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Capítulo 9

Las entradas son lo que yo llamo una introducción del menú. Si ella no es buena, el resto no lo será; lo he vivido. Tengo la suficiente experiencia para catalogar, aunque no soy precisamente un juez calificado o un crítico culinario. Me bastaba con los hechos. El cómo sientes y percibes, en el paladar, lo que ingieres.

Si tu entrada es una crema de atún con esencia de azafrán, supones que esto sabrá bien y que, de resto, no tendrás quejas; como un iluso. Y todos lo somos.

—Salgamos.

La agenda dice que mi cita de rutina con el médico es mañana a las ocho, pero a las nueve Melina y yo tendremos una reunión con un publicista conocido suyo que puede ayudarme con la colección que llevaremos a marcha. Me veo en la necesidad de cambiarla.

—Estoy ocupada —digo, cuando se ha despejado ese ítem de mi mente.

—No tienes elección. Salgamos.

No recuerdo exactamente cómo fue que acabé sentada en esta mesa, pero lo normal sería que lo estoy porque tengo hambre y sirven buenos platillos. De lo que sí estoy segura es que tengo una reunión en una hora con mi Fresita y Mel que no puede ser pospuesta, de nuevo, por mí.

Mamá me necesita, y yo a ella más que nunca. Faltan unos meses pero mañana es un día menos para que se cumpla un año de la muerte de papá. Margo me tiene al corriente, y la visito todo lo frecuentemente que me es posible, sin embargo con esta nueva línea y las expectativas altas que tienen los clientes, como nosotras, tiempo no es lo que sobra.

Ya me estoy escuchando excusarme:

—Hay una reunión y suelen ser larguísimas, no creo tener tiempo para...

Eliseo sonríe, y no sé cómo, consigo tener paz viéndolo tenerla. Él dice que tiene que ver con su modo de comer y ejercitarse, yo digo que seguro ha de tener otros tipos de entretenciones fuera del trabajo que lo ponen en ese estado de pasividad alarmante. A veces es exasperante que no se moleste fácil; que no sea efusivo para lo que debiera; que no lo saque de quicio.

—¿No quieres que te acompañe? —se entrega, como un objeto. Río y su risa me persigue, luciendo todo lo pícaro que puede y es, para las interesadas—. Seguro y les soy útil.

—Cállate, la imagen mental es aterradora.

Su sonrisa se amplía y me roba el móvil, que no suelto desde que llegamos a comer. Ah, ya lo recuerdo.

—Lo digo en serio —insiste, alejando mi celular y poniéndolo en su espalda.

—Tu seriedad y la mía varían. ¿Me das mi móvil, por favor?

—No.

El aparato suena por una llamada entrante y me vuelvo loca. Lo rodeo con mis brazos y toqueteo lo que me haga llegar a donde guarde el móvil. Su abdomen, pectoral, bajo los brazos, rodeando su espalda alta, espalda baja y el trasero, hasta que lo siento y aparto de la pretina entre el bóxer y el pantalón. Eliseo se está riendo cuando recibo la llamada.

—Haló.

¿Acabaron de almorzar? —pregunta Mony. Y percibo el tono con que lo muestra, uno que no me gusta.

—Sí, hemos acabado y se ofrece como entretenimiento, pero le dije que no. ¿Otra cosa?

Bueno, solo que... Mi vestido está listo.

Suspiro con emoción y le digo que llegaré en veinte minutos. Su vestido es de todos nuestros trabajos el mas importante y que ya esté listo dicta lo inminente: la boda está a unas semanas.

Eliseo se muestra poco alegre con mi marcha, pero los dos trabajamos y tenemos vida aparte. Este almuerzo es una causalidad muy casual por un empeño suyo.

Pago la cuenta, pues es mi turno y nos disponemos a irnos cada quien por su lado. No sin antes...

—Y bien... —dice, para entrar en el tema.

Cruzo la bufanda en mi cuello, ya que sigue haciendo tanto frío como en diciembre y le doy un golpe en su duro abdomen.

—Sólo invítala. —Bajo mis lentes de mi cabeza y los acomodo ajustados en mis ojos—. No me hagas repetirlo una segunda vez, que habrá patada incluida. Pero no lo hagas como hace un rato, prepara un buen contexto, ¿estamos claros?

—Clarísimos. —Me atrapa desprevenida y abraza mi cuerpo, que se sepulta en el suyo use o no tacones—. Gracias, Presley.

Sacudo mi cabeza y cabello como un <<no ha sido nada>> y lo veo subir a su coche de mientras tanto. Mi Nissan me guiña al quitarle el seguro y me subo en él con una sensación agradable. La va a ir muy bien.

Tengo que ser sincera con mis propios recuerdos del génesis de esta extraña amistad. No empezamos con un salto increíble y, nada mas vernos, estuvimos seguros de que entre los dos habrían animadas, graciosas e interesantísimas discusiones. Tuve casi todo que ver en que ello no se lograra. No obstante, con orgullo puedo confirmar que Eliseo es un hombre con una insistencia infinitamente paciente, y fue eso, junto a su modo de ser, lo que ha logrado que estemos donde estamos. Yo puse lo que sobraba.

Desde mi cumpleaños ha transcurrido tres semanas. ¡Increible, ¿no?! De escucharlo, me mofaría. Pero siendo la prueba en carne y hueso, me mofo de mí y de lo incrédula que he sido.

La velocidad se debe a la continuidad de nuestro trato. Monilley la conoce y es lo que la pone tan contenta, haciendo suposiciones que no van conmigo. Si hubiese ese tipo de cercanía, lo soportaría, solo que no estamos en esa racha y no lo estaremos.

—Estás arruinando mi segunda amistad con un hombre, Monilley.

Le pongo los ojos en blanco a Melina, que está sentada, entretenida con nosotras.

—No sé si recuerdas, pero cuando te dije que Leitan y yo estábamos empezando a salir me dijiste que serías una linda madrina. ¿Por qué no puedo hacer lo mismo?

—¡Porque es Eliseo! La sola... —Me salió una risa cargada de ilógica—. La sola idea es tan descabellada, tan idealizada en lo que tu quieres, que es obvio que jamás pasará.

—Eso no lo sabes —dice ahora Melina.

—¡Tu tampoco ayudas! Esto —señalo con mis manos a Mel—, esto es lo que consigue tu idealización, Fresita. ¡Crear ilusiones falsas!

—Aaayyy solo deja que me emocione un poquito, ¿sí?

Refunfuñé una vez mas y me deposité junto a Melina.

—La reunión se va a alargar si seguimos así —la insta a darse prisa.

Monilley se agacha por la caja del vestido y la pone en su escritorio. Le damos la fanfarria que merece, golpeando con nuestras palmas en las piernas el tiempo en que tarda en sacar el vestido por completo y mostrarlo cara a nosotras. Soltamos una exclamación y soy quien se acerca a tocar la tela.

Es un vestido sirena de encaje en el corpiño, el pecho y mangas largas. La falda tiene una textura cercana al satén, no siendo totalmente de esa tela, pues hay destellos de pedrería blanca y azul junto al encaje que casi no abandona el vestido. Y la espalda, se cierra con un botón en la parte alta, para abrirse, dejando al descubierto buena parte de la piel, y regresa a unirse con unos ocho botones que cubren el trasero.

—No hay cola —menciona Melina, fijándose en ese detalle.

—No quise una —responde Fresita, admirando nuestra creación—. Seré yo, como nunca.

—Eres tu en un vestido. —Lo coloco sobre su cuerpo y lo que veo me pone llorosa—. Ay Dios... —me quejo, abanicando a mis ojos para que sequen.

—Presley —No le importa interponer en vestido, me abraza y toca delicada mi cabellera. Recuesto mi cabeza en su hombro—. ¿Por qué lloras?

—Porque eres feliz, y me hace feliz.

Melina se une al abrazo y las tres reímos por el abrazo que no acaba de completarse. Aun así, lo intentamos y enseguida una de nosotras espabila para empezar la reunión antes de que alguna sí se ponga en plan llorona descontrolada.

A las horas, en plena reunión, recibo una imagen de Eliseo bebiendo de una copa cuyo contenido es verde y junto tiene a una señorita muy bonita, de ojos grandes y cabello rojo como el fuego. Abajo con muchos signos de exclamación dice <<Gracias, Lee>>.

Hace mucho que no me dicen así.

Le respondo que se divierta y continúo con mi trabajo.


El asilo, aunque no es un lugar que visitara aun si mis abuelos estuviesen con vida, me recuerda a una película que he visto un millón y medio de veces pero no te cansas de ver. Como un bonito decorado verde que se ha puesto marrón y lo quieres por la antigüedad, no por lo bonito que una vez fue.

Consta de actividades aparentemente recreativas que mantengan a estas personas conectadas con la tierra y entre ellos. La favorita de mamá es el bingo; no es como si el bingo tiene sus cosas buenas, es porque allí están sus nuevas amigas, entre ellas, la señora Miranda.

Que cree que no me percato, pero siempre busca una excusa para hablarme. Por ejemplo hoy pidió el favor que le llenara su taza de té; le mostrara de qué color son los girasoles que crecen en el jardín pues su vista no es la de antes; y,sin falta, que sostuviera su estambre.

—Es un día espléndido, ¿cierto? —me comenta, en pleno tejido.

—No lo llamaría espléndido —respondo. Ella sonríe y yo termino de decir—, pero está lindo.

—En días como estos vienen a visitarme mis hijos. Quizá los llegues a conocer.

Mis sospechas se pusieron en alerta. Coloqué la bola en el sillón donde estaba sentada y me despedí usando el trabajo de excusa. La señora advirtió que algo me sucedía, por su expresión curiosa.

—¿No eres buena para socializar?

—No soy buena para muchas cosas, señora. —Acomodé mi chaqueta de cuero blanco sobre un vestido ajustado azul cielo y sandalias de corcho y piel bordada—. Tenga un buen día.

De pasada me despedido de mi mamá, que está para mi alegría muy contenta en este lugar. Margo se topa conmigo y también me despido de ella. Para cuando estoy en el estacionamiento sacando las llaves, mi frente se cubre en sudor frío. Hay sol, pero el clima continúa siendo helado.

—¿Presley?

Mis llaves casi se caen. Sufro un poco para acomodar mi postura, recordar cómo se da un medio giro y hablar, sin dar a conocer mi sorpresa. Pero no me salió tan bien ensayado.

Elias me miró, seriamente. Quise ser fisgona y saber en qué auto vino, sin embargo es un parquímetro abierto al público y los vehículos estacionados son demasiados para contarlos. Le regreso la mirada y evalúo qué se hace a continuación, porque no lo sé.

Y es lo raro. Antes sabía perfectamente qué hacer. O al menos era intuitiva respecto a ello, no me hacía falta un manual de instrucciones para tener una respuesta infinitamente mas elocuente de la que no tengo ahora.

—¿Viniste aquí? —Es quien toma la palabra, señalando el asilo.

Le respondo, o no. Miento, o no. Son tantas, tantas las opciones.

—¿Por qué quieres saberlo? —Me oí y mi mordacidad fue innecesaria. Tampoco sé si debo remediarlo.

Él ve a un lado, a otro, y a mí.

—Lo pregunto por curiosidad. —Tiene cara de hastío. Le frunzo el ceño—. No me mires así, no todo esconde un motivo.

—Claro —sonrío, dando por concluido este intercambio—. Buenas tardes. —Quito mi alarma y abro la puerta, chocando con él. Le doy una mirada que dice más que una palabra y se hace a un lado—. No fue tan difícil.

Para cuando me doy cuenta de que necesito un cierre en este ridícula seudo relación, estoy lejos y no se lo puedo ofrecer.

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