Capítulo 4.
Una semana, cinco días, treinta horas, mil ochocientos minutos, ciento ocho...
Creo que lo hemos pillado.
...mil segundos y el colegio acababa.
Aunque para que eso pasara tenía que sobrevivir esos días. Sobretodo teniendo en cuenta que mis amigas habían dicho de quedar ese sábado por la tarde.
-Vas a ir -comenzó mi madre.
-No tengo ganas -me quejé.
-Me da igual -continuó-. Te vas a vestir, vas a confirmarles que vas y luego esperas a que tu padre te lleve. ¿Está claro?
-Pero...
-¿Quieres que te vista yo? -amenazó-. No, ¿verdad? Tienes diez minutos a partir de este momento para volver aquí preparada.
Ni falta hace decir que apuré hasta el último segundo.
* * *
Y sí, al final había tenido que ir.
Y no, no podíamos ir a un sitio al aire libre: habíamos quedado en un centro comercial.
Y sí, quisieron entrar a mirar ropa.
Y no, no me gustan los centros comerciales.
-¿Me queda bien esta camiseta? -preguntó Paula mientras daba una vuelta sobre sí misma.
-Sí, creo que te va un poco mejor que las otras -contestó Ana.
¡Pero si es exactamente igual a las que se ha probado antes!
-¿No os parece que este pantalón quedaría super bien con esto? -Paula se señaló la camiseta y cogió un pantalón vaquero que estaba a su izquierda.
-No creo, la tonalidad de azul es diferente -intervino Sofía.
¡Es azul! ¿Qué más da la tonalidad?
Eso mismo me pregunto yo, conciencia.
-Es verdad -reconoció Paula-. Mejor no me compro nada.
Resúmen de la tarde: tres horas en una tienda para al final irnos sin comprar nada.
* * *
Eran casi las ocho, por lo que poco tiempo después volveríamos a nuestras respectivas casas. Mi objetivo era adelantar ese momento todo lo posible para después de cenar meterme pronto a la cama.
-Vamos a comer algo -propuso Ana.
Y como todas la siguieron, no me quedó otra opción que hacer lo mismo.
-¿Qué os apetece? -preguntó ella.
-¡Tacos! -dijo Paula todo entusiasmada a ver la tienda frente a nosotras.
Esperaba que alguna de las otras se quejara. ¿Por qué? Básicamente porque los tacos son sinónimo de salsas. Y digamos que no me gustan demasiado.
-¡Vale! -aceptó Sofía antes de encaminarse al mostrador.
Aunque hubiera dicho algo, no hubiera servido de nada: eran cuatro contra una.
Eso es lo malo de la democracia.
-¡Hola! -nos saludó la mujer del "take away"-. ¿Qué queréis?
-Para mí un taco normal -pidió Ángela, otra de mis amigas.
-Para todas lo mismo -decidió acotar Ana mientras se adelantaba un poco.
-Bien, entonces cinco tacos normales con la salsa especial de la casa, ¿verdad? -preguntó la mujer del mostrador.
-Eh... -intervine- ¿Tiene que llevar salsa sí o sí?
-Puedes cambiarla si quieres -me informó.
-Esto... sí, estaría bien -respondí. La presión de tener a mis amigas y a la mujer mirándome fijamente era demasiada como para pensar con claridad.
Exagerada.
-¿Ketchup? -ofreció la mujer al ver que estaba indecisa.
Negué con la cabeza.
-¿Mayonesa? -siguió diciendo.
-No, gracias -rechacé.
-¿Quieres comerte el taco sin salsa? -casi parecía ofendida. O quizás contrariada, no lo sé.
-Es que no me gustan las salsas -me defendí.
* * *
-¡¿Qué?! -preguntó (o gritó) Rodrigo antes de pararse en seco.
Estábamos casi llegando a la fila de los helados, si nos dábamos prisa llegaríamos antes que la familia que iba a nuestro lado, por lo que tendríamos que esperar dos minutos menos.
Qué drama tener que esperar un poco más para un triste helado.
¿Verdad que sí?
-¿Algún problema? -dije mientras me cruzaba de brazos frente a él.
-Es imposible que no te gusten las salsas.
-Porque tú lo digas -rebatí.
-A ver, ¿has probado el ketchup?
-Sí -respondí mientras hacía una mueca de asco.
-¿Y la mayonesa?
-También -repetí la acción anterior.
-Esto hay que arreglarlo -dijo antes de tirar de mi mano para llevarme a un sitio de tacos.
-¿Y los helados? -pregunté al tiempo que corría para poder seguir su ritmo.
-Es prioritaria tu cultura culinaria -respondió.
* * *
-¿Y bien? -preguntó.
Había pedido un taco raro que tenía una salsa rara y un nombre aún más raro. Le di un mordisco para nada segura de lo que hacía, pero me sorprendí al ver que sabía bien.
Y él, durante todo ese tiempo, no había parado de mirarme con cara inexpresiva.
-Me siento observada -respondí con un susurro.
-Adriana, céntrate -me regañó-. ¿Te gusta o no? -insistió.
-No está mal -respondí.
A ver, no iba a decirle que estaba buenísimo. Sería como darle la razón.
Es que la tiene.
-Menos mal, ya pensaba que lo tuyo no tenía arreglo -bromeó.
Entrecerré los ojos y lo miré con mala cara.
-Era broma, ¿sabes? -se apresuró a añadir.
-Ah, bueno, entonces vale -dije cambiando la mala cara por una sonrisa-. Una cosita... ¿cómo se llama la cosa esta?
-¿La cosa esta? -repitió después de soltar una pequeña carcajada-. Se llama salsa -explicó-. Y su nombre es velouté.
-¿Y se vende en el mercadona? -continué.
-Y yo que sé -ladeé la cabeza para darle a entender que eso no me servía como respuesta-. Supongo que sí -completó.
* * *
-Aunque si tienen salsa velouté, me sirve -le dije a la camarera.
Me miró con cara rara pero al final asintió antes de meterse en el interior de la cocina tras cobrarnos.
-¿Alguien quiere? -ofrecí.
Estábamos todas sentadas en la azotea del centro comercial, sitio en el que se ponen todos los jóvenes para no tener vigilancia. Mientras cenábamos -o más bien nos llenábamos el organismo de comida basura- Ana estaba viendo un partido de tenis conmigo (la final de no-se-qué-historia) y las otras hablaban de cotilleos.
-No, gracias -rechazaron todas.
-¿Por qué? -pregunté. Minutos antes Sofía había ofrecido parte de su taco y todas lo habían aceptado.
Mis amigas se giraron hacia mí y me miraron significativamente.
-¿Cómo sabéis que no os gusta la salsa si no la habéis probado? -les recriminé.
Ventajas de ser amigas: que sabes lo que piensan con una mirada.
-Lo tuyo no tiene arreglo -murmuró Ana.
Hoy os quiero preguntar por vuestra comida favorita.
¿Sois tan raros como yo u os sirve prácticamente todo?
Os estoy leyendo, contestad, no seáis lectores fantasma.
Y dadle a la estrellita, que así os ganáis un huequito en mi corazón.
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