Capítulo 13
La mujer que me regresa el reflejo en el espejo, no tiene mucho para decir. Escogí el vestido que uso con el fin de que se vea una idea y no tenga necesidad de hablar; un vestido con intenciones y dobles sentidos. Él se explica solo y expresa individualidad, una pizca de hermetismo y belleza que se ve, mas no se toca. El tono, negro con relieves dorados en el cuello v, de tirantes que se cruzan en mi espalda y cubren mis brazos, falda larga y cruzada, abriéndose en el medio y mostrando el calzado, que también cubre mis pantorrillas con los lazos de las sandalias. Subí mi cabello en un moño recogido con mas de treinta horquillas y un gancho en forma de mariposa en uno de sus lados.
Voy a una boda. La boda de mis mejores amigos. Sin embargo, aunque estoy feliz por ellos, no dejo de pensar en ese beso. Y en Elias.
Quién lo diría.
Le doy un guiño al espejo y hunto labial en mis labios, de nuevo teniendo conmigo esa sensación. Tal vez ella jamás se marche. No es posible olvidar cuando no quieres, como no quiero hacer.
—Te ves rara.
Monilley, en cambio, es toda una novia que tenía como destino serlo. Le he hecho un recogido que junta su cabello en la nuca, quedando uno que otro mechón suelto en su frente, tras las orejas y cerca del cuello. No lleva collar, pero sí unas pulseras de charoski en ambas muñecas. Lo que más adoro de su vestido es lo descubierto de la espalpa.
—Tu te ves rara. —Me giro y toco un mechón de su pelo. Doy un suspiro y le sonrio—. Vamos justas. No llores.
Ríe, pues hablo de mí.
—Estoy siendo avariciosa —me confía. Le niego que así sea—. Sí, lo soy. Esta boda es una avaricia mía.
—Pero lo mereces, mi nena. Claro que sí.
Surte efecto mi niñería, porque sonríe y permite que la abrace, aunque recuerdo que en su anterior intento de boda no permitía que nadie la tocara. Pero es diferente. En ese entonces, ella era diferente y veía su casamiento como un cuento de hadas siendo la princesa a la que todo se le da.
Retoco su maquillaje y, al salir de la habitación, nos topamos con sus gemelos.
Tanto Eliseo como Elias la observan con intensidad, una que no se puede comparar. La abrazan, uno a cada lado. No quiero ver a nadie llorar, así que les permito tener su tiempo con ella y voy casi trotando al ascensor, tocando insistente el botón que sube. Ya dentro, exploto en un gruñido y provoco brisa con mi mano en mi rostro.
El juez espera con Leitan, Melina y Michael en un salón gigantesco tomando en cuenta que somos pocas personas. Hay una mesa, en la que se apoya el juez y unos papeles. Al entrar, todos ven a la puerta y tengo que hacer señas de que soy yo y que Mony bajará pronto.
—¿Qué tan pronto? —pregunta Leitan, denotando su ansiedad.
Me río de su nerviosismo.
—Lo pronto que le parezca.
La puerta se abrió y Eliseo, con una sonrisa de felicidad, nos dijo que entrarían. Me ubiqué junto a Leitan, dándole mi mano como muestra de apoyo y que no hay nada que temer; si hubiese vivido lo que ellos, me habría marchado hace meses. Esta decisión es perfectamente natural, como dijo Elias...
Apreté mis manos en puños y aprecié las vistas de dos hombres que aman a la mujer que llevan en cada brazo, a pasar el resto de su vida con otro hombre que también la ama. El recorrido es corto, pero único en su clase y de los más bellos que he visto. No hubo necesidad de cortejo o de marcha nupcial para que fuese todo lo especial que puede ser, cuando la gente se quiere y, es así, nos queremos.
Aunque, hay una cosa que no habría cambiado por nada: el que mi padre fuese quien me entregara porque, si él no está, ¿qué sentido hay?
—Preciosa, vas a partir mis dedos.
Rápidamente suelto la mano de Leitan, apenada. Monilley me mira precavida y se juntan ambos, iniciando con la ceremonia del civil. Me deslizo un paso al costado contrario en que están ellos y tropiezo, con un gemelo. Debo verlo a los ojos para distinguirlo y, para desgracia de mi memoria, es Elias.
—¿Quieres un pañuelo? —dice, mirando mis ojos con cuantioso interés.
Porque no entiendo su pregunta, toco mis mejillas y vaya, estoy llorando.
—No hace falta —contesto, regresando mi atención a mis amigos. Me tranquilizo y agrego—, pero gracias.
Tiene su parte linda el presenciar una unión, sobretodo si se unen gentes que te importan. Suelen aburrirme, pero el que sean mis amigos los que estén aceptando pasar su vida juntos, me puso sentimental. Tenía ocho años cuando mis padres cumplieron los veinticinco años de casados, y fue hermoso. Ojalá ellos tengan una vida tan plena como la suya.
Pero ese, no va a ser mi caso.
No voy a casarme jamás.
—No creí que podrían conmoverte estas cosas —dijo Elias, mientras miramos como se besan los novios y, ahora, esposos.
—Yo tampoco —digo, como una confesión.
Enseguida que ambos se giran, corro a abrazarles y olvido un poco mis experiencias recientes. Es un momento en que los que estamos alrededor les felicitamos y no tardamos en ir a compartir el almuerzo, bastante comedido. En él, descubrí ciertos hechos que de ser otra situación quizá no lo habría vislumbrado.
Como el que ciertamente se me escapan miradas, intenciones y pretensiones. Antes no pude verlas de parte de Elíseo, y ahora que lo conozco puedo estar segura de la mayoría de ellas pero no me sucede con su hermano, y quiero entender porqué. Quiero que se haga claro y no esté inspeccionando cada uno de sus movimientos, recordando lo que dice a otros -si logro oír- o lo que me dice directamente que, en comparación con este viaje, ha sido nada.
¿Por qué es esto, pues? ¿se debe a que me besó sin autorización y no estoy molesta porque lo hiciera? ¿o es una curiosidad de la que deshacerse y olvidar?
Sí, claro.
—Lee.
Sin duda, a Elíseo le pertenecían todas mis antiguas quejas y mis actuales agradecimientos. Su mano extendida no lo estuvo mucho más y, con música que nos regaló la banda del restaurante del hotel, unimos nuestros cuerpos de modo que bailamos cierta balada a un buen ritmo. Él bailaba bien, lo justo y transpiraba comodidad con su pareja.
Me fue a mirar, y como que previene lo que sucedería.
—¿Vas a decirme lo que sucede? —susurró cercano a mi oído. Sentí cierta cosquilla y sonreí.
—¿A mí? Un montón de cosas; lo típico. ¿Tú? ¿conciencia limpia?
Sonrió como si mi remedio es al mismo tiempo mi enfermedad.
—Me gustaría que me lo dijeras —dice, cargando mi consciencia—. Eso hacen los amigos.
—También lo amigos evitan preocupar al otro por nada. Porque es un nada.
—Los nada no te hacen llegar tarde cuando eres la representación de la impaciencia.
Y él es la personificación del fastidio.
—Elias me besó.
El baile se detuvo. Pensé que se debió a la sorpresa y ya que lo había soltado, no importaba ser explícita.
—Llegamos, me llevó a los baños y ahí me besó. —Necesitaba una reacción mas vivaz, pero Eliseo ni siquiera está mirando hacia mi, el interlocutor—. Da igual —le resté valor—. No volverá a hacerlo.
Al verme, sonrió y besó mi frente.
—Discúlpame, Lee.
Fui soltada y él, dando pasos largos, cruzó las puertas del restaurante. Vi que mis parejas favoritas bailaban y que solo estamos nosotros cinco.
No estaba segura de qué es lo siguiente que haré, pero la vía fácil sirve por ahora. Me despedí de mis amigos y fui a mi habitación por quietud; estoy plenamente confiada, de que voy a necesitarla. Recordaba haber dejado mi equipaje sobre la cama puesto que saldríamos del almuerzo al aeropuerto; no obstante, ahí no está.
Caminé a la mesa de noche con el único teléfono para llamar a recepción y exigir explicación. Resoplaba, acalorada de pronto y frotando mi cuello. ¿Cómo pasa esto en un hotel cuatro estrellas? ¡El lío que se formaría si no encuentran mi ropa será descomunal...!
—Presley.
—¡Ay Dios santo! —Giré rápido, tocando mi pecho. No me duró el susto. No, cuando vi mi maleta y quien la llevaba. Me enfurezco tanto que no controlo mis pasos ni mi empuje en su pecho—. ¿Cómo entraste? ¿qué haces con ella? ¡Largo, lárgate ahora!
José Ángel toma mis manos, bajando a las muñecas. Me resisto, afirmando mi peso en mis zapatos y poniendo empeño en que me suelte. Pero no me obedece por las buenas.
—Tenemos que hablar —dice, respirando en mi rostro. Echo mi cara atrás; esto es muchas cosas, salvo interesante.
—No voy a hablar contigo —sentencio.
—Escucha, entonces.
—¡Aun peor! —Vuelvo al ataque queriendo recuperar mis muñecas; no me duelen, pero no estamos mejor por dentro—. ¡José Ángel, no seas cavernícola!
—Si no estás quieta, no te soltaré. Irás por la policía. —Le elevo mis cejas como algo a lo que atenerse. Frunce el ceño desmotivado y quita una de sus manos alrededor—. Cinco minutos, por favor.
—No.
Le reto con mi mirada que acabe por dejarme ir, y supongo que fui cabalmente convincente. Nos dimos espacio en la habitación y cargué mi bolso en el suelo, subiéndolo a la cama y abriendo el cierre. Empecé por los zapatos y a deshacer el peinado.
Y José Ángel no se iba.
—No creo que necesites una invitación para irte. —Hurgué en mi ropa y saqué un jean, una camisa y mi ropa interior—. Pero si gustas llamo para que te lleven directo a una comisaría.
—Te extraño.
Cesé en mi búsqueda, descansando mis palmas sobre mi ropa de cambio.
No supe qué es lo que se siente oír aquello. ¿Acaso, lo quería? No pedí a la vida que me lo devolviera; no pedí tener segundas oportunidades amorosas, no soy creyente en ellas. José Ángel nunca fue mío. De haberlo sido, de haber querido estar conmigo, lo estaríamos. Por Dios que lo estaríamos.
Mi madre siempre decía que lo que das, es lo que recibes pero a veces no recibes lo que das como un obsequio que tiene dos senderos, el del aprendizaje o el de la amargura. Me amargué tanto por nosotros que no estoy necesitando regresar a aquél sentimiento. Asimismo, el sendero del aprendizaje aunque no es fácil, sí más ligero.
—No, Ángel —reitero—. No me extrañas. Extrañas a la Presley que quería estar contigo y ya no es lo mismo; no te compliques ni me compliques reviviendo un cenicero. —Cerré el bolso y agrupé mis pertenencias—. Cuando salga, no te quiero aun aquí, ¿bien? Perfecto.
A pasos rápidos que se perciben lentos me encerré en el baño y puse pestillo. Al cobrar consciencia, respiré profundamente y planteé a mi cerebro en esa labor, en la de tener mis sentidos bien puestos, mi respiración constante y mis nervios controlados, porque todo se puso en alerta.
No me gusta que me controlen de maneras que no se ven, pero de conocerse quién sabe si no la usan en tu contra.
José Ángel fue avaro, y la usó.
No volvería a ello voluntariamente.
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