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Capítulo 6.

Según Rodrigo iba a llegar en apenas cuarenta y cinco minutos, así que tenía exactamente ese tiempo para prepararme.

Salí de la cama y fui hacia el baño restregándome los ojos. Por el camino miré el reloj de la cocina: ya eran algo más de las doce.

Vergüenza debería darte estar durmiendo a esas horas.

Ya, pero... qué pereza levantarme antes.

Una vez en el baño me duché rápidamente y me cambié de ropa. Me quité el pijama y me puse unos vaqueros cortos y una camiseta blanca, ideal para restregarse por la arena.

Traducción: que no iba a aguantar blanca ni unas horas.

Cuando acabé de lavarme los dientes volví a mirar la hora. Me quedaban diez minutos.

Me senté en el sofá y comencé a ver vídeos absurdos en YouTube. Sí, sin duda puede considerarse uno de mis pasatiempos favoritos.

-Oye, una cosa -dije al darme cuenta de que mis padres estaban en casa-, ¿hoy no bajáis a la playa? -pregunté.

Has tardado media hora en verlos, vamos progresando.

-Vamos a organizar la casa -respondió mi madre-. Ya si eso iremos mañana. Buenos días a ti también, por cierto.

-Buenas tardes -corrijo-. Son más de las doce.

Mi padre resopló y me dedicó una mirada cansada.

-Es una forma de hablar, hija -explicó-. Por cierto, ¿no deberías ir a ver si Rodrigo ya ha llegado?

-Es verdad. Gracias por recordármelo.

Creo que sólo querían que los dejaras tranquilos, pero si eres feliz pensando que lo han hecho para ayudarte...

El minuto que quedaba lo gasté en mirar desde la terraza, prestando atención por si aparecía el coche de los padres de Rodrigo, quienes lo iban a traer ese año a la playa.

En cuanto lo vi salí corriendo de casa y bajé las escaleras a toda velocidad -fue un milagro no matarme- y lo esperé en la entrada del portal.

-¡Adriana! -gritó él al verme.

Aunque iba cargado con unas cuantas maletas no dudó en correr hacia mí.

Y yo, claro está, hice lo mismo.

Me lancé a sus brazos y lo estrujé con todas mis fuerzas.

-¿Me has echado de menos? -preguntó riéndose un poco.

Me separé de él rápidamente y lo miré con mala cara.

-Sí -admití-. Pero sólo porque eres la única persona que me soporta en la playa -completé rápidamente.

-Sí, ya.

-Sabré yo -concluí.

-Era ironía, Adriana. I-ro-ní-a -separó las sílabas.

Ya decía yo que ahí había algo raro en el conjunto de esas dos palabras afirmativas.

*Se lleva la mano a la frente y niega*

-Dejo la maleta y vuelvo, ¿vale? -dijo Rodrigo antes de subir a su piso.

Me senté en el suelo del portal y esperé pacientemente a que volviera.

-¿Vamos? -dijo él minutos después, cuando volvió a bajar.

Asentí con la cabeza, pero no me moví al ver que él tampoco lo hacía: se había quedado quieto frente a mí.

-¿Pasa algo? -empecé.

Sin siquiera contestar me abrazó con fuerza.

-Es sólo que yo también te he echado de menos -explicó.

No sabía bien qué hacer, así que opté por quedarme quieta mientras sentía sus manos agarrarme con fuerza de la espalda. Me separé de él al notar mi teléfono vibrar.

Salvada por la campana.

-Mamá -saludé a mi madre al responder a la llamada-, ¿qué pasa? -pregunté.

-¿Vuelves para comer? -dijo ella directamente.

-Dile que sí -susurró Rodrigo ya que había escuchado la corta conversación.

Será cotilla...

-Sí, ¿a eso de las dos? -continué yo.

Mi madre colgó, así que me tomé como un sí.

-Bueno, pues tenemos dos horas -dijo Rodrigo antes de comenzar a andar.

* * *

Habíamos estado hablando y andando por una hora y apenas nos habíamos contado nada.

Perdona que lo dude.

Bueno, yo le había contado todo lo que me había pasado en el año.

Y ni lo dejaste hablar.

Peeeero ahora era su oportunidad de monologar tal y como yo había hecho.

-Y tú, ¿qué tal la vida? -le pregunté.

-Mejor ahora que vamos a volver a pasar el verano juntos.

Me quedé de piedra al oírlo, pero seguí caminando.

-Respuestas largas, por favor -pedí.

-Bien, en ese caso te hablaré de mi clase...

El resumen de las siguientes dos horas es que los alumnos de cuarto de la E.S.O se pasan el día haciendo de todo excepto estudiar.

Y a ese resumen también podemos añadir que estábamos a punto de llegar a la fila de los helados.

-Venga, si nos damos prisa llegamos antes que estos -dijo Rodrigo señalando a un grupo de jóvenes que iba al mismo sitio que nosotros.

-Ufff.... qué pereza -sólo pensar en correr hacía que me dieran ganas de volver a casa.

-Objetivo del verano: cambiar esa frase -dijo.

Qué pereza cambiar de frase.

Rodrigo se llevó una mano a la cabeza y después de pasársela por el pelo, la puso encima de mis hombros.

Este es un buen momento para darle un manotazo.

¿Dónde se han quedado los modales, conciencia?

A saber.

Lo preocupante era que esa no era la primera vez, ya lo había hecho más veces. Y mucho tiempo antes.

* * *

-Qué frío -me quejé al salir del agua.

Llevábamos media hora metidos en el agua, haciéndonos ahogadillas y riéndonos sin descanso. Y suele pasar que cuando sales de la playa te das cuenta de que realmente hace mucho frío al aire.

-Tampoco es para tanto -respondió Rodrigo mientras se agachaba para recoger su toalla de la arena.

Puse los ojos en blanco para nada disimuladamente y me cubrí por completo con mi toalla. Me senté en la arena, al lado de Rodrigo y tirité en silencio mientras veía a unas cuantas gaviotas siendo perseguidas por niños pequeños.

Qué frío, por favor, que alguien ponga radiadores en la playa.

Rodrigo puso un brazo sobre mis hombros como si nada, parecía que lo había hecho ya varias veces.

No es por nada, pero deberías dejarle las cosas claras.

Ya, pero... ¿cómo?

Invéntate cualquier excusa, pero que sea un poco creíble.

Y eso hice.

-Me das calor -dije antes de alejarme para que quitara el brazo.

¿Eso es una excusa creíble para ti?

-Lo siento -se disculpó él-. Pero quítate la toalla.

-¿Por qué? -pregunté poniéndome a la defensiva.

-¿No dices que tienes calor?

Lo fulminé con la mirada pero guardé la toalla en la bolsa de la playa y me puse una camiseta. Una cosa era tener un poquito de frío y otra morir por una hipotermia.

* * *

Hice un movimiento brusco consiguiendo que quitara el brazo de mis hombros.

-¿Te daba calor mi brazo? -preguntó mientras lo dejaba caer en paralelo a su cuerpo.

¿No sería más fácil preguntar si me había molestado?

Nada es fácil en esta vida.

Qué animosa, conciencia.

-Un poco -contesté-. Mejor no hagas eso -advertí.

-Está bien, como quieras -aceptó antes de ponerse en la fila de los helados.

Me quedé un poco apartada, mirándole fijamente. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Acaso seguía sintiendo algo más que una amistad por mí?

Y vosotrxs, ¿qué creéis?  ¿Rodrigo tiene intenciones ocultas o no?

Muchas gracias por seguir ahí, se os quiere.

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