Capítulo 4
—¿Qué es esto?
Monilley tiene esa misma cara que puse cuando recibí las rosas aquella oportunidad en que Leitan quiso agasajarla y lo único que consiguió fue hacerme enfadar, casi morir por las reacciones alérgicas que tiene con dicha flor.
—Intento entenderlo —respondo. Veo a Melina y le pregunto—. ¿Es tu cumpleaños?
—Aun faltan tres meses.
—En febrero —dice Mony no muy segura. Mel afirma y seguimos mirando al suelo.
Hay una caja en plena oficina y ninguno hemos sigo capaces de abrirla. De mi parte porque he tenido suficiente con mi última discusión con mamá para cubrir el limitante de peleas que no tienen sentido. No iré a sumarle una sorpresa desagradable.
—Tal vez es un regalo de navidad —dice Mel. Se agacha y quita el lazo azul que lo cubre, el papel de regalo rojo y abre la tapa—. Es una chaqueta.
Monilley y yo nos acercamos. Me quedo mirando la prenda, una chaqueta de cuero marrón con relieves rojos y cierre frontal.
—Y tiene una tarjeta al fondo —Mony se agacha y coge la tarjeta doblada en dos. La abre y lee en voz alta—: Como ofrenda de paz, te damos esta chaqueta. Al verla, pensamos en ti. E y E... ¡Mis gemelos!
—Sí, sí —le quité la nota, a Melina la chaqueta y volví a adentrar todo en la caja, tomándola con el mismo empuje—. Ya se los devolveré.
—Presley, no seas absurda.
—A mi nadie me compra con regalitos. Si quieren algo, que vengan. O mejor que no vengan —me corrijo. No vaya a ser que aparezcan—. No lo quiero.
—Te encantan las chaquetas —apunta Melina, entristecida y apuntando lo que traigo.
—Me encanta que me las regalen gente que aprecio —contrapunteo.
Lo bueno es que descubrir el remitente no fue difícil. A las horas les mandaría su regalo. Bello, pero incómodo. Y aunque hubiese aceptado la chaqueta, mi orgullo es tan grande que iba a quedarse en el fondo del closet, por siempre jamás.
No me encandilan los presentes, y menos en esta época.
Esta será la primera navidad que pasemos mamá y yo sin papá. Billy, el abuelo de mi Fresita nos invitó a pasarlo con ella y su hija Belinda, pero hay que empezar a practicar. Sé que el tiempo transcurre y un día tampoco tendré a mi madre, así que el tiempo juntas es preciado y quiero dedicárselo por completo.
Claro que entiendo la preocupación, también la de Mony, pero no hay forma de amenizar una partida. Se vive, se recuerda, se celebra que seguimos vivos y comenzamos del inicio. Lo he decidido y si a mi mamá no le importa celebrar solo conmigo, entonces a mí menos celebrar solo con ella. Seguro la pasamos bien y los que se preocuparon lo hicieron por nada.
—¿Iremos de compras? —me tantea Mony al finalizar el día.
—¿No te están volviendo loca tu futura cuñada y suegra? —digo, recogiendo mi abrigo de piel, bufanda tejida, guantes de cuero y un gorro que cae de lado con mi cabello.
—Vuelven loco a Leitan. Hacen las compras en familia y de imaginarlo me entra escalofríos.
—Mi pobre guapo Leitan —digo sintiéndolo por él. Fresita ríe y antecede la salida.
En cuanto el frío insoportable nos rodea, cruzo los brazos con ella. No tardamos en buscar un taxi. Lo peor que puedes hacer si pretendes escapar del clima es acostumbrarte a él; nunca me ha parecido genial congelarme. Por ello, nada mas tocar el centro comercial, compramos bebidas calientes y nos unimos a los que caminan y no entran a ninguna tienda departamental hasta estar calientes por dentro.
—He oído que en esta tienda venden un cascanueces blanco —dije, recordando en realidad el comercial de melodía contagiosa. Aparece el cascanueces, de un tamaño que no es el original, tocado por distintas manos y puesto bajo distintos árboles.
El cascanueces que sabe mascar
Nueces por montones, sin hablar
Hace de tu árbol un buen adorno
Ya verás, pronto será un estorbo
Incompresible, pero les está resultando la venta. Seguro que tienen que ver los niños; si algo se les pega, no se les despega.
—Eliseo piensa que es una pérdida de dinero gastar en lo que no necesitas.
—No necesito galletas pero quiero galletas, así que al final sí las necesito. Su lógica tiene desvíos.
—Digo que es lógica. —No busca presionar para que cambie de parecer. Lo dice como un comentario que bien puedes tomar como no—. Que no le haga caso la mayoría en fiestas decembrinas, es otro cuento. Tal vez no es lógico gastar en un viaje para ver a tus familiares pero aun así lo haces porque quieres verlos. Es cuestión de perspectiva... ¿Crees que a Leitan le guste una bufanda?
Nos detuvimos en un aparador con una promoción de bufandas de colores variados y telas diversas. Fue imposible para mí verle el lado bueno a una prenda como esa y mas para un hombre como ese.
—¿Has visto su armario? —pregunté confusa. El es casi tan completo en sus atuendos como yo. Monilley sonrió y me pinchó el abdomen.
—Oh, ¿y es que tu sí? ¿Cuándo?
—La última vez que fui y ambos me invitaron a almorzar. Pedí el baño y fui de fisgona; no lo logré evitar. ¡Él nunca quiere decirme la marca de sus bóxers!
—¡Porque es mi novio, no el tuyo! —dijo hecha risas. Inclinó su cabeza a un lado y dijo, a pesar de lo que le acabo de explicar—. Le encantará.
No estaba segura de si le encante por el regalo o porque ella se lo de.
—¿Y unos zapatos? —sugerí. No la dejé pensar y tomé su brazo arrastrándola a una tienda que estaba casi segura que encontrará algo apropiado. Y el casi es por el hecho de que no podemos predecir la reacción de las personas, incluso si las conoces.
En cuanto entramos el recibimiento fue instantáneo y un poquito exagerado, pero suficiente para hacerte sentir el cliente mas importante, al que más debes agasajar para que te compre y obtengas una buena comisión. Entre dos hombres de muy buen vestir, cortes asimétricos, uno rubio y el otro moreno, le aconsejaron y ayudaron a Mony a decidir. Le preguntaron lo que conoce del futuro dueño de los zapatos, haciendo de la experiencia de comprar más íntima de lo que hubiese deseado.
¿Es así, no? Sabes de una persona tanto que hacerle un regalo es tan especial como verla. Ya allí, has admirado tanto de ella que esto es una consecuencia.
Debe ser lindo.
—Gracias —les dijo a los ayudantes con emoción, al despedirse y salir de la tienda con dos pares de bellos y clásicos calzados de caballero. Que sí, le van a encantar a Leitan.
Sonreí y le insté a que fuésemos por unos gorros de lana a juego, para presumir en año nuevo.
—Presley —Me habló con seriedad. Le devolví el gesto serio, entrando en su ambiente—. Pronto cumplirás veintiocho...
—Gran cosa —dije; no lo es.
—No quiero presionarte, Durazno.
No.
Ya viene la parte mala de ese apodo que dice tres veces al año. Tres veces, sin falla.
—Suéltalo sin epidural, Mony.
Se hace de pausas innecesarias; le doy tiempo para habituarse al nuevo tema que ella misma inmiscuyó. Estamos en medio de uno de los pasillos, pero son amplios y no nos chocamos ni estorbamos. Huele a galletas de jengibre, chocolate, canela; a café, chocolate en taza y algunas frutas cítricas —hay quienes disfrutan una bebida fría—; y huele a alegría y espíritu navideño, bonito en ocasiones, en otras asfixiante.
—José Ángel, ¿ya lo superaste?
Oh, ¿en serio?
La divisé, preguntando con mis ojos si va de chiste. Contando chistes malos por doquier, porque si es así, la detendría y que no haga el ridículo.
—Vamos a ver, Fresita —me toco el tabique con mis dedos enguantados. Respiro con normalidad y le digo lo obvio—. Hace mucho que no pienso en él de esa manera. Además sería triste, ¿no crees?
Empezando por el hecho de que se comprometió con una plástica de cabeza a pies, literalmente, después de que Leitan anunciara su propio compromiso. Los chismes no me iban si no los buscaba por mis medios, pero él lo hizo por todo lo alto. Estuvo en los periódicos y en revistas, de moda, de consejos financieros, y claro, de chismes, chismes. Si no quiso que me enterara, habría tenido que meterme en una caverna.
—El que sea triste no importa, quiero saber lo que sientes de verdad.
—¿Por él? ¡Una pena bárbara, Monilley! —Metí las manos en los bolsillos del abrigo—. ¿Quién hace tanto escándalo si no quiere llamar la atención?
—Quería llamar la tuya, nena. —Y su rotundidad me incomodó. No sabía que se tomaban molestias por mí—. Leitan me lo dijo. Ese hombre chorrea la banqueta por ti.
—No se nota mucho... —fingí demencia. No me duró mucho—. O sí, ¿a quién engaño? —Reí—. ¡Por supuesto que se nota!
Y por qué no, eh. ¿Por qué no? Me hace sentir bien conmigo que lo pasara mal y su única idea singular para llamar a mi radar fue promulgar un amor que no siente. He ahí mi pena. Es un tonto, pero su prometida no lo es.
Monilley sonreía, aliviada. A ella sí que puedo leerla mas fácilmente que a mucha otra gente.
—Y estás abierta a una nueva relación, ¿no?
—Abierta habla de muchas posibilidades y si te soy sincera...
—Como siempre —añade, sin ánimos de cortarme el rollo.
—Si te soy sincera —sigo hablando, acabando mi punto—, no me veo en este instante en que mamá me necesita ocupándome de una relación amorosa. ¡Y ya sé que dirás! "Presley, un noviazgo es un apoyo, unos brazos a los que ir cuando necesites abrazos, alguien que vea el mundo como tu no lo ves...". Pues genial, genial, genial. Pero no, gracias.
Hace un gesto pensativo y me da una palmada fuerte en la espalda.
—Seguro encontramos alguien para ti en este lugar. ¿Qué dices?
Con una carcajada, acepté lo que quisiera proponer.
Sabemos la verdad: no iba a encontrar a nadie para mí en una centro comercial en estas fechas. Los milagros navideños no son lo mío.
Esa misma noche les mandé su regalo a los gemelos. No quería ser grosera con ellos, pero quiero y necesito claridad; es como un mantra que he hecho parte de mí como modo de andar por la vida. Sí, lo olvidé con José Ángel; me equivoqué y no lo volveré a hacer, menos con ellos que son tan importantes para mi Fresita.
No importa cómo ello trascienda en mí.
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