Capítulo 12
Somos dos individuos, idiotas, si nos califico. ¿Qué persona en su sentido común se sienta con otra que no traga? Porque o eres idiota o masoquista a una escala todo, menos placentera.
El taxi y su conductor se quejaban de distintas maneras del tráfico. Hoy hay un concierto cerca del local al que vamos de un cantante reconocido; niñas, jóvenes y de mediana edad se estacionan en plena calle a unas cuadras para acceder a los escalones. La bulla y los policías rodean la calle, con un par de hombres en chalecos dándole paso a los vehículos al carril angosto que sobra. A este ritmo llegaremos mañana.
—Sí, me la estoy pasando bien.
—¿No estás mintiendo Enriqueta?
—Que no. Mamá, te llamo cuando acabe la boda, ¿sí?
Se hizo la chistosa un rato más y le colgué después de una despedida que requería grabarse para hacer extorsión. Sonreí por lo feliz que está siendo y me daba mucha paz saberla bien, cuidada y rodeada de cariño.
—Estamos por llegar —avisa Elias.
Como estoy del lado opuesto del local que elegí, me inclino a ver si se ve igual que el anuncio.
—Vaya, no mintieron —comenté, y miré al hombre buscando complicidad. Pronto percibí lo cercanos que estábamos y me impulsé atrás, acomodando el ruedo del short de mi enterizo—. Se ve fidedigno —insisto.
—Así es —murmura él, dando un pequeño carraspeo y pagando al taxi. Tendríamos que salir desde donde estamos porque no hay espacio para estacionar.
Al cerrar la puerta tras mi espalda, Elias toma mi mano y corre a la banqueta, que tiene a muchas personas. No hacen fila, pero se acomodan cerca del club como si ese fuese el caso. Veo a nuestra unión, una poca extrañándome que no esté sacudiendo mi brazo con fuerza para apartarlo de mí como un mosquito. Él no está prestando atención; nos acomoda a un lado, dejando que pase gente, y lo sigo irremediablemente, pasando por un orificio oscuro.
La oscuridad se traslada a luminosidad, opaca, pero presente. No es un club de pisos, tiene un techo alto con luces blancas y barrotes pintados de distintos colores. Hay mucha gente bailando, en lo primero que ves. Ellas se mueve como si conociera a dónde ir y se mete a sitios que no distingo por la cantidad de masa que nos cubre, a mi parecer. Me concentro en no pisar pies ajenos y en ver bien; puntos de referencia.
Siento que caminamos en círculos, pero la puntos de referencia me dicen que me equivoco. Consigo sacar mi móvil y veo una llamada perdida, de Mony y de Melina, seguida una de la otra.
—¿A dónde vamos? —grito y aprieto su mano, a ver si reacciona con que me lleva como un padre. Pero continuó de largo.
Traspasamos una puerta verde con líneas disparejas rojas, como si le dieron un toque personal con una brocha al azar. Personas apretujadas a las paredes hablaban y reían; algunos se besaban y daban auténticos espectáculos en lo escaso que vi; con luz tenue y ruido al mínimo, era bueno para hacerse escuchar.
De la nada, dimos un giro a la izquierda, moviendo unas cortinas de cuentas que apenas emitían ruido. Un largo pasillo daba a dos puertas con una figura de un hombre y una mujer. Y de frente, un sillón mostaza con muchos cojines.
—Necesito hacer algo —dice Elias, y suelta mi mano. Por inercia la toco, un poco húmeda.
—Pudiste decirlo antes y así no pensaba que me raptabas. Todos tenemos necesidades, era capaz de entenderte. ¿Por qué están tan alejados? ¿y cómo conoces este club? Si apenas lo stalkee por instagram hace unas horas. Tu, tienes comportamientos extraños y...
—Silencio —sentencia en un tono minúsculo, apagando mi retahíla que no tenía fin. Simplemente iba a sacar todo cuánto pensaba. Así que me frustré, soplando. Y en medio del soplido, mi boca se cerró.
Pero... ¿esto era real?
Sí. Elias puso sus labios encima de los míos e intenta acceder a ellos. Ha tomado mi cintura y empujado hacia su cuerpo, no dejando aire entre nosotros. Entre abriendo su boca en la mía, dio un recortortable recorrido por mi espalda baja, logrando que me relajara un poco y, a su vez, elevarme un tanto del suelo a una altura mas propicia. Entreabría mis labios, estáticos, para apreciar por completo, dejándome avasallar por este sentir que no había experimentado antes; con un sabor a algo que no he probado.
Unos segundos estaba concentrándome en el hecho del beso mismo, y en otro Elias se apoderaba de mi boca, enviando por tierra mi anterior concentración y encendiendo ideas, apagadas, de cómo devolverlo. Presionaba sus labios, suaves, olvidando que empezaba a sentir los míos doloridos por la exigencia, la de ambos, al entregarnos en él. No tenía fin.
Estaba empezando a reemplazar mi respiración por la suya; a depender de su agarre en mi cuerpo para soportar el suyo y darle tanto como me da. En unos pocos segundos mi mente se extraviaba y luego está de vuelta, tan ambiciosa, tan egoísta de lo poco o lo mucho que siento. Siento que no debe pero sí debe. Que es un beso en un término medio pero de los mejores, sino el mejor.
Fue tal todo cuanto siento y la sorpresa retrasada, lo mucho que lo estoy disfrutando que tardé en decidirme a apartarnos de un empuje que lo hace caer sentado en el absurdo sofá tres plazas. Aunque claro, ya no es tan absurdo si pienso como Elias.
Si pienso como él tendría que darme una ducha muy fría y ni así conseguiría dormir esta noche. Que desgraciado.
—¿¡Qué es lo que te pasa, eh!? —vociferé, no sintiendo mis labios como míos; me miré las manos y Dios, estoy temblando. Fui de vuelta a él, devolviéndome la mirada, una café que me ponía mas nerviosa—. ¡Te has vuelto loco! —volví a alzar mi vozarrón.
Se mantiene sentado y casi echado sobre el sofá, mirándome de modo que quisiera tanto apartar la mirada como darle un bofetón.
Jamás me ha visto así... ¿por qué me ve así, caramba?
—No estoy loco —menciona. Le abro mi boca, sorprendida de su ligereza y sonríe un poco, con algo de vanidad—. ¿Y tú?
Como no tengo nada que perder, respondí lo obvio.
—Loca estoy, pero tu sobrepasas mi límite. —Descubrí que tocaba mi cabello con insistencia; solté mis manos y las puse en mis caderas—. Explícate.
Elias, contraproducente a lo que creo, se levanta y da pasos, no largos pero sí firmes hasta mí. Le estoy frunciendo el ceño y aun continúa andando, sereno y dispuesto a seguir incrementando mi nerviosismo.
—Párate ahí, mijito —dije, utilizando uno de los vocablos de mi madre—. Esto no es una fuente de la que te sirves cuando te place, es, si a caso, una fuente de patrimonio cultural encerrada en un museo que no puedes tocar sin permiso. ¿He sido clara?
Puso su rostro mostrando el perfil izquierdo y me observó de reojo. Alcé mis cejas para que se estableciera mi seriedad y su poca gana de responder.
—¿Quieres que me explique?
—Oh no —murmuro, sarcástica—. Lo que pasa es que estoy a medio pasillo de los baños, contigo a solas porque, sí, quería estar contigo... ¡Por supuesto que quiero que te expliques, Elias! Como mínimo —digo resuelta—, es lo que merezco por ser besada.
—Ni siquiera yo mismo me entiendo —dice como una confesión—, ¿y pretendes que explique lo que no tiene razón?
—Las acciones pueden ser pensadas o impulsivas, pero créeme que ambas están y tienen razón de ser.
Permanecí aguardando a que hablase de una vez.
Yo sabía bien porque le correspondí. No podía, con una evidencia tan clara, negarlo en su presencia. El asombro no fue un impedimento para seguirle el beso; lo quise y lo tomé cuando lo tuve en mis labios; la sinceridad es este caso no es difícil de aceptar, pero para él, parece que sí.
—Quise besarte —respondió al fin.
Le invité con un ademán a que siguiera, porque esa no podía ser la explicación.
—Quise besarte y lo hice, Presley. —Aquello suena como cuando añades información para que te dejen tranquilo. Le crucé mis brazos. Él, con mi gesto de hastío, se echó a reír—. He querido hacerlo desde que estábamos en el aeropuerto, pero dudaba que fueses receptiva después de decirme que no sé hablar con una mujer.
—Porque no lo sabes —recalco. Mis ojos cayeron en su atuendo y subieron a sus ojos—. No conmigo —corrijo, estableciendo esa diferencia.
—Siempre que hablamos acabamos discutiendo, ¿no te parece esta una buena manera de dejar de hacerlo? —Sonreía, bastante cómodo con su contestación.
Si íbamos a esas, cualquiera besaría a cualquiera.
Reí de lo insulsa de su manera de tratar el hecho de besarme y no dar un motivo satisfactorio. Uno que me satisfaga.
¿Y este, si existiera —que existe—, me importa? Fueron mis labios los que se tocaron; fue mi cintura la que se abrazó; fue mi espacio el invadido. ¡Fue mi aire el que se llevó! ¡Es que sí importa!
—Me gustaría algo mejor que eso —digo displaciente—, pero contigo parezco tener buenas discusiones —caminé a la cortina de cuentas. Antes de cruzarla, le ordené—. No vuelvas a hacerlo.
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