Puedes dar mucho de ti en una relación, pero si no van ambos en la misma senda, difícilmente esta prevalezca.
Había un extenso vacío en la habitación. La que debiera tener un objeto mas animado, se encuentra sola. Sin animosidad o color.
En algún momento Elias se preguntó por qué era benevolente con su hermano, el único que tiene. Por qué permitió que le hiciese mudar de hogar cuando no se encontraba cómodo. Para Eliseo es fácil asumir que una cafetera y una cama son suficientes para entrar y salir de una casa o departamento pues lo que es bueno se halla del otro lado de la puerta. Pero ellos no coinciden en muchos aspectos de la vida misma, y esta no es una excepción a la regla.
Cuando se hizo de nuevo la pregunta recordó que Elíseo no es bueno guardando secretos o sus sentimientos y esto le hace quedar mal con muchos conocidos, mujeres, entre ellos. También recordó que le debía un segundo favor a cambio -pues el primero fue saldado- y que precisamente fue ese favor el impulso para seguir soportando que a él sea a quien traten como lo mereciera otro. No por mérito, no una entrañable, pero sí asfixiante. ¿Eran tan similares, entonces? ¿Cómo no se daban cuenta que a quien insultaban era al hermano? Ah, porque no conocían propiamente a dicho "hermano".
Fue divertido fingir ser el otro de niños. Ahora, él quería que a todos y cada uno les quedase grabado en la memoria, una memoria imborrable que lo único que tienen igual Eliseo y él es el blanco de la esclerótica.
Convencer a Presley de esto fue costoso, y sin embargo, Elias habría pagado lo impensable si a ella le quedaba claro. Aunque en esta temporada no se hallaba mas valeroso que al principio de haber tomado la decisión.
Comprendió que quizá su hermano le daba una lección de vida, una indirecta de que si bien los lujos te dan cierta comodidad y una lista en mano que tachar de lo que He conseguido, no la felicidad. Te distraen de lo bueno, lo gratificante que está del otro lado de la puerta. Ignoró aquellas necesidades ridiculizándolas con lo que ya poseía, solo porque podía hacerlo.
Pero Presley no puede ser ignorada, no por mucho. No cuando es ella en todo su esplendor, revelando su propio ser, su carácter y sus deseos, no importando si estos van bien con el hombre que tiene en frente. Hay convicción y fiereza, una que él no tiene.
Sufrió el corto tiempo en que imaginó fatalidades. En todas y cada una Presley terminaba muerta, o violada, o despellejada, secuestrada, y un sin fin de posibilidades por no contestar su celular. Pero Elias había visto barbaridades en su propia círculo de amistades, ¿cómo a ella, una mujer bella, que no pasa desapercibida, no podría ocurrir le una desgracia? No estás exento. Nadie lo está y el motor de su mente junto con el dolor premeditado de no haber podido estar presente, hacer algo más que preocuparse, lo estuvo consumiendo todas las inútiles calles. No sabía si le interesaba lo suficiente haberla despertado y tenerla de mal humor, con tal de verla entera. O sí. Él ya la distinguía de lo demás, ¿por qué no considerarlo? ¿no era merecedora de sus atenciones, las que conoce y son reales?
O un poco más que eso.
Sólo un poco.
—No la tengo —admitió, no como una derrota, sino como una victoria que está próxima a alcanzarse.
Sorprendida de oírle y verle en una actitud diferente a como llegó, quiso ahondar.
—¿Y qué tienes? —Preguntó cautelosa pero concisa—. Te escucho.
—No creo ser un buen premio de consolación —dijo humorista, sin ánimos de victimizarse. Era lo que es—. Solo soy... Un hombre que se preocupó, que tiene una imaginación muy grande y que su único pensamiento era encontrarte bien, saberte saludable. Quiero que estés siempre bien —insistió, en presente—, que comas bien y hagas lo que quieras. —No le cabía el rostro para sonreír, a lo mucho logró estar mas serio que antes—. Soy solo eso.
Presley se halló más que emocionada por su sinceridad, una que le pertenecía a Elias y que sacaba en ella una inexplicable sensación de satisfacción. En sus ojos avellanas podía saber la verdad, la verdad detrás de un acto espontáneo.
Antes de ponerse sentimental con sus expresiones prefirió abrir su mente y su corazón que justo ese día se alineaban a su favor. A favor de ambos. Una cosa era ser honesta en sus pensamientos e ideales, y otra con lo que siente, con sus deseos profundos de mujer. Nunca le avisaron que existirían y que tendría la imperiosa necesidad de manifestarlos, de ser clara cuando asumía que lo era.
Asumir. Ser. No son lo mismo.
—Me gustas, Elias —dijo completamente decidida—. Me gustas y no he intentado ocultarlo pero tampoco he sido transparente. Quiero que seas el primero en enterarte.
Elias lo encontró gracioso y dulce, viniendo de ella.
—Tú no solo me gustas —dilucidó mirando los orbes verdes que no le quitaban ojo de encima—, me encantas. Pero eso es lógico —añadió encogiendo sus anchos hombros.
Ella sonrió encontrándole gracia a ese modo de decirle que le encantaba. Hasta que enseguida le miró sin paciencia.
—¿Y por qué no me lo dijiste cuando me besaste? —cuestionó, inclinando su cadera en una pose cómica—. ¿O cuando te besé, idiota? —avanzó a él, amenazando.
—Te lo digo ahora —zanjó campante, dando un paso también.
Estuvo a punto de remedarlo. Efectivamente, se lo está diciendo, pero de ese primer beso ha pasado tantos días desaprovechados. ¿Por qué era egoísta? ¿Acaso no le parecía suficiente el tener que aguantarse las ganas que tenía de besarlo? Porque tenía muchas.
Se sintió un tanto debilitada ante la adversidad de sus crecientes emociones y deseos que ocultó hasta tenerlo a menos de dos metros. Dedujo que salía del gimnasio cuando era probable que le comentaran que no lograban localizarla, y tuvo un mejor panorama poniéndose en su puesto. ¿Habría corrido por él, de ser al revés?
Sí. Lo habría hecho.
Se envalentonó y tomó la resolución que si se confesaron y lo que los dividía no constituía un esfuerzo sobrehumano que acabar, ella sería gratamente recibida. Por lo que levantó los brazos y se sujetó de Elias, abrazando su cuello y acercando su cabeza a su hombro. Él abrazó su cintura con alegría y ansiedad por tenerla. Se sintió bien ser acariciado por la nuca, en sus cabellos mas largos de lo que habitúa. Aprovechó el momento para ponerla a su altura y sacar sus pies del suelo. Ni con tacones Presley le llegaba a igualar en estatura, pero cómo le gustaba conocer que ese, entre muchos posibles defectos, no le impedía estar cerca suyo.
—Dime tu otra cosa —dijo Elias.
—Otra cosa —jugó ella.
—¿Por qué te quedaste dormida?
Rompió el abrazo y él la dejó en el suelo con suavidad. No le gustaba tener que hablar del tema madre/Hija/trabajo, con nadie. Leitan la obligó a contárselo y por ende a Monilley, pero si hubiese estado en su mano evitarlo, lo habría hecho mil veces.
—Porque tenía sueño después de no dormir —mencionó, acompañando la confesión con un suspiro.
—¿Y por qué no dormiste?
—Porque si me preocupo no duermo, y si no duermo, me ocupo en algo y ese algo es mi trabajo. ¿Otra pregunta, señor?
—Quiero conocer a tu madre —repuso.
Presley agrandó sus ojos, pero Elias no cambiaba su seriedad de antes. No era culpa suya. Temía que Presley cambiara de parecer, se preparaba para recibir la estocada de muerte a la pobre ilusión de ellos, juntos, definitivamente.
Y al parecer así iba a ser.
—No.
—No es sugerencia, bellísima. Conoceré a tu madre, ¿o quieres que lo nuestro sea un secreto? —No pensaba ni remotamente dejar aquello como una opción abierta, pero era importante entenderla de una vez.
La dama al vuelo le contestó:
—¿Y qué se supone que hay nuestro, ah? Lo único que sé es que hace unas semanas me di un beso, de los buenos, con un tipo igual de bueno. Luego otro y ya está. Lo demás son hechos circunstanciales, ¿o no?
—Te quiero conmigo, Presley —soltó sin adornos o subterfugios. Para él no fueron solo besos o cosas que pasan y se lo haría entender así tuviese que repetirlo todos los días—. Y si tu me quieres también lo lógico es que te conozca y no hay mejor manera de conocer a alguien que conociendo a sus padres. ¿No opinas lo mismo?
—No querrás saber lo que opino —musitó entre dientes.
—Quiero eso también —dijo, para segunda sorpresa de ella.
No podía lidiar con ello ahora. Aun luchaba contra el cansancio físico, contra el sueño, contra sus diseños sin terminar, contra los clientes exigentes, contra su poca confianza para con las personas y un hombre en específico que no la ayudó en nada a aprender a soltarse sino a volverse un ser hermético en lo que sí que necesita apoyo. Si no pensaba en él por haberla rechazado, lo hacía porque su modo de rechazarla le quitó un poquito de moral, de certidumbre, de habilidad social y de compromiso con sus sentimientos.
—Pídemelo —demandó, quebrantando su cansancio incluso emocional.
Si pondría su propia carne en el asador, que fuese peleando por su supervivencia y no sobreviviendo.
No mas sobrevivir.
—¿Quisieras estar conmigo, tanto como quiero estar contigo? —preguntó él, obedeciendo como un acto de confianza más confianza.
Presley apretó los labios entre sus dientes volviéndolos casi blancos por la fuerza ejercida en ellos. Se tardó en abrirlos, en abrirse. Pensó en que habían formas de dar una respuesta que no tuviesen que ver con hacer algo tan difícil como pronunciar y que de ti surja un sonido.
Quedarse mudo era fatal.
Pero las sorpresas no se acababan jamás y Elias abrió sus brazos en una invitación candente, acogedora y melosa que Presley no resistió. Lo abrazó por la cintura, enterrando su cara en el pecho de él, deseosa de que la recibieran. Y lo hizo, la cogió y besó la cima de su cabeza. No le incumbió no tener a una Presley parlanchina como a la que está acostumbrado si ello significaba que se encontraba feliz y que seguía siendo ella misma.
—No tengo hambre —dijo ella.
A Elias le llevó unos segundos encajar un tema con otro.
—No comeremos. ¿No notaste que era una excusa? —su voz reveló que no se creía que no lo supiese. Presley rió, haciendo agitar su barbilla.
—No notarlo sería un crimen. —Le mostró su rostro y respiró hondo—. ¿Te llevo?
—Aun no respondes cuándo conoceré a tu mamá —dijo, permitiendo que ella fuese al puesto de piloto. Dentro del auto si sintió un poco enorme—. ¿Es tan bajo?
Presley le miró y soltó una carcajada.
—Lo siento, olvidaba lo mal que lo pasan los larguiruchos. —Introdujo la llave y esperó a que el auto calentara—. Dame la dirección y la tortura será mínima.
Al oírla no se supo ubicar, principalmente porque no era la misma a la que ella fue no hace tanto. ¿Acaso Elias no vivía con Eliseo? Entonces la muchacha de servicio no le había dicho mentiras.
—Mi madre no está en su casa. Tendríamos que ir a la hora de las visitas.
Elias se confundió y enseguida unió la última frase con una posible enfermedad o un caso que requiriera estar internada en un hospital.
—¿Qué tiene?
—Pataletas si no voy a verla. Muy seguidas —arrugó el rostro—, demasiado.
—¿Está enferma? —precisó, preocupado por lo que Presley pudiese estar cargando sola.
—No, según los médicos, pero al morir papá creí que la perdería también —bajó el tono, viendo al volante y al parabrisas—. Está en un asilo, en perfecta salud.
No necesitó mas para atar cabos y recordar aquella vez en que se encontraron en un estacionamiento, junto a un asilo de ancianos, el gimnasio que frecuenta por la cercanía a este y una calle especializada en hacer churros con glaseados y azúcar.
—¿Cuándo vas a verla?
—El fin de semana —dijo, no sin cautela. Se estaban aproximando al edificio, gemelo con otros tres haciendo una cuadrícula que rodeaba una fuente formando una rosa en cuyos pétalos brota el agua, o mas bien una pequeña plaza con césped incluido, luces estratégicas en puntos concretos y vecinos que pasean perros de noche—. Y dicen que soy vanidosa.
—Nunca he dicho que lo seas —rebatió, con poco ánimo de ser ofensivo.
—Es un comentario... —dilucidó, sonriendo al usar la palanca de cambios y detenerse en uno de los espacios vacíos tras tres autos, bien pulidos, y de buenas marcas. ¿Cómo es que él vivía... Ahí?
—¿En qué piensas?
No iba a comentar locuras. Bien pudo haber dicho hace poco que quería saber lo que opinaba, pero eso no es totalmente cierto. Nadie quiere conocer estrictamente la verdad, la verdad de un pensamiento que no se adorna.
Elias tomó su mentón, buscando su rostro y ojos. Era tan bonita y no sabe fingir, como tiene la mala costumbre de querer hacer su hermano, el no saber cubrir sus emociones. Con él siente esa conexión de la que ya no se extraña en cuanto a la premeditación. Y con Presley podía suceder le similar.
—Te gusta —afirma, develando una sonrisa llena de satisfacción.
Presley se acercó, tocando sus labios, sintiendo lo especial de su sonrisa.
—Pero tú le ganas.
La risotada de él la hizo brincar y mantenerle los ojos fijos en el movimiento de sus hombros, su pecho, su abdomen; el abrir de sus labios y la extensión de ellos al mostrar sus dientes.
—Lo dudo mucho —dijo al recuperarse. Aun así, sus ojos brillaban—. Gracias por no rebajar mi autoestima.
—De nada —respondió quitada de la pena. Subió el seguro y le miró de soslayo—. Como ves, sano y salvo.
Elias, con una rápida y adquirida con los años facilidad para deshacerse de lo que le estorba, quitó el cinturón y cogió el rostro de Presley. Se miraron por una fracción de tiempo que les ayudara a envolverse uno en el otro, si era posible, otro poco mas. A ella le gustaba la espera que se degusta. A él la prontitud y solvencia inmediata.
Quizá les iba a costar acoplarse.
Pero en ese beso, todo parecía posible.
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