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Capítulo 8.

Llevaba media hora tumbada en mi cama sin saber qué hacer con mi vida.

Te tienen que dar un premio a la adolescente más dramática del mundo.

Eso lo dices porque no has sufrido a las de mi clase cuando les sale un grano en mitad de la frente la noche de antes de ir a la fiesta del chico que le gusta.

Siempre está la opción de ir con...

No.

¡No me has dejado acabar!

Pero sé perfectamente lo que vas a decir.

¿Y por qué no quieres? Igual ya se ha dado cuenta de que solo es un amigo para ti.

¿Estamos hablando de la misma persona?

Depende. ¿Su nombre empieza por R y acaba en odrigo?

Vale, sí, estamos hablando de la misma persona. A ver cómo te lo explico para que lo entiendas...

¿Me acabas de llamar tonta a la cara?

¿Yo? Para nada. A lo que voy, que no quiero quedar más con él. Y ya está, se acabó la discusión.

Sabes que técnicamente ha sido un monólogo, ¿verdad? Has hablado contigo misma.

Conciencia, créeme que si pudiera te estrangulaba.

Suerte entonces que no puedas *sonríe maliciosamente*.

El teléfono vibró en mi cama y nada más acercarme para ver la pantalla, resoplé. Adivina quién me había escrito.

Y la respuesta es... ¡correcta!

¿Y si quedamos con alguien más? -ofreció Rodrigo.

Bueno, en ese caso...

¿Cómo que en ese caso? ¿Dónde ha quedado lo de: con él no quedo más en mi vida?

Ha quedado en: la alternativa es aburrirse en casa.

Es una buena opción.

-Me voy a comprar -informó mi madre.

-Vale. Hasta luego -le dije.

-¿Vas a quedarte en casa? -preguntó.

-Eh... supongo.

-De eso nada. Tienes que salir de casa.

-Dame tres razones de peso -dije.

-Es verano, no te voy a dejar sola en casa y que soy tu madre.

¿Eso son tres razones de peso?

-¡Pero mamá! -me quejé.

-O quedas con Rodrigo o te vienes conmigo -amenazó mi madre.

Entrecerré los ojos y la miré fijamente. ¿Realmente era tan cruel?

Venga, vete con ella. A fin de cuentas, no quieres estar con Rodrigo.

Tú ríete, conciencia, pero algún día te llegará el karma.

-Tienes diez segundos para aclararte -continuó mi madre mientras agitaba mis llaves frente a mí, desde la puerta.

Sin darle tiempo a empezar con la cuenta atrás, agarré las llaves y salí de casa. Porque no, no estaba dispuesta a irme de compras con mi madre.

Si es que ya te había dicho yo que era la mejor opción.

En apenas unos segundos llegué a puerta de la casa de Rodrigo. Llamé al timbre y esperé a que abriera.

-¿Qué quieres? -dijo todo simpático (nótese la ironía).

-Hola a ti también -saludé.

-Te he hecho una pregunta -resaltó mientras se cruzaba de brazos.

-Y yo te he dicho "hola" -le recordé.

Puso los ojos en blanco y finalmente murmuró algo parecido a un saludo.

-Bien, pues... -comencé a los pocos segundos-... he pensado que quizás sí que podríamos ir con tus amigos esos.

-Mis amigos esos -repitió-. Vale -finalizó antes de coger su riñonera, sus gafas de sol y salir de su casa.

Me quedé parada en mitad del pasillo sin creerme ese cambio tan brusco en su actitud.

¿De qué te extrañas? Si es que es más bipolar que tú.

-¿Vas a venir algún día? -dijo Rodrigo con dejadez mientras mantenía las puertas del ascensor abiertas.

-Mejor bajo andando -contesté.

-Rarita -lo oí murmurar antes de que las puertas se cerraran.

Puse los ojos en blanco y me quedé insultándolo un ratito en silencio hasta que decidí que debía comenzar a bajar.

Qué pereza.

Y que lo digas, pero no pienso subirme en un ascensor.

¿Puedo saber por qué?

Es por una razón de peso.

Sorpréndenos.

¿Sabes la típica película dramática en la que se acaba el mundo?

Ahí está la clave, Adriana. Pe-lí-cu-la.

¡Tenía seis años! ¡Me dio miedo!

* * *

-Robert, yo... te quiero más que a nadie en el mundo -dijo la señora mientras las puertas del ascensor se cerraban.

-Yo también, querida -contestó él mientras se acercaba a ella.

Empezaron a besuquearse -típico de las películas románticas- mientras el edificio seguía en llamas (no preguntéis cuándo se incendió, que creo que me dormí en el cine).

-Tengo tantos planes para cuando logremos escapar de este edificio... -siguió ella.

-Cumpliremos cada uno de e...

El tal Robert no pudo acabar la frase porque el ascensor se quemó, explotó y cayó al vacío.

* * *

Y ahí tenéis la razón de mi miedo irracional a los ascensores.

¿Sabes cuál es la probabilidad de que eso pase? Bien, te la diré: un 0.0000001%, es decir, que te pasará una vez por cada diez millones de veces que entres en un ascensor. Y te diré más: jamás en tu vida vas a subirte tantas veces, así que la probabilidad se reduce a menos de un...

Conciencia, ya vale.

¡Jo! Para un rato en el que me puedo poner técnica...

La cuestión es que desde que tengo memoria prefiero ir por las escaleras que por el ascensor, aun cuando eso supone tener que subir más de 300 escalones al día.

Definitivamente eres masoquista.

Pero así ya no tengo que ir al gimnasio.

-¿No puedes ir más rápido? -se quejó Rodrigo.

Él ya llevaba unos cuantos segundos en el portal y yo, como había ido despacio, acababa de llegar.

-Me da pereza -respondí.

-Bueno, vamos.

Lo seguí en silencio por el paseo marítimo, sin siquiera saber a dónde me estaba llevando.

Ni con quién, claro está.

Regresé.

Perdón por estar ausente, pero es que tenía un pequeño bloqueo con este libro.

La buena noticia es que ya lo he superado.

Y la mala que os tendréis que esperar un día entero hasta el siguiente capítulo.

Se os quiere <3

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