Capítulo 6
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Amor tiene sus iris fijos en el reloj de pared gris que decora el salón de mi casa. Los mueve siguiendo las manecillas y no presta atención a nada más que no sea el reloj. Mientras desayuno, me dedico a observar el extraño espectáculo.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —pregunto.
—¿Cómo podéis vivir con la constante ansiedad de saber que ese reloj nunca se detiene?
¿que el tiempo juega en vuestra contra? —Dejo los platos sucios en el lavavajillas y me pongo de pie.
Me pongo frente a él, tapando el reloj con mi cuerpo.
—Simplemente dejamos de mirarlo. Levanta, no puedes seguir con los mismos vaqueros eternamente.
Mientras recorremos las calles, Amor no deja de fijarse en cada pequeño detalle de lo que sucede a nuestro alrededor.
—Hay tantas cosas en las que nunca me había fijado...
—reconoce.
Se detiene frente a un puesto ambulante de comida y no pierde atención a como preparar un perrito caliente.
Observar a Amor contemplando su primer perrito caliente es como ser testigo de la primera vez que un ciego contempla el mundo. En sus ojos brilla la más genuina de las curiosidades y sus manos se contienen para no toquetearlo todo.
—Eres como un niño pequeño...
—susurro. Me mira y me fijo en que sus cuencas oculares están llenas de lágrimas.
La emoción se refleja en sus iris de color gris mientras da suaves saltos sobre las puntas de sus pies. No puedo negarlo; Amor es el ser más puro y genuino con el que he tenido la desgracia de encontrarme.
—Vamos. —Tiro de él y llegamos a una tienda de ropa.
—Escoge lo que quieras, yo te espero. —Sale disparado de un lugar a otro y supongo que ahora, después de todo, está mostrando su verdadera cara.
—Amor, no lo desordenes todo.
—El dependiente de la tienda cruza sus ojos conmigo y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa con algo de vergüenza por el espectáculo de mi acompañante.
Pasan alrededor de veinte minutos y me levanto de la silla en la que me había acoplado solo para comprobar que Amor ha desaparecido.
—¿Amor? —El dependiente se aproxima a mí.
—¿Se encuentra bien su novio, señorita? Lleva mucho tiempo en el probador.
Vamos juntos hasta el probador y por el camino, le corrijo.
—No es mi novio. —Parece muy sorprendido y sus labios forman una "o".
—Lo siento. Es que le he oído llamarlo amor. —Abro con desmesura los párpados.
—Sí pero no... Es decir, no...
—Sacudo la cabeza y arrugo la cara, no hay forma de explicarle esto.
El chico golpea sus nudillos contra el cuadro del que cuelga la cortina del probador.
—¿Oiga? ¿Está bien? —Oigo un ruido en el interior.
—¿Amor? —Pruebo yo.
—¿Nara? ¿Puedes ayudarme?
—pide con voz de súplica.
—Voy. —Corro la cortina lo justo para poder entrar y la cierro tras de mí, quedando de espaldas al rubio.
Cuando me doy la vuelta, la imagen que veo provoca que cubra mi boca para no reír.
Amor tiene puesta una camisa de cuadros rosas y blancos. Pero los botones, en lugar de estar en su pecho, están en su espalda. Se la ha puesto del revés.
—¿No sabes vestirte?
—Algunas risas se me escapan sin poder evitarlo.
—Nunca me he vestido —me recuerda. Asiento y trato de calmarme. Carraspeo.
—La llevas del revés, da media vuelta. —Así lo hace.
Mientras comienzo a desabrochar sus botones, la curiosidad va aumentando dentro de mi cabeza.
—¿Cómo puedes parecer un ser humano del siglo XXI si naciste con la humanidad?
—expreso mi duda.
—Porque fui evolucionando junto con ella para poder completar mis misiones. —Termino de desabrochar la camisa.
Amor tiene un cuerpo ancho, de un color muy blancuzco y sobre su piel, destacan varios lunares de color negro que se distribuyen desde sus hombros hasta la parte baja de su espalda. Incluso con tacones, no soy de su misma altura y cuando se da la vuelta y queda frente a mí, me fijo en que su abdomen no está demasiado definido pero es un hombre delgado y de nuevo, varios lunares destacan sobre su piel.
Se pone la camisa de forma correcta esta vez y le enseño como abrochar un botón. Lo termina él solo y le doy una sonrisa de orgullo cuando salimos del probador y luego, de la tienda.
—Tenemos que buscar un nombre para ti, el dependiente ha pensado que eras mi novio —recuerdo.
—Las personas vienen con nombres, no quiero buscar uno para mí. Hazlo tú. —Suspiro.
Seguimos caminando y mis ojos se desvían sin querer hasta uno de los escaparates de una tienda de ropa. En él hay un maniquí con un vestido de color negro y mis iris bajan hasta mi propio cuerpo, fijándome en la tela roja que me cubre.
Un nudo se forma en mi garganta y tomo aire de manera exagerada antes de volver mi vista al camino. Un escalofrío hace que me detenga en seco y Amor imita mi acción.
—¿También lo has sentido?
—Asiento.
—Es el momento, Nara. Tenemos otra misión que completar.
El frío me cala de pies a cabeza y me tengo que abrazar a mí misma. El olor a lejía mezclado con las lágrimas de aquellos que dicen adiós. En letras grandes, se escribe la palabra «tanatorio» y siento otro escalofrío recorrerme. Amor tiene el ceño fruncido y su incorruptible sonrisa, se ha empañado por el lugar.
Puedo imaginarme lo que esto significa para él; Amor morirá algún día y ahora lo sabe.
Muevo mi mano buscando la suya, intento reconfortarle.
—¿Quién puede enamorarse en un lugar así? —pregunta.
—La gente se enamora de formas misteriosas. —Arruga las cejas para mirarme.
—¿De dónde sacas todas esas frases? —Me encojo de hombros.
—No es mía —reconozco y provoco una vaga sonrisa en él.
Llegamos a una sala donde una familia llora la pérdida de un pedazo de su corazón. Una hermana que ahora vive sin su hermano, se encuentra marginada en una de las esquinas de la sala.
Un atolondrado joven pasa por nuestro lado, su corbata está mal anudada y su rostro está lleno de lágrimas, rojo e hinchado. Saluda de uno en uno a cada una de las personas de su familia y se dirige a la chica del rincón después.
—¿Anthony, eres tú? —Él asiente.
—¿Cuánto tiempo ha pasado, Marie? ¿Diez años? —Ella sonríe levemente.
—Doce... han pasado doce.
Desde que te mudaste a Londres, nunca volvimos a vernos.
Pero me alegra que estés aquí
—admite.
—Albert fue mi mejor amigo durante años... No podía faltar a su último adiós. —Su voz va bajando de tono hasta casi el susurro. La joven se rompe entonces y comienza a llorar, tapando su boca con ambas manos. El tal Anthony la atrae hacia él y la refugia en sus brazos.
Entonces soy consciente por primera vez del halo de luz blanco que los dos poseen.
—Te toca. —Amor me entrega la pieza dorada y la posiciono frente a mi cara. La observo durante unos segundos antes de bajarla unos centímetros y soplar despacio. El chorro de varios colores se dispersa en el aire y la magia sucede.
—Tenemos que irnos ya.
Salimos fuera del tanatorio y respiro hondo por primera vez, deteniendo mis pasos para calentarme con los rayos de sol.
—¿Cuánto crees que durarán?
¿Un mes? ¿Un año?
¿Hasta que él le ponga los cuernos? —Bromeo o finjo hacerlo.
—No lo sé, Nara. Quizá dure hasta que sus vidas duren o quizá dure un mes. Pero es un amor verdadero, de eso estoy seguro.
—¿Y de qué sirve que sea verdadero si no es eterno?
—Me sonríe.
—Porque habrán aprendido a amar.
Tras nuestra pequeña charla, seguimos caminando de vuelta a casa esta vez. Y aunque tengo ese sabor amargo atorado en mi garganta, por lo menos sé que estoy un paso más cerca de acabar con esto.
Misiones restantes: 37.
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