Capítulo 19
Elias y Eliseo podían trabajar muy bien juntos. Se les daba entenderse, planear y ejecutar. Cuando lo comprendieron, hubo una charla, un plan y una ejecución. Y les gustó tanto que lo proyectaron a un negocio; uno de verdad.
No es que haya sido fácil desde que eran niños. Pero no se trataba de facilidad, se trataba de tener un mismo objetivo.
Hay gente muy mala en este mundo. No era bien sabido quién predomina en quién, si los buenos o los no tan buenos, pero lo cierto es que en ambos bandos necesitan que les cuiden. Necesitan sentirse protegidos, ellos y sus familias, tanto de cerca como de lejos. Sobretodo los que tienen grandes cargos, rangos y mucho dinero invertido en tal o cual financiamiento, sea este ilícito o no. Si un ciudadano común precisa de protección, ¿cuanto mas esta gente?
Elias pasó gran parte de su transición de joven a adulto viviendo este tipo de solvencia en la vida diaria del dueño de una multifuncional. De una estrella de cine. De un rapero. Pagaban soberanas cantidades para asegurarse la vida al día siguiente. Miedosos de que les fuese a pasar lo que les pasaba a muchos otros con sus mismos estilos de vida: disfrutaban de un buen momento y la confianza, o la imprudencia, les pegaba en donde menos les dolía con quienes mas les dolía. Era sencillo ser un cuidador si te pagaban lo suficiente, y suficiente nunca era suficiente con sus compañeros, en la academia y en la comisaría.
Se corrió un rumor y este se convirtió en idea, una idea fecundada que seguiría creciendo hasta hacerse embrión. Pronto, un feto de unos meses. Mucho mas que pronto, un bebé de siete meses. Y bum, dio a luz a una estampida de hombres y mujeres, buenos en su trabajo, con un porvenir nada lejano pero desesperante, que cedieron.
Sus excepciones las había, por supuesto. La necesidad es la amiga del dinero al canjeo. ¿Quién podía culpar a las deudas o a poner comida sobre la mesa? Pero los códigos, existen. Un estilo de ser que tiene raíces profundas no se lo lleva cualquier brisa que se le cruce.
Así que Elias continuó adquiriendo experiencia. Y no le hizo falta estar en el lugar de los hechos para saber qué tan lucrativo es o un fraude total. Para entonces, poco sabía de su hermano. Trabajaban en sitios opuestos y lo veía en los días con la familia y en las festividades que no se dejaban olvidar, los cumpleaños, aniversarios y lo que se le ocurriera a su madre. Siempre había excusa que se le inventase.
Él no quiso ser policía. No al principio. Si se viera en un espejo a los doce años como fue a sus veinticinco, se echaría a reír por el uniforme; el color no le ayudaba. Él soñaba con ser un soldado. ¿Y cómo son los soldados? Serios, respetados, admirados y con su labor por encima de todo. Sin embargo, no fue un soldado. Ni lo sería. Ese tiempo, caducó.
Pero en la academia aprendió a conocerse, a darse una oportunidad en un ambiente que se anticipó a sentir inadecuado, cuando no era cierto. La disciplina también estaba allí, los superiores que enseñaban lecciones en cada espiración, los test que él tomaba como pequeños abre-bocas de lo cotidiano, el poco entretenimiento —aunque los había— y la ausencia del hogar.
También vio la ética profesional echada por tierra. El como su propio jefe se vendía y vendía a sus subordinados. Y lo odió. Lo odió tanto que tuvo muchísimos altercados con sus líderes por lo que ellos llamaban desacato, pero no eran capaces de ponerle nombre a lo que hacían con alevosía y ventaja. Pero claro que no iban a hacerlo. No les convenía.
Él jamás pudo entenderlo ni practicarlo. El asco se acrecentaba cuanto más el tiempo transcurría. ¿Cómo podías darle la espalda a todo en lo que has creído? ¿Cómo tienes los órganos para hacerlo?
Así es que pidió recomendación pese a no necesitarla; su reputación lo precedía, una buena reputación, pero estaba cumpliendo con lo propio. Cambió dos oportunidades de aires y pudo haber una tercera, de no ser por Eliseo. No lo engatusó para quedarse, solo le dijo algo que retumbó su conciencia.
No podía pretender no estar rodeado de personas que no ven el mundo como él y pasársela como errante con tal de no soportarlo. Además, si se iba, ¿dónde quedarían aquellos que sí se salvaban, los que valen la pena? Porque los había, los conoció e hizo grandes amistades, no con miles, pero sí con los justos. Pelear por lo que quieres consiste en no dar por sentado que será tuyo sin esforzarte, y no era para nada ajeno a esa filosofía.
Sin embargo, también ser fiel a lo que crees es saber cuándo es momento de decir adiós.
Qué complicado ser auténtico.
Y en la autenticidad, Elias se miró en el espejo, ese de sus doce años, sus veinticinco y ahora sus veintinueve, con una traje completamente oscuro igual que sus zapatos. La franela bajo el saco era su distintivo, blanca, contrastando con el color moreno de su piel. Aquel traje sacaba potencial en él. Hecho a su medida. Ajustaba un reloj que su madre le regaló al graduarse, dorado con un correa lisa y ciertos rayones por los años de uso. Pasó el peine por su lacio cabello castaño, cortado en escalones descendiendo desde la cima hasta el cuello. Inspeccionó que no hubiesen arrugas o pelusas. Y supo que donde se ubicaba en ese presente, era donde debía estar.
Este presente distaba del de entonces, y no recordaba ser el mismo de ayer. Sus creencias no han cambiado, tan solo cambió la manera de aprovechar y hacer.
Cara, una de sus mejores guardaespaldas, la esperaba sentada en uno de los puestos frente a su escritorio. Le pareció hasta cómico verla de piernas cruzadas, si ella se sienta como él. Mientras mas cómoda, mas gustosa.
Ella combinaba su voz con su carácter: tranquilo, conciso y poco dado a las bromas. Hasta que está en confianza y conoces a otra Cara. Una mujer bonita, con un moño alto presionado y bien envuelto para que no quedara ni a los lados ni cayendo en su espalda. Rubia hasta en las cejas. De piel blanca cual pan de leche y ojos azules, claros como el cielo al amanecer. Su rostro siempre permanece limpio y bien cuidado.
En cuanto escuchó sus pasos, se puso en pie y acomodó la chaqueta de su saco azul marino. Sus pantalones de pinzas, grises, tenían ese tipo de corte en que se notaban los tobillos. Ese día usaba zapatillas, pero usualmente lleva zapatos de deporte.
—Ya no lo soporto —dijo sin esperar a que él se sentara.
Se sorprendió de escucharla quejarse y de que se encontrara, no molesta, sino lo que le sigue. Le pidió con un ademán que se sentara pero Cara no tenía tiempo para dárselo hasta no tener contundencia.
—¿Me despedirás si me rehúso a protegerlo?
—No voy a despedirte, Andrews —dijo él.
—Entonces me rehúso.
Era la segunda mujer que lo dejaba un poco sin palabras.
—Intuyo que debe haber una razón poderosa para que por primera vez desde que te conozco decidas omitir órdenes.
—Te las estoy compartiendo —mencionó firme—. No cuenta como omitir.
—Cara —se saltó el llamarle por su apellido, como es debido, porque no soportaba no saber lo que pasa. Y no soportaba su enojo y nervios—. Siéntate y dime lo que pasó. Nada de omisiones ni distracciones.
Ella no estaba segura de conseguir provecho en relatar un episodio que deseaba ignorar. En ese instante, con tanta rabia, no pensó en calmarse y quiso deshacerse de las próximas horas en compañía de su persona. Ser libre de pensamiento en lo que pasará después era su único propósito estándar.
Pero Elias no se daría por vencido. Si no se lo decía, iría con el cliente y se lo sacaría como fuera. Como mejor le pareciera.
Pero hablar de una personalidad pública no era de todos los días. Necesitaba calmarse, ser racional y medirlo en balanza. Ella conocía perfectamente las consecuencias de hablar, las suyas y las de la agencia. Conocía que si se queda en silencio, gana el que te ha puesto contra las cuerdas. Valorar lo que es sano para ti y maligno para otros, mas, si los aprecias...
—Cara, si no me lo dices en cinco minutos voy a salir de aquí y sabes exactamente a donde iré.
Se tocó las cienes, con una jaqueca irritante. Elias no podía estar mas alerta. Esa actitud no era normal.
—Intentó propasarse, varias veces. Las primeras no se lo tomé en cuenta dada su condición de embriaguez, pero esta última estaba completamente lúcido. Sabía lo que hacía y no le importó que lo apuntara con mi arma. Estuve a punto de disparar.
Cara ya esperaba lo siguiente que sucedió.
Elias no tardó en hacerse un bosquejo en su imaginación de lo que le relató. Llamó a su hermano para informarle rápidamente y, como no, estuvieron de acuerdo en solucionar los problemas. Cara no tuvo que ver y no habría podido evitar que se ubicaran como sus defensores, aunque no necesitase que la defendieran. Si estaba aun de pies, por una razón era.
Prefirió el margen y le exigió a Elias que le asignase otro trabajo. No creyó que fuese conveniente, pero respetó sus deseos y le dio uno sencillo. Uno que haría estupendamente y que le daría paz mental, a él.
Tener paz mental era un lujo, sí señor.
Preocuparse constantemente por una persona no le era extraño. Lo que no concordaba con todo lo que creía conocer era por qué a Presley se le complicaba comprender que para él no representaba ningún sobreesfuerzo pensar en ella, en su bienestar, en lo que la incomoda, aunque se tratase de él mismo. Pero como que hacérselo entender le costaría Dios y su gracia.
De este modo tendría un pacto consigo: le daba su espacio para hacerse a la idea de que no va a estar lejos suyo y la mantiene a salvo. Nadie rebatirá una lógica como aquella, ¿no?
Eso sí, primero escuchó cuando su empleada y amiga de muchos años le dijo sin subterfugios:
—El día que se entere, va a arder Troya. Lo sabes, ¿cierto? —Elias asintió. Así supo que le importaba poco su estabilidad física. Cara no estaba de acuerdo—. Toredo, hay cosas..., situaciones que una mujer no deja pasar. A ti no te gusta que te tomen el pelo, estoy segura que a ella menos. Si fuese yo, mínimo te cortaría una oreja.
A Elias le vino una imagen de Presley correteando, persiguiéndole con un cuchillo por invadir su privacidad. Pero no sería para tanto.
Presley tenía su carácter. No le agrada que la persigan, que la atosiguen, que la priven de una vida donde no das información de tu itinerario, que le jueguen bromitas pesadas con su trabajo o familia. Eso él lo aceptaba y compartía; se asemejaban, como se diferenciaban.
No creía ni un poco que pudiese ser tan mezquina...
—Síguete repitiendo que ella no lo haría —jugueteó Cara con su mente, suponiendo lo que en ella sucede—. Pero lo hará. ¿Quieres una demostración?
—¿Una demostración?
El rostro constantemente serio de Cara vislumbró un dejo de sonrisa, elevando la esquina de sus labios, bromeando con la mente tan creativa de ese hombre.
—Sí. Verás —une sus manos como un buen trueque—. Te corto el lóbulo y me dices lo que se siente, a ver si soportas el dolor más fuerte.
Él sí sonrió y no le quitó razón en que Presley reaccionará de alguna manera. Bien podía soportarlo.
Es mejor hacerte cargo desde temprano y no esperar a que pase...
Lo que siempre pasaba.
—Tu haz tu trabajo —dijo, no tomando en cuenta, en serio, su consejo.
No le siguió insistiendo. Cumpliría con su deber, pese a no tener claro qué de bueno tiene ‹‹dejar pasar››. Claro, si llegaba el caso a extremos, se haría a un lado y tomaría ventaja de quien se lo mereciera que, sin duda y viendo el panorama, será aquella mujer cuyo nombre ni siquiera conocía.
A Cara no le asombraría que esa mujer que ha logrado que Elias se preocupe con tanto ahínco, le corte ambas orejas y tal vez los genitales solo por el hecho mas bruto del planeta: no le consultó.
Pero es bien sabido para ella que la mayoría —aunque no le gustara meter a todos los hombres en un mismo paquete pues no es ecuánime— no suele hacer lo que debe, cuando deben.
Aquí es cuando empezaba la cuenta regresiva. Elias y Eliseo, o E&E se iban a meter en camisa de once varas.
¿Cuánto habían tenido que soportar? Y, ¿cómo lo hicieron por tanto tiempo? Ya no recordaban el punto de haberse guardado advertencias e ignorado comportamientos impropios de un hombre de la alta que pretendía llegar a los escalones mas elevados en el rascacielos del mundo político. ¿Por qué se tiene consideraciones con quien no les tiene para el prógimo? Y de paso, una mujer.
¿Qué era aquél? Solo un psicópata puede creer que una señorita se siente complacida al ser amedrentada. No que no las halla; pero Cara Andrews no entra en ese renglón. Ni ninguna que conocieran. Si se decía que no, era un no. Pero están los que no oyen, o los que oyen y se excitan. Los que oyen, se excitan y promueven el cargarse pronto para ir con todo, así estén rogándole que pare. Era de enfermos.
—Lo dejamos avanzar aprisa —dijo Eliseo, molesto con él mismo. Lo sabía distinguir porque decidió ser el conductor, distraerse para no golpear lo que tuviese en mano.
—Cara sabe defenderse —respondió Elias, tratando de apagar la hoguera.
—No es que no sepa defenderse... ¡Sabes que ese no es mi punto a tratar!
Simplemente se tardaron, como él bien dijo.
—Martirizándote no vas a conseguir calmarte y si no te calmas, nos harás chocar. ¿Quieres a un hermano muerto en tu consciencia?
—Eres mi único hermano —escupió, con acidez.
—Pues ya está —dijo resuelto, quitando importancia—. Baja el velocímetro, por favor.
Difícilmente Eliseo volverá a ser el lago sereno de temprano. No dialogaba si se metían con quienes quiere, y a Cara la admira y valora, como un par, como profesional y como una muchacha que ve por otros antes que por ella. Y llanamente por ser mujer era suficiente para ofenderse y querer repartir tortazos.
Elias miraba los signos de un enojo que solo empieza su proceso de ebullición.
—Aparca donde puedas —le ordenó.
—No voy a hacerlo.
—No te lo pregunté. Oríllate —repitió.
Eliseo, con la irritación de antes mezclándose con el colmo de tener que hacerle caso a su hermano menor, puso el cambio de cruces y se estacionó. Elias salía del puesto de copiloto mientras que él seguía en su propósito de calmarse y no arrancar el volante. Recordar lo que le contaron le puso sal a la herida; le dio con fuerza al claxon y rebotó en el asiento, preso en temblores; indignado. Molesto con el que victimiza pero también con la posible víctima.
¿Qué hubiese pasado sí...? ¡Él no habría podido hacer nada! ¡Y es lo que más le frustraba!
Oyó que golpeaban su ventana. Extendió el brazo para bajarla y sintió la mano de Elias dar palmadas a su hombro.
—Sé que no va a importar lo que diga, vas a ir por él. Y estoy contigo, pero permite que yo conduzca.
La lucha que sufría uno era similar a la del otro, la diferencia está en cómo se equilibraban y lidiaban con los residuos. Elias no quería que se fustigara por lo que no pasó o amenazara a su cliente. Porque continuaba siendo su cliente, con el que tendrían una charla de sus servicios.
El mayor, continuando con su cara de «me meto en líos», cambió al copiloto y acabaron el camino hasta la casa, a las afueras de la ciudad, cuyo dueño es Emule Videlmard, candidato a Alcalde.
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