Chapter 10 - La Aceptación
Es de noche, Aldebarán permanece sentado de piernas cruzadas frente a la tumba de aquella que en vida fuera su esposa, con el corazón ligero y una completa serenidad en el rostro.
—Por cierto, nuestro pequeño Teneo sigue abrazando a Ferdinando como tú siempre lo anhelaste cuando lo confeccionaste con tanta ilusión. Lo adora. Quizá en el fondo, sabe que es uno de los pocos recuerdos que le quedan de tus manualidades.
»Igual, estoy pensando seriamente en jubilarlo porque tengo mucho miedo de que el condenado toro termine sin un ojo o sin cualquier otra cosa y nuestro hijo entre en crisis como cuando perdió el rabo. ¿Puedes creerlo? ¡El condenado perdió el rabo!
Ríe a carcajadas, echando atrás la cabeza. El cielo estrellado le hace notar el tiempo transcurrido. Es tarde, debe ir por Teneo.
»Creo que llegó la hora de partir —susurra con resignación—. De cualquier forma, sé que estás con nosotros en mi corazón y en los bellos ojos de nuestro hijo, que son idénticos a los tuyos. Te prometo traer pronto al niño para que lo veas porque ¡crece tan rápido!
Se levanta y se sacude el trasero lleno de tierra sin preocuparse por ello. La tierra es una mancha diminuta para lo que es capaz su hijo de traer en las manos. Fue una buena tarde y se felicita por superar su duelo.
»Siento que fue ayer cuando por fin me atreví a sostener a nuestro hijo, un par de horas después de que falleciste. Lamento haberlo culpado cuando nació. Fue por impulso y no reaccionaba bien, presa del shock y del dolor por tu partida. Admito mi debilidad y te pido perdón.
»Por fortuna, tu hermano Cassios es un hábil conversador y me puso en orden rapidito las ideas. Aún me duele la quijada cuando hace frío...
Se acaricia la zona recordando las dos semanas que le costó hablar y hasta comer. Cassios tiene la mano pesada, tanto o más que la suya y no dudó en usarla para ubicarlo en la realidad cuando Aldebarán se negó a conocer a su bebé.
»Nuestro Teneo me devolvió la vida que sentí perder con tu muerte y tengo el presentimiento de que le dí el consuelo que le faltaba. Él lloraba desde que se separó de ti y hasta que llegó a mis brazos. Creo que, a pesar de su reciente nacimiento, siempre supo que diste la vida por él y se dolía por tu partida... Nuestro dulce y sensible niño.
Termina de acomodar las rosas rojas en el florero y las coloca en la repisa. En su dedo izquierdo brilla la argolla de matrimonio y suspira jugando con ella.
»Dejo esto contigo —susurra colocando con sumo respeto la argolla en el relicario [1]—. Nuestro vínculo no se limita a un aro dorado. Es la unión de dos energías en el cosmos y perdurará en el tiempo.
»Sé que cuando vaya a donde estás, podré abrazarte por fin y decirte que te amé, te amo y te amaré con todas mis fuerzas, pero es justo para mí que siga mi vida sin ti y me permita encontrar, estar y amar a otra persona.
»No será igual a ti. Cada uno tiene su lugar en el mundo y como tal, nadie será mejor ni peor que tú, Shaininha. Tú siempre serás mi esposa amada. Lo único que te pido es que no te pongas celosa. Tampoco te enojes con esa persona si las cosas no salen bien, que bien te conozco, borreguita.
Sonríe liberándose de las lágrimas y levanta la mirada hacia el cielo estrellado.
»Marín eligió bien el sitio para sepultarte. En mi dolor, ni siquiera pensé que te gustaría descansar entre flores, con los bellísimos colores al amanecer y atardecer, así como con el cielo estrellado. A pesar de tu partida, sigue comportándose como tu mejor amiga y por fortuna, se empeñó en ser la niñera de Teneo.
»Gracias a Marín, nuestro hijo escucha historias tuyas y comprende que, a pesar de tu partida, lo amaste incondicionalmente. Todavía no le dijo que diste la vida por él, para que pudiera conocer el mundo, porque es pequeño. Te agradezco por darme el hermoso regalo de su vida. Teneo es la persona más maravillosa y lo amo con todas mis fuerzas. Gracias por dejarme conocerlo.
»Me voy, Shaininha. Me voy, pero regresaré a hacerte compañía un rato más. Te dejo nuestro amor, nuestros recuerdos juntos y mi sufrimiento porque elegiste la vida de nuestro hijo por encima de la tuya. Me llevo la tranquilidad de saber que te conocí y fuiste parte de mi vida. Gracias por compartir tanto de ti conmigo.
—¿Qué hacen aquí?
Aldebarán se detiene en seco observando con curiosidad a los dos hombres tomando café al lado de su automóvil.
Shura y Cassios levantan la cabeza y es el segundo quien habla.
—Esperándote, ¿no es obvio?
—P-pero... ¿por qué?
El español se toma el tiempo para ofrecerle un vaso de café. Aldebarán lo toma agradeciendo el gesto y le da un trago que le sabe a gloria después de tanto tiempo hablando con Shaina.
—Porque te queremos —sostiene el español—, porque nos preocupas y queríamos apoyarte en este momento tan difícil para ti.
El carioca sonríe un poco, exhalando con fuerza. Levanta una mano y la coloca sobre el enorme hombro derecho de Cassios y, con la otra, rodea los delgados de Shura.
—Gracias, pero... me fue bien. Al menos, no me hizo trizas —sonríe cómplice.
—Así que mi hermana fue buena contigo —bromea con añoranza.
—Bastante buena, a pesar de que me le perdí y tardé en venir a verla.
—Te tomaste tu tiempo, eso está bien —observa Shura bebiendo otro trago—. ¿Te sientes mejor?
—Sí —exhala con alivio—, me siento liberado. Dejé con ella muchas cargas y me quedé con las mías. Quiero pensar que hicimos las paces.
Cassios asiente con semblante taciturno. Aldebarán le dispensa un abrazo, después de entregarle su vaso a Shura.
El griego lo aprieta con fuerza y en ese gesto, se hablan en silencio, compartiendo su pena y dándose consuelo por la pérdida de una hermana y una esposa. Les queda Teneo, el otro recuerdo vivo de Shaina.
»Gracias por nunca abandonarla, Cassios. Debí escucharte en su momento.
—Estuvo bien. Marín me dijo que no te presionara y lamento mucho haberlo hecho en su momento. Sólo... me destrozaba verte sufrir así. Pensé que demostrarte que había superado su partida funcionaría y me equivoqué.
Se separan y dos pañuelos les son ofrecidos. Shura sigue sacando de su dotación y los grandulones sonríen aceptando el gesto, para limpiarse las lágrimas.
—Disculpas aceptadas —sonríe con alivio—. Bueno, ¿y mi Teninho?
—Con Marín, le hablé y le conté que vendría acá, contigo —dice Cassios—, así que se ofreció a cuidarlo. Hoy Aiolia no trabajó y la llevó a casa. Están allá.
—Pues vamos por él, tengo muchas ganas de abrazar a mi hijo.
Se dirigen a los vehículos, Cassios se sube en su camioneta y Aldebarán observa con intriga a Shura, quien sigue de pie en el mismo sitio, buscando algo en su celular.
»¿Vienes conmigo?
—¿Quieres que te acompañe? Puedo ir en transporte público a casa.
—Por favor, siempre quiero que me acompañes. La atracción del planeta de la Sabroshura es imposible de resistir —le guiña el ojo—. Si quieres, claro...
Sus miradas se encuentran, la de Aldebarán está impregnada de emociones tiernas. La de Shura parece serena y empática.
—Yo siempre quiero ir contigo —susurra con su típica seriedad y se sube al auto.
Aldebarán sonríe, entra en el auto y maneja con rumbo a su nueva vida, sin el peso de las cadenas del luto atadas a sus pies.
¡Hola, mis Paballed@s!
Te hablo aquí para aclarar un punto, ¿nunca has estado frente a la tumba de un ser querido y le has hablado? Es... liberador. Saber que está ahí, en esencia, en tu mente.
Por ello, Aldebarán platica con Shaina, después de hacer las paces. Es parte de su proceso, hablar sin caer desgarrado por el dolor.
Seguiremos un poco más, en su vida, hasta el momento en que sane de verdad y entonces, el fic terminará.
Mientras tanto, te mando unos chocolates, gracias por tu lectura y comentarios.
¡Hasta mañana!
NOTAS DE LA AUTORA
[1] Relicario — es una cajita, un depósito que se abre en una lápida y donde puedes poner cualquier cosa.
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