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Capítulo 7. Visita inesperada.


Me recosté sobre la cama sin poder dejar de pensar en ella y apoyé la mano sobre la frente, escuchando de fondo mi teléfono móvil sonando en algún lugar de la habitación.

Me puse en pie con desgana, agarré la chaqueta, saqué el teléfono y contesté. Era June.

–¿Dónde demonios te has metido, tío? - ¡Oh! Había olvidado despedirme de él. Se suponía que sólo había salido a despejarme un rato de tanto ruido y a asegurarme de que Roy no estaba fuera. Pero me olvidé de todo en cuanto vi a Emma.

–Estoy en casa.

–¿Qué? ¡Venga ya, tío! ¿Qué cojones os pasa a todos esta noche que os largáis sin avisar?

–Me encontré con Emma y ...

–¿Con Emma? – Perdió su enfado en seguida. – ¡Ya entiendo! Seguro que le has dado lo suyo...

–¡Tío, no digas estupideces! Sólo la he acercado a casa.

–Kill, tienes que salir de la friend-zone de una vez – rompí a reír sin querer opinar al respecto – ¿Cómo vas a conseguir a la chica si sigues así?

–¿Conseguir a la chica? Eso está lejos de pasar. Te recuerdo que Emma es la mujer de mi viejo, tío. – Él recordó ese pequeño detalle en seguida. – Mira. Siento haberme ido así. Te lo compensaré. Ahora voy a acostarme, estoy agotado.

–Venga, tío. Nos vemos el lunes.

Desperté con una resaca del demonio. Me tomé dos aspirinas y un batido proteico antes de ponerme a pintar el salón. Ni siquiera hice parada para comer, uno de los chicos del restaurante de June me trajo la comida y sospechaba que también me traerían la cena más tarde, pero quería terminar el salón cuanto antes para empezar a llenarlo de puebles. Ya había comprado la televisión de plasma y la tenía aún en la caja en mi habitación.

El timbre de la puerta sonó, así que dejé la brocha sobre el papel de cartón que había puesto en el suelo y caminé hacia ella. Probablemente sería June que venía con la cena y unas cervezas para alegrarme la noche, pero me sorprendí demasiado en cuanto vi a Emma allí, con el rostro plagado de lágrimas.

Sabía que había sido muy difícil para ella estar allí, porque no solía pedir ayuda nunca, ni siquiera a sus amigas, y menos a mí. Siempre lucía tan fuerte, como alguien que puede con todo.

La invité a entrar solo con un gesto y ella agradeció que no hiciese preguntas. Se fijó en el fuerte olor a pintura, en las ventanas abiertas de par en par que dejaban entrar el frío de la calle y en la forma espeluznante en la que se movían los plásticos que había puesto alrededor de ellas.

–Ven aquí – la llamé mientras me sentaba en el sofá que estaba cubierto por el plástico de embalar con el que lo habían traído. Se sentó a mi lado y limpió sus lágrimas antes de levantar el rostro para mirarme. Lucía tan destruida que me partió el alma. – Puedes quedarte todo el tiempo que...

–Solo van a ser unos días hasta que consiga otro lugar en el que quedarme. Mi amiga Su tiene el teléfono apagado y ... - dejó de hablar en cuanto apoyé la mano sobre su rostro y lo acaricié, despacio. Sabía que las cosas con mi padre no iban bien, pero jamás imaginé que él se atrevería a echarla de la casa. Siempre me mantuve al margen de la relación que existía entre ambos, ni siquiera le hablé sobre las otras chicas de su edad o más jóvenes que hubo antes, porque eso no era algo que tuviese que ver conmigo. Pero... viéndola allí en aquel momento, totalmente destruida... quizás debí hacerlo. – Tu padre y yo...

–No tienes por qué hablarme de ello ahora, Emma – la calmé, porque sabía que ella no estaba lista aún.

–Gracias – sonreí, mientras ella bajaba la mirada y más lágrimas recorrían su rostro. –¿Puedo pedirte un favor más?

–Claro.

–¿Puedes darme un abrazo? – sonreí. Era tan dulce.

–Ven aquí – sentir cómo se aferraba a mi cuerpo, su piel y su calor corporal ... fue un verdadero martirio chino. Porque cuando ella estaba cerca... lo sentía todo por ella. – Todo se arreglará, ya lo verás.

–Lo siento – me dijo, sin tan siquiera apartarse de mí, apoyando su mejilla en mi pecho, como si pretendiese quedarse ahí a dormir, sin soltarme ni un poco – no debería estar aquí y menos pedirte ayuda.

–Es cierto. La situación es complicada porque yo soy el hijo del tipo que te está haciendo daño – aseguré – pero ... podemos guardarlo en secreto. No le diré a mi padre que estás aquí y nadie sabrá nunca que somos amigos si eso es lo que quieres.

–¿Amigos? – preguntó con la voz tomada del sofocón. – Me gusta cómo suena eso.

–¿Has cenado? Deberíamos ir a cenar si aún...

–Quiero dormir aquí – asentí, en señal de que eso era un hecho, iba a quedarse conmigo. – Tu pecho es cómodo como una almohada – rompí a reír y entonces la ayudé a separarse de mí. Ambos nos observamos.

–Tienes que comer. – ella aceptó y juntos fuimos a cenar al restaurante de June.

Fue raro no ver a mi amigo por ninguna parte, pero yo tenía otras cosas por las que preocuparme.

Traté de hacerla sentir con cada una de mis estúpidas bromas y terminé logrando mi cometido.

Más tarde fuimos a mi casa, le di una toalla para que se asease y le dejé una de mis camisetas y un pantalón de chándal. Ella salió y parecía un mendigo, por lo que ambos rompimos a reír.

–Gracias por esto, Kil – agradeció de camino a mi habitación, el único lugar de la casa que ya estaba montado, pese a estar rodeado de cajas.

Yo le veía lagunas a aquella idea de dormir juntos en la misma cama por todas partes, pero no iba a echarla de mi casa. Ella necesitaba ayuda y me sentía bien pensando en que ella había ido a buscarme en su peor momento.

–Será como si durmiese con uno de mis hermanos – sonreí. Ella solía hablar a menudo sobre la buena relación con sus hermanos antes de abandonarlo todo por amor. – Sé que tú estás tenso por esto, pero no tienes que preocuparte, Kil – asentí mientras ella se tumbaba en la cama y me agarraba de la mano para que me echase a su lado. – Ni siquiera imagino lo solitario que te sentirás por no haber tenido hermanos.

–Tú serás mi hermana – sugerí mientras ella se volvía para el otro lado y yo me fijaba en su espalda y su cabello aún mojado que olía a mi champú.

Traté de calmar a mi corazón agitado, mientras me convencía a mí mismo de que lo éramos. Nada más que amigos o hermanos.

–Así que está bien, ya no me sentiré solo nunca más – volví a fijarme en sus cabellos húmedos – vas a empapar la almohada y te resfriarás si te acuestas con el cabello mojado.

Se sentó en la cama y me dirigió una gran sonrisa antes de contestar.

–Tienes razón, hablemos un poco de mientras que se me seca el cabello – asentí sentándome frente a ella con las piernas cruzadas. – ¿Me llevarás mañana a trabajar antes de ir a la universidad?

–Te llevaré – prometí, haciéndola sentir bien. Pero entonces se fijó en mi mano apoyada sobre la cama, que estaba a escasos centímetros de la suya, y una parte de ella tuvo miedo de algo.

–No debería haber acudido a ti, ¿verdad? – preguntó avergonzada. – Eres el hijo de mi esposo, Kil. Esto no es apropiado, siento si...

–Olvídate de eso – alargué la mano y la apoyé sobre la suya, tratando de crear cercanía que pudiese calmarla, pero eso sólo la incomodó más. Se levantó de la cama para tratar de poner distancias entre nosotros y yo me levanté detrás, tratando de alcanzarla. – Somos amigos, hermanos si quieres y quiero que sepas que yo nunca traspasaría esa línea. – Levantó la vista para observarme y dio un par de pasos hacia mí.

–Prométeme que pase lo que pase... no lo harás. – La observé con detenimiento tratando de entender por qué me pedía algo así, o que significaba si quiera lo que estaba temiendo que sucediese entre nosotros. Pero antes de haberlo entendido respondí.

–Lo prometo – contesté, como un idiota. – Así que deja de tener miedo y apóyate en mí cuando lo necesites. Todos necesitamos apoyo alguna vez. – Ella sonrió al pensar en todas las veces que yo estuve mal debido a las circunstancias y ella me levantó el ánimo con uno de sus consejos.

–Seremos amigos.

–Ya lo somos – ambos sonreímos tímidamente y entonces me fijé en su despeinado cabello, tomándome el atrevimiento de sujetar algunos rebeldes mechones detrás de su oreja.

–No le contaremos a nadie que me quedo aquí – asentí, sin atreverme si quiera a hablar, mientras retiraba la mano y observaba su bello rostro tan cerca. Era la mujer más bonita que había visto nunca. – La sociedad en la que vivimos no lo entendería y tu padre... – perdió las ganas de hablar al pensar en él – probablemente tendrías problemas con él si se entera.

–Nadie se enterará – prometí. Entonces ella pensó en algo y sonrió como si fuese algo divertido.

–¿Y qué haremos cuando quieras traer una chica a casa? – rompí a reír, sin poder evitarlo, porque eso estaba lejos de pasar. – Me enviarás un mensaje o algo, para que pueda ausentarme mientras que ella...

–No suelo usar mi casa de picadero, Emma – contesté haciéndola sentir incómoda.

–No lo hacías porque solías vivir en la casa de tu padre, pero ahora vives solo, así que podrías. – asentí, porque tenía razón.

–Podría, pero eso no va nada conmigo. Sinceramente... ahora estoy más enfocado en otras cosas.

–¿Eres gay? – sonreí, divertido, ante aquella pregunta antes de negar con la cabeza. – Es sólo que es extraño que desde que te conozco no has tenido novia, ni te he visto interesado por ninguna chica o ...

–Espero a la chica perfecta – me encogí de hombros, sin darle demasiada importancia.

–La chica perfecta no existe – sonreí sin querer seguir con aquella conversación. Yo sabía que la chica perfecta existía, pues era ella, pero no iba a volver a decírselo.

–Debería comprarte un secador de pelo si vas a estar aquí más tiempo y algo de ropa.

–Puedes hacer algo mejor. Ir a la mansión a cogerme algo de ropa – sonreí al darme cuenta de que ella me iba a mandar como su recadero porque no quería encontrarse con mi padre.

–De acuerdo, iré. Pero con una condición. – esperó a que dijese algo más – Me ayudarás a terminar de preparar la casa. – su sonrisa se ensanchó.

–Lo haré.

Dormir con ella en la misma cama es una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida y más despertar a la mañana siguiente con una erección, mientras presionaba esta contra su trasero, inconsciente.

Tan sólo esperaba que no se hubiese dado cuenta de nada.

Me encerré en el baño y me duché con agua fría, pero eso no me bajó el calentón ni un poco, por lo que tuve que terminar haciéndome un trabajo manual, mientras la pensaba en mi cama.

Me reprimí a mí mismo por lo que acababa de hacer después de terminar, más cuando le había prometido que sólo seríamos amigos. Yo haría hasta lo imposible por mantener esa promesa, aunque tuviese que castrarme a mí mismo.



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