Capítulo 8
—Me gustan las montañas.
—No diré que no me gustan, pero tengo sensibilidad a la presión.
Eliseo sonríe.
—Como todos. Tal vez no has subido mas seguido.
—Lo hacía varias veces al año con Monilley.
Y dejamos de hacerlo. Dejamos de hacer demasiadas cosas y no me sentía yo haciéndolas sin ella, así que emprender un viaje, una aventura sin mi Fresita no tenía el sentido que me gustaba darle.
—¿No han vuelto a hacerlo? —pregunta curioso, como todo el camino.
Llevamos unas buenas dos horas en carretera. Nos alimentamos bien e hidratamos, en mi caso sobre hidratación, y salimos en una hora de la ciudad. No fui a cambiarme, aunque sí a dejar mi pastel, así que vestía lo mismo de ayer. La siguiente hora tendría que haberse sumido en un silencio que nos conviniera a ambos, pero Eliseo no lo permitió. Se hizo dueño de la conversación, que acallé un par y medio de veces por la incomodidad y porque no quería hablarle (simplemente), hasta que, ahora cómoda, respondía porque me apetecía.
—No —digo—. Tal vez se lo proponga como una despedida de soltera.
—Suena bien. —Acepto ese como el término del tema. Pero continuó—. ¿Me puedo unir?
Lo pienso lo suficiente para decidir que merece la pena bromear de ello.
—Si no es como un stripper, por favor, no.
De la boca de Eliseo brota una carcajada que jamás le he oído. Hasta hoy no le he visto reír, o sonreír, y hace ambos con jovialidad. Es contagioso, animoso como estarse en un campamento con amigos y bromear, contar historias fantásticas en la hoguera. Familiar. De hogar.
Se mantiene sonriendo, quizá apreciando mi idea en su imaginación. Lo miro, tratando de encajar lo que sabía de él y lo que es, en dos horas. No soy especialmente justa, pero intento serlo. Lucho con la comparación para que Eliseo tenga el derecho que no le he dado, de ser él mismo.
Yo tampoco me di mi puesto.
Él mismo me contó que fue a ver a Leitan, pues sus guardaespaldas actuales fueron recomendación de su agencia, y lo encontró hablando con Monilley. No sabían cómo lograr sorprenderme. Si me llevaba un conocido era capaz de hallar la manera de salirme con la mía y que me dijesen lo que quiero saber. Un imparcial, es lo que necesitaban. ¿Qué ser mas imparcial que dos de las personas que mas me hacen rodar los ojos? Entonces se ofreció.
Al parecer, se me nota la tristeza.
—Lo voy a pensar —dice, sacándome de mi mente. Le doy una hojeada que pretende ser de incredulidad.
—¿Pensarte el qué?
—El desnudarme. —Noto que le cuesta pronunciar y no reír, aunque acaba haciéndolo. Mueve su cabeza a los lados—. Serán solo ustedes, no pierdo nada.
—No digas más —le sugiero—. Mira que no es fácil que olvide cuando me dan su palabra.
—No olvido cuando doy la mía —rebate.
Sonreí e hice una mueca con mis labios, metiendo parte de ellos casi bajo los dientes inferiores, dándole a su palabra una dosis de confianza tipo Presley. Ni muy completa, ni muy incompleta.
—¿Y tu hermano? —instigo, ahora que puedo optar a una pregunta al azar (pese a que esta no la es).
—Visitando un familiar. —Medio sonríe como si se tratara de un juego ya que no muestra sus dientes—. No sabe dónde estoy.
—Pero qué raro —menciono desentendida—. Si ustedes no se separan muy a menudo.
Eliseo no hace amago de responder. Se limita a continuar conduciendo y a dejarme con una idea enfocada igual a antes de plantearla.
Y lo que sentía, la incomodidad; ha regresado.
Pero no entiendo por qué.
Le susurro al viento que este viaje termine pronto.
Recibo con los brazos abiertos al clima maravilloso en una playa de no sé dónde (mis cálculos dicen, ya que no he viajado a muchas playas, que estamos cerca del condado de Orange) pero es una playa al fin y el cabo y, con este espectacular sol irradiando su luz en el agua haciéndola aun mas cristalina de lo que es, es una playa doblemente buena. Sostengo mis tacones en la mano y me aproximo al edificio al que ha entrado mi chófer.
Según Eliseo, nos vamos a hospedar en este hotel por dos días. Según yo, eso no va a ocurrir sin que me expliquen si esto es una especie de fiesta de cumpleaños que durará lo que guste o si es, mas bien, una trampa.
Porque lo he considerado fuertemente. Que estoy, en el mejor de los casos, persuadida a pasar tiempo con gemelo número uno. Y si bien no fue malo gran parte del recorrido hasta aquí, bien me puedo dar de bruces con la realidad con la que colindo hace un par de años de conocerlo y a su hermano. Me arriesgo al hecho de confirmar o negar la verdad. No es como si he olvidado la predisposición.
Pese a ello, es un lindo hotel. Muy veraniego, con palmeras artificiales, conchas de mar como logo bajo el nombre de Hotel Bahía y siguiendo ese estilo sobre la mesa del recepcionista. Con un gran árbol blanco en una esquina que sujeta en sus ramas copos de nieve hechos de papel, también blanco. Regalos plateados en sus patas y ese dorado recorriendo la recepción con guirnaldas, esferas, y uno que otro muérdago.
—Hice reserva, a nombre de Eliseo Toredo.
Por suerte hay señal, de lo contrario...
—Presley. —Alejo los ojos de la pantalla y veo a Eliseo esperar a que suba al ascensor, junto a un muchacho. Le sigo adentro y me vuelvo a sumergir en mi móvil. Él hace una cosa con la garganta, dos veces, como si no me doy cuenta.
Soy la primera en salir en el quinto piso. No necesito pedirle mi llave a nadie, me la dan y entro a mi habitación por tiempo ilimitado. No me despido, no por ser mal educada, sino porque nos veremos dentro de nada.
Sabía que el carraspeo disimulado era para que usara mis zapatos, pero si no entiendes lo que es el dolor del empeine, mucho menos el que por una vez en la vida que rebajara mi nivel de glamour natural, no pasará nada. Que por cierto, calzada o no, es mío.
Hago uso del WiFi y pido una vídeo llamada directa al celular de Monilley. Ella se atraviesa en la cámara frontal de su aparato y me da un saludo con su Leitan al costado, recostado en una tumbona. Van de sombrero y lentes.
—¡Hola! —saluda alegre y hace como que se acerca—.Te veo entera. Alabemos al Señor.
—No te hagas la yo no fui, Fresita —digo representado mi mal humor.
—Es que yo fui, nena. Y no me arrepiento, en absoluto. —Sonríe y sus mejillas están enrojecidas, cuando ve a Leitan y este me guiña—. ¿Tienes hambre? Vengan a comer.
—¿Vengan quiénes? —pregunté puntillosa.
—Tu y Eliseo —responde, para mi agonía—. No vayas a dejarlo tirado —advierte, pegando un dedo en la pantalla.
—¿Yo? —inocente, me abanico—. Sería...
—Capaz —completa Leitan, sin necesidad de moverse de la comodidad de su asiento—. Eres capaz de muchas cosas. Usa la maleta que dejamos para ti y acompáñenos a almorzar. Eliseo sabe a dónde ir.
—Aparte de GPS es guía turístico —Murmuré comenzado a cansarme—. No me digan.
—¡Ponte un lindo bikini, ¿sí?! —Mony hace una señal de despedida y corta, aunque fui yo quien llamó.
No me sumergí en un mar de opciones, puesto que no las tengo.
Así que fui por una buena ducha y un cambio de ropa que buena falta me hace.
Eliseo, pacientemente esperó a que le abriera la puerta después de haber tocado hace cinco minutos. Pero la idea de hacerlo aguardar por mí no tuvo que ver con mis pocas ganas de pasarla en su compañía, sino con usar sandalias tan bajas como lo es al contrario mi ingesta de azúcar de la madrugada de hoy. Lamentándolo mucho, mi hambre supera el problema, entonces lo dejé ser.
—¿Has pensado qué quieres comer? —pregunta, precediendo la entrada al ascensor. Hay un buen espejo en él, por lo que me propongo arreglar el estropicio de mi cabello mojado.
—¿Me preguntas en serio?
—Sí —frunce el ceño, y además tiene una media sonrisa interrogante—. ¿Por qué no sería en serio?
—Ah pues no lo sé —sarcástica, doy contorno a mis labios con la yema de mi índice, viendo mi reflejo—. No somos amigos, empezando por allí. No recuerdo que decidiéramos ser sociables, pero sí recuerdo que tuvimos una especie de pacto en que no nos acercaríamos los unos a los otros y estaba contenta con ello. ¿Tu, por casualidad, no lo estabas?
La respuesta se quedó en veremos al llegar a la planta. Lo vi de reojo, con una expresión que no me es típica y redoblé mis pasos para salir y entrar al restaurante. No fue difícil conseguir a la pareja. Y no entendía nada. ¿Seremos un cuarteto? ¿dónde está todo mundo?
—Monilley —la nombro, haciendo señas de que se levante.
Ella y Leitan se miran antes de que el segundo reciba a Eliseo. Sigo lanzando agujas a su frente, hasta que se pone de pie y me acompaña afuera del restaurante. Le sostengo el brazo para mantenerla en un sitio.
—No más, ¡no más! —imploré, para sorpresa de Monilley—. Lo haces nena, me obligas a estar en el mismo sitio que tus gemelos. ¿A esto se refería él con continuar mi cumpleaños?
—Presley, no exageres las cosas. Fue un gesto, simple.
—La simplicidad se está haciendo complicada, si no te has enterado. ¿De cuándo a este siglo Eliseo...? —Monilley me hace callar poniendo una mano en mi boca.
—Escucha —pide, advirtiendo con sus ojos. Agito mi cabeza diciendo que lo haré—. ¿Vas a oír sin pornerte a dar un discurso? —Oscilaron mis ojos. Era difícil, pero asentí—. Muy bien. —Separó su mano y esperó a que cumpliera mi palabra. Callada cual niña bien, le oí—. Él me pidió tener una oportunidad para charlar y creyó que haciendo este viaje estarías mas receptiva, pero, veo que se equivocó y lo siento.
Me encontraba aun entendiendo lo de planear un viaje para estar conmigo por sabrá Mandrake el Mago qué razón, cuando le dije la verdad.
—No fue un mal viaje. —Y en realidad, no me costaba admitirlo—. Tenemos gustos afines, y es... tranquilo conversar con él. Estuvo bien, si hay que darle un calificativo.
—¡¿Lo ves!? —expresa, sonriente—. Es que lo sabía...
Sonreí sabiendo que Monilley no va a darse por vencida, sin importar cuánto le repita que este detalle extraño no cambia radicalmente mi relación con los gemelos, solo harán llevadero este obsequio de cumpleaños.
Que, por cierto, no tiene sentido.
Íbamos a cenar a uno de los restaurantes cercanos al hotel. Leitan conoce uno y nos ha mareado con las exquisiteces lo suficiente para abrirnos tanto el apetito como la curiosidad, y un poco de hastío porque se calle. Los cuatro nos dividimos para arreglarnos, y a mi me encantaba poder regresar a mis tacones. Son como una extremidad imprescindible.
De entre los vestidos que escogió Mony para traerme me decanté por uno de un hombro verde esmeralda, ajustado y corto como para que, con unos tacones de charol rojo, de ajuste en torno a mis pantorrillas con varios hilos gruesos, se me veían piernas kilométricas. Una pulsera de perlas, rojas también; una gargantilla que simula colgarle dos collares mas abajo, dorado. Mi cabello suelto, con algunas hondas en las puntas. Y un maquillaje poco cargado, deliniado en los ojos, rubor tenue, y labios rosas.
Quedamos en vernos en el vestíbulo y me encaminé allí, tomando consciencia ahora de los diferentes mensajes que interpreto de este viaje. No quisiera equivocarme y creer que le intereso a Eliseo de un modo quizá romántico, o el que desee un beneficio que le pueda proporcionar, o que quiera hacerme una broma..., el caso es que no hay hipótesis que encarrilen el objeto como lógico.
Es tan fastidioso tener consideraciones cuando quieres relajarte que, así de simple, lo puse en la pila de cosas para después.
—Por fin —dice Leitan interceptando el ascensor. Me hace salir y otros huéspedes están en él.
—¿Es que tardé? —Revisé la hora en mi móvil. No eran las ocho aún—. Vine veinte minutos antes; no te quejes tanto.
—Eliseo está por marcharse.
Me tardé un poco pero contesté indiferente.
—Que tenga buen viaje. Ha de estarlo extrañando su otra mitad.
—Presley —sisea, reprendiendo por mi mal comportamiento—. Se va para no incomodarte. Haz algo —ordena, y sabe Dios que las órdenes me saben igual a comer cebollas crudas.
—Es gracioso, porque creo oír que me dices que haga algo. —Limpio mi mano y se la muestro—. Mucho gusto, te habla la consciencia: Uno no va por ahí obligando a las personas a hacer lo que quieres. —Como no tomó mi mano, palpablemente disgustado, la retraje—. Si no desean estar en un lugar, que no estén. Soy partidaria de la libertad de expresión y de permanecer en donde te sientas a gusto.
—Tu eres la única que puede hacerlo cambiar de parecer. Dile que no estás incómoda. Presley, por favor.
—¿Cómo que soy la única? ¡No somos amigos, Leitan! —Al decirlo me cercioré de que él era el que me escucha y no el hotel completo—. No tenemos ningún vínculo, no dije que devolvería favor por favor y él no lo pidió; estoy indemne.
—Te pido —dice suavemente, usando la propiedad para no sacudirse—, que muevas tu trasero y le digas lo que te plazca, pero que se quede. Sofie y yo queremos que lo haga.
Lo cierto es que tengo un miedo atroz de que la primera de mis hipótesis sea la correcta, porque no era apta para ser grosera cuando él no lo ha sido conmigo.
Tal vez sí tengamos una conversación pendiente.
—¿Dónde está?
Es como una sombra, pero vi un ligero destello de orgullo en los ojos interesantes de mi guapo Leitan antes de que me llevara a las afueras del hotel. La tonta de mí creyó que estaban charlando en el restaurante, pero no, mas bien Monilley era lo único que evitaba que Eliseo se subiera a su auto y arrancara.
No hablaban. Reinaba el silencio en cuanto a ellos, en cambio el entorno, los vehículos, las personas andando, la música de ciertos locales y el mover de las olas era su banda sonora. Y muy refrescante, a decir verdad.
Mony, que daba la cara al hotel, fue la primera en vernos. Le siguió Eliseo, atraído por la distracción de ella. La miré, diciéndole que estaba bien.
—¿Nos dejan solos, por favor? —pedí innecesariamente. Pero el drama me encanta y que me obedezcan, también.
No me gustan los silencios que preceden de una charla inquietante, por lo que fui al punto.
—No quiero que te vayas —solté, cruzando los brazos. Eliseo entrecierra sus verdes ojos, confuso—. O tal vez no querer suena al resumen, pero si lo que quieres es irte, no seré quien te lo impida. Ser la chica que ruega no me encanta, ¿entiendes? Llámalo orgullo, vanidad, pretensión, da lo mismo. El hotel es lindo, y la playa también. Y tengo hambre, por lo que te pido que decidas pronto. —Sonreí, descruzando mis brazos—. ¿Sí?
Y Eliseo decidió que se quedaría. Si fue por mí, por Monilley, por Leitan, no lo sé aun, y no se lo voy a preguntar. Me valía con que se quedara por voluntad propia y que lo pasara bien. Me aseguré de que ese hecho, fuese verídico.
Yo también tomé una decisión, y era que las oportunidades, aunque vagas, pueden ser buenas si escoges bien y a tiempo.
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