Capítulo 2.
Veintiún días y se acababa el colegio.
Sí, al final yo también había acabado haciendo cuentas atrás. Y es lo más horrible que he hecho en mi vida.
¿Por qué? Porque es el tiempo que falta antes de poder hacer ejercicios en mi casa sin que digan que estoy loca.
Es que lo estás.
No. El problema es de los profesores, ¡nunca nos mandan deberes el último mes del curso! Es injusto.
Pero qué le vamos a hacer, así es la vida.
¿Qué ha pasado importante? Básicamente que me he enterado de que el profesor de física está casado con otra profesora de física (increíble, ¿verdad?) y he vuelto a entablar comunicación con Rodrigo.
Y tú, personita que se está leyendo esto, te preguntarás... ¿tengo que saber quién es Rodrigo?
¡No! Y por eso estoy hoy aquí, para explicarte quién es.
Sin descripciones largas, por favor.
Vale, es un chico alto, medirá como un palmo más que yo. Es de complexión...
Adriana, comprime la información.
Vaaaale, es un chico un año mayor que yo. ¿Mejor?
Lo conocí cuando teníamos diez años, a ver, lo de que lo conocí es un decir, pero bueno. Resulta que ambos veraneamos en la misma playa y que era un día en el que había bandera amarilla y, lógicamente, él tenía que meterse.
Yo, desde la orilla, completamente a salvo, me reía de él mientras Rodrigo intentaba sobrevivir a las olas.
Luego, dejé de verlo.
Pero llegó el verano pasado y volví a la playa, a mi rutina de bajarme a la arena y ponerme a leer hasta que a mi madre le dio por decirme que no leyera más.
-Estás todo el día metida en los libros, tienes que socializar -me dijo mi madre.
Me incorporé un poco y la miré con los ojos entrecerrados por culpa del sol.
-Nah, qué pereza -respondí.
-Mira, hay un chico de tu edad por ahí -señaló a Rodrigo (yo ni siquiera sabía quién era)-. Vete a hablar con él.
-Cuando acabe el capítu...
-O si no te confisco el libro -me cortó.
Puse mi peor cara pero me levanté de la toalla. Quitándome la arena que se me había pegado a los brazos me acerqué al chico en cuestión.
-Hola, ¿quién eres? -me saludó.
-Sólo ignórame -le ordené mientras me sentaba a su lado y miraba también las olas.
-¿Vale? -dijo para nada convencido.
Estuvimos unos cuantos minutos en silencio hasta que él decidió que ya llevábamos demasiado tiempo sin hablar.
-¿Puedo saber por qué quieres que te ignore? -preguntó.
-Porque no quiero hablar con nadie -le dije.
-Yo no soy nadie.
Esa frase hizo que me girara hacia él de golpe.
-¿He dicho algo raro? -dijo curioso.
-En absoluto -respondí con una pequeña sonrisa.
Y desde ese día se convirtió en uno de mis mejores amigos.
Pero ya se sabe que la distancia mata amistades, llevábamos meses sin siquiera cruzar una palabra, ¡pero ayer me llamo!
Qué gran avance.
¿Verdad que sí?
Lo importante es que me ha asegurado que este año va a volver a la playa, por lo que volveré a verlo.
Pero mientras tanto tengo que aguantar a los de mi clase, quienes siguen con el temita de que el imbécil y yo estamos juntos.
Dirás: tampoco es para tanto.
¡Pues sí que lo es! A fin de cuentas es imbécil.
¿Crees que eso es una razón de peso?
Pero es que no sabéis la que han liado...
* * *
-¿Podéis parar de discutir? -dijo Miriam cansada de repetir lo mismo cada diez minutos.
-¡No sabes ni dividir! -se metió conmigo Leo.
-¡Y tú no sabes hacer gráficas! ¿No ves que esto es una parábola? -me metí con él.
-Callaos, por favor -siguió pidiendo mi compañera.
-¡No! -constamos ambos al unísono antes de volver a ponernos a discutir.
Y así todos los días.
Pasó media hora en la que todavía no habíamos llegado a un acuerdo antes de que Miriam se pusiera entre nosotros y nos enseñara una hoja de su cuaderno.
-¿Y esto es...? -comenzó Leo.
-Una hoja, ¿no lo ves? -le respondí.
-Te recuerdo que la cateta eres tú, no yo.
-Imbécil -murmuré.
-¿Me vais a dejar hablar o no? -preguntó Miriam antes de cruzarse de brazos. Tanto Leo como yo asentimos-. Esto -señaló la hoja- son unos papeles de divorcio.
-¿Qué? -pregunté sin comprender nada.
El imbécil, por su parte, optó por reírse un poco al ver mi cara.
-Y los váis a firmar. Tú aquí -señaló a Leo y a un pequeño recuadro- y tú aquí -hizo lo mismo conmigo-. Venga, que no tengo todo el día.
Entrecerré los ojos mientras el imbécil estampaba su firma en el papel. Yo, segundos después, hice lo mismo.
-Parece que ya no estamos casados -dijo él intando bromear.
-Nunca lo hemos estado -contesté enfadada.
Él sonrió un poco y volvió a lo suyo, ignorándome.
* * *
A lo que iba, que Rodrigo me había llamado y que le había contado todo lo de mi clase.
Y no os imagináis lo tranquila que me había quedado.
En apenas tres semanas lo volveré a ver. ¡Podré volver a reírme de él mientras intenta hacer los deberes de verano y no le salen!
¿Y tú te consideras una buena amiga?
Claro que sí, conciencia. ¿Para qué están los amigos si no es para meterse unos con otros?
¡Hola de nuevo!
Muchísimas gracias por el apoyo que le estáis dando a esta novela (apenas la publiqué esta semana y ya tiene más de cuatrenta lecturas). No sé qué haría sin vosotrxs.
Y ahora a lo importante...
¿Qué os parece? Ayuda mucho que digáis opiniones al principio, más que nada por saber si cambio algo y toda la historia se modifica.
Se os quiere 🥰
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