era como si el destino quisiera que ellos estuvieran juntos" de la forma que fuese. Ahora solamente tenía que despertar, o no.
** ¡Maravilloso el giro que le has dado a la historia Kira! Enhorabuena por el capitulo. Nos encanta como has resuelto la trama y arrojado aún más luz a todo lo que hemos leído. Increíble escritora e increíble capítulo***
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