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Capítulo 20

Nunca sabes de lo que es capaz una mujer...
Hasta que sientes su tacón en tu cabeza

¿Por qué era tan importante la virginidad entre sus compañeras en la preparatoria? Recordaba las charlas extensas en que se hablaba del dolor, del poco tacto del chico, ¡de la protección!, de los útiles que eran tales o cuales métodos (porque hasta eso) y, hablaban sobretodo, de los arrepentimientos.

La mayoría se arrepentían. Se apresuraron. Fue pronto para ellas.

En la universidad el sexo era para el que lo buscara. Se hizo una versada en el tema puesto que le resultaba mezquino que si no eras lo suficientemente bonita o si no consumías suficiente alcohol, no pasabas el radar del «sí, tengamos». Tampoco le ayudaba haber estado en una universidad con élites que alcanzar, y alma máter de su padre... Engorroso y como que mejor mantener lo suyo, como propio. También se repetían los arrepentimientos. Muchísimas chicas, que querían acceder a los privilegios de los de la Alta, pasaron reverendas vergüenzas que se filtraban. De aquello, unos años y no había apogeo del mundo de las redes sociales, pero de Youtube no saldría. Viral te haces, viral mueres.

Marcadas de por vida. Arrepentimiento continuo.

Y es así como se sentía: arrepentida.

No solía sentir arrepentimientos salvo cuando se caducaba un yogurt y siempre se podía comprar otro. Cuando le llegaba esa sensación rápidamente le atacaban los pensamientos que lo mitigaban, como el de aprender, crecer y poder hacerlo mejor. No se dejaba de intentar. Empezar es una nueva chance para producir, que te satisfaga y si trabajas para otros, más aún.

Pero no. No llegaba la señal de ‹‹pensamientos positivos››. Se podría decir que está por iniciar una lamentable y cruda tristeza.

—Nada de eso —se reprendió y puso en pies, sacándose las pantuflas de tigres con pelaje rosa—. Saldrás. Saldrás ahora —hablaba convencida.

Porque Presley nunca sería vencida.

Defectos, como para llenar una canasta de pan. Pero auto-flagelarse no sería uno que añadir.

Él querría que lo hiciera. Que se castigara por su tontería. No le iba a dar el gusto.

Ese fue su ardid. Su manera de actuar para removerle lo que nunca fue, probó como si pruebas un dulce que está para chuparte los dedos, y te lo arrebatan. Y no con ello se conforma, sino que te lo avienta en el suelo, lo recoge y te lo ofrece, como si sigue siendo igual que la primera vez. Si supiese igual.

No era.

Presley no es ni será una lambiscona.

Se limpió el rostro de haber llorado por las razones equivocadas. Se miró a uno de los espejos de su sala, en forma de óvalo dentro de un marco rectangular con esquinas plateadas, con el peinado equivocado y ropa equivocada. ¿Qué hacía con una camisa extra grande un día como ese? Los catorce de febrero se celebran, con amigos o con mas que amigos. Y ella tiene de los primeros. De los segundos, no está segura.

No le ha llamado.

No le ha enviado un mensaje.

No sabe si sigue con vida.

—¿Y a quién le importa? —preguntó retóricamente. Y sonrió, evidenciando lo que está a la vista. A su vista—. A ti, tarada, ¡a ti!

Negó a su reflejo. No tiene remedio.

Elias le iba a seguir gustando cada día aunque no la llamara. Es lo embrolloso de fijarte en un sujeto como él, que primero te dedica su atención y te abre las posibilidades que antes no vislumbrarías. Después lo arruina todo desapareciendo. Admite no habérselo hecho fácil, pero lo fácil no abruma. Y quiere dejarlo noqueado.

Es complicado noquear a quien no está, sin embargo.

Quizá... Deba culparse por no tenerlo al otro lado de la línea telefónica. Pero tener serios problemas de confianza no va a irse en un puf; no es soplar y crear botellas. Si al menos hubiese tenido tiempo de conocerlo, de hacerse su amiga como con Eliseo...

Que mentira tan gorda. Si Eliseo tampoco sabe su historia con José Ángel.

No se la ha contado a ningún ser humano.

José Ángel no se dejaba ir con el pasar de los días, solito, por su voluntad. Una debe decidir desaparecerlo. No se encontraba unida sentimentalmente, pero si un recuerdo de él le acudía, otros le seguían.

Pero en fin.

Nunca necesitó de multitudes para pasárselo bien. Si lo recuerda —y lo hace— no a invitado a nadie a serle de compañía. Siempre es al revés, y como no le gusta oírse a sí misma diciendo «por favor» cuando no es necesario, ¿qué mejor dúo que un uno más uno igual a yo?

Si se pasaba, conocía a los bartenders del club nocturno y le conseguirían un taxi. Lo ha necesitando ene cantidad de veces y no se han quejado. Todavía.

Su primera borrachera la tuvo en su graduación. Ya no tenía que velar por todo lo que hacía. Monilley con sus reservas decidió que no le importaría ir al hospital si celebraban como es debido, y lo máximo que le dirían a sus padres es lo que ellos sabían por su propia boca: se iría de juerga. Y era mayor de edad, por favor.

Ella no les consultaba sus decisiones, pero siempre tuvo presente escuchar si le querían dar un consejo.

En ese estado de su vida, un consejo no le ayudaría a comprender lo que desde su génesis estuvo claro.

Aunque ahora, no le interesaba.

Se enfundó en unos pantalones de jean blanco de pitillo, arriba una blusa ajustada bajo el abdomen de escote en u roja como sus labios, mangas cortas y cola de pato. Sandalias de charol azul eléctrico. Y el cabello en una cola alta que dejaba ver todo su rostro. Un rostro que vería su reflejo una vez, estaría contenta e iría por un trago.

O dos. Los que necesitase.

La unión entre sus deseos de ignorar con el de pasárselo bien iban tan bien encaminados que dentro de nada estuvo frente a las puertas de Bárbados, un club que le hacía sentirse de cierta forma en control; lo conocía de arriba a abajo para no perderse ni dejarse perder por un desconocido. Entraba toda clase de gente, un sitio para la diversión que no distinguía de colores, etnias, sexos o vestimentas, aunque eran selectos los que se arreglaban poco. Al final, cada cual va por razones distintas, y entre ellas está ligar. Y a ligar no vas mal vestido.

¿Qué era coquetear? Casi que hay mucho esfuerzo en considerar hacerlo, y mas, si no dejas de pensar en un invisible hombre que, invisible o no, seguía acudiendo a su mente tanto como lo hacen los arrepentimientos.

¡Ella no quería seguirse arrepintiendo! ¿Qué iba mal? ¿acaso no era lo bastante sagaz para elegir? ¿hay que ser mas linda?

—Hombre odioso... —musitó, regañándose por su ausencia y por no apreciar las vistas. ¡Tan bonitas que están!

Bárbados era un local cercano al centro de la ciudad. Ubicado en un puesto que evitaba altercados con locales vecinos de parecido fin. El caso con Bárbabos es que ofrece atención ilimitada. Quieres, te dan. No quieres, descubres que sí querías y también te lo dan. Presley no se ponía a juzgar cómo es que es lo que es, simplemente lo visitaba con frecuencia, cuando no se ocupaba.

Pero era aleatorio.

Esa noche no necesitaba que le dijeran lo que quiere. Saberlo es obvio, tenerlo improbable.

Sus primeros pasos dentro le fueron suficientes para apreciar a su excelente juicio. No pudo haber decidido mejor. Y las repasadas que le daban también alabaron a su autoestima, por qué no. Tal vez no es alta como una Miss, pero lo bonita y lo buena sacándose partido, no se lo quitaban.

Se acercó a la barra principal, de madera tipo bar de vaqueros. Costó sentarse y pedir el especial de hoy, que eran cócteles con poco alcohol pues tocaba una banda conocida en ciertos sitios y la idea era recordar y hacerles publicidad de la buena mientras tocaban. La música se desplazaba a causa de los altavoces sin ensordecer y la letra de la canción que tocaban, cuya voz principal era de una mujer, detuvo la bebida a medio trago.

¿Dónde acabará este interludio a mis anhelos?
¿O cuando me dirás un día te quiero?
No es linda la espera, no es lindo el miedo
No, sabiendo que este atrapa el desespero.

Sonrió por la ironía. Que desafortunado ser el que escribió aquella letra.

—Henry —llamó al bartender de turno esa noche.

Este sirvió uno de los famosos cócteles de esa noche, consistente en jugo de pomelo, jugo de naranja roja, ron, martini blanco seco, limón, azúcar y cubos de hielo, y se deslizó frente a Presley, mirando con sus negros ojos los mas claros de ella, expectante y burlón. Sus compañeros y él visten de jean y franela, oscuros ambos y calzado cómodo a prueba de cariños por si debían encargarse de un asunto sucio.

—Tu dirás.

—¿Quienes tocan? —señaló arriba, como si de allí viniese la música.

—Hielo Seco —respondió, elevando sus hombros descubiertos de tela pero cubiertos de pintura neón, como todos los que atienden—. Son poco conocidos, si hablas del mundo Hollywoodense. Pero buenos. —Dirigió la vista alrededor de ella, buscando lo que no halló—. ¿Viniste sola?

Presley bebió de su soda para enfriarse por dentro antes de elegir calentarse. Miró encima de su hombro izquierdo, el derecho y brindó en su honor. Henry comprendió que las intenciones esa noche no eran las que suelen.

—¿Quieres una canción especial? —preguntó solícito.

Ella negó, agradecida por la intención.

—Quiero... —empezó a decir, para detenerse y beber el sorbo faltante—. Quiero que me lo den todo y al mismo tiempo no quiero. ¿Tiene sentido, Henry?

Le sonrió empatizando con la contradicción. Sirvió rápidamente a una señorita al lado de ella, preparando el siguiente cóctel.

—Lo tiene, mientras tanto una canción no está de más.



No lo recuerda.

No recuerda dónde quedaron las llaves de su bello auto azul. Le gustaba mucho el azul, como lo es el cielo a todas horas. Sea uno claro u oscuro, continuaba siendo azul. Una constante agradable que miró cada mañana, y si miraba ahora, podría evocar la sensación de entonces.

Añorar la ponía melancólica. Y no sentía precisamente melancolía.

Lo que sentía era una sed tremenda, dolor en el trasero y calor. Un calor insoportable que la obligó a quitarse la blusa. Pero no fue suficiente. Se iba a morir por el sofoco.
Cuando desistió del sueño en que llegaba aire fresco de repente y le permitiera dormir, abrió los ojos y se encontró con una pared gris. De una tonalidad de gris tirando al blanco que combinaba con los marcos verdes que la adornaban, sin fotografías. Contó tres, ubicados en forma escalonada y...

Dios, solo había demasiado vapor.

¿Y porqué le dolía tanto el trasero? Recordaba pedir un agradable cóctel y por fin cedió al pedido de Henry de solicitar una canción en particular. Una de esas de Pablo Alboran que te hacen extrañar épocas que jamás existieron y luego siguieron otras bebidas, dulces, amargas, penetrantes y deliciosas. Adictivas.

Pero no recordaba que en su apartamento hubiesen paredes grises. Y si no lo recuerda, no es así.

Pronto estuvo sentada, aguantando el dolor. Se quitó la blusa buscando frescura pero además no cargaba los pantalones. Quien la desvistió a medias tuvo la gentileza de quitarle los zapatos también. Alarmada por lo que significara, se revisó con premura, evidenciando en una apenas minuciosa prueba que no la obligaron sin estar consciente. Ahora, se sentía como una idiota inconsciente. ¿Cómo era que estaba en una casa ajena? Le echaron algo a sus bebidas... Seguro que sí. Se ha pasado de tragos otras veces y esto jamás había pasado.

Fue una de esas que ella alguna vez criticó.

Esas, que no saben lo que hacen.

En una de las esquinas de la cama está su pantalón doblado y los zapatos en el suelo bien puestos. Se vistió y revisó la habitación. Un balde al lado de la cama, desentonando con lo demás. Paredes grises, muebles claros y sábanas blancas. Una habitación de hotel y aquello no diferían. Contó dos puertas y a la mas cercana se atrevió a abrir descubriendo un baño. Al verse en el reflejo del espejo que cubría completamente la pared del lavabo, su maquillaje apenas se corrió, pero el cabello era un auténtico desastre; lo llevaba suelto. Con la temperatura sensibilizando sus sentidos abrió el grifo y mojó sus manos y cara sucesivamente.

No quería esperar más.

Salió, no sin antes tomar un florero que era la que adornaba la habitación, cruzando a pasos lentos un pasillo largo y topándose con una baranda de acero que continuaba a unas escaleras al diagonal dando una vuelta en espiral hasta el piso de abajo. Los muebles tipos sofás de tres personas de la estancia formaban una gran L, sin cojines y tonos demasiado claros, acompañando a los de color negro y uno que otro adorno verde manzana.

Y de alguna pared que ella no visualizó apareció Elias, cantando un villancico en la temporada equivocada y en ropa de andar, descalzo, sosteniendo una bandeja. Se impactó de verlo y de no entender qué pasaba, cómo pasó, en dónde cabían ellos en un sitio estando en otro.

Elevó el jarrón y, enfurecida, gritó:

—¡Qué hago aquí, Elias!

Este se dio la vuelta y por poco tira la bandeja al suelo. No le sorprendía Presley en sí, y quizá tampoco que esté armada aparentemente, sino el grito que invadió el acostumbrado silencio.

Lo único que supo decir fue:

—Guao.

Presley frunció el ceño y puso el jarrón más alto.

—¡Te hice una pregunta, caray! —dijo abriendo sus ojos con energía. Caía en cuenta del dolor al agitarse, el que estaba y el que está.

—¿Por qué no bajas y te explico? —le respondió con tal tranquilidad que la empezó a enfurecer mas—. Te invito a desayunar —le mostró la bandeja, pero no la miró.

—¡Explica tu allí y yo acá, y rápido si no quieres que te lo aviente!

Elias le hizo gracia.

—Esperas que sea recíproco pero tu no me lo harás fácil, ¿verdad?

—¿¡Facil!? —se acercó a la baranda—. ¡No sé dónde estoy! ¡Voy a lanzarlo por tu incoherencia!

Él se movió a la mesa de centro y dejó el desayuno. Presley lo vigilaba para que no escapara del golpe que le daría si no cubría los huecos en su cerebro.

No recordar la volvería loca.

—Baja —le ordenó.

Rodó sus ojos, burlesca con él. No sabía qué le molestaba mas de la situación, si el que le ordenase, el no entender y sentirse intrigada por las respuestas a sus preguntas, el dolor en todas partes que se acentúa a medida que considera sus opciones, o la unidad de todas. Pero no conseguía un resultado al quedarse ahí, como una loca con un florero.

En una aspiración cedió a la orden y llegó frente a él con cuidado. Miró la bandeja y habían pastillas, jugo, café y comida para cuatro personas porque ella no se comería todo, aunque el apetito se le abriera tan solo con el olor.

—¿Me lo das? —extendió una mano hacia el florero.

—Preferiría mantenerlo conmigo, gracias.

Elias entendió y metió sus manos en los bolsillos de su mono, señalando con su cabeza los sofás, invitándola a sentarse. A Presley no le pareció buena idea, pero sus opciones de antes no cambiaban las de ahora. Se sentaron en el mismo sofá, a una distancia de un metro. Presley sin tocar demasiado la superficie y Elias con los codos en la rodillas.

—Fui a buscarte pero no estabas en tu apartamento —comenzó a relatarle—. Monilley me dio la dirección de en donde estarías. En ese club no encontrarías una aguja —dijo como si se lo reprochara—. Por suerte no te moviste de la barra y Henry te acompañó desde tu llegada. Estabas bastante... —apretó sus labios, sin hallar la palabra—. Achispada. No querías verme...

—¿Cómo sabes?

Sonrió con tristeza y se rindió al acostar su espalda.

—Me lo decías.

Presley se impacientó mas que incomodarse por el cómo él lucía con palabras que no recordaba haber pronunciado.

—¿Dónde estoy? ¿me trajiste para probar que puedo tolerar tu presencia?

—Estás en mi casa.

—Tú no tienes casa.

—La tengo. Estás en ella.

—Ah que bien —dijo despectiva—. ¿Y lo otro?

—No quería que estuvieses sola en aquel lugar, quién sabe lo que te habría pasado. ¿O no lo veías? —No pudo evitar airarse por lo que sucedió ayer.

—¿Ver qué? Voy allí frecuentemente y sé cuidarme. Lo he hecho por veintiocho años, muchas gracias.

—No es lo que parecía —afirmó sarcástico—. No te mantenías en pie.

—¡No es asunto tuyo! —expresó, arrugando el entrecejo y sintiendo dolor hasta en las cejas. Se tocó donde creía dolerle y cerró los ojos—. Que desconcertante eres, Dios mío.

—¿Yo soy desconcertante? —preguntó acusado—. ¿Y qué me dices de ti, mmm? ¡Siempre que te encuentro estás a punto de arruinar mis nervios! ¿A esto le llamas tener una relación? Si es así, créeme que paso, Presley.

No supo el porque, pero le dolió escucharlo.

Saberse poco importante para un don nadie, no es trascendente. Saberte poco importante para quien te importa mas de lo que le has podido admitir a tu yo interno, es trémulo y certeramente doloroso. Mas, que el dolor físico.

No sabía porque entonces estaba ahí, si no quiere estar relacionado con ella. Si no la quiere cerca, estaría bien, pero cada quien en su lugar; como por lo visto, no tiene uno, ni siquiera en esa casa tan bonita. Bien podía luchar porque no se le notara lo doloroso que fue acabar de comprenderlo.

—¿Te duele al sentarte? —cuestionó él, a pesar de querer decir de todo. También lidiaba con sus deseos.

¿Dolor? Eso no era nada.

Presley asintió, no queriendo mirarle.

—Te caíste al bajar del auto, no lo pude evitar —siguió, estudiando el semblante de ella—. Y al acostarte te removías y murmurabas, hasta que casi te tiras al suelo, dormida. Me preocupaba que tuvieses fiebre o que vomitaras. No hubo ninguna. ¿Cómo te sientes?

—Un poco patética —admitió con cero culpa—. Pero he estado peor. ¿Ya me puedo ir? Ah no —sonrió forzosa y se puso en pie, olvidando el florero en la mesa junto a la bandeja, aguantando el esfuerzo doloroso al hacerlo y la mueca que vendría con él—. No es pregunta. Me voy.

En cuanto la vio que planeaba marcharse le cortó el único camino que podría tomar sin tropezarse con él.

—No aguantes el dolor. —Se inclinó por el vaso con jugo y los analgésicos—. Te harán bien.

—¿Como esta conversación? —Tomó lo dado y lo tragó sin el líquido—. ¿En dónde están mis cosas?

Era la único que podría mantenerla ahí, aún si no estaba bien hacerla enfadar más por no cederle el irse como quiere hacerlo. No tener cómo comunicarse le dejaba sin herramientas a la mano.

Y Presley no lo miraba a los ojos. Un punto muerto y constante al que ver era mejor que darle la cara. No era el fin del mundo, pero sí muy incomodo y desagradable saberse poco importante para ella. Porque si Presley lo decidía, lo sacaba de ecuación en un santiamén.

En realidad lo que le pasaba a ella no tenía que ver con no verle. Mas bien, necesitaba estar sola, recuperar sus fuerzas, su buen sueño, su cordura, su tacto con las personas, volver a ser un ser pensante y andante por sus propios medios. No quería ser mirada como una desquiciada que va a beberse hasta el sudor de los bartenders. No porque le debiese explicaciones, era porque ser mal interpretada no le gustaba.

Sin ser suficiente, estar avergonzada porque carguen con sus asuntos y no recordarlo es para replantearse sus decisiones. Al menos esta vez tomaría una buena. Una que no obligara a Elias a perseguirla; no, si no lo desea.

Revisó la sala, acogedora como una manta en pleno frío, pero no está su bolso. No estaba en la habitación. Ahí había gato encerrado.

—Elias —le llamó.

Premeditando lo que vendría, se hizo de armas tomar y respondió:

—¿Sí?

—Mis cosas.

—No voy a dártelas.

Gruñó a media pregunta no formulada y se tocó el cabello, volviéndolo a un lado. No podía estudiar expresiones sintiéndose como si la llevó un camión a rastras, la pisó y siguió arrastrando.

—¡Para qué me sacaste del club si te ibas a comportar como un imbécil! —dijo, rodeándolo. Pero Elias era evidentemente mas hábil y le impidió seguir avanzando. Presley habló—. Ya lo has dicho, ¿no? Que soy una inconsciente y que no quieres tener nada conmigo. Pues bien. Lo capto, Elias. Deja que me vaya a ver a un doctor. Me duele horrores.

—El dolor pasará —quiso tranquilizarla—. No tenías moratones ni... —lo irrumpió, iracunda.

—¿Ahora eres doctor? ¡Te digo que me voy!

—¡No te vas Presley, no te irás sin escuchar!

—Lo que tengo claro y no me lo ha dicho ningún chismoso es que no te intereso tanto como para preocuparte por decirme en qué nivel estamos pero sí para inmiscuirte en mis asuntos, armándote tus conclusiones de mi hacer. No me preguntas porqué estaba bebiendo, no te intereso. ¿Me vas a decir que es mentira? No te voy a creer.

Presley tenía todas las de ganar en su punto de vista. No ha sido el mejor demostrando lo que siente, pero no eran ganas lo que le faltaban.

—Tenía un asunto personal que atender —murmuró, apenado de no tener cómo excusar lo inexcusable.

—¿Murió alguien? ¿estás en ilegalidades? ¿sepultando un cadáver?

—Protegiendo a una amiga de un hombre que no admite noes —dijo—. Un desalmado que se quiso aprovechar de ella.

Una inhalación se atoró en el pecho de Presley. Pero no permitió que la distrajera la supuesta y repentina honestidad de Elias.

—Me marcho —enunció, queriendo abrirse paso con su cuerpo.

—No —la tomó de los delgados hombros en comparación con sus manos. Ella no hacía contacto visual. Se afligía por su forma de ignorarlo—. Bella...

—Te dije que no me pusieses apodos. Tú... —rió, no sorprendiéndole ya nada—, tú me quieres hacer enloquecer. Pero a pesar de tu mal concepto de mí, no seré mas masoquista. ¿Te importo? Repito: no te creo.

—¿Por qué bebiste?

Abrió sus ojos consternada de su osadía y se removió no queriendo ser sujetada más. Lo que no sabe, pero hará bien en tener en cuenta, que Elias también cargaba con un montón de defectos y que una de sus virtudes es no tomarse a la ligera lo que le interesa.

Presley le interesa de maneras que no está acostumbrado a lidiar. Tal vez por ello se siente torpe, como en sus primeras semanas de entrenamiento. Tal vez siempre le costaría sincerarse pero no quería decir que no mereciera conocerlo.

—Te diré porque fui a buscarte —dijo sumido en el querer de ser él mismo aun cuando aquella mujer podría despreciarlo—. Había sido duro escoger entre quedar bien frente a mis clientes y mis empleados a ser justo y ponerle fin a la idea retorcida de un tipo que no comprende la diferencia entre un sí y un no. Nos va a demandar, y en lo que pensaba era en lo que tuvo que soportar Cara; en lo poco intuitivo que he sido. De haberlo hecho no habría pasado —Se reprochó con inquina—. Lo pude evitar. Si no estuve contigo no fue porque no me intereses, Presley. ¿Crees que fue un juego conocer a tu madre? Quiero un tu y yo, no un rato libre. ¿Puedes comprenderlo? Es posible que esté pidiéndote lo que no quieres hacer, que es aceptarme pero... te lo pido.

Desde que admitió que notaba un cambio de expresión en él, Presley no insistió en que la soltara y le oyó, atentamente. Elias no correría el riesgo de que se fuera, así que permanecieron sus manos en los brazos de ella.

—¿Y por qué debería creerte? —instigó, arqueando sus simétricas cejas—. Tus explicaciones que, por cierto, no te exigí, no responden lo que hay o había. Ya no lo sé —subieron sus hombros—. Y no saber es agotador.

—Hay mucho —corrigió—. Lo hay —repitió certero.

—Tendrás que decirme lo que es. O, mostrarme.

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Holaaaa

Este es de mis capítulos favoritos. Si notaste, de los mas largos pero con cada letra muy importante.
Gracias por leer :)

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