Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Chapter 19 - Los helados



—Esto no es un pedido cualquiera —musita Shura perplejo—, esto es... es... ¡casi la cuarta parte de nuestras existencias! —entorna los ojos y desvía el rostro a su socio—. ¿Estás seguro de que Milo quiere todo esto?

Aldebarán levanta la cabeza de su escritorio, dejando atrás los números del inventario para prestar atención a su compañero.

—Si está en el mail, es lo que quiere, cabra escandalosa —musita con una sonrisa torcida al detectar el azoro del otro—. No tengo la menor idea de cuánto pidió y ni revisé el mail. Sólo me aseguré de que hubiera llegado. De cualquier forma, le dije que lo discutiría primero contigo y luego, le avisaría si se lo damos.

El español regresa sus ojos a la pantalla y acomoda sus gafas con el mismo gesto señorial que lo caracteriza. Aldebarán fantasea con la idea de agarrarlo y ponerlo boca abajo sobre el escritorio y comérselo. Tiene hambre y la cena de anoche lo dejó satisfecho, pero no saciado. Fue tan... buena y deliciosa, que sigue con ganas de más.

Hablando de eso...

     »¿Ya te tomaste las pastillas? —dice como recordatorio, pues siguen intactas en la esquina del escritorio de Shura.

—Ah, cierto —se recarga en el asiento con un gesto de leve dolencia, llevándose la mano hacia el coxis de forma inconsciente—, gracias.

Una vez que el español se traga con agua el desinflamatorio, seguido por el analgésico, Aldebarán se deshace de la preocupación.

—¿Te traigo algo más?

—No, gracias. Estoy bien —rueda los ojos dentro de sus cuencas con poca paciencia—. Ya perdí la cuenta de las veces que te lo dije.

—Lamento ser tan invasivo, pero anoche fue un poco... complicado... para ti —susurra con una sonrisita entre avergonzada y orgullosa por lo sucedido.

Shura le devuelve una mirada que cortaría el mismísimo diamante.

—Que esté ofuscado por mi desempeño sexual, no significa que esté inhabilitado porque me metiste la puntita —gruñe airado—. Joder, ¿por qué sigo sin comérmelo entero? —resopla meditando la pregunta y haciendo cálculos en su mente.

El carioca se contiene las ganas de comérselo a besos porque esos refunfuños y su expresión frustrada lo provocan.

—Concéntrate en el trabajo, cabra insaciable.

Shura entorna los ojos con malestar, pero devuelve su atención al mail.

—Bah, ¡Milo es un desgraciado! Son números demasiado tentadores —reniega jugando con el bolígrafo, prueba de su enojo y frustración—. Sabe por dónde llegar. Se nota que me tiene bien medido.

—Él no te tiene medido, es el vino "Excálibur" quien hizo los honores y un maestro cuatro ojos llamado... —pone a trabajar su memoria—, Camus, como el novelista.

—¿Camus? ¿Camus Roux? —indaga parpadeando.

—Sí, creo que sí —medita sin recordar bien el apellido—. ¿Tú lo conoces?

Shura suelta la carcajada. Si bien, Aldebarán se entusiasma con esa muestra de humor, tan escasa en el planeta de la Sabroshura, envidia que el motivo de ésta sea Milo y sus desventuras.

     »Me perdí de algo, cabra loca —sisea con el instinto de posesividad a flor de piel—. ¡Dime!

El español se acomoda con absoluta arrogancia, hasta que se apoya en los antebrazos de la silla ergonómica y ajusta la postura con un gesto adolorido.

—Camus Roux es amigo mío y hace poco me enteré de que es el flamante Rector de la Facultad de Ciencia y Tecnología.

—Entonces... ¿esto es una trampa para Milo?

—No sé —encoge los hombros—, con Camus puede ser cualquier cosa. El francesito es bastante... particular. ¿Qué te dijo Milo?

—A resumidas cuentas: el tal Camus lo tiene harto y no quiere perder el negocio.

—Con estos números, ni yo querría perder el negocio —concuerda y, pensativo, se acaricia los cabellos—. ¿Te parece mal si aceptamos?

La inseguridad de Shura activa las alarmas del carioca.

—¿Por qué me parecería mal? —refuta arqueando una ceja—. Negocios son negocios y debemos distinguir entre ellos y la vida personal.

Además, tomando en consideración el momento precario en la familia de Shura, ponerse exigente con esto, le parece una absurda tontería.

»Aunque si es tu amigo, podríamos hablar con Camus y quitarle el negocio al rubio —susurra con una malicia desastrosamente fingida—. G-ganaríamos más d-dinero y a él le convendrían nuestros números —carraspea según él, serio y firme.

Shura capta al momento sus intenciones.

—¡Toro vengativo! —jadea carcajeándose con diversión.

A pesar de su pésima disertación, Aldebarán se enorgullece de generar esa reacción en su planeta favorito y el monstruo de los celos se aleja de su lado.

—¿Qué? ¿Acaso tú no lo pensaste?

—Sí, pero negociar con Camus es... cuando menos, desgastante —musita acariciándose los cabellos—. Su personalidad a veces me agota. Es un vendaval cuando algo le disgusta y prefiero que Milo lo padezca.

Aldebarán se pone en pie y se acerca al escritorio de Shura. Lo rodea y se queda al lado de él, ayudando a acariciar esos mechones azabaches que le encantan.

—¿Significa que Milo sufrirá más si se hace cargo?

—¡Por supuesto! Si ya lo tiene harto, imagínate cómo se pondrá si le respondemos hasta mañana.

—Bien, mañana le responderemos que sí —acuerda risueño y le susurra al oído—. De preferencia, por la noche.

Las carcajadas de Shura se apagan con un beso pasional. Aldebarán bebe esa alegría y disfruta de ella, mientras le muestra a su pareja cuánto lo quiere y lo provoca.

—Basta, toro impetuoso —suspira contra su boca, con las mejillas coloreadas y el aliento agitado—, estamos en horas de trabajo. Compórtate.

—Faltan cinco minutos para el almuerzo y tengo hambre —gruñe frustrado.

Lo levanta de la silla y lo acomoda sobre el escritorio para tener mayor espacio de maniobrabilidad, cuidando de su dolencia.

—Nada, nada —insiste colocando las palmas en el fuerte tórax del otro—, si exigimos un comportamiento de los trabajadores, es porque nosotros también cumplimos dando el ejemplo.

—Cabra... —se detiene impaciente, pero de sólo detallar las facciones de Shura, comprende que nada lo hará cambiar de parecer.

No es un socio, es un capataz al que le gusta... y estalla a carcajadas.

—¿Por qué te ríes?

—¡Cassios tenía razón!

Shura parpadea tres veces perplejo y a continuación, se cruza de brazos a la defensiva. Aldebarán sigue mostrando su algarabía.

—¿En qué va a resultar que Cassios tiene razón? —cuestiona con los párpados entrecerrados, en señal de su molestia.

—¡En que eres una cabra a la que le gusta usar el látigo!

El español jadea y se acaricia nervioso el cuello. Espera, espera. ¿Qué pasa aquí? Aldebarán se queda callado. El que parpadea ahora, es él.

     »¿Cabrita? —susurra porque algo se le escapa y parece importante.

Shura lo empuja haciéndose espacio y se acomoda en la silla, refugiándose frente al ordenador con absoluta seriedad.

     »¿Shura?

—Vete de aquí, toro provocador.

—¿Provo...? ¿Ahora cómo te provoco?

Los dedos blancos se ensañan con la cabellera azabache. Aldebarán se encuentra sumido en el mar de la curiosidad y se niega a nadar lejos de ahí.

     »Responde, cabra hermética —presiona contra la mejilla del español.

El segundero del reloj sigue su camino, la atmósfera se hace más densa. El carioca frunce los labios con impotencia y tamborilea los gruesos dedos sobre el escritorio, pero si presiona demasiado, la cabra se subirá al monte. Se obliga a darle espacio para soltar lo que trae atorado en el pescuezo.

–Sí, sí, me gusta usar el látigo, pero más... —jadea sonrojado hasta las raíces del cabello—, cuando soy objeto de un buen y medido spanking [1].

Span...king.

La boca del carioca pierde sus aparejos y cae sin control.

—¡Ca-cabra fetichista! —gime presa de la incredulidad.

—¡Cállate, tú eres el que empezó con los fetiches! —espeta arisco.

Aldebarán se relame los labios con lujuria, su mano derecha hormiguea con esa deliciosa posibilidad revelada. Sin medir consecuencias, regresa al oído del español:

—Y te prometo que te cumpliré el capricho pronto, cabrita masoquista.

Por primera vez, Shura traga saliva con dificultad y las mejillas más rojas que los tomates. Aldebarán distingue bien la diferencia, no es vergüenza, es... anticipación.

     »Joder, consultaré el calendario y haré la reserva del hotel.

Sin más, se aleja de él sacando el celular para buscar un sitio adecuado.

—¡Barão! —sisea frenético.

—¿Qué? ¿Nos negarás el capricho?

Lo tiene claro, es una fantasía que ambos desean. Algo compartido. El español baja la cabeza con vulnerabilidad.

—N-no, pero... —hurga en sus cajones y le desliza una tarjeta—, habla aquí.

Aldebarán levanta la tarjeta y la revisa.

—¿"Templo de Libra"? —cuestiona con una ceja arqueada.

—Es un... hotel —confiesa bajito—. Re-reserva el dungeon —susurra bajito.

—Dun..geon —jadea mareado—. ¿Un dungeon BSDM? —susurra boquiabierto.

—S-sí... —carraspea sin dignarse a devolverle la mirada.

—¿Tú cómo conoces esto? —reclama con el monstruo de los celos agarrado a sus espaldas.

—Tienes 15 minutos para darme los datos de la reserva —sentencia inflexible, recuperando de golpe y porrazo el aplomo—, después, se acaba mi oferta.

El monstruo de los celos es pateado lejos. Las manos del carioca se activan sin dar más oportunidad y se afana en revisar el calendario, cayendo en la trampa.




—¿Cómo van los números? ¿Podrás pagar las deudas de tus padres?

Shura levanta la cabeza de los papeles desperdigados. Lleva tres horas metido en el despacho, suficiente tiempo para que Aldebarán intentara reservar, en vano, el dungeon y se abocara a terminar con el inventario para alejar la frustración. Es casi la hora de salida y como es costumbre, Marín está pronta a arribar al negocio con Teneo.

—Pues... difíciles. Hablé con Cid y también está haciendo la misma conciliación bancaria. Gracias a nuestros ahorros, tenemos el 60%. Si consigo un departamento más barato, puedo dar 20% más y Cid dijo que solicitará un préstamo al banco.

—No, yo pongo lo que falta. Nada de préstamos o abandonar departamentos.

—¡Ni en sueños, toro demente! —exclama aturdido.

Aldebarán coloca las manazas en las caderas, en actitud ofensiva. Sabe que ésta es una discusión y de las importantes para su reciente relación. En ella, pondrá las bases de lo que significará su futuro administrativo y económico como pareja.

—Lo haré porque lo resolvemos fácil y sin sacrificios o meter prestamistas. Ustedes me lo pagan cuando puedan y sin intereses. Si se ponen tercas, cabras cabezotas, y se aferran a pagarme los intereses, pueden dármelos en especie. ¿Te parece bien?

—¿Cómo "en especie"? —indaga sospechando algo raro.

El carioca sonríe y se relaja porque esa pregunta indica la aceptación de Shura en su intervención. Su corazón late de alegría por compartir los momentos buenos y malos con él, con el conocimiento de que lo suyo, va a funcionar.

—Tu hermano puede darme los vinos a costo de producción para mi reserva y en cuanto a ti... —pausa pensando con un dedo en el mentón y la mirada en el techo—, quiero dos veces a la semana tortilla de papa y una vez cada quince días, paella. Uh, con tinto de verano durante las épocas calurosas —se relame antojado.

Shura ladea la cabeza y parpadea tres veces.

—¿Ese es tu pago en... especie?

—Claro, soy de gustos sencillos —sonríe.

—Por un momento, toro extravagante, pensé que me pedirías cuerpomático.

El mayor se rasca la nuca confundido.

—¿Por qué pediría un androide?

De nuevo, Shura parpadea.

—Androide ¿para qué un androide?

—Por lo de la automatización de cuerpo —susurra inocente.

—Automa... ¡toro despistado! —gruñe y se pone en pie.

Se le acerca con mejor movimiento, gracias a los medicamentos, agarra sus mejillas con desesperación y lo obliga a poner su rostro a la altura del suyo.

—¿Qué hice ahora? —jadea intimidado por el aura del otro.

—Cuerpomático es... pago con cuerpo, vamos ¡sexo!

—¿Y para qué querría algo que me das gratis? —susurra rodeando su cintura para hacer lo que deseó desde hace rato: comerle esa boca tan sensual.

Shura se aleja bronco, con un brillo rebelde en las olivas mientras arquea una ceja. Las manos españolas empujan el tórax del carioca para hacer valer sus reglas.

—Toro presumido... con que gratis, ¿eh?

—Cabra codiciosa, seguro ya estás pensando en monetizar algo...

—Debo hacer valer la importancia de mi trasero en esta transacción —musita con tono retintín.

—¡Ya sabía yo!

Las risas se comparten, los besos se intensifican y las lenguas se encuentran con fogosidad. Aldebarán sujeta la cintura del español y lo sienta sobre el escritorio sin importarle arruinar los documentos. Sus manazas se afianzan en las caderas contrarias y se hace espacio entre el vértice de las piernas.

—Toro impaciente —musita erotizado entregando a regañadientes su cuello a los besos, lamidas y mordisquillos del otro.

Las entrepiernas se friccionan con pasión mientras las manos recorren la humanidad del otro con el deseo de complacer.

—Mhm —susurra contra la piel, disfrutando con el estremecimiento de su pareja—, te voy a comer, cabrita... Te voy a comer —promete enfebrecido.

—Estamos en horario laboral —recuerda con intransigencia fingida.

—Ya no, estamos a cinco minutos de terminar el horario —susurra pellizcando las tetillas visibles bajo la camisa de seda—. Prácticamente, ya no estamos trabajando.

Shura se estremece con esos dedos sobre uno de sus puntos sensibles. Sus caderas se arquean mostrando cuán bien lo erotiza.

—Cinco minutos, son cinco minutos —asevera tozudo—, toro haragán.

—Cabra tirana —gruñe mordisqueando su lóbulo para minar las defensas.

—Toro rebelde —susurra buscando sus labios—. No te imaginaba así.

—Así me tienes, también me desconozco —confiesa entre besos—, sólo pienso en estar contigo y devorarte a cada momento.

—¿Aunque yo apenas pueda devorarte parcialmente? —susurra frustrado.

De nuevo, esa obsesión. Necesita deshacerse de esa piedra en el camino o se convertirá en una muralla insalvable.

—Oh, cariño —susurra erotizado—, no sé qué haré cuando me devores por completo —jadea contra su oído—. Si ya enloquezco cuando me recibes, después me será imposible quitarte las manos de encima.

—Barão, ya no me quitas las manos de encima —le hace notar entre gemidos, restregando el vértice de sus muslos contra la firmeza carioca—. Joder, qué bien te siento, tío. Quisiera arrancarte la ropa.

—¿Qué te detiene? —cuestiona entre risitas.

—Va a llegar Teneo...

—¡Maldición!

La sola mención de su hijo es un balde de agua helada sobre su acalorada piel. Aldebarán se separa a regañadientes y los músculos tensos. Shura exhala insatisfecho y se obliga a recuperar su apariencia formal, alaciando los cabellos y arreglando sus ropas con desgana.

—Hoy en la noche —promete.

—Hoy en la noche me veo con Cid porque vino a Madrid a hacer un negocio, me es imposible ir a tu casa.

—¡Maldición! —se cruza de brazos a la defensiva—. ¿Sabes? De pronto la idea de que vivas con nosotros me atrae más y más.

—¿Qué dices, toro desquiciado?

—Múdate con nosotros, Shura.

El español parpadea y su boca cae mientras se acaricia el cuello con frustración.

—¡Es muy pronto!

—Lo sé, pero tú preguntaste, yo te respondo —encoge los gruesos hombros—. De cualquier forma, cabrita escurridiza, estás el 90% de tu tiempo conmigo, en el trabajo, en mi casa. ¿Lo has pensado?

El español se acaricia los cabellos meditando el razonamiento.

—Es... un paso importante.

—Yo lo dejo sobre la mesa, tómate tu tiempo para reflexionarlo. Sin presiones.

—Como debe ser —susurra Shura sonriendo de lado.

El carioca aprovecha el impass y se apodera de los labios de su pareja, esta vez el beso transmite sus emociones más dulces y tiernas. Lo acaricia con el cariño que le tiene, con la misma intensidad que le provoca, haciéndolo consciente de cuánto lo sensibiliza y hace sentir bien.

Un sonido tras la puerta los separa y obliga a alejarse.

—Pase.

El primero en aparecer es un niño con los cabellos alborotados y luciendo un trajecito de pantaloncitos cortos y playera ligera.

—¡Mamai, mamai [2]! ¡Teninho llegó, Teninho llegó, mamai!

Los tres adultos se congelan. Aldebarán dirige la mirada a Marín y descubre la misma perplejidad que lo embarga. Teneo corre a las piernas de Shura y lo abraza con fiereza mientras ríe a carcajadas.

Shura atina a recogerlo entre sus brazos y corresponder los besos frenéticos que el menor le entrega a manos llenas.

—¿Mamai? —logra decir Aldebarán con un nudo en el pecho.

—Sim, Shudinho es mi mamai —declara muy seguro.

—Teninho, ¿de dónde sacaste eso? —susurra el carioca con precaución.

—Teninho ama Shudinho, Teninho no tiene mamai, Shudinho es mi mamai.

El niño acaricia con sus manecitas el rostro del español. Su lógica es infalible. Aldebarán intercambia una mirada con Marín.

—¿Y Shura aceptó? —increpa la mujer, queriendo ayudar a los hombres.

—¿Shudinho "quiede sed" mi mamai? —pregunta con inocencia.

El español sonríe enternecido y besa la frente del pequeño con emoción.

—Eso es algo que debemos hablar con papai —susurra con voz entrecortada.

El pequeño no duda en voltear hacia el carioca.

—Papai, ¿Shudinho puede "sed" mi mamai? "Pofa, pofa".

Aldebarán vuelve su mirada a Marín pidiendo auxilio. Ella encoge los hombros de nueva cuenta dejándole a él la responsabilidad. El carioca suspira rascándose la nuca.

—Eso... lo hablaremos Shurinho y yo. ¿Está bien? Es algo que debemos discutir como adultos.

—¡No! —gruñe rebelde—. ¡Shudinho es mi mamai!

—Marínha, perdóname por pedirte más de lo que nos das, pero ¿puedes llevarte un momento a Teninho?

—Sí, Barão y no te preocupes, me hago cargo.

La situación se pone más tensa con el estallido emocional de Teneo. Éste alarga las manitas a Shura y prácticamente, es obligado a cambiar de brazos, siendo llevado por Marín entre llantos y un berrinche descomunal.

—Joder —susurra Aldebarán tragando saliva—, no sé qué hacer.

Shura se cruza de brazos a la defensiva y mantiene el silencio.

—Esto ya lo habíamos hablado en tu casa y sabíamos que era una posibilidad —susurra pragmático—. ¿Qué te preocupa?

—Tengo claro que no puedes ser su mamá —asienta tajante y coloca una mano sobre el hombro tenso de Shura—. Lo digo sin quitarte el mérito, Shura.

Porque, acostumbrado a sus reacciones, sabe que esas palabras lastimaron a su pareja. Sin embargo, quiere ser muy claro en todo.

     »Quedamos en que sería "nuestro Teneo", pero "mamá" es un género femenino y me gustaría asentar bien las bases en el niño. Por eso, te ofrezco ser su otro papá.

—¿Papá? —susurra sorprendido—. ¿De verdad quieres que tenga ese rango en la vida de Teneo?

Las olivas se sensibilizan y brillan esperanzadas. Aldebarán sonríe sabiendo que hizo bien al proponer esto.

—¿Por qué no? Volvemos a la cuestión de cuánto tiempo pasas a nuestro lado. Aparte de Marínha, el niño te ve casi todo el tiempo y tras tu partida esa semana y media, sufrió mucho. ¿Qué piensas tú? ¿Te sientes capaz de desempeñar ese papel?

Shura guarda silencio acariciando sus cabellos, poniendo en balanza cada aspecto. Aldebarán aguarda mordiéndose la lengua para evitar decir algo inapropiado.

—Sabes que esto es más grande que una mudanza, Barão.

—Sim, pero piénsalo así: es el paquete completo. Casa, pareja, niño... —sonríe enternecido.

Es un nuevo mundo y Aldebarán está dispuesto a experimentar en él. Mientras tanto, el español se acaricia el cuello nervioso, vislumbrando el futuro entre ellos.

—Si acepto, no importa lo que suceda entre nosotros, Barão. Mi lugar como padre no me lo quitas —sisea con fiereza.

—No soy tan filho da puta —asienta seguro de sus palabras.

Además, ya fue testigo del sufrimiento de su hijo durante esa semana espantosa. Tiene claro cuánto ama Teneo a Shura y separarlos, le parece una maldad absoluta. Él es incapaz de provocar tanto sufrimiento.

—Y compartiremos los gastos del niño.

El carioca rueda los ojos dentro de sus cuencas porque vuelvan al tema económico. Comprende mejor cuán herido está Shura, gracias a sus padres.

—¿No dijiste ayer que tu dinero ahora era de Teneo y mío? —le hace notar—. ¿Para tu familia?

—Sí, pero...

El silencio de Shura es bien interpretado por Aldebarán, acostumbrado a sus procesos mentales.

—Pero que el niño te diga "papá" es diferente —musita sonriendo—. Lo hace real. ¿No?

Shura sonríe a medias y traga saliva.

—Sí, lo hace muy real. Una cosa es el afecto que le prodigo y que sienta a Teneo como mi hijo, otra muy diferente, es que él me sienta su padre.

Aldebarán lo rodea con sus brazos y le brinda apoyo mientras lo mece. Shura jadea emocionado por la expectativa, conteniendo las lágrimas.

—Entonces ya está arreglado, serás su padre. ¿Te parece bien?

El otro asiente, pues las lágrimas silenciosas ruedan sin poderlo evitar. Su manzana de Adán se mueve una y otra vez, hasta que logra adquirir mayor fuerza.

—Sí, claro. Me parece bien, pero lo de la mudanza...

—Eso es a tus tiempos, cabra introspectiva. Tú decides cuándo mudarte.

—¿Y si te digo que hoy o quizá, en dos años? —susurra titubeante.

Aldebarán comprende la situación, Shura no logra del todo dar el paso. A finales de cuentas, para él, ya sería su segunda pareja en convivencia, pero Shura es un novato en esto. Ni con Milo se fue a vivir...

—Cuando tú quieras, recuerda que yo también tengo asuntos por resolver.

El español respira con alivio y asiente, apoyando su cabeza en el hombro del más grande. Aldebarán lo mece con cariño y dulzura saboreando esta nueva realidad.

—¿Quieres decírselo ahora al niño? —musita Shura recuperando el aplomo.

—Por supuesto, ¿crees que lo dejaré con esa angustia? No, señor.

Ambos caminan rumbo a la puerta, haciendo un frente común. Los llantos del niño continúan a pesar de los esfuerzos de Marín.

—¡Shudinho, Shudinho! —gime alzando los brazos hacia el otro.

Aldebarán se aguanta el malestar por no ser la persona en quien su hijo se acurruca en este momento de necesidad. Debe esforzarse en comprender el cambio en su familia, donde Shura ahora mismo está asentando un precedente y él lo reforzará.

—Marínha, gracias.

—¿Todo bien? —cuestiona la pelirroja preocupada.

—Sim, quédate sólo para escuchar esto. ¿Puede ser?

—Sí, claro.

El carioca acaricia la mejilla llorosa de su hijo quien se oculta en el hombro de Shura. Teneo gimotea bien abrazado al español, sujetando fieramente su camisa.

—Hijo, necesitamos hablar.

—Sim...

—Shurinho no puede ser tu mamai.

—¡No! —reniega vehemente—. ¡Yo "quiedo"...!

Se retuerce y aprieta con vehemencia la camisa del español, renuente a soltarlo.

—Escucha a tu papai, por favor —interrumpe con firmeza Shura—. Vamos, te tiene buenas noticias.

El niño solloza apretando más la camisa del otro y moquea obedeciendo con desgana.

—Una mamai es una mujer y Shura es un hombre. No puede ser tu mamai.

—¡"Pedo" yo "quiedo"!

—En cambio —continúa ignorando las palabras de su hijo o nunca terminarán—, Shurinho puede ser tu otro papai.

El llanto se detiene con la fuerza de la sorpresa. El niño alza su cara al español y éste le sonríe besando su frente haciendo notar la verdad en lo dicho.

—¿Cómo? —cuestiona el niño ladeando su cabecita.

—Sí, tendrás dos papais... Shurinho y yo.

—¿Eso se puede?

Para el pequeño, esto es un nuevo mundo y lo confunde.

—Sí, eso se puede —asevera pensando rápido—. Hay niños que tienen dos mamais, otros niños tienen un papai y una mamai. Hay niños sólo una mamai o un papai, como lo tenías tú antes, conmigo, pero de ahora en adelante y sólo si tú quieres, tendrás dos papais.

Teneo ladea la cabeza intentando acoplar ese concepto en su mente. Sus ojos voltean hacia Marín, uno de sus referentes.

—¿Tía es mamai? —cuestiona señalándola con el índice.

—No, yo soy tu tía. Ya sabes quién es tu mamai —corrige la mujer con dulzura.

—Mi mamai se fue al cielo —repite haciendo puchero.

—Sí, ya hablamos de eso —sostiene Marín acomodando los cabellos del niño—. Eso no significa que Teninho no tenga una mamai.

—Entonces... Teninho tiene dos papais...

—Sí, Shura y yo —confirma Aldebarán—. Si tú quieres.

—Y mi mamai está en el cielo.

—Sí... —sostiene Aldebarán con un nudo en la garganta.

Esto es difícil para él y teme una pregunta dolorosa. Shura le acaricia el antebrazo comprensivo y el carioca le agradece con una sonrisa.

—"Puque" hay niños con dos papais, dos mamais o un papai y una mamai —repite acoplando el concepto a su mente.

—Sí.

—¿"Pu" qué?

Aldebarán se mece los cabellos con nerviosismo.

—Porque las familias son así, como los helados, hay de sabores —aclara Shura con tranquilidad—. Los papais y las mamais eligen a quién quieren a su lado y tu papai Barão me eligió a mí como su pareja. Así, tú tienes dos papais.

—¿"Pu" qué no mamai?

—Porque soy hombre, no mujer. Así que soy papai.

—Ahhh...

Teneo acomoda la cabeza en el hombro de Shura pensando y pensando.

     »Papai Shudinho...

—¿Sí? ¿Tienes alguna duda con esto?

—No, Teninho tiene dos papais. Papai "Badão" y papai Shudinho.

—Sí, así es —sonríe el español besando su frente con emoción—. Teneo tiene dos papás. Papá Barão y yo.

—Bueno, está bien. Teninho "quiede" dos papais —acepta contento.

Aldebarán rodea a las dos personas más importantes de su vida y los colma de besos. Shura se une a esa manifestación de afecto con entusiasmo y un carraspeo. Marín se limpia una lágrima discretamente mientras Teneo jadea de entusiasmo dejando que lo mimen.

     »Papais...

—Dime, hijo...

—¿Si? —indagó Shura con un nudo en la garganta.

—¿Podemos "id pod" un helado?



¡Hola, mis Paballed@s!

Esta semana ha sido intensa en cuanto a mi vida personal. Me alegra mucho estar compartiendo con ustedes este fic, al mismo tiempo que pasan tantas cosas fuera de este marco literario.

Mañana tendrán el final de este bonito mundo y el martes, el Epílogo.

Así que, gracias por su apoyo.

¡Hasta mañana!


NOTAS DE LA AUTORA

[1] Spanking — Es una práctica sexual en la que cada uno de los sujetos adopta un rol de dominador o dominado para obtener placer sexual mediante el castigo físico. Comúnmente, éste se limita a azotes o nalgadas.

[2] Mamai — técnicamente no existe esta palabra, sin embargo, Teneo razona que si Aldebarán es su papai, entonces el término "mamá" sería dicho como "mamai".


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro