Capítulo 15
—Me dice, está segura, que ahí no vive Elias Toredo. —La mucama asiente. Le doy una mirada de fastidio y procuro recomponerme. No pasa desapercibido; la chica da un diminuto paso atrás. Lucho por remediarlo—. Le pido, por favor, que solo sea sincera conmigo.
—Lo está siendo.
La muchacha articula una disculpa y pasa por mi lado arrastrando un carrito de limpieza. Oigo un juego de llaves hacer su particular sonido y observo la espalda de un gemelo, y los brazos. Uno está extendido sosteniendo un maletín y el otro se dobla al intentar abrir la puerta. Esta se abre y él accede, pero antes de que la cierre, pongo mi mano empujando.
—¿No me invitas a pasar? ¿qué ha pasado con tus modales, Elias?
Se va deshaciendo de lo que carga sobre un sillón, de una persona. Y es lo único que hay en la estancia. Ni un adorno, ni una madera artificial, ni una alfombra. Un sillón de cuero con reclinable y donde apoyar las piernas.
Qué curioso.
—O puedo ser como Presley y entrar sin ser invitada —dice con voz cansina. Se deshace de un suéter que cubría su cuerpo como una gabardina. Noto que se inclina por distintos estilos cuando antes habría apostado que seguía un mismo curso.
—No me hagas cantarte verdades.
—¿Y de qué? —pregunta, paseando a la cocina que se une en un concepto abierto. Tiene electrodomésticos, al menos. Abre la nevera en una punta, casi tocando la pared que acaba con ese lado del apartamento—. Apenas nos conocemos.
—Haberme besado es un paso enorme, qué te digo.
Nada de pintura de un azul o verde. Gris y mas gris. Me comenzaba a impacientar la poca vida que le han dado a lo que yo llamaría mi casa, donde soy yo misma y puedo si quiero desnudarme y andar por ella en ese estado. No podría vivir sin mi espacio y que este sí, se vea a leguas que me pertenece.
—¿Aun no te vas?
Alejo los arreglos que se me acaban de ocurrir y le niego a la figura de Elias descalzo, bebiendo jugo. O té. Sospecho que ha entendido que mi visita no planea defraudar su causa; pone el vaso en el área de desayuno, que no tiene donde sentarse, y se acerca a mi yo, que no se ha movido a cinco pasos de la puerta.
—Verás, Presley. Lo que pasó...
—No —elevo mi voz. No me dejaría aturdir por como interpreto su intento de lástima—. Pero, ¿tú quién te haz creído? Me besas, me besas, y me besas...
—Te he besado una vez —me corrije, serio.
—¿Y las veces que lo he reproducido? —Me toco la frente con un dedo esquematizando. Él frunce el ceño—. No lo consigo olvidar. No es como si lo puedo hacer.
No debo ser muy creíble por su cara de chupar limones.
—Deberías —dice aun así—, tu misma dijiste que no volviera a hacerlo.
—¡Porque fue bizarro! —exclamo, señalándonos—. Nosotros en ningún lugar de mi mente nos habríamos besado, Elias. Ponte un segundo en mi puesto
Medio sonrió para decir—. Es asqueroso imaginarlo desde tu punto, lo siento.
Aflojé mis labios, percibiendo el medio chiste que lanzó. Hasta va a ser que tiene sentido del humor.
Le arqueé mis cejas, presumiendo de mi poder para soportar no seguirle el chascarrillo. Di un recorrido con mis ojos a su vacío hogar; luego, a su persona. A toda ella. Me entretuve en los detalles que lo distinguen, además de sus ojos. El corte de cabello y pequeñeces en la forma del rostro. Si no hay desdén o frases ingeniosas que aventar, tengo tiempo de admitir que Elias es atractivo. No diría mi tipo, pero tener un tipo es como un sabor de helado que bien podría sustituirse por uno que en verdad guste.
—¿En qué estás pensando? —cuestiona, persiguiendo mis ojos. No está sonriendo de su gracia—. ¿En cuándo te irás?
Ahora sí sonreí.
Vaya, vaya.
¿Le doy miedo?
—En tus atractivos —aclaro, desapareciendo una poca de la distancia que nos queda—. En que vine para probar mi punto, ya que probaste el tuyo.
—No te acerques mucho —advierte, mas que aconsejar—, no sabes cómo vaya a responder.
—Uy —me burlé, juntándonos lo que resta. Doblé me cuello atrás y le vi directo a los ojos—. Qué miedo.
No lo sé. No estoy cien por ciento segura de interpretarlo correctamente, pero creí ver un atisbo de sonrisa antes de que esta vez fuese quien lo besara.
Y quien tomara el control.
Porque no es una sorpresa para mí y tenía que aprovecharme de ello para conocer la verdad. ¿Qué es esto que siento? ¿Es de lo que te desprendes en un rato de gusto, como si te rascaras?
No obstante, al tener sus manos en mis mejillas, acercándome confiadamente y expandiendo esa seguridad en mi rostro, sumergiéndose en mis brazos, para rodear su cuello y alzarme en puntas, reconocí la verdad de las reprensiones que se diferencian de la libertad. Soy libre, soy yo misma y el precio de ese hecho valía suficiente para ser saldado.
La sedosidad en mis manos al tocar su pelo embriagó uno de mis oscuros secretos, los endulzó y les convino a tocar cuanto quisieran, porque querían tocarlo, sentirlo entre los dedos. Movía mis labios con los suyos y en un mordisco pequeño que no preví, apreté su cabello en respuesta y recibí su abrazo rodeando mi cuerpo de manera que sentía su calor. Y me acaloraba mas al constatar lo bueno que es el beso en sí.
Di un respiro largo al separarnos, solo de labios. El resto de nosotros continuaba unido y no encontraba razón para ser quien nos separara por entero. Descansó su frente en la mía, y abrí los ojos.
—¿Qué es esto? —musitó, como distraído pero aquí.
Es lo que me pregunto. Es lo que llevo preguntándome todo el camino a su casa. ¿Por qué iba yo a estar en casa de Elias? Pero no me imaginaba no respondiendo mis dudas, aunque estas en realidad se hiciesen más enredadas.
—No sé. —Podia ser sincera; el beso me había encantado, menos su sorpresa y puede que enojo. Tal vez fui arbitraria—. Dime tú, fuiste quien empezó a repartir besos —bromeo con él.
—Bueno —se rió—, tienes razón. Soy el culpable del primero, pero tu del último.
Lo miré sospechando de su anterior postura y el cambio radical en su semblante, en sus hombros, en lo relajado que está contrariamente a como me consiguió afuera.
—No me arrepiento —digo rápidamente, mirando a sus labios y después, sus ojos.
—Yo tampoco. —Una de sus manos abandonó mi cintura y fue a parar a mi mejilla, zarpando oleadas de una combinación de calma y tempestad; interesante.
—Pero no me caes bien, Elias. —Se empezó a reír, pero hablaba en serio—. Todo lo que sé de ti me quitan las ganas de repetir el beso.
—Todo lo que he aprendido de ti... —vasila, frunciendo sus ojos—, hacen que quiera ofrecerte disculpas, Presley.
Ahora quien le ve la gracia soy yo. ¿Dónde me encuentro para que él, cuyo caso de otorgar perdones no conozco, va a quizá iniciar conmigo?
—Te burlas de mí —constata, mas que pregunta.
—Tienes razón en algo —Suelto mis brazos apoyados en sus hombros, esperando recibir lo mismo. Volver a tener un poco de consciencia, pero no da resultado. Aun así continúo—. No te conozco, ni tu a mí. ¿Puedo confiar en que tus disculpas sean sinceras? ¿cómo?
—Escuchándolas, tal vez.
Sonreí a medias y le incité a darlas, como él pensase que fuese debido. Le brotó una risa grave, apartando sus brazos soldados en mí cuando le fue cómodo hacerlo. Mi bolso de viaje había quedado en el suelo tirado de mala manera. Lo recogí, acomodando la tira en mi hombro y que cayera su peso en él.
—Perdón, por no entenderte. —Me mantuve de una pieza, y recelosa de oír lo que oigo. Elias parecía solemne, expresivamente confiando en qué decir, pero a su vez movía sus labios, los abría y cerraba antes de dar continuidad—. Perdón, por interpretar lo que quise. Perdón, por lo que haya dicho que te hiriera, que seguro, sí. —En un suspiro emergió su sonrisa blanquisima—. Quisiera, si tu también, un nuevo inicio. Uno de verdad.
Registraba las funciones de mi cuerpo, comprobando qué tan bien podía moverme y hablar, o salir andando por mis medios naturales de ahí. Retrocedí, amarrando el ajuste de la correa, queriendo poner por obra una de las ideas mas claras que tenía: necesitaba que lo repitiera.
—¿No es una broma?
Sonrió lastimero, como si todo este tiempo estuvo previniendo mi respuesta. Bueno, si uno sabía de ante mano lo que haría el otro, nos ahorraríamos malos entendidos.
—No es broma —dijo en aceptación de mi duda.
Asentí y busqué el perno atrás de mí. No es que quisiera pasar desapercibida; Elias lo notó tanto como fui expresiva en mostrarlo, abriendo la puerta para salir.
—Estás perdonado. —Me di la vuelta y avanzaba por el pasillo cuando su voz me detuvo.
—Quédate.
Sonreí pues él no comprendía la longitud y latitud de lo que pide. No soy de piedra y toda esta visita fue un arrebato mío para tener un pequeño trozo de verdad. Lo único que conseguí fueron disculpas, que me merecía y que apreciaba mucho, pero no era todo.
La verdad continuaba velada. Continuaba siendo un enigma para mí pese a que no deseo que lo sea. Pero, ¿acaso sé lo que deseo?
—No es conveniente —dilucidé, continuando un paso por vez—. Te veré luego.
Un conocimiento precognitivo legado mas a la adivinación junto con presentimientos se enredó en mi mente con cada paso que di a las escaleras. Las vi, a los lejos en el pequeño hall que te recibe al quedar en el piso, a cinco o seis metros del ascensor. Me sostuve de la pared que le sigue, recomponiendo mis ideas y toma de decisiones, incluso de las pobres que consistan en pedir un taxi.
—Lee.
Me extravié, en el modo en que me miraba. Es muy molesto creer que conoces a alguien pero, a la hora del cambio, no es así. Si es o no justo meter a Eliseo en el paquete, no es de mi incumbencia.
—¿Qué haces aquí? —instiga, recorriendo mi atuendo de todo el día. Debo ser un completo desastre, ¡y sin maquillaje!
—Fui a ver a tu hermano, ¿no es obvio? —dije pedante, llevando atrás mi cabello desde las cima.
—Obvio es —acierta—, solo que no entiendo porqué. Le dije que no te molestara más —añade, con aire ausente—; parece no haberle quedado claro.
—Yo vine a verle —exageré en toda la frase. Me apunté a mi misma—. Yo, Eliseo. No te metas, te lo he dicho veinte millones de veces.
Suspira con gesto hastiado.
—Es fácil decirlo para ti.
Que él me hable de lo fácil que es pedirle que me deje hacer lo que quiera sin necesitar su defensa es insultante. Se supone que a estas alturas ya deberías conocer a qué atenerte conmigo. Pero, si no he sido lo sucientemente clara, lo podía hacer ahora mismo.
—No es fácil —rebatí—. Y me lo pones peor al entrometer tu nariz donde no te he pedido que lo hagas. Tómalo en serio, Eliseo; no tengo humor para pelear, y menos contigo. —Disimulo una sonrisa—. Buenas noches.
—Espera, Lee.
Ah, pero no estaba escuchando. Quería espacio para poner en donde va lo que se ha desordenado después de besar a Elias por cuenta propia y de perdonarle sus desplantes, actitudes de niño, descortesías e insultos disfrazados.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro