Capítulo 29
Creí que era mejor que muchas en hacer ciertas cosas.
Como ponerse de acuerdo en qué usar. ¿Ese tiempo desperdiciando en buscar como una loca que no encuentra lo "indicado" y reniega de la hora? A mí eso me sonaba a niñerías. Era capaz, por mucho, de estar lista a un tiempo prudente. Después de todo, soy un tanto maniática con el orden y no hay una excepción a la regla cuando se trata de mi atuendo, o atuendos de la semana.
Pero no soy mejor que nadie en poner orden a mis prioridades. Antes sí que era buena. Uy, me ganaba el premio por excelencia. Si apostaban a mi favor, los haría duplicar su apuesta. Solo que no es así hoy por hoy.
Soy una del montón.
Otra vez.
La primera en que me fustigué por ello, el culpable era la misma persona, el mismo ser humano culpable de esta. ¡Y de paso, un hombre! ¿Qué había hecho yo para merecer tanta incompetencia? Ah no, esta vez no será como esa. No, mi niño. Yo tendría la supremacía. Lo demás, no me seduce.
Por ello, y no por razones alcahuetes, toqué a la puerta frente a mí. Y esperé. Esperé lo suficiente que debe ser esperado para que atiendan si no están ocupados en quehaceres como si sí lo estuviesen. Esperé por amor y gracia, a mí misma. Dejo que prime mi necesidad, por bienestar. Uno, que me pertenece.
La puerta de madera pintada de un verde musgo atractiva de picaporte plateado, se contrajo con la mano que la abría. Ignoré los detalles de la persona y me enderecé, dispuesta a decir lo que practiqué.
—No vine a ofrecer disculpas, ni a esperar las tuyas; escuché lo que dijiste y entiendo tus razones, lo que no hago es compartirlas. Quiero que trabajemos en eso y en muchas otras áreas en las que aun no trabajamos. —Respiré, un poco menos nerviosa. Uní mis manos y sujeté el agarre de mi bolso con ambas—. No estoy dispuesta a seguir esperándote, porque sé que si vienes, lo harás el año entrante, con tal de darme espacio y no fue eso lo que te pedí, Elias. Lo único que te pedí fue que pensaras en lo que quiero y omitiste un hecho que es vital, y es que eso que quiero es a ti. Sí, por supuesto que quisiera que pensaras como yo, lo haría mas fácil, pero cuando acepté lo que siento fue sabiendo que no pensamos igual, ¡es lo que más me encanta! —Sonreí, orgullosa de haber verbalizado lo que ensayé un millón de veces—. Y me encanta que quieras respetarme en consecuencia por no hacerlo con lo de Cara, pero no lo hagas más. No quiero ser la eterna orgullosa, ni que tu seas el eterno comprensivo.
Ahora sí, alejé la vista de la puerta y me fijé en los ojos de...
Los ojos verdes del otro gemelo. ¡El que no es!
¡Diantres!
—¿Eliseo?
Este sonrió. Yo le di mi peor mirada de arruina rostros bonitos y morenos.
Le golpeé el pecho mientras decía—. ¡Por qué no dijiste nada, imbécil! ¡Puedes ser peor que un imbécil! —golpe, golpe, golpe. Como golpear un saco de boxeo.
—Lo siento —dijo, con el atisbo de humor por ahí—. Te veías muy linda y concentrada en tu discurso, que fui incapaz.
—Idiota, caprichoso, irritante...
Se echó a reír con todas las de la ley, haciendo vibrar el pecho que golpeaba. Exhausta de darle golpes y no recibir dolor en consecuencia, lo di por perdido. Me hice de mi propio espacio, abanicando mi cara con la derecha y pasando parte de mi cabello al lado opuesto.
Eliseo paró de disfrutar su jueguecito y echó la cabeza atrás.
—¿Lo oíste todo?
Ahora sí que mi corazón se va a salir del pecho.
No escuché la respuesta. Tan solo vi a Eliseo indicarme con un ademán que entrara con él, dando cancha para entrar primero. Pasé, confiada en mis pasos, no obstante no tan segura de como abordar lo que pase. Es mucha la incertidumbre.
Escucho mis pasos ser repetidos por otros. Por curiosidad miro a la cocina y medio sonrío porque Eliseo intente darnos privacidad. Es inútil.
—¿Comiste? —pregunta tras de mí.
Digo que sí.
—¿Quieres agua, jugo o...?
—Ya sabes lo que quiero.
Por sorprendente que parezca, Elias ríe diferente a su hermano. Son escandalosamente similares, pero siempre —o desde que los vi como son— me he percatado de las pequeñeces que les otorgan inmensas diferencias, lo que los hace en cambio tan opuestos. Su risa es más ronca, más gruesa y venida del diafragma. Más mi gusto, más compenetrada conmigo.
—Que te trate como un bruto que va a tu casa y a las cañonas, te coge y se golpea el pecho.
—Por favor —me burlé, inclinando mi cadera y apoyando el puño en ella—. Eso solo lo hacen los señores de Escocia.
—Tengo algo de escocés. ¿No, Eliseo?
Este gritó desde muy lejos:
—Un primo lejano es escocés, creo.
Elias sonrió con soberbia y fue mi turno de sonreír también.
—Te quiero —dije. Y fui la que lo dijo primero. Y me importaba reberendamente poco o nada el confesarlo.
Paró de sonreírme, y me preocupé. Recorrí los pasos que nos separaban y acuné sus mejillas en mis manos, acariciando con los pulgares su barba de unos días. Hice una mueca, buscando que regresara su sonrisa de ensueño. Sin embargo luce serio y no está mirándome; no está aquí.
—Ya quisiera un sonrisa como la tuya, ¿y vas a privarme de ella?
En respuesta frunce sus pobladas cejas y no tarda en arquear una; la izquierda. Abrazó mis caderas, subiendo a la cintura y empujándonos mas juntos. Reí especialmente feliz de lograr mis propósitos.
—Si estás siempre conmigo, ten por seguro que siempre sonreiré, bella.
—Así me gusta —acerté a decir, con propiedad—. ¿Te sorprendí?
—Raro sería que no lo hicieras.
—Intenté no venir, ¿sabes? Me gusta salirme con la mía —mordí el interior de mi labio inferior y bufé—. Pero como que le gustas a mi mamá y a mi también y estuvimos hablando.
—¿De mí?
—¡Sí! ¿no es irritante? —Asintió, perfectamente de acuerdo y con ese gesto de guasa que le falta poco por ceder ante él—. Y llegué a la conclusión que escuchaste atrás de la puerta como un gusano.
—¿Cómo podía saber que eras tú? —se defiende—, ¿me lo explicas? ¿Y cómo no viste que no era yo? —La ofensa está presente.
—¡Estaba nerviosa! No le vi hasta terminar.
—Solo bésense —sugiere Eliseo, cruzado de brazos y nos apremia agitando su mano—. Y no lo pospongan.
La verdad es que seguía sin estar cómoda con las expresiones de afectos públicas. Supongo que fui obvia para Elias, que se limitó a inclinar su cabeza y darme un beso en la mejilla. Y entre tanto lo hacía, de pronto sentí especial calor en mis mejillas.
—También te extrañé —musita, aun con sus labios rozándome.
Afirmé con mi cabeza y di un salto fuera de sus brazos, dando una palmada que les llamó la atención.
—¿Les parece si cocino? —ofrecí, viendo a uno y otro.
—¿Es que tú cocinas? —cuestionó Eliseo y su incredulidad me tocó hondo. Profundamente. En mi ego.
—Seguiré luchando por no ofenderme —dije con mi humor intacto. Ahora me dirigí a Elias. Después de todo, es su casa—. ¿Me dejas?
Copió una reverencia graciosa, señalando la cocina.
—Toda tuya.
—Lo siento en serio —les digo a ambos.
Eliseo le quita importancia comiendo un bocado extra grande de mi pasta a la boloñesa con un extra de queso. En realidad, Elias no tenía los ingredientes que necesitaba, no que no fuesen integrales o carnes blancas, y para que sepa como quiero, tuvimos que ir de compras. Compras básicas que los hermanos se tomaron como compras del mes.
En una de estancias, las de vegetales y hortalizas, Eliseo se acercó a cuchichear.
—Él comía como tú. No digo que seas desordenada, pero te preocupas poco para lo mucho que Elias lo hace.
Tomo unos calabacines, berenjena y perejil, dando vueltas de lado a lado pues no están en la misma sesión.
—Estoy esperando la parte en que tu comentario se hace interesante.
Golpea su carrito con el mío.
—Pues que tenía problemas de colesterol. ¿Monilley nunca te lo dijo? —Le doy una mirada cansina. Que me recuerden lo que aun no sé, lo hace un maleante. Aprieta sus labios y finge tomar una lechuga—. Decidió por fin hacerme caso en algo y dejar de comer como un lunático.
—Pero cuando fui a visitarlos no comía así. Es más, creí que ustedes podían comer lo que quisieran, que todo se iba en el gimnasio. —Arrugué el ceño.
—Si te digo lo del colesterol no es para que te preocupes, sino para que sepas que puede tomar decisiones trascendentales con tal de hacerse de un bienestar, propio o común. Es así de... radical, ¿sí, Lee?
Por poco le contestaba a las malas, como suelo hacer. Pero sé lo importante que es lo que me dice.
—¿Y hay más? —Le quito la lechuga y la pongo en mi carrito. Vi cebollas y tomates en algún sitio—, ¿como otro hermano idéntico que aumente mis nervios?
—No —dice riendo—. Pero sí una futura suegra que lo hará.
Me detuve de buscar mis ingredientes y lo paré también desde su carrito.
—¿Y qué te hace pensar que seremos cuñados, Eliseo? —digo pragmática.
—Oh, bonita, te conozco —dijo igualando mi inclinación en voz, avanzando conmigo atrás a punto de sisear—. Te conozco —vuelve a hablar, para mi congoja.
Ahora que comíamos, veo con ojos críticos y complacidos que devoran todo gustosos y conformes. Entre comidas y conversación, supe que Emule Videlmard, como ellos, retiraron demandas y recibieron una reprimenda del juez por haber resuelto lo que pudieron resolver en un acuerdo. Hubo sus sanciones, mas no como uno quisiera.
—Mi único preocupación era Cara y dice estar bien —interviene Elias—. Tal vez necesite ir a un psicólogo.
—Puedo llamar a la psicóloga de mi Fresita... —me dispongo a estar en pie, hasta que Eliseo me interrumpe y toma mi brazo.
—No es necesario. Me estoy encargando.
—Tu no eres un profesional —le recuerda su hermano. En pocas palabras, capto que me siente y es lo que hago.
—Un buen amigo es lo que precisas cuando estás solo.
—¿Y quién dijo que Cara está sola? —instiga con un semblante tan confuso como pispireto. Doy un sorbo a mi agua para no reír. No me meteré si se entienden muy bien y me entretienen.
Eliseo, confiado y arrogante, le suelta:
—Yo lo digo.
Me sale un «uuuuh» de mi alma chismosa. Eso los entretiene lo suficiente para que se vuelque su atención a mí, que soy su invitada no invitada.
—Tal vez lo que necesita son amigas, que la hagan sentir segura —opino, luego de la burla—. Si les tranquiliza, me informaré y actuaré dependiendo de lo que sepa.
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