Capítulo 8. Su calor.
Emma.
Tenía una resaca espantosa aquella mañana y me juré a mí misma que jamás volvería a probar la bebida. Era de esas promesas que se hacen y se saben que se romperán en cuanto vuelvas a salir de fiesta, porque olvidas momentáneamente lo mal que lo has pasado.
Tenía pensamiento de hacerme un té que me hiciese olvidar aquella resaca, pero mis intenciones se vieron truncadas en cuanto escuché la voz de Max. Parecía estar hablando con alguien por teléfono.
–... ¿Quién va a enterarse? ¿mi esposa? Esa zorra ni siquiera imagina que puse todos los bienes a su nombre para no pagar impuestos. – Tragué saliva al escuchar la forma despectiva en la que estaba hablando de mí. Me acerqué más a la cocina y esperé a que dijese algo más. – Tampoco tienes que preocuparte por eso, Sharon. En cuanto deje de serme útil me divorciaré y tú y yo ya no tendremos que escondernos. – Mis lágrimas salieron ante aquella noticia y volví sobre mis pasos a mi habitación.
Lloraba en silencio mientras me ponía unas mayas de topitos y una camiseta ancha. Me coloqué los zapatos y miré hacia la ventana abierta.
¿Qué iba a hacer? ¿a dónde iba a ir? ¿acaso tenía algún lugar en el mundo en el que resguardarme?
Pensé en mi hogar, en mamá, en papá, en mis hermanos y en lo mucho que los echaba de menos.
Recordé lo mucho que me agradaban los largos días en la tienda de regalos de papá, lo amigables que eran los vecinos ante la amabilidad de mamá y sus iniciativas en la parroquia, las locuras de mis hermanos y las noches en el bar de siempre.
¿Por qué los alejé de mi vida tan sólo por un idiota que era más que obvio que no me quería?
Ellos estaban muy lejos en ese momento, como para correr con el rabo entre las piernas a pedir perdón. Así que... tenía que pensar en alguien más.
Quizás Susana me dejase quedarme en sus casas por unos días.
Me dejé llevar por la ansiedad que me producía estar en la misma casa que ese monstruo y salí por la ventana. Me descolgué por la ventana y la estructura de madera que subía hasta ella, y pisé tierra firme. Atravesé el jardín y salté la verja. Luego me percaté de que con las prisas ni siquiera había cogido el móvil o la cartera. Así que ... me iba a tocar caminar.
El recorrido hacia la casa de Su no fue muy pesado, más cuando yo iba pensando en mis cosas: en cada uno de los momentos que había compartido junto a Max. Lo cierto era que cuando nos conocimos era un hombre muy atento y amoroso, no detuvo su galantería hasta que me conquistó e hizo que me enamorase completamente de él. Luego nos casamos, nos marchamos a vivir a San Francisco donde él tenía su vida y a su hijo. Durante los primeros meses fue muy bien, como vivir de luna de miel constante. Entonces... un buen día, sus viajes aumentaron hasta el punto en el que apenas le veía en casa y su actitud cambió, volviéndose más frío y distante.
Siempre me pregunté... ¿cómo era posible que se le hubiese acabado el amor tan rápido? Pero ... en ese momento, lo que me cuestionaba era sí me había querido alguna vez. Porque por la conversación que escuché en la casa, más bien parecía que me había engañado para conseguirme y al hacerlo se había cansado de mí. Tuvo que hacerlo, ¿no? Si no... ¿a santo de qué se buscó nuevas mujeres si ya me tenía a mí?
Sin darme cuenta llegué a casa de mi amiga. Subí gracias a una agradable ancianita que iba al parque a echarle de comer a las palomas y yo subí en el ascensor hacia su piso, pero al llegar, me di cuenta de que no había nadie, pues por más que llamé al timbre... nadie me abrió.
¡Cielos!
El miedo me embargó al darme cuenta de que no tenía otro lugar al que ir. Era mala para confiar en la gente después de lo que me había pasado con Max. Ya no era esa chica inocente, con miles de sueños y confiada de Minnesota. Me había vuelto lamentable con el paso de los años y con miedo a abrir mi corazón.
Aunque... si lo pensaba con más detenimiento me daba cuenta que hubo alguien que sí supo llegar a mí de una forma que ni siquiera Su pudo. Ese era Kill.
Él era un buen chico en el que podría apoyarme, pero que fuese el hijo de mi esposo hacía que la situación fuese muy difícil.
Salí a la calle mientras pensaba en mis posibilidades y me fijé en el cielo nublado, sabiendo que pronto me cogería la lluvia.
¿Sería que Max me quiso alguna vez o tan sólo me usó para evadir impuestos? El error fue mío desde el principio, debería haber esperado un poco a conocerle antes de casarme con él.
Caminé sin rumbo fijo, incluso cuando la lluvia empezó a empaparme, hasta que me dolieron los pies, desfallecida, pues ni siquiera desayuné en la mañana.
Tiritaba de frío, tenía hambre y no podía dejar de llorar. Parecía una persona sin hogar y era como me sentía.
Anduve durante horas hasta que mis pies dejaron de responderme y al levantar la vista me di cuenta de que estaba cerca de la urbanización de Kil.
Una loca idea inundó mi mente y pensé: ¿estaría él en casa?
No quería lucir tan patética frente a él, pero mis pies no se detuvieron, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, tampoco mi mano cuando llamó a su timbre.
Probablemente no estaría en casa, así que podría irme a otro lugar en el que rogar asilo como una niña asustada.
Entonces la puerta se abrió y nuestras miradas se cruzaron.
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Cerré los ojos y pensé en mis opciones. No tenía dinero, ni teléfono móvil, ni siquiera ropa, pero confiaba en Kil. Sabía que él me cuidaría y me lo traería todo de vuelta, incluso la calma.
No tardé mucho en quedarme dormida, me sentía a salvo en ese lugar y tuve un bonito sueño en el que hacíamos una barbacoa en el jardín junto a mis padres. Todo eran risas, como antaño. Y mi vida era tan sencilla como entonces.
Una sensación extraña me alejó de esa perfecta alucinación y mi consciencia empezó a despertar mientras una mano me rodeaba la cintura y algo duro se establecía en mi trasero.
¿Qué estaba sucediendo?
Un leve jadeo me hizo despertar, abrir los ojos de golpe al darme cuenta de qué era lo que estaba sucediendo: Kil tenía una erección y apretaba esta contra mí.
¡Oh Cielos!
Eso era malo. Terriblemente malo.
Podía sentir su miembro creciendo con cada roce y un calor característico estableciéndose en mi vientre.
Me quedé muy quieta, sin apenas respirar, mientras él gemía una vez más, despertando de su sueño.
–¡Joder! – susurró, poniéndose en pie de un salto, marchándose con rapidez y encerrándose en el baño.
Era algo normal. Él estaba en la cama con una chica atractiva. Así que era normal que el subconsciente le jugase malas pasadas.
No quería darle más importancia de la que tenía.
Escuché la ducha y pensé que él iba a bajar la inflamación de esa manera. Sonreí, tratando de calmarme y entonces escuché sus gemidos.
¡Oh Cielos!
¿Y si él estaba haciéndose un trabajo manual ahí dentro?
Estaría en todo su derecho para hacerlo, pues aquella era su casa. Yo era la intrusa y ...
¿En quién estaría pensando mientras se la hacía?
Apreté los ojos y traté de calmarme a mí misma. Lo intenté con todas mis fuerzas y entonces volví a sentir su respiración detrás de mí.
Me asusté tanto que abrí los ojos y miré hacia atrás. Pero estaba completamente sola en aquella habitación.
Volví a recostarme, cerré los ojos, y apreté las piernas, volviendo a sentir ese calor en mi sexo, mientras mi imaginación volaba lejos y volvía a sentir su respiración acelerada detrás de mí. Su miembro apretándome el trasero y su mano pellizcándome el muslo, mientras mi trasero encajaba perfectamente en su pelvis y yo me moría por sentirle dentro.
–No eres una señorita tan inocente como pretendes – jadeó sobre mi oído mientras yo reprimía un gemido mordiéndome el labio y él seguía con aquel masaje pélvico que me estaba volviendo loca – y estás deseando que sea rudo contigo. ¿Dónde quieres que te toque, Emma?
Mi nombre en sus labios me hizo despertar de esa cama de un salto.
¡Por Dios!
¿Qué demonios estaba ocurriendo conmigo?
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