Capítulo 11
Leitan se había vuelto loco. No es algo del otro mundo, por supuesto. Siempre he sabido que en esa cabecita llena de cabello idealizado solo pueden haber ideas desfachatadas y que para ser su amiga tengo que estar igual o mas loca. Pero llamarme en la madrugada para irnos de viaje porque va a casarse a escondidas, incluso yo, no me lo esperaba.
Arreglé mis cosas en menos de quince minutos, y todo se debía a que, de faltarme algo, lo canjearía con Leitan. Menos tiempo, pagas peaje.
No iba a poder engañarlo tampoco. No me engañaba. Mi sistema de organización no me permite cobrar favores con dinero si olvido, porque no olvido, nunca. Traía mi pasaporte y no es necesario si vamos a cruzar estados en vez de naciones. Pero para salir corriendo por él, tenerlo en mano es lo ideal. En un mundo organizado, es decir.
Llegué al aeropuerto de segunda. Estaban la pareja feliz de Michaell y Melina, compartiendo un café y una bolsa con comida, suponía. Les saludé de lejos, caminando entre los transeúntes y antes de poder preguntarles donde están los futuros novios, me topé de frente y desaceleré a tiempo, con Elias.
Como ya me es habitual, se estira en toda su altura por una razón que no acabo, pese a que lo pienso y pienso, de alumbrar. Va en una chaqueta tipo gabardina verde aceituna, pantalones negros y botas azules; un azul cielo de suela marrón que vería del otro lado del aeropuerto. No es un atuendo sorprendente si lo comparo con el mío; hace demasiado frío para usar falda y sandalias, y hoy no me atreví a usarlas, pero sí que calcé unas botas de hormigón caña alta y de tacón cuadrado, por lo que le alcanzo a su barbilla.
Sonrío sin precio qué pagar. Paso de mano a mano mi pequeña bolsa de viaje y le arqueo mis cejas.
—Buenos días —digo, ya que él no piensa saludar como un señor que recibió educación.
—Buen día, Presley. —Recorre con sus ojos algo detrás mío y regresa a verme, con cierta demanda—. ¿Sabes qué es esto?
Me espero, para interpretar su duda no sabiendo si habla de mí allí, del viaje y su meta; son muchas las opciones.
—Si te refieres a este viaje exprés —Recalco lo suficiente para que conste que no fue específico—, es una boda exprés.
—Hasta que por fin —dice admirado, sonriendo mínimamente—. No entiendo porqué se tardaron tanto.
—¿Tardarse...? —Lo miré extraviada. Dejé mi bolsa en el suelo y le apunté—. ¿Es que tu sabías que iban a escapar?
—Lo intuía. ¿O tu, la mejor amiga, no lo sabía?
Con el poco ánimo que tengo de discutir, Elias me empezaba a confundir. Razoné en su tono, que de cambiarle la cara del portador hubiese creído que es auténtica curiosidad por mí, pero el que sea él... No aporta, sino para hacerme molestar.
—Esa fue una decisión de pareja. —Oh, pero no supe hasta entonces que se lo tengo que decir. Entre tanto, soy fiel en deshacer una duda—. ¿Por qué te pasas la vida molestándome, Elias?
Su mirada chocolate pasa un escáner por la mía, más allegada al verde agua.
—No vivo para que te enojes. Lo haces tu sola, sin mi intervención. —Con una mueca de rendición jocosa, me suelta—. Tal vez tengas problemas de carácter.
Abrí mi boca, sorprendida por el claro ejemplo de lo que es un insulto indirecto. No puedo dejar de verle en continuo asombro. Jamás me dijeron antes una cosa parecida. Sé cómo soy y sé que no es precisamente una perita en dulce con lo que me comparan, pero no le he insultado cuando el de mal carácter parece otro.
Es evidente para él, que no ha localizado su propio radar de agravios mal intencionados o sin querer, que no va a ofrecerme disculpas. Ni hoy, ni mañana.
—No sabes hablar con mujeres —le hago ver, dando por finalizado este intercambio defectuoso.
Les doy un abrazo a mi pareja favorita después de Leitan y mi Fresita, tomando lugar junto a ellos. Me dan de su café, para calentarme, pero que sea café en su pura esencia negra y sin azúcar me agría el paladar. Mientras cuidan mi bolso voy a pedir uno con extra crema, caramelo, chocolate y poca cafeína.
Amo los muffins. Ellos me enseñan que hay maneras de preparar un buen postre y que este esté libre de culpas, como debería estarlo una relación. Quizá porque comparo mi vida con dulces nunca piense en contraer matrimonio, y con lo mucho que tardo en explicarle a la vendedora en qué consiste mi bebida, me case jamás.
Mis amigos son unos suertudos.
—¿Qué pasó con Elias?
Ha interrumpido mi pedido. Lo ignoro y sigo diciendo los ingredientes de mi bebida a la señorita que los escribe a velocidad del rayo. Me deslizo a un lado para obtener lo que quiero; Eliseo maximiza el término perpetuidad, estando junto hasta que bebo y alegro mi mañana.
—Nada que no pase siempre —respondo, dando un sorbo que llena mi boca y voy tragando despacio.
—¿Te insultó? —Insistente; hace de una mirada, una encerrona.
—No te metas, por favor. Si ya para él soy una niña, que vaya precisamente su hermano a defenderme me pone en peor sitio.
Lo oigo y veo resoplar, sacándome una sonrisa. Agradecida porque piensen en mí, le ofrezco mi café.
—Es muy temprano para tanto azúcar —Me rechaza, pero sonríe—. Mas tarde tal vez.
—Hablo en serio —vuelvo al tema, elevando mis ojos a los suyos para que estemos en una misma página—. No te metas. Yo resolveré mis líos.
—Cuéntame lo que dijo y veré si hacerte caso o no.
Con mi respectivo suspiro, le dije todo tal cuál como pasó y que llegara Leitan y Monilley nos distrajo para recibirles. Sin embargo a Leitan no le pasan desapercibidas mis incomodidades y mas si no hago el mínimo intento de fingirlas.
En los asientos del avión privado ocupé lugar junto a Eliseo y frente a Monilley y Leitan, aunque este último se paseó unas veces sí y otras no, haciendo y recibiendo llamadas. No iba a ser tan fácil pasar desapercibido y menos en una ciudad como DC. Cristy, su fiel y bonita asistente, logró tenernos un hotel al que hospedarnos, el juez de paz en el mismo hotel mañana antes del mediodía para compartir un almuerzo después de la unión y regresar al día siguiente.
—Me impresionas —le había elogiado. Y muy merecido; Leitan le daría su recompensa cuando acabe el alboroto.
—Es mi trabajo —responde, solícita.
—Ah pues a mi no me gustaría tenerlo —digo sincera—. Es de verte, ¡y tener que soportarlo a él a diario!
Las risas consiguieron que Cristy se relajara y nos acompañara. Monilley fue por años asistente en una empresa corporativa y es estresante no conseguir satisfacer las necesidades o expectativas propias y de tu jefe. Leitan no es un tirano, pero intimida su sola altura.
—No es tan insoportable —defiende Mony, como no.
—Solo en las mañanas —acota Melina y nos reímos a costillas del susodicho.
—No sigas —me aconseja él—, que puedo desinvitarte de mi boda, Presley.
Eliseo me codea, mostrando su móvil. Me acerco a la pantalla, leyendo unos textos suyos con una mujer de nombre Isabel.
—Es la bartender —dilucida. Le veo gratamente impresionada.
—¿Conseguiste su número...? Pero creí que lo olvidaste.
—Pediste un favor, ¿no? —Afirmé a su pregunta—. Cumplí.
Volví a ver a los mensajes y leí que accedía a ser mi modelo, si a cambio ellos tenían una cita real porque la primera no lo fue...
—Tuviste una cita con ella —acusé, sonriendo—. ¿Cuándo ibas a decirme?
—Te lo estoy diciendo ahora, que aceptó. Y, según ella, no cuenta como cita defenderla de un atraco e invitarla a un café.
—Un café cuenta como cita.
—Para ti, Lee.
—Y la defendiste —añadí, como si no habló—. ¿Qué no haces tú, Eliseo?
—No logro que digas sí siempre que te invito a salir; eres muy difícil.
Melina tiene un kit de maquillaje realmente sorprendente y también es una especialista embelleciendo cualquier rostro, incluso uno masculino de modo que saque partido a lo que importa, partes de tus facciones que deben ser más destacadas. No es algo que ejerza, mas bien es un pasatiempo que adquirió con el tiempo y con muchos tutoriales; una mujer de compresión acelerada y autodidacta.
Con poco tiempo a nuestro favor nos arreglamos para salir a una última noche en que compartiría soltería con mi Fresita y pasará al mundo de Mel, el de las casadas. Estuvimos revisando en línea los sitios de moda (con buenas reseñas) a los que ir, sin que nos pasemos de la raya; tampoco íbamos a traerla destruida a su boda, primero la lógica.
Cambié de habitación a la mía para usar un enterizo corto de mangas unidas a las muñecas con grandes aberturas en los brazos, cuello en u también sujeto a un cordón. De color salmón y sandalias de corcho altas, de un material tejido blanco que aun no pasa de moda. Mi cabello pasado por un rizador en la puntas, logrando que se vea voluminoso.
Saltaba de recomendación en recomendación en una etiqueta de Instagram, regresando a mi primera búsqueda, cuando entró una llamada y respondí inerte, sin ver quién era antes.
—Quien seas, casi estoy —dije.
—Estoy afuera.
Se escuchaba como Eliseo, pero no se lo pude preguntar si colgó y llamaba del número de Leitan. Suponiendo que se quedara sin batería, no le di interés y como no me gusta dejar a las personas esperando por mí, me di prisa en cerrar mi habitación recibiendo un código puesto en una tarjeta pasando sobre un escáner.
Me vuelvo al frente de la puerta, sonriendo en un comienzo porque Eliseo me recogiera. Sin embargo, no me dura el halago.
Son esos ojos lo que lo cambian todo.
No comprendiendo a qué viene esto, estudio su atuendo y me confundo más, de ser posible. Ambos hermanos tienen claras diferencias a la hora de vestir. Eliseo es de camisas abotonadas de algodón, poca mezclija y mas casual deportivo, zapatillas de goma, colores claros y todo lo libre que es posible en una prenda. Elias es del tipo cuellos altos, pantalones ajustados de jean o colores cercanos al naranja, verde, azul; calzado sin medias, de tonos claros, franelas en v con camisas encima, chaquetas o gabardinas.
¿Por qué Elias iría en un pantalón poco ajustado en la pierna, tipo capoeira gris, una franela cuello v rosa pálido y mocasines beige?
—Vamos todos juntos —informa, mirando a mis piernas descubiertas sin disimularlo—. Me ofrecí a esperarte, ¿te molesta?
Sonreí cínica.
—¿Acaso importa? —Guardé mi tarjeta en el bolso que cuelga de mi hombro—. Si te pido que me dejes sola vas a ignorarme.
—Porque no deberías ir sola si te he dicho que me ofrecí.
Bajé mis labios en una mueca de importarme poco, pues yo no le pedí nada.
—¿Quieres que te deje sola? —pregunta, para mi segunda sorpresa. Me resfriego los ojos, en busca de síntomas de una ilusión.
—Sí —dije sin pensar, a la ilusión.
Elias asintió y se dio vuelta rumbo a los ascensores dorados de ciertos relieves en el medio, dibujando unas franjas con otras contrapuesta, inclinadas, adornando tras el título del hotel. Sigo viendo el logo, forzándome a no ver a otro sitio, más tentador.
¿Qué es lo que me molesta de que pasara por mí? A ninguna mujer le gusta ir a un lugar desconocido sola si puede escoger lo contrario. Sí, la compañía la escogió, y no escogí directamente que sea él quien vaya conmigo, pero no fue grosero. Aunque si saco cuentas sumando las veces en que lo ha sido, esta no constituiría una variable existente.
Tantas maneras de ser dura. Taaaaaaantas.
—Espera —le hablé, lo suficiente alto para oírme y no gritar como desesperada. Yo, no estoy desesperada. Sé ser agradecida.
Elias, a unos pasos de salir de mi vista, gira parte de su tronco junto a su cabeza, quedando en un perfil que, si se dedicase al modelaje sería el suyo. Su perfil selecto; el que le va mejor.
Caminé para alcanzar su altura. Él se acopló para mirarme, a su lado.
—Vamos juntos, si sigue en pie el ofrecimiento. —Me guardé una sonrisa con mi juego de palabras que, claro, no mencionó.
—Sigue, Presley.
Moví mi mano con rapidez para que nos movilicemos. Fui quien accionó el ascensor y se estuvo preguntando todo el rato, bajando a la recepción, qué fue de todos y porqué no era lo suficientemente valiente para preguntarle a Elias.
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