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Capítulo 2. Cajas de mudanza.


Aquel sábado era como cualquier otro. Me levanté muy temprano para terminar de colocar la cama nueva en mi habitación, pero no me esmeré mucho en la decoración, aún quedaba mucho para eso.

Rebusqué entre el montón de cajas que asediaban el lugar, buscando las sábanas que traje de la mansión, y tardé más tiempo del necesario en recordar que esa era una de las que aún no había traído.

Me iba a tocar hacer una visita a la casa para traerme las pocas cosas que aún quedaban. Así que me puse manos a la obra.

Me puse ropa cómoda, cogí mis famosos guantes para ese tipo de menesteres, pues no quería estropear mis delicadas manos con eso y salí sin tan siquiera haberme peinado. Bajé en el ascensor, sin tan siquiera fijarme en la vecina del sexto que se subió y empezó a mirarme con interés, salí a la calle y me monté en el coche.

Hacía un calor del demonio pese a ser septiembre y terminé quitándome la sudadera, quedándome con la camiseta de mangas cortas, de camino.

Llegué a la mansión, abrí la cancela principal con mi llave manual y me detuve antes de haber llegado al porche. No quería hacer mi gran entrada y encontrarme con mi padre, así que di un rodeo para entrar por la puerta de la cocina y entonces la vi. No se suponía que tendríamos que encontrarnos, pero ... allí estaba, disfrutando del agradable clima, en el jardín, mientras desayunaba.

Con tan sólo una sonrisa por su parte ya me derretí.

–¿Qué te trae por aquí tan temprano? – caminé hacia ella, olvidándome de las cajas y de todo, en realidad.

–Venía a recoger algunas cosas – me fijé en las tortitas adornadas con frutos rojos. Recién me daba cuenta de que no había desayunado. – ¿Te las vas a comer todas? – Me miró divertida.

–Siempre vienes a gorronear mis tortitas – bromeó, haciéndome reír. Me senté junto a ella mientras me cedía su plato y se limpiaba los morros con la servilleta. ¡Quién fuese servilleta!

¡Cielos! Tenía que centrarme.

–En mi defensa diré que nadie hace las tortitas tan deliciosas como las tuyas – aseguré mientras daba un primer bocado y sentía ese agradable toque a canela.

Ella se fijó en el cantar de los pájaros que se posaban sobre los árboles, en el jardinero que trasplantaba las petunias del otro lado del jardín y ... durante un momento... reinó el silencio en el lugar.

–¿Puedo? – Señalé hacia el vaso de zumo a medio terminar.

–Todo tuyo – sonreí al ver su cara de resignación y di un sorbo al jugo de naranja.

Con el estómago lleno me sentía con ganas de seguir con mi labor, pero antes de hacerlo miré hacia ella nuevamente.

–¿Dónde está mi padre? – se encogió de hombros, pero aquella vez había una sombra en su mirada, como si las cosas entre ellos estuviesen peor de lo que imaginaba. – ¿Aún está de viaje?

–Sus negocios en Tokio se han alargado.

–¿Va todo bien? – quise saber, alargando la mano por inercia, rozando mis dedos por los suyos. Retiró la mano con rapidez y lució incómoda antes de ponerse en pie y contestar.

–Muy bien. – Caminó hacia la puerta de la cocina y entró en la casa, yo tan sólo me quedé allí, como un idiota, sin poder hacer nada por ella.

Me marché de la casa después de eso, cabreado conmigo mismo y fue cuando llegué al auto y me preparé para volver al apartamento que recordé la razón por la que estaba allí.

¡Maldita sea! ¿Por qué siempre me olvidaba hasta de mi propio nombre después de verla?

La rutina me embargó la semana siguiente. El gimnasio en la mañana para no perder las costumbres y aguantar aquella vida extraña que llevaba, la universidad por la mañana, un almuerzo rápido en el restaurante de June entre risas y anécdotas por su parte, me cambiaba de ropa en el baño y me marchaba al trabajo de medio tiempo a soportar a capullos arrogantes que me trataban con la punta del pie. Pero ya no sólo era el chico que repartía el correo, en aquellos días también ordenaba el archivo junto a Archie, un señor que estaba próximo a jubilarse. Me dio buenos consejos para trabajar en ese lugar y me ayudó a ordenar con rapidez. Para cenar volvía a dejarme caer por el restaurante de June y después me enfrascaba con la contabilidad hasta que me podía el cansancio y me iba a casa.

Los fines de semana me la pasara tirando tabiques, levantando muros, pintando las paredes, redecorando e incluso visitando tiendas de interiores, en la que atraía a alguna que otra dependienta que olvidaba la falta de profesionalidad y terminaba apuntándome su número en una tarjeta.

Por supuesto, todas y cada una de esas tarjetas acabaron en el olvido, porque yo no tenía tiempo para chicas.

Aquel sábado estaba decidido a recuperar las cajas y me daba igual cruzarme con Emma, que me faltase el aliento o ser un maldito subnormal en su presencia. No quería seguir evitándola más.

No me sorprendió encontrarla en el jardín desayunando, pero yo aquel día ya venía desayunado de casa, así que me marché a recoger mis cosas después de dirigirle una mirada cómplice. Recogí todo y volví a bajar con las cajas. Tenía pensado largarme sin más, pero terminé dejándolo todo en el suelo y acercándome a ella. No quería comportarme como un borde de mierda.

Era de lo más extraño que mi padre aún no estuviese allí. ¿Qué era lo que lo estaba reteniendo tanto tiempo fuera...? ¿a quién quería engañar? Yo sabía perfectamente qué era lo que ocurría. Él estaba jugando con una nueva chica sin haber terminado con la anterior. Era típico en él. Cuando se cansaba de su juguete nuevo iba a buscar a otro aún más nuevo, sin importarle los sentimientos de los demás.

Aun así, pregunté por él, como un idiota.

–¿Y mi padre? – dejó de prestar atención a la Tablet y sonrió antes de contestar.

–Creo que está en Dublín hasta el jueves, ya sabes, uno de sus viajes de trabajo. ¿Cómo ha ido el entrenamiento? – me encogí de hombros, sin querer confesarle que ya no entrenaba los fines de semana. Y me fijé en el aspecto desmejorado de sus uñas, parecía tener mil cosas en las que pensar y eso me hizo recordar sus recientes ganas de trabajar, pese a que sabía que mi padre no estaría contento con su decisión. Me gustaba que estuviese empezando a tomar sus propias decisiones.

–Mañana es tu primer día, ¿estás nerviosa? – su sonrisa me llenó el alma.

–Lo cierto es que estoy atacada – dejé escapar una risotada y luego volví a fijarme en ella – hace mucho tiempo que no pongo una vía. Pero ... creo que me irá bien.

–De entre todos los lugares en los que podrías trabajar... ¿por qué una residencia de ancianos?

–¿Por qué no? Ellos también tienen una historia que contar y esperan que te quedes a escucharla. Ni siquiera sabes cómo funciona la mente humana, aún es un enigma para mí.

–Ya, pero ... tener que cambiarle el pañal y bañar a un abuelo... creo que yo no podría hacer eso.

–Son personas que no pueden valerse por sí mismas, Killian. Es triste que sus seres queridos no quieran hacerse cargo de ellos, sus hijos... nuestros padres cuidan de nosotros durante toda nuestra vida y ... cuando ellos necesitan que los cuiden... sus hijos los meten en un asilo para que otros se ocupen de ellos. Es muy triste. – Ella siempre me pareció fascinante por cosas como esa. – Estoy nerviosa porque es mi primer día, pero también estoy emocionada. ¿Y tú? ¿cómo va la mudanza?

–Estoy metiendo todas mis cosas en la habitación que ya tengo lista, amontonadas, mientras que el resto de la casa ... está hecho un desastre. Espero tener un poco de tiempo el próximo fin de semana para poder ponerme manos a la obra y terminar de pintar. Supongo que cuando la tenga totalmente terminada haré una fiesta de bienvenida. Vendrás, ¿no?

–Por supuesto – contestó. Desvié la mirada y me fijé en el río artificial en el que descansaban los patos, tratando de calmarme a mí mismo, porque me había encantado la idea de tenerla en mi apartamento.

–Voy a echar de menos esto. – Susurré, tratando de fijar mi atención en otra cosa. Lo cierto es que adoraba ese lugar.

–Sobre todo porque en el piso no tienes jardín. – Sonreí y volví a mirar hacia ella. ¿Cómo podía conocerme tan bien? Ta sólo habían pasado seis años desde que la vi por primera vez y ya se sentía mucho más cercana que mi propio padre.



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