Capítulo 28
El timbre suena y todos empiezan a salir de las aulas.
Suspiro mirando mi cuaderno lleno de garabatos.
Estoy en semana de exámenes y mi mente no está concentrada para nada.
Mis hermanas han estado más estresadas que nunca, la boda de Isabelle no nos tiene muy bien y, aun que es mi hermana, me muero porque finalmente se mude.
Miro la hora de mi reloj y suspiro una vez más pensando en los encargos que mi madre me ha pedido para la cena de práctica de la boda de Isabelle.
Una cena que será, literalmente, unos cuatro meses antes que la boda real.
Salgo de clases y camino hacia la cafetería, con la intención de comprarme el café más cargado que pueda encontrar.
—¡Isaac!—miro sobre mi hombro y veo a un chico de mi clase de matemáticas, mueve sus manos indicándome que me acerque, camino hacia él y saludo a los chicos que están con él.—Una chica estaba buscándote.
Mi ceño se frunce y él señala hacia la dirección del parqueo.
Le agradezco antes de caminar hacia allí, mi curiosidad matando las ganas de café.
Llego al parqueo no hay nadie más que una chica con una gran maleta morada, frunzo el ceño, dudando si acercarme o no.
Finalmente lo hago, cuando toco su hombro la chica se sobresalta, me mira confundida, quitándose sus audífonos
—Hola... Disculpa, ¿tú me buscabas?—la chica niega con la cabeza, me disculpo con ella y me alejo, pensando si el chico me quiso jugar una broma.
Volteo una vez más al paqueo, pero no veo a nadie más.
Justo cuando me giro para volver a la cafetería, un auto que veo de reojo me hace detenerme.
Un jeep gris, sonrío incrédulo, creyendo conocer el jeep, tratando de todos modos de no hacerme ilusiones. Hay miles de jeeps en el mundo, ¿por qué tendría que ser justo el de ella?
Saco mi celular de mi bolsa, pero no veo ningún mensaje. Empiezo a caminar hacia el auto y mi sonrisa crece cuando veo, tras el volate, una pequeña chica castaña.
Toco tres veces el vidrio. Mia se sobresalta, asustada por el toque, cuando me mira sonríe.
Baja la ventana al mismo tiempo que le baja volumen a la música que tenía puesta en el carro.
—Estaba a punto de escribirte, un chico me dijo que posiblemente estabas en clase, pero que trataría de encontrarte, creí que no iba a hacerlo, se veía un poco ocupado.—Mia sonríe aliviada, como si hubiera tomado mucho valor venir.
—Si me dijo, aunque no me dijo quien o donde, solo dijo que alguien estaba buscándome. Por poco creí que era una broma o que trataban de secuestrarme.—mi broma provocó una carcajada de la chica y mi sonrisa se hizo más grande.
No hemos hablado mucho, casi nada de hecho. Pensaba que había un muro entre ambos, pero verla reír tan despreocupada me alivia mucho.
Y creo saber por qué es. A pesar de que las cosas estuvieron algo raras luego que Milo nos encontró en la piscina, él y yo nos hemos visto un par de veces, me mencionó en una ocasión que Mia terminaba exámenes esta semana.
Al verla hoy, me da la impresión que ya ha terminado, se ve más tranquila, menos estresada.
El olor a café entra a mi nariz y Mia nota que lo siento.
Se gira hacia el asiento del copiloto.
—No sabía si habías terminado clase o si tendrías más tarde. De hecho no sabía si tenías clases hoy para empezar.—dice, riendo nerviosa—así que no sabía si comprar comida o postre o que, así que traje un poco de café y donas.—la chica voltea a verme.
Un mechón se ha salido de su coleta alta así que lo pasa por su oreja con su mano.
Mia lleva un jeans grande con corazones blancos dibujados y un suéter de lana color rosado que la hace ver como un chiquilla en un gran auto. Se ve preciosa.
—Café es justo lo que necesitaba, gracias.— camino hacia el otro lado del auto. Mia sube el vidrio y me deja entrar.
Ha sujetado el café, cuando me siento a su lado me los da y se estira un poco para alcanzar la bolsa de donas.
—Compré de vainilla y de caramelo.—dice mirando la bolsa, noto como se sonroja un poco.—Me acuerdo... Cuando éramos pequeños, le exigimos a Martin regresar a la tienda por estas donas en especifico, porque habían comprado de chocolate y menta y no nos gustaban.
Mia sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.
—Peleamos por quien se comía la última de caramelo.
—Gané esa pelea.—dice orgullosa.
—Te dejé ganar.—me defiendo y ella me mira ofendida.
—Lloraste como niña, Milo tuvo que venir a salvarte.—mi risa llena el auto, los recuerdos de esa tarde regresan a mi mente.
—Eras muy salvaje.—digo y me cruzo de brazos.
Mia se ríe, saca una dona y me la entrega.
Le agradezco y le paso uno de los cafés.
Tomamos al mismo tiempo, y luego un silencio se forma en el auto.
A pesar de que noto como la chica quiere decir algo yo me quedo disfrutando de su compañía. No ha pasado mucho, pero aun así, se me había olvidado lo mucho que me gusta estar con ella.
Aunque no sepamos que somos, aunque no lo resolvamos hoy. Estar a su lado, hablando de cuando éramos pequeños, comiendo donas y tomando café, esto era justo lo que necesitaba.
Y espero, realmente espero, que ella también.
—¿Cómo ha estado Fabrizia?— mi pregunta la toma desprevenida, sé que viene a hablar de algo especifico, solo que no logra encontrar las palabras correctas, así que se muestra aliviada que sea yo él que saque un tema de conversación.
—Mucho mejor, aun esta pendiente que vayas a visitarla, le mencioné lo de esa noche y se enojó conmigo porque no la desperté.—dice y sonríe.
Retengo la respiración, esa noche fue una bomba de emociones, Mia se había abierto de diferentes formas, ella quería que Fabrizia supiera de nuestra relación, o de lo que iba a ser, y se abrió sobre como se siente con la comida. Ninguna de las dos cosas terminaron de cerrarse completamente, yo realmente no sabía como sacar el tema.
—Yo más que encantado, mañana es mi último examen y luego tengo una semana de descanso antes de las presentaciones finales.—le digo, sin obligarla a que vayamos justo ahora, dándole la oportunidad que ella decida que día sería mejor.
Mia no dice nada, solo asiente. Mira su dona y le da un pequeño mordisco antes de guardarla nuevamente en la bolsa.
La chica suspira y mira el gran edificio frente a nosotros.
Sus dedos se mueven, pegándose en sus piernas como si estuviera tocando el piano.
Alargo mi mano y tomo la suya, ella se sobresalta, pero no parta la mano.
Suspiro al entrelazar nuestros dedos. Mia lleva un fino anillo de diamantes, el que su padre le regaló para sus dieciocho, un día después de la fiesta donde todo cambió.
A pesar de que han pasado tantas cosas no me arrepiento nada de haber ido. Es más, creo que fue de las mejores decisiones que he tomado.
—La cena...—mis palabras se escuchan cortadas, así que me aclaro la garganta.— Isabelle hará una cena de ensayo para su boda, me gustaría que fueras conmigo....—mis ojos viajan a los suyos, parece sorprendida pero emocionada.
Ella iba a ir igual forma, es, por así decirlo, parte de la familia, ella lo sabe, por eso, aclaro mi invitación.
—... como mi pareja.—digo y Mia suelta el aire que estaba conteniendo.
Bajo la mirada a nuestras manos, masajeo uno de sus dedos con el mío, sin atreverme a mirarla.
Por algún motivo había preparado esta conversación, con la idea que su aceptación fuera un 50% de posibilidad. Podía decir que no, aunque por algún motivo creo que estamos más cerca de sí.
Mia tarda en contestar, así que, asustado levanto la mirada, ella me mira tiernamente. Sonríe un poco de lado. Y ahí, lo entiendo, estaba tardándose para hacerme sufrir, abro mi boca indignado, pero sonrío al escuchar su risa.
Mia alarga su mano libre y toca mi cabello, pasa a mi oreja y finalmente toca mi mejilla.
—Me encantaría ir.—dice y yo sonrío, olvidando el hecho que me tiene a sus pies, y ella lo sabe.
Suspiro aliviado, recostando mi cabeza y su mano.
Sonrío al ver el mensaje de Isaac, desde el almuerzo no ha parado de enviarme mensajes y stickers mostrando lo feliz que esta porque vayamos justos a la cena de su hermana.
A pesar de que la conversación con el salió mejor de lo que esperaba aún tengo los nervios de contarle a mis padres.
Claramente no iría a la cena sin antes decirles.
La palabra novia y novio aún no está en la mesa, mencionó pareja, pareja de cena, pareja de baile. Es un paso más a algo más grande. Pero aún no hemos hablado de ello.
Sonrío una vez más, cuando me manda un sticker de un niño bailando con unas maracas y unos lentes negros.
¿De dónde saca esas cosas?
Entro a la cocina riéndome, le respondo rápidamente, regañándolo para que ponga atención a su clase.
Abro la refri y me sirvo un vaso de agua. Estoy a punto de beber cuando escucho que el timbre suena.
Frunzo el ceño.
Mis padres están de viaje y vuelven por la noche. Milo está en clase, o bueno, debería, y Miles salió a una reunión con los niños de pasaje con Elena, no deberían estar aquí.
Escucho que uno de los empleados abre la puerta y le indican a la persona que me encuentro en la cocina.
No puedo esconder mi sorpresa, al ver a mi prima Alina, entrando a mi cocina.
Mi inconsciente me dice que esté alerta, que piense en ataques verbales una vez ella comience. Pero el hecho que haya llegado a casa sin una razón, como una reunión o junto a la abuela, me ha hecho bajar completamente la guardia.
—Alina, que sorpresa, ¿buscas a mi madre?— pregunto, sin sonar brusca para nada, pensando que buscar a la hermana de su madre es la única razón coherente para que este aquí.
—No, de hecho, vine a verte a ti.— mi cara de sorpresa es más grande. Mi mirada va a mi celular, mirando la fecha de hoy, pensado que olvidé el cumpleaños de mi abuela y que viene a incriminármelo.
Pero no es, aún falta algunas semanas. Así que, ¿por qué esta aquí?
—Dime, ¿Cómo puedo ayudarte?
—¿No estás ocupada? Puedo irme si lo estas.—mi confusión aumenta, porque su pregunta no fue de burla, normalmente lo haría, burlarse que no esté haciendo nada. Y tampoco le importaría, si necesitara algo exigiría mi atención.
Y me siento mal, al ver su cara de nerviosismo, porque, ahora que lo pienso, esto ha de ser igual de raro para ella como lo es para mí. Y no solo eso. Me doy cuenta lo mal que esta mi percepción de ella, busco malas intenciones con cada palabra.
—No lo estoy, dime, ¿estás bien?
Alina asiente, suspira un poco, cuando levanta la mirada noto que tiene los ojos llorosos y su mentón tiembla.
—Necesito que me ayudes a internar a mi padre.
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—Muchas gracias.—cierro la puerta de mi cuarto, con cuidado de no tirar la bandeja con él té que pedí nos subieran.
Alina esta sentada en mi tocador, peinando su cabello mientras tiene la mirada perdida en la ventana.
Se ha quitado todo su maquillaje, ahora a penas se le ven las manchas negras del rimen en sus mejillas.
Ya está más tranquila, me ha contado todo lo que ha pasado estos últimos meses, diciéndome que ya no sabe qué hacer con la situación de la adicción de su padre.
Su madre ha decidido rendirse con él, hace como si no existiera, su abuela, que debería de ser su único consuelo después de su madre, solo lo insulta, molesta con él y como le deja todo a su madre.
Llamé a mi madre, sin saber bien como proceder, entendió lo delicada de la situación y me dijo que ella se encargaría.
Alina lloró mucho y yo traté de consolarla lo más que pude.
El hoyo de mi corazón se agrandó. Yo no sabía lo que pasaba, la verdad es que nunca me interesé en saberlo.
Lo que me pregunto es ¿por qué? ¿Por que siendo primas vivimos con un constante odio entre ambas?
Realmente no lo recuerdo. Pero sé que viene desde pequeñas. Siempre ha habido rivalidad, odio y rencor. No hay ningún recuerdo sano de nuestra infancia, nunca logramos conocernos realmente, solo eran peleas y más peleas.
Nos quedamos dormidas en la misma cama, como cuando hacíamos pijamadas en la casa de la abuela.
Ella se durmió con sentimientos mixtos, por ayudar a su padre, pero al mismo tiempo por haber hablado y hacer que lo encerraran.
Y yo me dormí, con la sensación que el odio que nos teníamos no tenía que ver con nosotras como personas, sino por la circunstancia tan difícil de nuestras familias.
Me pregunto, si, luego de esto, podremos hablar.
No Mia Ricci y Alina Macri.
Si no Mia y Ali.
Como cuando éramos muy pequeñas y solo queríamos jugar juntas, no contra la otra.
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