Capítulo 2
Me siento frente a mi madre luego de darle un corto beso en la cabeza.
Siento un pequeño golpe en mi pierna y volteo hacia el suelo. Mi hermano pequeño estira sus brazos, con una gran sonrisa lo levanto y lo pongo en su silla que está a la par de la de Mia.
Mi hermana mira su celular con impaciencia ya que sus pulgares tocan la pantalla repetidamente. Mueve su cuello un poco como si le doliera, supongo que la posición cuando se quedo dormida no fue la mejor. Hago una mueca por que es mi culpa, cuando nota que la estoy mirando me regala una pequeña sonrisa que le devuelvo desde el fondo de mi corazón.
—Milo, ¿te dormiste tarde anoche?—pregunta mi madre y yo volteo a verla, le tomo una de sus manos y le sonrío.
—Tenía que terminar algunos proyectos, las vacaciones navideñas son en tan solo una semana así que los profesores han decidido bombardearnos con trabajo.
—Ya casi terminas tu primer ciclo de tu cuarto año, ya solo falta uno para terminar la carrera, ¿no estas orgulloso de todo lo que has logrado?—pregunta mi padre tomando un pan tostado y mordiéndolo.
—Si padre.—sonrío y suspiro un poco cuando mi madre empieza a preguntarle algo a Elena, la nanny de Miles.
Noto que mi hermana juega un poco con su desayuno, como si le diera asco solo de verlo. Tiene avena con fruta.
—Mia.—dice mi madre y todo se tensa en el ambiente, todo menos Miles, que sigue jugando tranquilamente con sus carritos sobre la mesa.
—No tengo hambre.—dice mirando fijamente a mi madre.
—¿Me crees tan tonta como para no ver que estás casi esquelética?—mi hermana tensa la mandíbula y yo aprieto mis manos contra la silla.
—He estado comiendo lo suficiente por día.—dice Mia suspirando por lo cansada que está de estas mismas conversaciones.
—¿Me obligarás a internarse otra vez?—pregunta mi madre y yo no puedo quedarme callado.
—Madre.
—No Milo, no puedes defender a tu hermana en esto. Mirala, está que se quiebra.—dice y yo miro a mi hermana, Mia aparta su mirada y la pone en el piso, sin poder evitarlo miro su cuerpo.
Mi hermana usa camisa holgadas al igual que los pantalones, nunca le gustó mostrar su cuerpo ya que desde hace ya casi un año ha sido un tema realmente delicado para la familia. Lo único que puedo ver son sus manos, sus muy esqueléticas manos. Ha estado peor pero aun así se ve que está más delgada de lo que una chica de su edad debería. De lo que cualquiera debería.
—Basta Marcella.—dice mi padre y mi madre lo mira enojada. Mi madre niega con la cabeza antes de levantarse.
—Estoy cansada, iré a recostarme.—dice antes de comenzar a caminar hacia la casa.
Quito mis ojos de mi madre y logro ver como Mia aparta una lágrima que cae por su mejilla. Mi hermanita se levanta y yo hago lo mismo, voy a correr atras de ella pero mi padre me detiene y es él el que empieza a perseguirla.
Me siento de nuevo en mi silla, noto que Elena se ha quedado viendo como mi hermana desaparece.
—¿Yo...?
—No Milo, no es tu culpa.—me dice y yo suspiro.
—No lo había notado.—digo sintiéndome como el peor hermano del mundo.—Yo...he estado tan distraído que no había notado que volvió a bajar de peso.
—Ha tenido una semana algo dura en el colegio, las vacaciones ya están cerca, y como dijiste los profesores no han sido nada buenos, fue el estres, volverá a ganar peso.—dice Elena antes de tomar a Miles de la mano para ir a tomar un baño.
Gruño poniendo una de mis manos sobre mi cabeza. Muevo mi pelo con frustración y aunque no quiero no puedo evitar recordar el día en que Mia llegó a un punto en que casi pierde la vida.
Por que todo lo que la sociedad le exigía fue mucho más influyente de lo que cualquier pensaría.
Me levanto frustrado, me encantaría poder ir y hablar con ella, decirle que es perfecta y que estaré a su lado para que logre salir adelante, pero sé que lo mejor es que mi padre hable con ella, que la tranquilice, se pondrá mejor, ella siempre lo hace, solo tengo que vigilar que no vuelva a recaer.
Entro a la casa y busco mis llaves, me da un poco de pánico al ver que no están donde normalmente las pongo. Trato de recordar dónde las tiré la noche anterior pero todo es bastante confuso.
—¿Busca esto señor Ricci?—Martin aparece detrás de mí sobresaltandome, unas llaves tintinean sobre sus manos. Suspiro aliviado.
—Muchas gracias Martin.—digo levantando mi mano para agarrarlas pero él las aparta dejándome sorprendido.
—Ya habíamos hablado de lo malo que es conducir cuando uno está molesto, triste o extremadamente feliz.
—No estoy...—digo y muevo mi cabello, ¿por qué este hombre sabe todo?—Estoy bien Martin, necesito ir a buscar algo.—el señor levanta una ceja mostrando que claramente no me cree nada.— Por favor Martin, no puedo estar aquí, no después de lo que ha dicho mi madre y no después de darme cuenta que Mia volvió a recaer y que yo no me di cuenta.—digo casi sofocado, el aire se me escapa y estoy seguro de que golpearé algo si lo tengo delante.
—Como dije...—le quito las llaves y suspiro.
—Perdón, no tardaré, solo, necesito tomar aire.—digo y corro hacia el garaje. Abro la puerta del Mercedes y entro.
Salgo lo más rápido que puedo, empiezo a dar vueltas sobre la colonia simplemente para despejar mi mente. Es domingo por ende nadie está despierto tan temprano, las calles de la gran residencial están completamente vacías lo que me da total libertad para poder manejar lo más rápido que me plazca sin tener que parar realmente.
Luego de unos minutos mi respiración ya está más tranquila, mis pensamientos ya en orden así que decido bajar la velocidad. Decido ir a dar un par de vueltas más solo para alargar más el tiempo antes de ir a casa.
Cuando estoy en la esquina opuesta de mi casa noto que hay un camión de mudanza parqueado en una pequeña casa. Una realmente pequeña casa comparada a las grandes casonas de la residencial. Cuando bajo más la velocidad noto que son las casas que están al lado de las casotas, que son para los sirvientes. Aunque esta no es tan grande como la nuestra, por que parece que es para un número más pequeño de personas.
No veo mucho movimiento ya que no hay nadie sacando nada del camión, ni siquiera la puerta está abierta.
Frunzo el ceño, pero un mensaje me hace apartar la mirada de esa casa. Retengo el aire al ver el nombre de mi hermana.
¿Adonde estas? ¿Quieres ir a comer un helado? Me lo debes por el dolor de cuello que tengo.
Me río un poco al leerlo, apreto el acelerador y manejo hacia mi casa.
Ni siquiera me da tiempo de parquearme cuando ya veo a Mia corriendo hacia mí desde la casa. Mi corazón se detiene un poco al verla. Su camisa holgada la ha cambiado por un top lila que deja al descubierto sus brazos, su jeans tiro alto no deja que se vea su estómago, pero aun así la ropa que tiene puesta no es ni de cerca lo que normalmnete usa.
Es una imagen completamente diferente a la que normalmente tiene, con sus camisas gigantes y sus pantalones holgados.
Mi hermana se detiene y me mira cuando bajo la ventana del asiento del copiloto. Mi hermana me sonríe tiernamente y yo no puedo evitar sonreírle de regreso.
Le abro la puerta desde dentro y ella entra.
—¿Vamos?—pregunta y yo sin contestarle apreto el acelerador violentamente haciéndola gritar.
Mia aprieta el botón de la radio y cuando escucha una canción que le gusta grita y empieza a cantarla a todo pulmón. Me río al verla actuar como si fuera una estrella, se pone unos lentes oscuros y agarra su celular y finge que es un micrófono.
Manejo sin poder evitar mirarla de reojo, cantando la poca letra que me puedo. Cuando el semáforo se pone en rojo me detengo. Suspiro por el horrible tráfico pero luego volteo a ver a Mia.
Me encojo un poco al ver que su mano casi me golpea. Está tan metida en su concierto que casi que ni se da cuenta que estaba a punto de sacarme un ojo. Mi hermanita ríe y pone sus manos en su boca para apagar su risa.
Mi sonrisa se hace grande pero al ver sus brazos se apaga un poco. Mi hermana lo nota pero no pude evitarlo, sus manos están delgadas, mucho más de lo que podría considerarse normal, no está en estado crítico pero sí se nota muy delgada, una delgadez poco sana. Sus hombros sobresalen más de lo normal, su abdomen se ve normal, aunque no puedo decirlo bien debido al jeans tiro alto, sus piernas están delgadas, tanto que el muy pequeño jeans le queda un poco flojo.
—He estado peor.—dice simplemente y mis ojos van a los suyos. Mia no me mira, mira sus brazos mientras los estira.
—Eso no me hace sentir mejor.—le confieso en un susurro. Mia me voltea a ver y una pequeña sonrisa aparece en sus labios.
—Estaré mejor, esta vez enserio, lo prometo.—dice y yo no puedo hacer más que asentir. Ella sabe que no me da mucha seguridad, ha dicho eso varias veces y vuelve a recaer. Pero asiento nuevamente con la esperanza que está vez si mejore.
Mia me empuja lo que me hace reír, le sube el volumen a la música a un punto en que creo que nuestros oídos van a explotar, suelto una carcajada antes de volver a apretar el acelerador.
Luego de unos minutos llegamos finalmente a la heladería favorita de Mia. Le gusta más el hecho que es bastante pequeña y está escondida, no hay necesidad de ir a centros comerciales donde tenemos que tener protección. Mia detesta ser el centro de atención y mucho más tener que llevar guardaespaldas a todos lados, ella siempre busca los lugares más apartados para pasarla increíble con las personas que quiere.
Mia se baja primero, empieza a saltar aun cantando la canción que escuchábamos. Me le quedo viendo con una sonrisa. Pero mis ojos se despegan de ella cuando recibo un mensaje de mi madre.
Si no mejora para enero la internaré nuevamente, ella lo sabe y está tratando de evitarlo como siempre, no hagan ninguna locura.
Mi mandíbula se tensa al leer el mensaje. Recuerdo que Mia sufrió mucho en el centro de rehabilitación, su enfermedad estaba avanzada pero lo que más le afectó fue la parte psicológica, por mucho que Mia pelea ella no puede evitar volver a caer, porque sus demonios internos por veces son más fuertes que ella. Su voluntad por veces no es tan fuerte, no ante todas las criticas del mundo.
Pero no, ella no regresará, ella se pondrá bien y yo me aseguraré de eso.
—¡¿Qué esperas?!—Mia grita pegando su cabeza a mi ventana, me rio antes de pegarle, ella se aparta con una sonrisa y yo abro la puerta del auto.
Cierro con llave y tomo a mi hermana por los hombros para entrar a la heladería.
Como de costumbre no hay nadie, como dije es domingo y nadie hace mucho este día, solo los locos Ricci, si señor.
Le digo a mi hermana que ordene mientras que voy al baño.
Me miro al espejo un rato y trato de arreglar mi muy desarreglado aspecto. Noto que en mi cuello tengo algo rojo, me acerco más al espejo para confirmar lo que temía, a mi mente llega el recuerdo de una chica y me maldigo. Odio que me marquen. Rezo por que ni mi madre ni mi padre lo hayan notado, por que de ser así moriré.
Salgo del baño y busco a mi hermana con la mirada, frunzo el ceño al darme cuenta que se ha quedado ida frente a la vitrina.
Me acerco en silencio, la chica del mostrador aparta su mirada confundida de mi hermana y la pone sobre mí. La chica tartamudea un poco pero yo le digo que me de unos minutos.
Mia ni siquiera se da cuenta que ya he regresado hasta que mis manos tocan sus brazos. Mi hermanita se sobresalta.
—Lo siento yo... No sé cual escoger. Hace mucho que no como helado y la verdad todos se ven muy ricos pero no creo que sea buena idea comerlos.—dice y empieza a respirar fuertemente.
—Tranquila Mia.—le digo poniendo mis manos sobre sus mejillas. Cuando sus ojos hacen contacto con los míos, noto que hay lágrimas queriendo salir de los suyos, sus labios tiemblan un poco y mi corazón se parte.—¿Qué pasa?
—No sé si pueda Milo.—dice y yo la acerco a mí para abrazarla.
—Claro que puedes Mia, no hay nada que no puedas hacer, eres la persona más fuerte que conozco.—la separo de mí y vuelvo a poner mi mirada sobre sus ojos.— Saldremos de esto juntos ¿bien? No te dejaré caer, no de nuevo.
Mi hermana asiente, aun con duda en su mirada, es normal, después de tantas recaídas, de tantos altos y bajo, su salud mental es lo que más hay que cuidar.
—Cuando tenías 5, tú helado favorito era el de zarzamoras, ¿lo recuerdas?—mi hermana baja la mirada tratando de recordarlo, luego levanta la vista y sonríe abiertamente haciendo que sus ojos se achinan.
—Si.—dice.
—¿Quieres que lo compartamos?—le pregunto, Mia se separa de mí y seca sus lágrimas con sus palmas.
—No, me comeré uno sola.—dice firme aunque su voz se quiebra un poco al final, asiento tratando de no sonreír grande.
—Bien.—busco con su mirada a la chica de antes, que al parecer estaba un poco pendiente de nosotros ya que se acerca rápidamente.— Dos helados de zarzamoras.—digo y siento como mi hermana toma mi mano.
Pasamos lo que queda de la mañana hablando, Mia me cuenta que su mejor amiga ha estado insoportable desde que empezó a salir con un tal Carlo. Mi hermana empieza a contarme los constantes problemas que tienen entre ellos, como el chico es realmente un psicópata que actúa como un acosador total, manipulador y controlador. Me enfado solo de pensar que mi hermana, teniendo todos los problemas que tiene, tiene que lidiar con los problemas de esa tal Orazia, que según comenta no es de la mejores amigas.
Mia termina su helado con un poco de esfuerzo, pero cuando lo hace sonríe orgullosa, orgullosa de que haya podido comer algo tan simple como un helado sin sentirse verdaderamente mal por ello. Saco conversación como puedo para evitar que ella realmente lo piense, ya que si su mente empieza a contar cuantas calorías ha comido le puede empezar un ataque de panico y es lo menos que quiero ahora, ahora que ha tenido una pequeña victoria.
Entramos al auto y a un par de cuadras de la heladería Mia cae profundamente dormida, supongo que por no haber podido dormir bien la noche anterior y por el azúcar que ha consumido. Aunque muchas personas no lo crean el humano no necesita azúcar para tener energía, no la azucar artificial escondida en todos los productos industrializados al menos, Mia al no haber comido mucho durante no sé cuánto tiempo, comer una cantidad de azúcar, por muy pequeña que sea, le ha provocado un bajón.
Enciendo la calefacción, las vacaciones navideñas son en muy poco y el frío comienza a sentirse.
Aparcamos en casa y unas sirvientas ayudan a mi hermana a llegar a su cuarto. Martin me dice que mi madre ha salido con mi padre a hacer algunos mandados antes de empezar a trabajar mañana, lo que es un alivio ya que ni Mia ni yo necesitamos otra confrontación por hoy.
Voy a subir a mi habitación ya que dormir no suena nada mal, pero antes de poder entrar a mi habitación un pequeño humano abraza mi pierna.
—¡Milo! ¿Podemos ir al parque?—trato de negarme pero mi hermano lo nota.— ¿Por favor? Nadie quiere jugar conmigo últimamente.—dice y hace un puchero, uno bastante convincente ya que hasta lágrimas empiezan a salir.
Me río ante ello antes de mover su cabello y asentir. Miles grita como loco lo que me hace rodar los ojos, es un actor de primera.
El pequeño corre a contarle a Elena para que lo prepare.
Entro a mi cuarto para cambiarme, la ropa del desayuno ya está ajada y para ir a jugar al parque con Miles, simplemente no es la mejor opción.
Me quito los pantalones y la camisa, me pongo desodorante y decido ponerme ropa de deporte. Una camisa desmangada y un short.
Tomo mis lentes de sol y los pongo sobre mi cabeza. Tomo mi bolsa de deporte y bajo las escaleras para servir agua en mi termo.
Desde la cocina veo a Mia, que está discutiendo con su disque mejor amiga. Las dos se ven bastante enfadadas, rodando los ojos me voy a la entrada donde me encuentro a Miles junto con Elena.
Elena trata de ponerle bien los pantalones a mi hermanito pero él salta emocionado sin dejarla hacer su tarea.
—¡¿Vamos?!—grita y yo sonrío. Elena se levanta y me mira agotada, me río ante su cara y ella suelta una risa igual.
Elena es una de las sirvientas más jóvenes de aquí, tiene casi mi edad así que por veces es reconfortante poder hablar con ella.
Ella estudiaba antes de venir a trabajar aquí, no planeaba trabajar tiempo completo, pero la paga es muy buena y tanto como Miles, ella se enamoró de mi hermano, decidió dejar sus estudios y meterse de lleno en el trabajo. Eso y porqué su familia lo necesita, su madre era la encargada de las sirvientas en la mansión, pero enfermó hace un par de años y falleció debido a esa enfermedad.
Elena pasa las veinticuatro horas con Miles, jugando, enseñándole cosas, todo. Y los dos lo adoran.
Empiezo a caminar al garaje, para llevar un auto pero mi hermano me detiene.
—Caminaremos.—bajo mi mirada haciendo una mueca. Mi hermano me mira serio, firme ante lo que quiere.
—¿Pero por qué...?—apunto el garaje pero mi hermanito camina con la cabeza hacia arriba y sale de la casa.
Miro a Elena completamente sorprendido y ella se ríe, se encoge de hombros y sigue a mi hermano.
Bufo antes de ponerme mis lentes y seguirlos.
Caminamos unos minutos, el parque no está tan lejos pero está al otro lado de nuestro pasaje. Miles camina mirando al frente, su cabecita se mueve de un lado al otro como si buscara algo, Elena camina al lado mio sin decir nada, observando los pasos de mi hermano como si fuera un halcón. Por veces hace comentarios como que no vaya tan rápido o que tenga cuidado con una rama.
Mi mirada va al tremendo sol que está sobre nosotros, empiezo a acalorarme, esto no hubiera pasado si hubiéramos traído un auto.
Mi celular vibra, busco entre los bolsillos de mi short, lo saco y veo que Federico me ha mandado un mensaje.
Federico Brambilla ha sido mi mejor amigo desde la escuela, aunque no éramos exactamente del mismo círculo. Fede pasaba más tiempo drogado que llegando a clases, pero a pesar de los típicos prejuicios de la gente, el tipo es una muy buen apersona. Nos conocimos en el último año cuando me salvó de ser llevado a detención, se echó la culpa de algo tan tonto que ni recuerdo y desde ahí empezamos a hablarnos. Su padre tiene bares y discotecas por toda Italia y como a su padre, a Federico también le gusta los beneficios que esto le trae. Logré que fuera a la universidad conmigo, algo que su pobre madre me agradeció mucho, Fede entendió que en la universidad si se puede estudiar algo que realmente te apasione, así que entró mas emocionado de lo que quería admitir.
Mi hermana quiere verte, te vienes conmigo mañana después de la universidad
Sonrío al ver el mensaje, muerdo mi labio pensando en una buena respuesta pero un grito hace que mi celular casi caiga al piso.
Por estar tan distraído en mi mente no había realizado que ya estamos al final del pasaje, el parque está a tan solo un par de pasos, justo donde estamos veo que una chica casi cae al cargar una caja.
Corro inconscientemente y agarro la caja.
—Déjame ayudarte.—gruño internamente al sentir lo pesada que es.
¿Como se le ocurría siquiera tratar de cargarla?
—Gracias.—susurra.—¿Puedes hacer el favor de meterla a la casa? Déjala en la sala.
Asiento y hago lo que me pide.
De reojo veo como Elena habla con la chica y le ayuda con una caja. Volteo rápidamente buscando a Miles con la mirada. Me sorprendo al verlo hincado frente a una pequeña niña. Ella le muestra su juguete y mi hermano le enseña el suyo. Me río ante la escena, pero rápidamente entro la caja.
Con un gran ruido la dejo caer donde me han dicho, escucho como Elena entra con la chica a lo que supongo es la cocina, se quedan un rato ahí y yo empiezo a observar mi alrededor.
Es una casa realmente pequeña, como lo supuse la primera vez que la vi. Se ve acogedora a pesar de las cajas que están por todos lados.
Salgo de la casa sin querer entrometerme. Tomo mi celular y le contesto a Fede. El chico comienza a hacer bromas a las que yo le contesto con una gran sonrisa.
—Gracias por ayudarme.—levanto mi mirada y veo a la chica. Mi vista va al frente y veo como Elena y Miles ya empezaron a caminar hacia el parque. Me he quedado ido que ni me había dado cuenta.
Bajo mi celular y meto mis manos en mis bolsillos y veo a la chica con una sonrisa de lado.
Con mis lentes puestos me doy el lujo de observarla. Es delgada y alta, no tanto como yo pero definitivamente es alta. Su cabello es rubio y lo tiene amarrado en una trenza de lado. Tiene la justa cantidad de pechos, o bueno eso es lo que medio puedo ver. Su ropa es de vieja y bastante estirada. Es un desastre eso es seguro.
—No hay de que.—digo indiferente, encogiéndome de hombros.
—¿¡Chiara!?—grita una señora desde la casa y la chica se sobresalta.—¡Oh, no sabia que iba a venir un amigo a verte!—la chica se pone roja y yo río. La señora se acerca a nosotros con una gran sonrisa. Por el parecido entre ambas puedo suponer que es su madre, no parece tan grande aunque las arrugas en su cara la hacen lucir mucho mayor.— Mucho gusto soy Cirilla Colombo.
—¡Mamá!—se queja ella y yo me río otra vez.
¿Por qué está tan nerviosa esta chica?
—Mucho gusto señora, soy Milo.—le devuelvo el saludo y ella pierde la sonrisa lo que hace que yo la pierda también.
La señora retira su mano y retrocede un poco. Sus ojos reflejaban miedo y mi mandíbula se tensa. Chiara mira confundida la reacción de su madre.
—Milo Ricci.—susurra y yo hago una mueca. Chiara me voltea a ver con los ojos entrecerrados, tratando de ver si reconoce ese apellido, pero al ver su cara de confusión no creo que lo haga.
Tomo mis lentes con mi mano y suspiro antes de ponerlo sobre mi cabeza. Miro a la señora directo a los ojos y le sonrío.
—Que pasen una bonita tarde.—digo antes de comenzar a caminar hacia el parque con la mirada de las dos rubias detrás de mí.
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