Capítulo 26
Leitan tiene una colección precaria de vinos y se maravilló de que fuese poco entendida en el tema, sabiendo que mi padre fue un coleccionista. De los mejores que él ha oído. No teníamos viñedos, así que no me atreví a embeberme de un detalle que no repercutía en la relación que manejábamos como padre e hija.
Mi padre y yo no compartíamos alguna afición. Nos queríamos con todas nuestras opuestas maneras de entretenernos, de ver un mismo cuadro de distinta forma; con nuestras diferencias de edad, el que le gustasen los vinos no me producía expectativa. Quizá era mi juventud que no hallaba agrado o el que prefería dibujar hasta en las paredes; ir a clases para aprender a hacer planos como el primo tercero Reghinal para acabar dibujando abstracto; no me decidía a qué rumbo ir, pero los vinos no estaban en mis pasatiempos, ni en mis conversaciones con papá.
Pero le presté atención a Leitan y su relato de cómo fue que se inspiró en tenerlos. Monilley trabajaba en la cocina, por gusto. Un gusto que Leitan y yo jamás tendremos.
—Mi abuelo los coleccionaba. Fue herencia para mi padre, pero él no es un aficionado y poco comprende de las sutilezas y los matices de un buen vino. No es que sea mi fuerte —corrige, mas para sí—, pero me defiendo y habría luchado por tenerlos. Ya que no se pudo por esa vía, lo empecé a hacer por mi cuenta. ¿Quieres probar?
Sonreí conocedora de a dónde me quiere dirigir.
—Si tu intención es que pase mis penas y que me vigiles mientras tanto, voy de paso.
—¿He insinuado algo, Preciosa? —pregunta con dulzura, camuflando su curiosidad por mí.
—Si no lo dices con tu boca lo dices con tus hechos. Otro día —prometo.
Leitan se paseó frente a los varios estantes con distintos vinos con aire pensativo, etiquetados con fechas y nombres extraños, tipo «en temporada de caza», «en noches en vela», y temía preguntar, ser demasiado curiosa para mi propio bien. Uno de ellos enmarcaba «los sin fecha», de ellos podía plantear su motivo, como los que no quieres ponerle nombre y arruinar su gusto.
—¿Y Elias?
Fui honesta: no lo sabía.
También fui doblemente honesta: no debiera interesarme, pero lo hace.
—¿Va a durar mucho tiempo su distancia?
—Perdona que te lo diga —hablé, escurriendo el disgusto y cambiándolo por resolución—, pero eres mas fisgón que Mony; simplemente no lo sé.
—Es muy extraño que tú, siendo quien propició esto no sepas lo que sigue.
—¿Tú lo sabrías?
—No estoy en esa situación.
—Pero si lo estuvieras —remarqué, persistente—. Tu esposa se la vive diciendo que nos parecemos, tal vez estés mas apto en entenderlo, porque yo... —abrí mis brazos, dejándolos caer de golpe—, no tengo ni idea.
El cuarto tiene una temperatura atípica. En la ciudad actualmente hace frío y calor a temporadas atemporales. Pero aquí es como un término medio.
Entonces, ¿por qué tengo tanto frío?
—Si fuese mi caso, ya estaría rogando perdón aunque no hubiese hecho nada malo.
La última parte de su frase fue la que caló en mi furia del mediodía. Su inautito modo de decir que está de acuerdo.
—¡Es que tu también crees que estuvo bien ¿eh?! —lo desafié a llevarme la contraria. Leitan, impertérrito, se centró en verme con esos ojos moteados de dorado como si viera llover sobre nosotros sangre y le diese igual—. ¡Pues nooooo, no está bien hacer con los demás lo que te plazca, caray! —grité, sin quererlo del todo. Amasé mi cabello, dándole la espalda y casi chocando con un estante con la etiqueta «en días turbios». Menuda bobería. Necesitaba una de esas botellas.
—No mencioné ni el bien ni el mal.
—Aaaah —agité un dedo hacia él, sobre mi hombro para que lo viera—, pero yo sé que lo piensas.
No lo veía, y sin embargo, está sonriendo mofándose de mis desgracias. Para él, como un estimulante.
—No creo.
—Probemos —dije al regresar a vernos. Y si hubiese apostado, habría ganado—. Piensas que es una tontería lo que él hizo y que tengo derecho de haber tomado la decisión que tomé, aun así a la larga no crees que dure y que no debo mortificarme por lo que fácil se resuelve.
—¿Lees mi mano, también?
—Pero no es fácil de resolver —Ignoré su sarcasmo—. No estoy segura de que hubiese quitado a esa guardaespaldas si no lo descubría. Me siento como una inútil. No comprende que muchas de las causalidades suyas me han hecho sentir mal, como que no puedo conmigo.
—No digo que le disculpes ese error garrafal —musita Leitan, borrando su sonrisa. Real, realmente angustiado—. Digo, que este silencio es un muy buen escarmiento, si es que lo que quieres es darle una penitencia. Pero yo también te conozco, Presley.
—No juguemos conmigo a las adivinanzas —le aviso, predispuesta.
—Las mías son certezas. —Resolutivo, encaró los vinos de su mano izquierda, sacando uno de ellos y contemplando la etiqueta—. Te importa mucho como para ignorarlo.
—Más me importa ser comprendida. ¡Le dije que necesitaba honestidad y con quien contar y no me está dando eso!
Leitan giró su cabeza hacia mí, para volver a la botella y levantarla en alto.
—Entonces está condenado si intenta llegar a cumplir todas tus pretensiones.
Exaltada, pese a todo pronóstico, despotriqué:
—El error lo he cometido yo, ¿bien? ¡Por darlo todo!
—Entonces —repite cual disco rayado—, ¿mejor dar medio de ti, a ver si así no sales herida? —Suelta un silbido que chirrea en mis tímpanos. Baja la botella y se queda con ella—. Que decepción.
Fruncí el ceño y balbucí—: no es eso...
—Es —marca—, lo que es —remarca.
Me siento tan envalentonada, con unas ansias tremendas de tomar las botellas bobas de días turbios y darme un atracón. Tengo deseos de, inesperadamente, ir de compras. Siempre salgo como nueva de un maratón en que compro lo que pueda en un precio a poco menos de la mitad con que fue hecha la prenda en un principio estipulada a vender.
Refrescante. Excitante. Lleno de adrenalina.
—No vamos a llegar a ninguna parte —escojo decir. Él arquea sus cejas y me empiezo a reír—. Esa no te la esperabas eh.
Sonríe cariñosamente y da unos pasos para estar mas cerca. Así noto lo alto que es y lo pequeña que sigo siendo aunque lleve centímetros de altura en mis pies. La inaudita templanza que posee y revela conmigo, aun si sé, que normalmente no es muy paciente. También noto los cambios en él; cambios buenos.
—Te quiero, Presley. No me gusta verte como perdida. —Arruga el entrecejo y apoya una mano en mi brazo, dando un apretón—. ¿Quieres un consejo?
—Me temo no encontrar modo de que no me lo des, Lerdo —bromeé.
—Espera unos días; los momentos de silencio son buenos, incluso sanos. Sobretodo si no tienes nada que decir o si lo que dirás hará un daño irreparable.
Como no se me daba bien hablar de esto, recurrí a sonreír y quitarle su preciosa botella.
—Vayamos a probarla, ya que tanto insistes.
—Ese hombre odioso...
—Presley.
—¿Qué? ¡Es muy odioso, Mony!
Ella río por la bajo y no me quitó razón. Ni me la dio, tampoco.
Tan pronto como Monilley se había aclimatado de nueva cuenta en el taller, ese señor Anthony lo que sea vino, sin pedirnos cita (cosa importantísima estos días en que venía el anuncio de la línea) y cubrió todos los espacios con su sola presencia. Él era avasallante; adulador; un incordio. No paraba de hablar y de rogarle ayuda.
Este también es mi taller. Este también es mi trabajo, pero él no parece conocerlo.
Me ofendía la idea de tenerlo como una... especie de aprendiz. Nosotras no somos estilistas. ¿Nunca vio esos programas de Proyecto Pasarela y Estilista Estrella? Ahí puedes notar las diferencias abismales entre unos y otros. Y que la comparación no es un insulto pero si un clásico y claro caso de negligencia; poco informado, nos quiere de conejillos de indias.
—Melina se va a ocupar de él —le quita importancia—. Y no volverá.
—Yo no aseguraría eso así como así.
Monilley sonríe y asiente, como si no quisiera darme mas pelea.
—Pero no irás a frustrarte por ello cuando tenemos cosas que hacer, ¿no? —dice críptica—. No invertirás tu tiempo inútilmente.
Si bien detestaba desaprovechar el día, no lo sentí como un desperdicio ya que estamos hablando de lo que queremos y no queremos hacer.
—No me has dicho lo que él quiere y cómo llegó aquí.
Se torna su cara de un gesto burlesco a uno pensativo, casi calculador. Le elevé mis cejas, consciente de que nos estamos acercando a un cuento importante que no he conocido pese a tener días de nueva cuenta en el trabajo.
—Lo conocí en una de esas veces en que acompañé a Leitan a casa de sus padres. Tomaba bocadillos con Gertrude, a sus anchas en el salón. No logré pasar desapercibida; sabes que Leitan tiene un morbo absurdo por querer presentarme con todo el que pueda y más si está su familia cerca. Ahí nos presentaron y me contó de su sueño de convertirse en un reconocido asesor personal alias diseñador amateur. No intento entenderlo —dijo, considerando mi expresión de poco convencimiento—. El caso es que le dije que podía pasarse siempre y cuando no estuviese al pendiente de mi boda, y lo demás, queda a tu cargo. Lo siento —murmura su disculpa.
Me río con gusto y le quito hierro con un ademán. No es de encantar, pero sé que no fue elocuente y maravilloso como ese señor nos hizo creer. Siempre lo supe, mas bien.
Habría encontrado fácil ese andar suyo por nuestro taller cuando estábamos tan copadas que no le encontraba razón de ser a la sonrisa de Monilley respondiendo a la llamada del Lerdo. Habria podido, en un presente hipotético muy lejano. ¿Era posible que también sintiera algo de nostalgia y un poquito de celos? No es como si admitirlo va a hacer que recupere un tiempo perdido cuando este ha sido totalmente mi elección; no me arrepiento de ella.
Escuchaba pericialmente su llamada, trazando con mi lápiz en el papel, recordando lo que se siente... lo que se sentía que se ocupen de ti; que te llamen y pregunten por tu día; te den aquellas increíbles atenciones que no sabías lo increíbles que eran hasta echarlas en menos. Como lo echo de menos.
Le sonreí a lo que acabé dibujando sin haberlo considerado: otra sonrisa; no la mía, sino la de Elias, una de sus características físicas que mas adoraba y, también, añoraba.
Pero no quería ser la que diese su brazo a torcer, como si estamos en un punto medio cuando este no existe. No estamos en ningún punto. Él se encuentra en algún lugar cercano a su poca tolerancia y cinismo, y yo estoy en mi esquina, con mas añoranza que orgullo e inquina por estar en esta taciturna.
¿Qué es lo que una mujer debe esperar de quien quiere?
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