Tener que levantarme por las mañanas para ir al colegio es un suplicio para la mayor parte de los adolescentes, pero para mí no.

Soy un poco rara, ¿vale?

Tras estirarme ruidosamente me puse las zapatillas de estar por casa y fui hasta la cocina, donde ya me esperaban mis padres para desayunar.

-¿Preparada para el último mes de cole? -dijo mi madre mientras me ponía un vaso de leche y unas cuantas tostadas delante.

¿Alguien puede explicarme por qué todo el mundo lleva la cuenta atrás?

-Mucho -mentí.

Sólo quedaban treinta días de clases, sólo cuatro semanas para seguir disfrutando de las tareas, de hacer exámenes...

Espero sinceramente que nadie de mi clase se esté leyendo esto, porque si lo hacen, sí o sí me encierran en un psiquiátrico.

A lo que voy, que empezaba la cuenta atrás para el verano.

No sé si para el mejor o el peor verano de mi vida, pero sin duda uno que jamás voy a poder olvidar.

N.A.

Si os preguntáis si os voy a dar una charla sobre por qué empecé esta historia y todo eso... ¡estáis en lo cierto!

Pero eso será en el siguiente capítulo, así que votad, dejad algún comentario y seguid leyendo.

Se os quiere ❤