Capítulo 25
Miro mi celular una vez más, esperando un mensaje que parece que no llegará.
Algo pasó ayer, Mia no ha vuelto a contestar mis mensajes y cuando lo hace son bastante cortos.
Le mandé un mensaje que estaría en el hospital por la tarde pero ni siquiera le ha llegado, como si celular estuviera apagado
Apago el auto luego de parquearlo frente a casa y suspiro.
Miro mis contactos y por algún motivo el que sobresale es el de Milo.
Recibí una llamada de el esta mañana, pero como estaba en clase no lo escuché, traté de llamarlo luego pero no pude contactarlo por mucho que lo intenté.
Me recuesto en el asiento y cierro mis ojos, tratado de borrar todos los malos pensamientos y poder encontrar una solución a todo este desastre.
Salgo del auto y lo rodeo para entrar a casa.
Cuando ya estoy cerca de la entrada me quedo quieto al ver un cuerpo sentado y dormido frente a la puerta.
Me toma unos segundos reconocerla y mi ceño se frunce al no entender el porque ella esta aquí, así.
—¿Innoa?—digo pero aún estoy lo suficientemente lejos de la puerta como para que mi susurro de confusión lo escuchara.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta que mi auto es el único que está parqueado, ni mis padres ni mis hermanas están en casa. Noto que ni siquiera está el auto de Innoa, lo que significa que o se vino caminando de la universidad o que alguien vino a dejarla.
Mi ceño se frunce aún más sin entender porque esta afuera.
Me acerco a ella y cuando estoy a tan solo unos pasos me paralizo un poco.
No hemos hablado desde el día en que ayer, cuando fingí que era Ivy y la saqué de mi cuarto.
Bueno, no fue una platica necesariamente.
Pero aun así, una presión aparece en mi pecho, tristeza y nerviosismo por no saber como hablar con mi hermana.
Más sabiendo que puede no estar pasando un buen momento y que necesita desahogarse con alguien, y, por un segundo yo pude serlo antes que mi pánico me hiciera alejarla.
Me agacho para estar a su altura, levanto mi mano y dudo antes de ponerla sobre su hombro de la manera más delicada que puedo.
Puedo que no lo haya hecho porque mi hermana se sobresalta, levanta sus manos a modo de defensa y mira de un lado al otro asustada hasta que nota que soy yo.
Innoa suspira un poco molesta por el susto. Me paro y me alejo un poco, sin saber bien que decirle.
—Afín llegas.—dice levantándose, toma su bolsa llena de libros, pinceles y algunas pinturas y toca su amarado cabello algo desordenado.
Miro la hora en mi celular algo confundido.
—¿Me esperabas? ¿Tenemos algo que hacer, yo...?
—No digas estupideces, esperaba al primero que apareciera, olvidé mis llaves en casa de una amiga, todas las malditas ventanas están cerradas y bueno, justo hoy es el día de descanso de los empleados así que estuve esperando desde hace un rato.
—¿Por que no llamaste?—digo ya un poco más tranquilo al saber que no tenia ningún compromiso.
—Mi celular murió hoy en la mañana, ya no importa, ¿puedes abrir? Me muero de hambre—dice apuntando la puerta y yo asiento.
Camino hacia la puerta y la abro, me hago a un lado para que mi hermana mayor entre.
—Gracias.—dice Innoa suspirando.
Dejo las llaves colgadas y mi limito a observarla mientras camina hacia la cocina.
Miro las escaleras al lado de la entrada y dudo si subir y encerrarme en mí cuarto a intentar llamar a Mia o, si sería buena idea, aprovechar que no hay nadie en casa, para tratar de hablar con mi hermana.
Mi corazón empieza a latir fuertemente tan solo con la idea de entablar conversación con ella. Mi cuerpo se mueve por inercia hasta las escaleras pero es un fuerte ruido en la cocina que me hace salir corriendo.
—¿Estas bien?—pregunto entrando, no veo a nadie así que frunzo el ceño, pero al escuchar un quejido le voy vuelta a la isla y veo que Innoa está agachada, una olla con lo que creo que es agua calienta esta tirada en el piso, mi hermana se toca la mano quejándose.
—¡Innoa! ¿Qué pasó?—me agacho a su lado con cuidado de no tocar lo que creo es la olla caliente.
—Mierda.—se queja.—Quería poner agua calienta para hacer café, la olla estaba muy a la orilla y empezó a caerse, por instinto quise agarrarla, fue una estupidez claro esta.—tomo la muñeca de mi hermana, miro su roja palma y hago que se levante.
Aun sin soltarla la llevo hasta el lava manos.
—Puede que te duela un poco.—digo y ella asiente, aun quejándose un poco, abro el grifo que agua helada y dejo que esta moje su roja palma.
Innoa se queja pero no aleja la mano, nos quedamos así unos segundos, me alejo de ella y abro la refrigeradora, poniendo hielo en un paño.
Innoa se da la vuelta cerrando el grifo, le paso el hielo y ella me agradece antes de sentarse en una de las sillas altas frente a la isla.
—Déjame ver.—Innoa separa el hielo, mostrándome su palma.—Tal vez se te haga una pequeña llaga.—le digo y ella hace una mueca.
Me doy la vuelta, agarro una manta y con cuidado recojo la olla poniéndola al lado del lavamanos.
Abro un pequeño closet en la cocina sacando un trapeador.
—Déjalo, ya secaré yo.—dice Innoa queriendo levantarse.
—No te preocupes.—me niego.—Será rápido es un pequeño charco.—le digo regalandole una pequeña sonrisa de lado.
Innoa hace una pequeña mueca pero asiente.
Nos quedamos en silencio. Un incomodo silencio que logra que un irritante sumbido suene en mi oído. Y fue sin pensarlo mucho que mi cuerpo exige hablar.
—Lo siento.—me disculpo, miro el charco de agua sin poder mirar a mi hermana mayor.
Noto que ella voltea a verme, confundida por mi disculpa. Pero, a pesar de que me constó mucho decirla, no puedo ser lo suficientemente valiente como para verla.—Ese día, llegaste a mi cuarto y yo...
Siento como la respiración de ella se hace más artificial, como si ya entendiera a lo que me refiero.
—No tienes por que...
—Lo siento mucho.—la interrumpo, por que si no digo todo lo que quiero sé que tal vez luego no me atreveré a hacerlo.—Me necesitabas, necesitabas a alguien y fuiste por mí y yo...fingí no verte.—mis ojos, logran ponerse sobre los suyos.
Innoa me mira seria, sin ninguna expresión en su rostro, sin ningún sentimiento expuesto.
Y me preguntó, que tanto tuvo que esforzarse para poder poner esa cara, que tanto le habrá dolido perfeccionarla.
—No te preocupes. No me debes nada, eso fue...un momento de debilidad es todo.
—No importa, Innoa, soy tu hermano y la verdad es que no sé como llegamos a un punto en el que no podemos hablar entre nosotros. Yo...estoy completamente dispuesto a ayudarte y apoyarte, a escucharte y a...amarte.—susurro lo ultimo, bajando la mirada al entender mis palabras.
Nunca me había sentido tan expuesto ante ninguna de mis hermanas.
La palabra amor, aunque es tan normal en relaciones amorosas y amistades, en la misma familia parece algo tan...vergonzoso.
Escucho la risa de Innoa unos segundos después, cuando levanto la mirada hacia ella la veo al lado mío, ha agarrado otro trapo y empieza a ayudarme a secar el agua.
—Muchas gracias Isaac.—dice y noto sinceridad en su voz.—No sabes cuanto significa.—dice regalándome una pequeña sonrisa con los labios sellados.
Le regreso la sonrisa. Sintiéndome extrañamente satisfecho de como terminó nuestra conversación.
—Tú también puedes...—levanto mi mirada mirando a mi hermana confundido.—Hablar conmigo si eso necesitas.—termina y yo asiento, entendido a lo que se refiere.
—No...No creo necesitar nada por el momento pero gracias.—digo sonriéndole.
Mi hermana achica los ojos, como si no me creyera y esa reacción es tan típica de Ivy que por un segundo empecé a temer que Innoa sea como ella.
No sé si podría con dos Ivys.
—Claro, claro, como si en tú frente no tuvieras la palabra Mia Ricci.—dice y mi boca se abre, confirmando mis sospechas.
La risa de Innoa llena la cocina, dejándonos a los dos, luego de unos segundos, bastante sorprendidos.
—Creo que es la primera vez que te escucho reír tan abiertamente.—le digo y mi hermana, un como avergonzada me empuja un poco.
—Cállate, hoy no tengo ganas de fingir.—dice en modo broma pero yo me pongo serio.
—No tienes que hacerlo, Innoa, no sé que te hizo pensar que tenias que hacerlo en primer lugar pero te juro que ya no tienes que hacerlo. Por favor, ya no lo hagas.—digo y mi hermana me sonríe tristemente.
Dándome a entender que al hacerlo por tanto tiempo ya es difícil siquiera pensar en cambiar.
Y por un segundo me quedo pensando si Mia pensará lo mismo. No es que no quieran hacerlo, es que no saben lo que serán luego del cambio.
Dejo salir un suspiro y miro a mi hermana con decisión.
—Si necesito hablar.—digo, Innoa se sorprende un poco ante mis palabras pero luego de un rato me regala una enorme sonrisa.
—Bien, yo también necesito hacerlo.
Apago mi auto cuando ya estoy frente a casa.
Veo mi balcón con las puertas de vidrio abiertas, dejo salir el aire cuando la pereza de tener que salir el auto.
Miro mi teléfono cuando recibo una llamada.
Es mi madre.
Sé lo que viene.
Claramente sé lo que viene.
Mi abuela y mi madre no se llevan bien, para nada de hecho pero cuando la nieta menos preferida hace algo malo mi abuela no duda ni un segundo antes de hablarle a mi madre para recriminarle lo mal educada que soy.
Claro que escucharlo de mi abuela misma enoja más a mi madre, no tanto por lo que hice sino por el insulto de mi abuela. El enojo que le ocasiona a mi madre es mucho más fuerte que el sentimiento de querer proteger a su hija para siquiera preguntarme mis razones.
—No voy a contestarte, puedes llamar todo lo que quieras.—apago mi celular y le quito el seguro a mi puerta con toda la intensión de salir del auto y dejar mi celular ahí, pero justo cuando estoy a punto de abrir mi puerta, la puerta de copiloto se abre.
Me sobresalto, mi boca se abre pero por el miedo nada sale.
Cuando veo quien es cierro los ojos y dejo salir un enorme suspiro, pero mi corazón sigue palpitando con fuerza.
El se recuesta en el asiento y trata de regular su respiración. Noto que tiene exactamente la misma ropa de ayer, su camisa esta demasiado arrugada y mal abotonada. Su cabello esta desarreglado y su rostro algo sudoroso como si hubiera corrido por mucho tiempo.
—Milo...—mi voz hace que mi hermano mayor me observe, su boca se abre pero su agitada respiración no lo deja hablar, así que lo hago yo.—Si vienes a gritarme por lo de anoche hoy verdaderamente no estoy de humor así que...
—Vamos por un helado.—mis palabras son interrumpidas, miro a mí hermano con el ceño fruncido.
—¡Qué?
—Dijimos en la playa que cuando regresáramos iríamos a comer helado ¿no? Con todo lo de Fabrizia y eso no pudimos pero creo que...
—¿Por que?—mi pregunta es firme, la pequeña y falsa sonrisa que había aparecido en el rostro de Milo desaparece. Suspira y me mira serio.
—Anoche exageré, fue un día de mierda y lo descargue en ti...en ustedes.— Milo se ríe secamente, supongo que al recordar a Issac.— Necesitamos hablar Mía, de muchas cosas, tú y yo...necesitamos...—sus palabras se detienen cuando sus ojos finalmente van a mi rostro, mi barbilla tiembla y una sola lagrima cae por mis ojo.
—Siento que no hemos hablado en años.—un sollozo se escapa de mi garganta, Milo toma mi mano y la acaricia.—Antes hablabas conmigo pero ahora yo no sé lo que pasa contigo yo...—mi voz se corta
—Lo sé y lo siento. Pensé que...—mi hermano mayor suspira, aparta su mirada de la mía y mira la blanca casa, se queda viendo el auto de nuestra madre unos segundos mientras muerde su labio dentro de su boca.—Quería resolver las cosas, pesé que podría resolverlo antes de contártelo.
—Pude haberte ayudado a hacerlo.—le digo, Milo me mira, y finalmente me regala una pequeña sonrisa sincera.
—Lo sé, lo siento.—sonrío un poco ante su disculpa, seco mis lagrimas, me siento bien en el asiento y me vuelvo a poner el cinturón.
Antes de arrancar le sonrío a mi hermano y el se ríe un poco.
—Bienvenidos.—le sonrío a la chica que tiene un sombrero con un helado, cuando Milo y yo entramos a la pequeña heladería casi vacía.
Le sonrío a la chica a modo de saludo.
—Ve a sentarte iré por el helado.—Milo besa mi cabeza antes de caminar hacia la barra.
Levanto mi mano con la intención de detenerlo pero el ya está en la barra.
Suspiro mirando las mesas vacías, camino hacia la mesa cerca de la vitrina. Me siento mirando que el cielo empieza a oscurecerse, pensando que tal vez vamos a quedar atrapados bajo una gran tormenta.
Enciendo mi celular cuando recuerdo que Federico me dijo que me escribiría contándome como salió la sección de quimioterapia de Fabrizia hoy.
Sonrío un poco al ver la foto que el mejor amigo de mi hermano me manda. Fabrizia mira a la cámara con el dedo alzado en una silla con una aguja en el brazo. El rubio chico saca la lengua y apunta a su hermana.
—¿De que te ríes?—me sobresalto cuando Milo se sienta frente a mí.
Sin dudarlo le tiendo mi celular para que vea la foto.
Mi mano se queda congelada cuando veo el gran sorbete de frambuesa frente a mí.
Milo no lo nota, mi hermano sonríe y toma mi celular para ver con más detenimiento la foto.
—Se ve bien, Fabrizia se ve bien.—sonríe feliz, cuando no recibe respuesta de mi parte me voltea a ver.
Milo nota que me he quedado viendo el helado.
Muerdo mis mejillas desde dentro, mis dedos empiezan a juguetear con el gran suéter que tengo puesto, que cubre completamente mi cuerpo. Mis piernas empiezan a moverse frenéticamente bajo la mesa y mis ojos empiezan a picar.
—No tengo hambre, comí antes de llegar a casa.—susurro, mirando las dos cucharas en el sorbete que mi hermano quería que compartiéramos.
Los oscuros ojos de Milo no dejan de mirarme.
Retengo el aire en mis pulmones tomando fuerza para mirarlo directo a los ojos y sonreírle.
Milo me mira serio, ha bloqueado mi celular y me lo tiende.
Le sonrío asintiendo, extiendo mi mano para tomarlo pero cuando mis dedos están a punto de hacerlo Milo sujeta mi muñeca.
Mis ojos lo miran sorprendida.
Mi hermano cierra sus ojos apretando un poco mi muñeca, sin dañarla.
Mi barbilla empieza a temblar.
Milo abre sus ojos y deja salir aire lentamente por su nariz sin apartar su mano de su agarre.
Con su mano libre baja un poco mi manga, dejando al descubierto mi mano, que se eriza un poco al sentir el frio aire de la heladería. Milo mira mi muñeca, mi delgada muñeca.
Abre su boca pero su barbilla tiembla también.
Una lagrima cae por mi mejilla, lamo mi labio antes de poner mis ojos sobre los suyos.
—Pasó de nuevo ¿cierto?—pregunta y yo me río tristemente cuando Milo deja caer delicadamente mi mano sobre la mesa, esta vez tomando mi mano.
Abro mi boca pero no logro decir nada, solo niego.
—¿Cuando?—pregunta pero yo bajo la mirada apartando mi mano de la suya.
Mi cabello cubre parte de mi cara.
—Lo siento tanto.—mis mirada sube cuando mi hermano se disculpa, lo miro confundida.—Yo...tuve que haber estado más pendiente de ti.
—No.—lo interrumpo bruscamente.—Esto no es tu culpa Milo.—él abre su boca para hablar nuevamente.—Esto no es tu culpa.—repito, mi hermano baja la mirada.
Aparto las lagrimas de mis ojos, tomo su mano y lo obligo a mirarme.
Es una sonrisa la que aparece en mi rostro.
—Estoy bien, te lo juro, hoy fui al hospital, ellos me dieron unos folletos e iré a algunas charlas semanales, no te preocupes, todo está bajo control, puedes preguntarle a Martin si quieres, te lo juro Milo. Decidí tomar el tratamiento. Nada de internarme solo, charlas semanales, obligatorias y exigentes así que te lo juro, todo esta bien, lo estará, mejoraré y esta vez enserio.—le digo firme, asintiendo, sin que la voz se me rompa.
Milo me mira sorprendido ante mis fuertes palabras.
Me sonríe, un poco aliviado, esperanzado.
Su alivio me hace sonreír más fuerte.
Milo asiente y aprieta mi mano y vuelve asentir, sin saber bien que decir, pero soy consiente que hablará con Martin sobre esto luego.
—Sé que así será Mía, sé que lo lograrás. Yo...estaré para ti en todo momento, lo prometo, lo haremos juntos ¿si? No te dejaré sola esta vez.
Milo aprieta mi mano para darme apoyo.
Él cambia de tema y yo trato de seguirle la conversación mientras una presión en mi pecho empieza a arder, entre culpable y emocionada.
Por que jamás había mentido tan bien en mi vida.
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