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Capítulo 12

El ambiente en la perfumería es de tensión, el aire parece más denso que de costumbre y el angosto silencio solo es interrumpido de vez en cuando por la voz de Dalia. Jordan permanece callada, coloca los perfumes y se encarga de limpiar los cristales. Pero su clásica sonrisa y su voz que nunca calla, ahora han desaparecido.

—Las cuentas no cuadran, Nara. Falta dinero —la gerente habla a mi lado pero estoy tan distraída mirando a Jordan que la ignoro por completo.
—¿Nara? —Su voz me provoca saltar en el sitio y miro encima de la caja registradora.
—Lo siento, ya lo busco. —Doy un paso atrás para mirar al suelo y me agacho sobre mis rodillas. Bajo el mostrador, hay un billete enrollado. Estiro el brazo y lo cojo antes de incorporarme para dárselo a Dalia.

Una clienta atraviesa la puerta y le doy una sonrisa seguida de un buenos días. Es una mujer que vino días atrás y encargó tres perfumes que se encontraban agotados.
—¿Está listo mi pedido? —Dalia pide a Jordan que lo traiga de la trastienda. Cuando la rubia lleva la caja entre sus manos, esta se le resbala y solo la rápida actuación de la gerente, logra evitar que caiga al suelo.

—Lo siento —susurra ante la mirada desagradable de Dalia.
La mujer le entrega la tarjeta a mi compañera pero la tarjeta también se le resbala y cae al suelo, deslizándose hasta quedar bajo el mostrador. Las dos nos agachamos para cogerla y nuestros cuerpos chocan, Dalia agarra del brazo a Jordan y la aleja para darme espacio. Rescato la tarjeta, cobro los perfumes y la mujer se marcha.

Jordan vuelve a susurrar una disculpa y su voz se ahoga cuando lo hace. La gerente me da una mirada que interpreto a la perfección y desaparece después, dejándonos solas.
—¿Qué ocurre? —Pongo mi mano sobre el hombro de la rubia y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Tenías razón, Nara. —Hace una pausa corta—. Cuando dejé la universidad y me fui de casa, creía que esto era lo que quería. Me pasé muchas noches llorando, me convencí a mí misma de que esta era mi razón para haberme ido, que necesitaba una razón para haberme ido. Me dije que trabajar aquí era lo que me hacía feliz. Pero no es cierto.

Las lágrimas estropean su maquillaje y el rímel baja por sus mejillas, dejando un rastro negro.
—Jordan, lo siento... —No sé qué decir, no sé como ayudarla. Ella se esfuerza por sonreír pero da un paso atrás, zafándose de mi toque.
—No te culpo por abrirme los ojos, Nara. Pero era más feliz cuando ignoraba la verdad.

Se aleja de mí y la mirada en sus ojos antes de darse la vuelta, rompe en pedazos mi corazón. Noto un nudo creciente en mi garganta y el estómago se me revuelve. Dalia regresa pocos minutos después y anuncia el final de nuestra jornada, enviándonos a casa. Ni siquiera me despido antes de irme.

Las lágrimas actúan como una cortina y el camino a casa se me complica, intuyo cada paso que doy y trato de forma inútil de recobrar mi calma. Con dificultad logro entrar en casa y rompo en llanto al hacerlo.

—¿Nara? —La voz de Amor hace que gire sobre mi propio eje para mirarle, le veo difuminado. No digo nada, solo sigo llorando sin explicarle la razón. Me quito los tacones con rabia, descargando mis sentimientos.
—No sé como hacer que una persona deje de llorar. —Sus palabras intentan ser reconfortantes pero se encoge de hombros y tengo la sensación de que se siente igual de inútil que yo en este momento.

—No tienes que hacer nada, solo no te muevas. —Frunce el ceño pero hace caso a mi petición y yo recorro a largas zancadas el espacio que se interpone entre nosotros. Mis brazos pasan por debajo de sus axilas y me hago más pequeña para acurrucarme en su pecho.

Noto como sus brazos me envuelven pero no se acomoda sino que permanece casi estático. Yo sigo llorando, lleno de lágrimas su camiseta mientras siento los latidos de su corazón bajo su piel. Las palabras de Jordan significan mucho más de lo que me gustaría aceptar. Siento cada una de ellas como propias, salidas de mi boca y no de la suya. Porque al igual que Jordan, yo también poseo una verdad oculta.

Amor y yo estamos sentados en el suelo, apoyados contra nuestro sofá y en un silencio que estoy a punto de romper. Mi pecho se oprime solo de pensar en lo que tengo para decir pero por primera vez en mucho tiempo, estoy lista para contarlo.

—Cuando era una niña, solía ser diferente a las demás. Me gustaba llevar el pelo muy corto, utilizar ropa muy oscura y no me relacionaba demasiado. Mis compañeros solían burlarse de mí, me ponían motes y decían que parecía un chico. —Muestro una sonrisa amarga.

»Nunca me importó. Pero un día, estaba utilizando mi sudadera favorita y estábamos en la excursión de fin de curso, por la montaña. La profesora solo se descuidó cinco minutos... Me encontré rodeada de chicos y chicas que comenzaron a gritar. Me zarandearon tanto que rompieron mi ropa, me arrancaron la sudadera. Una chica me lanzó encima su batido de fresa mientras todos reían.

Y yo era solo una niña de nueve años llena de batido, con su sudadera favorita hecha trizas y un nudo en la garganta. La profesora me dijo que eran cosas de niños. Pero aquel día, mi ropa no fue lo único que se rompió. Nunca me había sentido tan humillada... Una parte de mi corazón se quedó entre las rocas de esa montaña.

Me juré a mí misma que nunca volvería a sentirme así. Dejé crecer mi cabello, tiré toda mi ropa... Todo el mundo me decía que estaba exagerando pero cuando eres una niña pequeña, las cosas que te ocurren te marcan durante el resto de tu vida. Crecí pero nunca volví a ser aquella pequeña. —Apenas puedo oírme a mí misma y algún sollozo se me escapa junto con las palabras.

—Tu aura azul... —Amor lo comprende por fin y le sonrío con tristeza.
—Mi aura azul me ha acompañado desde antes de Jerry, Amor. Tenías razón
—admito—. Pero logré ser como ellos, supongo.
—Te esforzaste tanto en ser como ellos que te olvidaste de ser como tú. —Compartimos una mirada en la que no cabe nadie salvo nosotros.

Y aunque nunca imaginé contar en voz alta lo que me sucedió aquel día, no me arrepiento. Porque ahora que miro a Amor, hay una chispa de esperanza prendiéndose en algún lugar de mi alma. Una corriente eléctrica me recorre de pies a cabeza y sé lo que eso significa.

Amor pone su mano sobre la mía antes de sonreír y decir:
—Tenemos trabajo.

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