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Capítulo 5

Los grandes y lujosos edificios empiezan a desaparecer, viejos y abandonados edificios pasan a nuestro lado, adentrándonos más a la zona donde tocamos con los chicos.

Han pasado alrededor de veinte minutos desde que salimos de su colegio pero la chica pelinegra a mi lado no ha dicho palabra.

Está sentada, con la maleta abrazada sobre sus piernas y su vista en la ventana, viendo pasar los pocos carros que transitan.

Su mensaje de texto no decía más que la dirección, y aunque mencionó que llegué tarde ni siquiera mencionó que tenía que llegar a ese preciso momento.

Al ver el mensaje no pude hacer más que correr hacia ella, sin saber si ella estaría en esa dirección, sin siquiera estar cien por ciento seguro de que era ella la que escribía.

Pero lo sabía, de alguna manera sabía que era ella.

La pregunta aquí es ¿por qué no dudo ni dos segundos?

Curioso en verdad.

Luego del minuto veinte y uno la chica empieza a mover un poco su cabeza, guiándose por la vieja canción de rock que suena en la vieja radio del auto.

El movimiento me hace girar mi cabeza completamente por primera vez desde que se subió al auto, la chica me voltea a ver también y me regala una pequeña sonrisa que le regreso como puedo.

Su delgada mano se alarga para subirle el volumen, su sonrisa se hace más grande cuando mi cabeza, involuntariamente empieza a moverse de arriba abajo de la misma manera que la de ella.

Pero no pronuncia nada, solo deja que siga manejando sin rumbo. Ya que eso hago, he pasado los últimos minutos solo manejando, sin saber adonde es que quiere que la lleve.

Por algún motivo no quiero ser el que hable primero, no quiero preguntarle nada al respecto de porqué escribió hoy, solo me limito a disfrutar de su presencia.

El leve tarareo que sale de sus rojos labios me desconcierta unos segundos, mi vista baja un poco notando como su barbilla tiembla un poco, sin ser brusco, aumento la calefacción del auto, esperando que ella no se de cuenta que la he estado observando lo suficiente como para notar que puede estar teniendo frío.

Más porque la negra nube empieza a amenazar con dejar caer el agua.

Mi celular vibra, nuestra cabeza baja, notando el pequeño mensaje de notificación en la pantalla rota.

Levanto la vista rápidamente, concentrándome en la calle delante de mí.

La chica me voltea a ver, notando que no pienso revisarlo en ese momento.

Ella, sin decir nada alarga su mano y toma el celular.

No aleja la mirada de mí, como si esperara que le dijera algo, me quejara o hasta le gritara. Cuando no recibe nada de eso, se acomoda en el asiento, dejando su maleta en el suelo y subiendo uno de sus pies al asiento, después de quitarse el zapando, quedando solo en el largo calcetín negro.

Acomoda su falda para que no se vea nada, antes de cliquear la notificación.

La chica se ríe un poco al comprobar lo que suponía, que no tengo contraseña.

Mostrando verdaderamente lo poco que me importa ocultar las cosas.

El viejo teléfono tarda en cargar, pero su blanco rostro se ilumina un poco cuando la aplicación de mensajería ya está abierta.

—"Lio"—dice, leyendo el nombre del contacto. Volteo a verla un rato, sus ojos chocan con los míos un momento, pero regreso mi vista a la calle, mirando mis espejos antes de girar hacia la derecha.—"Ben quiere que compres un par de cajas de pizza, vendrán chicas esta noche para celebrar la audiencia de ayer"—termina de leer el texto y luego voltea a verme, esperando mi contestación.

Pienso en el hecho de tener que pasar por la comida y pasar tiempo con gente hoy que precisamente hace un clima para dormir toda la noche es simplemente un fastidio.

Dejo salir un suspiro cansado.

La chica regresa su vista al celular y teclea algo rápido antes de dejar el celular en el mismo lugar donde lo tenía, antes de subir nuevamente el volumen de la radio cuando otra canción empieza a sonar.

Pasan unos minutos más, donde sigo manejando sin rumbo.

La pelinegra mira su pequeño y quebrado reloj de manijas, abre su maleta y saca su celular.

Nota que tengo un pequeño apartado donde se puede poner el celular, uno que queda justo frente a mí.

Así que teclea algo rápido antes de ponerlo ahí, clickeando en el botón que dice "dirección". Un mapa electrónico empieza a mostrarme el camino.

Volteo a verla, sus ojos azules parecen más oscuros.

Asiento antes de girar a la izquierda, siguiendo el camino azul que su teléfono me indica.

Paro en un semáforo, los carros delante y atrás de mi paran igual, hay más tráfico de lo que esperaba, todos buscan llegar a sus casas lo más rápido posible, para refugiarse de la lluvia que se avecina.

El sonido de la ventana abriéndose me hace girar el rostro, la chica ha sacado la cabeza y saluda con la mano.

Mi ceño se frunce al tratar de entender qué hace, un vendedor reacciona ante el saludo de la chica, este asiente cuando la pelinegra hace el signo de paz con sus dedos.

El señor se acerca al auto lo más rápido que puede, la chica le entrega unas cuantas monedas y el señor le entrega dos manzanas caramelizadas.

La chica le sonríe agradecida y cierra la ventana acomodándose en el asiento.

Se voltea hacia mí, y me tienda una de las manzanas.

Levanto una ceja hacia ella, la chica frunce el ceño y la retira un poco, confundida.

Una pequeña risa sale de mis labios antes de alargar mi mano y tomar el palo con la manzana.

La chica sonríe mordiendo su labio, antes de bailar un poco mientras le quita la envoltura de su manzana dándole un mordisco un poco grande.

—Cuando era pequeña mi padre siempre me compraba estas manzanas.—dice, mirándola con nostalgia, su sonrisa decae un poco pero luego le da otro mordisco.

Aprovecho los últimos segundos del semáforo en rojo para quitarle la envoltura a mi manzana, disfrutando por primera vez de ese dulce.

Miro a la chica sorprendido, dejando entender que es mucho más delicioso de lo que esperaba que fuera.

Ella sonríe y se siente emocionada.

Me río dándole otra mordida, asintiendo hacia ella, sorprendido realmente de que nunca las había comido.







El sonido de la botella de agua con gas cayendo de la máquina dispensadora me hace agacharme y agarrarla.

Boto los dos palitos en la basura antes de voltear hacia mi auto.

La chica pelinegra mira su celular con un ligero ceño fruncido.

He decidido ir a una gasolinera para llenar el tanque y comprar unas bebidas para quitar el empalagoso sabor de las manzanas acarameladas.

Mi vista va al cielo, notando como el cielo empieza a oscurecerse, no por la nube sino porque ya está comenzando a anochecer.

Ignoro la hora que es, solo sé que ya pasó bastante desde que salimos del colegio y aun así sigo sin saber hacia dónde nos dirigimos o saber más que el nombre de la chica y que le gustan las manzanas, nada más, porque no ha habido mayor conversación.

Como si entre nosotros no hubiera falta.

La chica baja su celular buscándome con la mirada, preguntándose porque tardo tanto.

Camino hacia el auto, entro y le entrego su bebida.

La chica me sonríe y la abre para darle un sorbo.

Noto que se ha puesto un suéter grande con el nombre de su colegio.

La chica pone su celular de nuevo y noto que solo faltan unos quince minutos para llegar al lugar.

Me he dado cuenta que he manejado por todo el barrio pobre pero que el destino de hecho se encuentra en uno rico.

Enciendo el auto y la chica empieza a jugar con la radio, tratando de encontrar una buena canción, cuando la encuentra empieza a bailar de lado a lado.

Sonrío mirándola tan relajada y empiezo a pegarle al timón con mis dedos, simulando que es un tambor, la chica tararea la canción y seguimos nuestro camino.

El celular pilla cuando el carro llega a la pequeña banderita virtual que señala el destino.

Frunzo el ceño al verme rodeado de casas blancas y gigantes.

—Ahí.—la chica levanta su mano y señala una casa en la esquina del pasaje.

Me parqueo enfrente aun sin entender dónde estamos.

Los dos volteamos a ver la enorme casa, ella con molestia y yo con confusión.

La chica baja la mirada y toma mi celular, abre la aplicación de mapa y pone una dirección lo que me hace fruncir el ceño.

Deja mi celular donde antes estaba el suyo y esta vez sí reconozco la dirección, es el edificio donde tocamos con la banda. La miró y ladeo la cabeza.

—Es para que regreses y no te pierdas, yo me quedaré aquí.—dice señalando la gran casa detrás de ella. Mi boca se abre para formular la pregunta que ella sabe bien, estoy pensando. —Viajar sin rumbo por dos horas enteras.—las palabras salen de sus labios mientras busca algo en su celular.

Mi confusión solo crece, la chica me enseña su celular, achico mis ojos un poco por la gran luz antes de poder adaptarse, veo una lista, donde solo el número uno está visible, los demás números tienen las letras distorsionadas, ilegibles.

—Es la primera cosa en mi lista. — dice y me mira sonriente. — Muchas gracias por ayudarme a poder tacharla.

La chica baja el celular y espera una reacción de mi parte, pero sigo tratando de procesarlo, que se me hace difícil.

—Esta es mi casa.—dice señalando la casota detrás.—Gracias Finn y lamento traerte así sin decirte.—dice y yo sigo sin entender.

La chica asiente luego de no tener respuesta.

Abre la puerta del auto, toma su mochila y sale, se gira hacia mí, abre su boca para decir algo pero luego la cierra, sin saber qué decir. Asiente antes de cerrar la puerta.

La chica empieza a caminar hacia su casa, pero abro la ventana rápidamente.

—¡Malia!—la chica se sobresalta ante mi grito, se gira y noto confusión en su mirada.—Oh, em...la chica, en tu colegio, ella te llamó así.—digo y ella asiente, entendiendo como sé su nombre. La pelinegra espera a que continúe, trago grueso tratando que mis palabras salgan.—Me llamaras ¿cierto? Cuando necesites ayuda para cumplir lo segundo en tu lista.—digo con los ojos fijos en los de ella.

Malia sonríe grande y asiente.

—Buenas noches Finn. — la chica se da la vuelta y es hasta que la veo entrar a la casa que cierro la ventana y enciendo el carro nuevamente.

Me recuesto en el asiento y sonrío, clickeando el botón de dirección para manejar hacia casa.

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