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Capítulo 10

Le di una mirada al muchacho sentado al final de la barra. Es guapo. Tal vez menor a mi, pero sigue siendo guapo y es lo que interesa. De cabello negro, corto. Ojos pequeños y labios gruesos. Piel trigueña, ataviado con una franela blanca cuyo ajuste deja toda la parte superior a la vista y cortísima imaginación. La inferior, en unos pantalones grises de pinzas; su ruedo, corto para que se vea el tobillo y un calzado casual y veraniego de suecos marrones.

Me ha visto, y es mi culpa. He sido evidente.

—Es interesante como estoy a tu lado y no me prestas atención.

Eliseo en cambio es una combinacion de frescura y sencillez. El cabello le ha crecido y recorre gran parte de la cima, volteándose ciertos mechones a donde gusten. Casi parece recién salido de la ducha. Tiene una camisa azul cielo remangada a los codos; jeans veteados entre negro y blanco, y botas de leñador marrones.

Que me cuente que su cita fue desastrosa no es como si lo lo vi venir, pero no siempre las citas salen perfectas.

—Que no te mire no significa que no te preste atención. —Subo mi bebida justo cuando él lo hace. Bebe poco, y se da su tiempo. Vaya.

—¿Por qué no le hablas?

Decliné a mi propia bebida y rechacé la buena vista.

—Porque en ese sentido, soy una chapada a la antigua.

Eliseo no opina, sentándose de espaldas a la barra, dándole el rostro a la multitud que camina y baila.

—No comprendo —le suelto. No sé si se nota que no funciono para el suspense—. Tenía entendido que conseguiste lo que querías.

—No exactamente.

—Podrías ampliar ese «no exactamente». —Ya que estamos en sentidos opuestos, tengo que esforzarme por oírlo correctamente. Me inclino, casi posando mi cabeza en su hombro—. Soy mitad oídos.

Pero sí oí perfecto su risa, y la vi, al agitarse.

—Ella no era lo que esperaba. Ella... —reflexiona y gira su rostro completo hacia mí—. Ella no era como tú.

—Espera, Eliseo. —No pasa mucho cuando me echo atrás. Él me arruga su rostro como si no pasara nada.

—Con ella supuse algo y me defraudó sin haberlo intentado —prosigue relatando—. Contigo pretendí saber cómo eras y cada día me sorprendo de lo diferente que eres de esa idea, de lo... transparente. No te esfuerzas si quiera.

—En mis metas no entra el impresionar a un gemelo.

Inhaló fuertemente y oscilaron sus ojos antes de beber de mi trago. Me preocupo de que esté inquieto y no lo diga. Hemos estado un buen rato acompañándonos; algunas chicas le han pedido una pieza, pero al verme a su lado suponen, aunque he sido enfática en desmentir toda suposición. No creo que tenga que ver con eso.

Recuerdo haberlo oído mencionar a unos familiares y que la calidad de su trabajo también tenía que ver con ellos, no obstante aquí, en este club nocturno, no hemos hablado de nuestras familias. Poco lo hacemos; poco profundizamos, aunque si hiciese una apuesta de qué tan capaz es Eliseo de comprender mi vida, a favor, ganaría.

—¿Por qué nos comparas? —cuestiona. Me sorprendo de su tono acusador.

—¿A quiénes?

—A mi hermano y a mí; Presley, Elias y yo somos individuos. —Se gira en el propio taburete y me hace girar tomando mi cintura un instante—. Que estuviésemos en la misma bolsa no nos hace idénticos. ¿Entiendes lo que insinúas?

—Me hablas igual que Leitan...

—No puedes pasarte la vida poniendo a todos en un mismo saco. ¿Sí sabes que hiciste algo mal, no?

En una aspiración, le asentí.

—Sí —dije en voz alta, mirándolo fijamente—. No sabía que te ofendía.

—No me ofende que nos llames gemelos, es el modo en que dices que somos la misma persona. No, Presley. —Sonríe, tocando la punta de mi nariz—. No lo somos.

—Ya, pues se comportaban igual cuando los conocí: dos idiotas que no escuchan.

Se entretiene —porque no le puedo llamar de otro modo— en mi contestación y tiene un gesto exasperante y a la vez de conformismo.

—No me puedo disculpar por algo que creía correcto, como tu tampoco vas a disculparte por ello, ¿cierto?

—Cierto —copié su sonrisa y le devolví el toque de nariz queriendo que regrese el buen ambiente—. Lo siento, y siento que no resultara bien con aquella chica. Se veía muy guapa.

—Es guapa —afirma. Da un trago. Lo deja—. Tu también lo eres, pero no estoy con ella porque no me place estarlo.

Le di un último vistazo y preferí la hilera de copas que sirve la chica bartender. Es muy buena; la han elogiado repetidas oportunidades por sus cócteles, por preparar mejor de lo que le piden cualquier bebida. Por su bella cara llena de pircings, labios morados y cabello azul con puntas rojas. Por ser tan inteligente para no tomarse en serio a los ebrios o los coquetos que esperan descuento.

Doy contorno a su silueta. Intercambio un color por otro; los sumerjo en la posibilidad de hacer un color totalmente nuevo; en ajustar o no la cintura; en el largo de una falda, un pantalón, un short, o un mameluco. ¿Se verá bien en ella mangas largas con aquellos tatuajes tan hermosos?

—Hey tu —le grito. Como soy la única chica en su barra, me oye y eleva sus cejas—. ¿Te interesaría ser mi modelo?

El silencio de su parte lo suplió la bulla que hacían los que piden tragos a diestra y siniestra. Hay que ver que no existe la paciencia. La bartender prosiguió en su mudez, pero pronto emprendió nuevamente su labor.

—Eliseo, sé útil.

—Vaya manera la tuya de pedir favores —dice refunfuñón. Pero es verlo y estar segura de que lo hará.

—La quiero de modelo —le digo y me sostengo de sus hombros para verme mas alta, llegar a su consciencia—. No hay nadie como ella. ¿Me la traes, por favor?

No tengo dudas de poder conseguirla. La he dejado con algo en la mente y es difícil resistirse a una proposición de este estilo si eres como ella: aparenta distancia y en cambio la indumentaria que la compone es opuesta. Sabe que no soy una loca que va por ahí pidiendo modelos —o bueno, no puede estar segura. Me valgo de la incertidumbre—; lo que en verdad quiero es mover a Eliseo.

Él hace un gesto de estarlo matando con mis ojos de cordero, de amiga que no acepta noes. Sonrío.

—Vale, Lee.

Festejé regresando a mi postura semi encorvada.

—Ahora —acomodo el escote de mi vestido—, a esperar.

—Pero ve tu...

—No he conocido a un hombre que le guste que las mujeres tomen el control —digo, a ver si queda claro que no lo haré para que me rechacen. No qué va—. ¿O tu sí?

—Si viniera una mujer como tu a pedirme que baile con ella no lo dudaría, a no ser que esté en modo despecho. Allí no entraría ni la mas bella.

—Me das un aliento tremendo —digo sarcástica. Me sonríe y acerca, tanto que pensé en echarme atrás de nuevo—. No hagas esas cosas, se van a pensar que...

—¿Qué? —De una forma u otra acabamos rozando narices. Sentía que mi rostro arde, pero no sé si es por rubor o por irritación. Eliseo sonreía—. ¿Van a pensar qué?

Me ofendí tanto con él, tanto con su abuso de mi espacio que poner mi mano entre su cuello y hombro y usar la fuerza para apartarlo de mi fue poco para lo que se merecía. Tardé en dejarlo libre, esperando a que surtiera el efecto deseado de mi apretón en un lugar dolorosamente soportable.

Colgué el bolso en mi hombro y me metí entre la gente, incluso parejas. ¡Me importaba poco arruinarles el baile con esta molestia que cargo a cuestas! Y quería que se notara y me dieran espacio, o no sabría de lo que sería capaz y...

Me sorprendí al ser atraída a un costado, apartando de mi clara visión a la salida, aunque esta apenas se notase con tanta oscuridad. Preparada para soltar una de las mías (ingeniosas, obvio), miré a quien me había tomado del brazo.

—Eh... —dije y apreté mis labios antes de poner la expresión que mas reflejara mi desconcierto.

¿Qué hacía el chico trigueño sonriéndome? ¿y por qué yo no le sonreía? Empezando porque esto es tan inverosímil que no tiene lugar. Hace nada hablaba de no acercarme porque eso "no lo hacemos chicas como yo", simplemente porque me agrada la idea de que si alguien quiere pasar tiempo conmigo, es porque en verdad lo desea. Y ahora, aquí está.

Vi de refilón a su costado izquierdo, donde debiera estar Eliseo. Pero se ha marchado. ¡Me dejó tirada, que falta de respeto!

—Te fuiste antes que lograra saludar —dijo ocupando con su voz el espacio en blanco que dejó mi falta de palabras y pensamientos coherentes entre el plantón y él. Una voz que atraía como lo haría la miel a las abejas.

—¿Ibas a saludarme? —instigué. Se río a la vez que asentía.

—No sabía si estabas acompañada o sola. Por el modo en que te fuiste, parecías enfadada.

Si lo veía así, junto a Eliseo, tiene sentido... ¡Ay, no me digan que tendré que aceptar que el idiota tenía razón!

—Estaba con... —¿Y eso importaba acaso? No. Así que me corregí—. En realidad me estoy yendo.

Sonrió. Sus manos se ajustaron en los bolsillos frontales del pantalón, que le sentaba muy bien, como todo él, y se inclinó a hablarme de mas cerca.

—¿Puedo hacerte cambiar de opinión?

Reprimí una sonrisa por esa pregunta sencilla y directa. Es que no necesitaba inventarse una frase para que me sintiera interesada; lo estaba, hace horas.

—Puedes tratar, sin duda.

Ramiro, el buenorro con el que estuve las siguientes dos horas con treinta y tres minutos compartiendo bailes, coqueteos, miradas con diferentes interpretaciones y un número de teléfono, me dejó en mi edificio en su propio vehículo y nos aseguramos vernos de nuevo, en circunstancias diferentes, si en los siguientes días aun lo deseábamos.

Y a pocos segundos de dormirme, recibí un mensaje de Eliseo. Lamentablemente tenía ese tipo de mensajería en que podías leer desde la parte superior del móvil. Logré leer el principio de un "Espero que..." y como la curiosidad no me deja en paz casi nunca, lo abrí.

Espero que la pasaras bien. Por lo poco que vi, mereció la pena que te fueras mosqueada. Fue mi culpa, así que no lo tomaré personal.

Descansa.

Mas que evidente fue que lo hizo adrede. No tardé en llamarlo y asegurar que no estoy enfadada, que dijera si había un modo de agradecerle y darle un golpe a la vez.

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