Capítulo 23
No hay nada.
Nada en mi mente, nada en mi corazón.
Miedo.
Pensé que iba sentirlo cuando alguien se enterara, no por lo que pensarán de Isaac si no por lo que pensaran de mí estando con él.
Él es mucho mejor, cualquiera podría decirlo.
No podría siquiera llegar a su altura pero aun así él decidió amarme, por lo que soy, como todo lo que traigo conmigo.
Y, aunque hace un par de segundos estaba completamente dispuesta a decirles a todos, hacer lo nuestro oficial, nunca esperé que él primero que se enterara fuera él.
Milo, mi hermano mayor.
Y de esa manera.
Estoy completamente paralizada.
Aun en la piscina, con toda mi ropa y cabello completamente empapados, y con unas inevitables lágrimas saliendo de mis ojos.
No sé que hacer, no sé que podría siquiera decirle.
Mis pies empiezan a subir las escaleras de la piscina, pero es cuando siento un toque en mi hombro que me sobresalta.
Y ahí es cuando nuevamente me doy cuenta que no estoy sola. Isaac me mira y trata de regalarme una sonrisa para confortarme pero mi mente está hecha un lio.
—Tengo que ir...a hablar con él, el, él pensará que tú y yo y bueno hay que y decirle que yo...tu, nosotros.—empiezo a tartamudear, mis manos empiezan temblar y si no me calmo no sabré ni caminar.
Isaac toma mis manos, masajeándolas un poco.
Mis ojos van a los suyos, suspiro un poco al ver lo tranquilo que está.
—Mia respira.—lo hago, con mucho dolor pero lo hago.—Iré a hablar con él.
— No. — niego inmediatamente.
—Mia.—miro a Isaac con miedo pero él me sonríe nuevamente.—No te preocupes, iré a hablar con él, él entenderá, entenderá que lo que siento por ti es real y que no te lastimare, él lo aceptará lo sé, tienes que tranquilizarte ¿si? Por favor.
Mi respiración empieza a ser más superficial, por que la preocupación del qué dirá o hará mi hermano es mayor a la felicidad de que Isaac si está dispuesto a luchar por lo nuestro.
Asiento, sin tener la posibilidad de hablar. Asiento e Isaac se acerca un poco para besar mis labios.
Un toque leve, que debido a la situación ni siquiera puedo sentirlo.
El chico sale de la piscina, camina por la grama y se agacha para tomar su celular, no entra directo por donde lo hizo Milo, si no que por la parte de atrás, por la cocina, supongo que para no mojar la entrada.
Me quedo un rato en la piscina, no porque no quiera salir sino porque no tengo fuerza para caminar.
Miro mi inmensa casa apenas iluminada frente a mí, sin poder pensar que desde hoy todo cambiará, para bien o para mal.
Ya no se puede ocultar. Isaac y yo oficialmente estamos juntos, y ahora más y más gente lo sabrá.
Y no se si yo podré soportarlo.
Suspiro tranquilizándome nuevamente, salgo de la piscina y me abrazo a mi misma por el frío.
Mis brazos siguen temblando pero me mentalizo en llegar a la cocina.
Entro con cuidado de no botar nada. Logro ver que para mi suerte hay un pequeño Carrito con toallas y algunos manteles para las mesas del jardín, veo que la superficie está un poco mojada así que imagino que Isaac también las vio y tomó alguna para secarse.
Me seco lo más que puedo, tengo que ir a cambiarme si no quiero resfriarme.
Abro la puerta de metal y veo la cocina frente a mí.
Veo los platos y los vasos que usamos con Isaac.
Mis manos siguen temblando, mis pensamientos son un desastre y tengo unas ganas increíbles de llorar.
Llorarle a alguien.
Pero ahora no sé a quién podría llamar para poder contarle esto, y que de alguna manera lo entienda.
Porque no tiene lógica, no para mí.
Soy una estúpida por sentir tanto, por algo tan estúpido.
Mi respiración vuelve a ser irregular y es ahí cuando lo veo.
Mis ojos se llenan de lágrimas y mis manos empiezan a picar.
Un pastel.
Un pastel de 18 piezas, completamente cubierto de chocolate.
Mis sollozos empiezan a ser más fuertes cada vez que me acerco más al pastel.
Se ve asqueroso, con todo esos decorados, con el chocolate derramándose, con lo gigante que es.
Se ve asqueroso así que ¿por qué quiero comerlo?
No me hará bien, no lo quiero, no tengo hambre así que ¿por qué mis manos pican tanto que no puedo aguantar para meterlo todo a mi boca?
Mi estómago empieza a rugir, contradictoriamente a mis pensamientos mi cuerpo esta muriéndose de hambre.
Porque aunque hace unos minutos le dije a Isaac que había puesto alarmas para comer nunca le dije que estaban funcionando, que estaba ignorando algunas.
Porque tengo miedo, de comer, de engordar, de no poder controlarme.
Por qué se siente tan mal, cuando un pequeño pedazo de lo que sea entra a mi boca, cuando veo que ese pedazo me ha hecho hincharme.
Lo odio, lo odio, lo odio.
Odio que sean esos pensamientos que me persiguen todo el maldito día.
Todo el maldito día.
Abro un cajón y saco un tenedor.
Y lloro más fuerte.
Ansiedad, miedo, desesperación, todo está rebalsándome.
Meto el tenedor y tomo un gran pedazo.
Se ve asqueroso, no quieres, basta por favor. Te sentirás horrible luego de comerlo.
No podrás parar después.
Primer bocado.
Está delicioso.
Mis lágrimas empapan mis mejillas.
Y como, como más, un pedazo tras otro.
Sin querer comer más pero sin poder detenerme.
Ya empecé ¿no? Si siguen el pastel aquí no será más que una tentación, es mejor comerlo todo ahora que ya empecé.
Si no como por tres días luego podré recuperarme, podré comérmelo todo sin sentirme mal ¿no?
El dolor en la garganta se hace más fuerte luego de meter más comida de la que puede pasar.
Las arcadas empiezan cuando ya queda un cuarto del pastel. Pero me obligo a eliminarlas.
Es mi castigo, por no poder controlar lo que siento, por no poder amarme.
Agarro otro pedazo, mucho más grande que el anterior y me lo meto a la boca, más rápido, más grandes hasta que todo el pastel ha desaparecido.
Miro el plato vacío aún con algunos restos de chocolate y turrón y mis manos empiezan a temblar.
Dejo caer el tenedor y toco mi rostro, lleno de chocolate. Mis manos llenas de chocolate.
Mi respiracion se hace más superficial, las lágrimas no me dejan mirar con claridad.
Las arcadas son más fuertes y esta vez no puedo controlarlas.
Corro hacia el lavamanos y dejo salir todo.
Todo lo que he comido en las ultimas horas
El dolor de garganta se hace más fuerte, rasgando todo.
No puedo detenerme.
No puedo respirar.
La boca de mi estómago arde y mis brazos tiemblan más fuerte tratando con todas sus fuerzas de mantenerme de pie mientras sigo vomitando.
Una y otra vez, con mis ojos cerrados para evitar ver lo que sale de mí, con las lágrimas mezcladas con el agua del grifo que logré encender para amortiguar un poco el sonido.
Vomito hasta que lo único que sale es un líquido blanco, un poco transparentoso.
Cierro el grifo como puedo, pero al quitar un soporte de mis manos mi cuerpo cae al piso.
Tembloroso y aun derramando lágrimas.
Me siento cansada y no puedo dejar de odiarme.
Odiar lo que he hecho.
Odiar que la promesa que le he hecho a tantas personas y a mi misma sea tan difícil de cumplir que quiero rendirme.
Mi vista se pone toda borrosa, como cada vez que dejo mi alma en el lavamanos.
La debilidad me invade y ya ni siento las lágrimas que sé, siguen saliendo.
—Mia.— una voz se escucha a la lejanía y sé que empecé a llorar nuevamente.
¿Cómo puedo dejar que alguien me vea así?
¿Qué vea lo que hice?
¿Qué me vea así de asquerosa luego de comer todo lo que comí?
Juro que no quería hacerlo.
No quería comer
—Mia...—siento unas manos tocando mi cabello.—Mía...estarás bien, no te preocupes, estoy aquí. Perdóname, perdóname.
Mis ojos se abren un poco, y una pequeña sonrisa sale de mis labios al reconocerla.
Sus ojos claros, su cabello corto y verde, su blanca piel llena de pecas.
—Orazia.—un sollozo sale de mis labios, la chica está arrodillada frente a mí, toma mi cabeza con sus manos y besa mi cabello.
Sus mejillas están llenas de lágrimas también, y me susurra que todo estará bien.
—Lo siento tanto.—digo levantando mi mano, limpiando sus lágrimas.
—No, lo siento, yo lo siento Mia, yo lo lamento tanto perdóname, por favor perdóname.
Acerca su rostro a mí, llorando desconsolada sobre mi débil cuerpo.
—¿Qué hago? ¿Hay alguien en casa? ¿Tengo que llamar a la ambulancia?—las manos de Orazia empiezan a temblar, palmando el suelo buscando el bolso que había dejado tirado tras encontrarme en el piso.
—No...—mi susurro la detiene, tomo su mano y la obligo a mirarme a mí.—Martin...está en la oficina de mi padre, solo él, nadie más, por favor que nadie más me vea. Orazia, rápido. Isaac bajará en cualquier momento, Milo...ellos no pueden verme por favor.—mis lágrimas empiezan a ser más fuertes que antes.
Veo como la chica quiere hacer más preguntas o negarse a no llamar a la ambulancia pero sabe que como ella tiene secretos que quiera ocultar yo igual, y lo respeta.
Orazia sale corriendo a la oficina de mi padre.
Mi cabeza cae nuevamente al piso, trato de limpiar mi cara con mi suéter mojado pero mis brazos están muy débiles.
Una simple lágrima sale de mi rostro y se desliza hasta el suelo.
Nuevamente algunas arcadas aparecen pero hago mi mayor esfuerzo para hacer que desaparezcan.
—Por favor, por favor.—susurro sin siquiera saber qué es lo que pido.
—Señorita Mía.—noto como levantan mi cuerpo pero mis ojos ya se han cerrado.
Una tenue luz entra por mis párpados.
Un terrible dolor de cabeza me hace fruncir el ceño.
No puedo moverme, todo parece tan débil y doloroso.
Mi cabeza se gira un poco hacia el ruido.
Puedo ver entre la oscuridad a Martin, está fuera de mi cuarto hablando con alguien, la puerta está apenas abierta pero los susurros son persistentes.
La luz de mi mesa de noche es lo único encendido, mi cuerpo está cubierto y noto como tengo una intravenosa en mi mano derecha, levanto mi rostro, aun con la lengua más seca de lo que nunca había tenido.
Suero, de seguro me deshidrate luego de desmayarse.
Algo se mueve al otro lado y me asusto un poco por ello. Pero ver el dormido rostro de Orazia hace que me tranquilice.
Las lágrimas amenazan con salir nuevamente, una triste sonrisa sale de mis labios.
Trato de tocarla pero mis brazos no responden, supongo que Martin me hizo tomar de los calmantes para hacerme descansar.
El sonido de la puerta cerrándose me hace mover mi rostro.
Veo el serio rostro de Martin y mi mentón empieza a temblar.
Nota que estoy despierta y se acerca a mí, sentándose en el sillón que pegaron a mi cama, tomando mi mano que tiene la intravenosa sin tocarla para no lastimarme.
—Perdón...—susurro con un dolor en mi garganta que logra que mi lamento salga ronco y apenas audible.
Martin no dice nada, sé que no sabe qué decir.
El que siempre lo sabe todo, en estos momentos nunca puede. Y no se lo culpo, él entre todos los presentes en mi vida es el único que ha visto cada uno de los ataques, a él, tristemente le ha caído ese peso. Y yo, al saber que siempre hará todo para salvarme, egoístamente he dejado que él tome esa carga.
—Lo lamento Martin, yo...—mis sollozos se hacen más fuertes, Orazia se levanta, preocupada, cuando noto que estoy despierta se acurruca más a mí, abrazándome.
—¿Isacc?
—Se ha ido, ha salido del cuarto del señor Milo un poco exaltado, pasó buscándola pero le dije que no se encontraba bien, que se había ido a dormir y que usted se comunicaría con él cuando se encontrara mejor. Me dijo que mañana por la noche irá a ver a la señorita Fabrizia.—dice, y asiento.
—¿Milo?
—No ha salido de su habitación.—responde automáticamente y yo me siento aliviada.
Miro la intravenosa en silencio, sin poder dejar de llorar en silencio.
Tengo tanto miedo de mí.
—Señorita...—el susurro de Martin suena cortado.
Sus ojos no me miran, se limitan a ver mi mano.
—No lo sé, Martin no lo sé. Tengo miedo, quiero curarme pero al mismo tiempo no quiero cambiar, no quiero volver a comer normalmente y engordar. Tengo miedo, en los internados ellos, me harán comer yo...no puedo yo...necesito ayuda pero no se si quiera cambiar...¿quien no quisiera cambiar? Yo...yo no lo sé, no sé que hacer Martin, ayúdame, yo...yo no puedo hacerlo. Ya no puedo hacerlo.—los sollozos de Orazia me destrozan el corazón.
Ella abraza con más fuerza mi brazo, ocultando su rostro tras su cabello.
Pero yo no la veo, yo, egoístamente, de nuevo, espero la ayuda de Martin.
El señor levanta sus brillosos ojos, sus labios se abren pero no sale nada.
Porque no sabe qué decir. De nuevo.
Apreto el agarre de su mano.
—Lo sé.—le digo, dejándole saber que es normal que dadas las circunstancias no se sepa que decir, que sentir, que hacer.
—Haremos lo que yo diga a partir de mañana.—dice firme, mis ojos, llenos de miedo lo miran.—Saldremos de esta cueste lo que cuentes señorita, no importa cuanto tome, qué métodos usemos o cuanto suframos los dos en el camino, le aseguro que no me rendiré, sé que nadie aquí lo hará. Así que no se rinda ¿si? Se lo ruego señorita no se rinda.—su voz se corta y yo asiento, sin poder contestarle sin convertirme en un mar de llanto otra vez.—Debe descansar, vendré a verla en un par de horas para darle la siguiente dosis de medicina. Mañana iremos al médico a que revisen su garganta así que descanse.— asiento y luego de un apretón de manos Martin sale de mi habitación.
Suspiro viendo la puerta cerrada, con miedo de volver a ver a la que hace algunas semanas había decidido dejar de llamarla mejor amiga.
Finalmente lo hago pero ella oculta el rostro.
—Orazia, mírame.—susurro aún con dolor en la garganta.
La chica niega con la cabeza pero me asusto luego de escuchar un sollozo de su parte.
—¿Qué sucede?—la chica empieza a llorar, abraza más mi mano.—Por favor mírame, dime que sucede.
Orazia se tranquiliza un poco, pero los temblores aún no se van del todo.
Levanta su rostro lentamente y ahora soy yo la que empieza a sollozar.
Su rostro...
El ojo de Orazia está mojado e hinchado, su labio está partido y veo una cortada en su pómulo.
Trato de recordarla unos momentos a tras, pero mi vista estaba tan nublada que no pude darme cuenta.
Me siento como puedo y la chica hace lo mismo, ocultando su rostro tras su cabello, sin dejar de tomar mi brazo mientras empieza a llorar otra vez.
Mi garganta se seca, un nudo me impide decir nada y las lágrimas caen y caen.
—Orazia...—mi voz se corta y mi corazón se hace chiquito al verla tan frágil y destrozada.
No tengo que preguntar lo que pasó y aunque me duela no me sorprende mucho.
—Dime que lo dejaste.—mi voz se escucha ronca y las lágrimas nublan mi visión.—Dímelo por favor Orazia ya no puedo soportarlo.
Su respuesta tarda un poco en llegar.
Su cuerpo tiembla con cada sollozo pero luego de un rato la chica levanta el rostro, sus claros ojos me miran, su labio se abre pero tiembla impidiéndole hablar.
—Lo hice, lo hice Mia termine con él.—mi garganta se cierra nuevamente, al ver el dolor de mi amiga. Más al ver que está sufriendo no precisamente porque él lo hizo esto si no por el hecho de haberlo dejado.
Porque ella ha creado una gran dependencia a él, lo más difícil empieza ahora. Convencerla de que jamás volverá con él. Que lo que ha hecho es lo mejor que ha podido hacer.
—Te ayudaré, ¿está bien? No dejaré que caigas de nuevo.—le digo tomando su mano, apretándola contra mi pecho.
Orazia sacude la cabeza y sus lágrimas invaden su rostro.
—No lo merezco Mía.—su garganta se corta y sus sollozos no la dejan hablar fluidamente.—Tú has hecho tanto por mí y yo no he estado para ti. Sé que tu enfermedad es muy dura y mucho más que mis estupideces pero aun así me puse a mí antes que a ti, todo el tiempo, y yo...tu...no fui una buena amiga y lo lamento tanto. Yo...quisiera poder estar contigo para pelear pero no puedo, no soy lo suficientemente fuerte, no puedo ni mantenerme a mí misma de pie.
—¿Pero qué dices?
—No puedo estar junto a ti por que lo único que hago es hudirte conmigo.
—Orazia...—mi mano quiere tocar su cabello pero la chica retrocede.
Orazia se pone de pie lame su labio y noto como hace una pequeña mueca debido al dolor.
—Me iré a España hoy mismo.
—¿Qué?—limpio mis lagrimas con mi puño libre mirándola con confusión.
—Hay un internado, mis padres me han hablado mucho de él cuando empecé con mi etapa rebelde y tal.—dice y se ríe un poco aunque sin gracia.—Obviamente no quería al principio pero ahora no sé qué otra cosa podría hacer para evitar que vuelva con Carlo. Ellos me mantendrán ahí, estaré un año, ¿dos? ¿Cuánto tiempo se necesita para superar lo que siento?—dice apretando su pecho con su puño, sollozando un poco.—Lamento no poder estar aquí para verte recuperar, prometo que yo... Yo trabajaré en mí y vendré a ayudarte ¿si? Por favor perdóname, por que Mia, te amo mucho lo juro, pero tendré que ser egoísta una vez más.—dice y yo asiento, con un nudo en la garganta y una terribles ganas de llorar.— Venía a despedirme, no pidia irme sin despedirme y disculparme yo...lo lamento tanto Mia.
—¿Podré...?
—No, por favor no trates de contactarme, no podré quedarme si lo haces, necesito separar este mundo del nuevo que crearé para poder...lo siento tanto Mía.—dice y yo levanto mi mano hacia ella.
Orazia duda un poco pero acerca su rostro a mi mano y llora sobre ella.
—Te esperaré, tomate el tiempo que necesites para sanar, yo haré lo mismo ¿si?—le digo y le sonrío, mientras las lágrimas salen de mis ojos y ruedan por mis mejillas. Orazia besa mi mano y luego mi frente antes de salir del cuarto y cerrar la puerta.
Me quedo sentada en mi cama, mirando mi vacía mano, mirando el anillo de corona que me ha dado mi padre.
Y empiezo a llorar nuevamente, porque todo se está desmoronando y yo no sé si podré encontrar fuerzas para seguir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro