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Capítulo 10

Mis manos se deslizan sobre la superficie lisa de la puerta hasta que logro llegar al pomo, lo giro y tiro de él. Mis párpados están pegados entre sí y se me escapa un bostezo según avanzo arrastrando los pies por el pasillo. Bajo las escaleras agarrando con fuerza la barandilla, aunque la casa se encuentra en total oscuridad, llego sin incidentes al salón.

Me pongo de puntillas para abrir la puerta del armario y coger un vaso pero antes de hacerlo, oigo algo en mi espalda. Cuando me giro, apoyado en la ventana, Amor tiene sus ojos sobre mí y mantiene el ceño fruncido.
—¿Amor? Son las cuatro de la mañana. ¿Qué haces despierto? —Se encoge de hombros.

—No puedo dormir. —Me sirvo el vaso de agua y me aproximo al joven. Apenas puedo distinguir su figura entre las penumbras de la noche.
—¿Te preparo una tila?
—susurro pero él niega de inmediato.
—No, no quiero dormir. No puedo hacerlo. —Ladeo la cabeza.

—Son las cuatro de la mañana, no me hagas pensar. Dime que te pasa. —Se apoya un poco más y echa la cabeza hacia atrás.
—Ahora soy humano; mis horas están contadas y no puedo perder el tiempo durmiendo. Ya lo haré cuando me m... cuando me... —No termina de decir esa frase.

—Eso es ridículo, Amor. Dormir es necesario y no es una pérdida de tiempo. Ahora eres humano, necesitas hacerlo
—intento negociar pero no parece dispuesto a ceder terreno.
—No lo haré. No pienso dormir nunca jamás. —Se cruza de brazos y aunque no puedo verlo, sé que está actuando como un niño otra vez.

—Está bien. —Me acabo el vaso de agua—. Me voy a dormir, que pases una buena noche. Hasta mañana, Amor.
Tras eso, pongo el vaso en el lavavajillas y me voy a la cama sin preocuparme por nada más.
Amor tendrá que dormir, tarde o temprano, tendrá que dormir.

La noche se me hace muy corta después de encontrarme al chico y antes de que pueda darme cuenta, el sol ya ha salido y el despertador está sonando.
Lo apago de mala gana y me preparo antes de bajar al salón.
—Buenos días. —Amor tiene los ojos enrojecidos, aprieta su mandíbula para evitar bostezar y bajo sus ojos, han comenzado a dibujarse unas horrorosas marcas moradas.

Preparo un desayuno simple y le invito a acompañarme. Mis dedos acomodan mi pelo y me ajusto el pendiente de aro a la oreja.
—¿Me haces un favor? —Su respuesta es un vago movimiento de cabeza—. Perdí un pendiente ayer en el sofá y no puedo encontrarlo. ¿Lo buscarías por mí?

Con movimientos torpes debido a la falta de sueño, el chico se levanta y camina hasta el lugar.
Es un sofá enterizo, no se desmonta y entre los cojines, hay un espacio en el que cabe una mano pequeña con mucho esfuerzo.
—No llego. —Refunfuña cuando es incapaz de meter más que tres dedos desde su posición.

—Será más fácil si te sientas. Voy a ponerme los tacones. —Amor está tan adormilado que ni siquiera se da cuenta de que ya los llevo puestos y yo, por mi parte, desaparezco durante unos escasos minutos que son más que suficientes.

Cuando regreso al salón, Amor tiene la mitad del brazo metido entre los cojines, su cara está aplastada contra los asientos y se encuentra profundamente dormido. Una carcajada se me escapa cuando recuerdo sus palabras. Sonrío y me acerco un poco para acomodarle mejor.
Pongo su brazo en una postura más natural y acomodo su camiseta, que se había convertido en un rollito por encima de su cintura.

Mis dedos curiosos se enredan en su pelo y le peino hacia arriba sin saber muy bien por qué.
—Que duermas bien, guardián del amor. —Dejo la casa y me voy a la perfumería.

Dalia se encuentra sola allí y no hay ni rastro de Jordan.
—¿Y Jordan? —Dalia se dedica a colocar los perfumes y se toma su tiempo antes de responder.
—Se ha cogido una hora. —La morena me retira el bolso del mostrador y me lo estrella en el pecho para poder limpiarlo.
Frunzo el ceño.

—No seas tan brusca, Dalia.
Este lugar no es tuyo, no tienes que esforzarte tanto. —Desde su posición, me mira y sonríe.
—Un día este lugar será mío, Nara. Enmarca mis palabras.
—Viniendo de cualquier persona, me reiría en su cara. Pero Dalia es brusca y desagradable a veces.

Y sin duda alguna, el tipo de persona que llega a cualquier lugar que se propone. No existen imposibles para Dalia Jonhson. Jordan interrumpe mi charla conmigo misma.

—Hola, Nara —saluda y le respondo con las mismas palabras. Me gustaría preguntarle cómo se siente pero eso me convertiría en una de esas personas que hacen preguntas de las cuales no quieren oír una respuesta. 

Nara Prince es muchas cosas pero no una hipócrita.

Las horas pasan y hoy no damos a basto. Es uno de esos sábados donde chicas y chicos pasan sus horas libres de compras, probando ropa y perfumes nuevos. Cuando la jornada casi ha llegado a su fin, mi teléfono vibra y en la pantalla aparece la imagen enfurruñada de Amor que le hice el otro día.

¡Eres una traidora! —Parece que tiene las energías renovadas—. Has dejado que me duerma, traidora.
Humedezco mis labios.
—Ni piinsi dirmir ninci jimis
—me burlo y oigo como gruñe del otro lado.

No te lo perdonaré nunca, Nara Prince. Es decir... No estaré enfadado ni te molestaré ni tampoco te lo volveré a recordar pero no te perdonaré jamás.

Sus palabras me resultan tan divertidas que suelto una carcajada y mis risas provocan que mis ojos se humedezcan.
Me tapo la boca con el reverso de mi mano libre mientras sonrío y niego.
—Te veo en casa, Roma —me despido y cuelgo el teléfono.

Cuando he recogido el aparato, me doy cuenta de que Dalia y Jordan tienen sus ojos sobre mí y la segunda no tarda en preguntar: —¿Quién es Roma?
Carraspeo.
—Roma es mi primo. Está quedándose en mi casa unos días. —Consigo una excusa creíble en poco tiempo.

—¿Es tu primo? ¿De verdad?
—Bueno, es creíble para Jordan pero no para Dalia. Asiento. La rubia habla después y me confirma que ella sí me ha creído. O eso es lo que parece porque lo que dice, me crea más interrogantes que respuestas.

—Ojalá algún día alguien me haga reír como Roma te hace a ti. —La conversación en voz alta muere ahí pero dentro de mi cabeza, no deja de reproducirse en todo el día.

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