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Capítulo 40

          ||Capítulos finales||

Hace frío esta noche, mis manos apoyadas en la pared de la azotea juegan entre sí y tiemblan.
Oigo sus pasos acercarse y su perfume llega a mis fosas nasales.
No sabe qué decir pero yo lo tengo muy claro.

—¿Cuando sucedió? —Son dos simples palabras, lo significan todo.
—Empezó después del disparo.
Tenía sueños... creía que eran sueños nada más.
Tu risa, la oficina, los anillos, aquel dibujo de una calle lluviosa.
Pero hace unos días... saliste a desayunar y yo quise limpiar tu habitación, ví lo desordenado que estaba tu armario y luego ví que algo sobresalía del estante de arriba.

«Era una hoja y cuando tiré de ella, me cayeron tus pinturas encima.
Cada gota de esa pintura era un recuerdo que llegaba a mí.
Y de repente todo tuvo sentido.
La "S" de mi anillo, que me rescataras en la nieve, que me ayudaras cuando salí del hospital, el vestido de novia, que supieras lo de los ascensores... —No quiero que deje de hablar porque cuando lo haga, me tocará la siguiente pregunta. Y esa no quiero hacerla.

—...La pregunta, Sierra, es ¿cuándo pensabas decírmelo? —Suelto una risa hueca.
—Nunca, claro. ¿O acaso querías que lo hiciera?
Porque podría haberte soltado sin más "tú y yo nos conocemos porque íbamos a casarnos pero nunca apareciste" y torturar a tu mente confusa.
Pero no lo hice, perdona por tener algo de empatía. —Ahora es él quien ríe.

—No sólo "tuviste empatía" también lo hiciste por ti. —Y esas palabras calientan mi alma.
—¡Pues sí! Porque tuve suficiente aquella vez, no quería revivirlo.
¿Te parezco egoísta, Asli?
—Aunque he alzado la voz, no me atrevo a mirarle.

—No, no me pareces egoísta pero quiero que lo hagas.
Haz la pregunta, Sierra, vamos.
Resolvamos nuestro asunto pendiente. —Niego, mis ojos se llenan de lágrimas y me preparo para bajar de éste lugar.
Pero sus brazos me lo impiden.
—Vamos Sierra. —Me anima, una vez más.

Y comprendo entonces que no tengo forma de salir de aquí sin tener esta conversación primero.
—¿Qué quieres, Asli? ¿Quieres que te pregunte por qué te fuiste? ¿Si fuiste un cobarde, un egoísta o es que no me querías? —Suelta mi agarre.
—Tú no lo entiendes, Sierra.
No lo entiendes. —Me repite.
Pero he tenido suficiente.

—Me dejaste en mitad de la nada, con mi vestido de novia esperando horas por ti.
Delante de cien personas que nos esperaban.
Pero no llegaste, Asli.
Te esperé pero nunca llegaste.
Me abandonaste. —Ahora sí le miro y cada una de mis palabras es una aguja que se clava dentro de él.

—¡Tenía miedo, Sierra!
—Exclama. —Tú sabes la verdad sobre mí. Sabes que no soy huérfano de verdad, que mis padres me abandonaron a los tres años en la puerta de un hospital.
Cuando conocía a ese lugar, todo en lo que pensaba era en que saldría mal.
Pensaba en ti, en la familia que querías tener y en como si salía mal, volvería a perder.
No quería perder otra familia Sierra y estaba aterrorizado.
Así que sí, fuí un cobarde.
Preferí marcharme antes de que sucediera. —Maldita sea.

—¡Pero yo no iba a dejarte, Asli!
—¡Ya lo sé, Sierra! Pero daba igual, seguía teniendo esa voz dentro de mi cabeza diciendo que de un modo u otro, te perdería. —Paso las manos por mi cabello.
—Al final tenía razón, me perdiste. —Camino de largo pero se adelanta a mi y susurra "espera".

—¿Sabes cuánto tiempo me costó avanzar? ¿Sabes cuántas noches lloré hasta quedarme dormida intentando encontrar una respuesta?
Me torturaba, creía que era mi culpa y buscaba algo que hubiera hecho mal. —Hago una pausa.

—...He tenido más que suficiente, Asli. Vete. —Le pido y ésta vez sí, camino lejos de él.
—¡Regresé, Sierra! Pasé dos malditos años pensando en lo estúpido que había sido pero aquella mañana, tomé un vuelo y volví.
¡Por eso llevaba el anillo!
Tú eras mi asunto pendiente. —Mis labios comienzan a distinguir el sabor a sal.
No puedo quedarme allí pero tampoco marcharme.

Le oigo caminar hasta mí, detiene mi huida una vez más y su mano se pone sobre mi brazo.
—Volví para pedirte perdón, para que supieras cuanto lo sentía. Pero tuve ese maldito accidente. —Me habla despacio, pegado a mi rostro.
—Y mi número seguía siendo tu contacto de emergencia.
—Sonríe entre lágrimas.

—Sí. No podía cambiarlo.
Cambié de número, de móvil y hasta de país pero seguiste siendo mi número de emergencia.
Y mi fondo de pantalla y la foto en mi coche. No cambié nada, Sierra. No podía. —Deshago su agarre y camino escaleras abajo.

—Sierra... ¡Sierra!
—Tienes que irte, Asli.
Vuelve a Dublin, a tu casa, a tu vida. Deja de regresar a la mía y sólo vete.
—Mi vida no está allí, está aquí. No voy a marcharme otra vez. —Las llaves se me caen al suelo cuando intento abrir la puerta, mis manos temblorosas van a recogerlas.
Pero Asli se adelanta y me las da y me odio un poco más por eso.

—No me importa donde esté tu vida. Sé donde no está y es aquí. Ya no. —Rodea con sus dedos mi muñeca.
—Sierra, por favor. —Me zafo con brusquedad de su toque.
—¡No me toques! —Voy hasta su habitación y de debajo de su cama, cojo su maleta.
La lleno con su ropa y algunas de mis lágrimas sin tener ningún tipo de cuidado, apretujando todo tanto como me dan las fuerzas.

—¿No vas a escucharme?
¿Acaso este tiempo juntos no importa nada? —Suelto una carcajada que suena nasal.
—Importaba cuando creía que eras el chico al que rescaté aquel día, en el hospital.
—Y claro que lo soy, también soy tu ex jefe. —Me recuerda.
Pero yo también tengo algo para recordarle.
—...Y el hombre que no me amaba lo suficiente. No te olvides de ese último. —Cierro la cremallera, pongo la maleta en el suelo y se la entrego

Entonces aprovecha para tomar mi mano.
—Te amaba más que a nada en este mundo. Te amaba tanto que tuve demasiado miedo a perderte y por tener miedo a perderte, te perdí.
—Me deshago una vez más de su agarre y le empujo en dirección a la puerta.

—¿Y qué pretendes ahora? Dejame en paz y sigue.
Ya no me necesitas y no te quiero en mi vida. —Suelto, contudente y en un intento de mantener algo de mi dignidad. Sale hasta la puerta y voy a cerrarla pero pone la mano.
—Mírame. —Y cuanta estupidez la mía, lo hago.

—Me conoces, sabes que no soy del tipo que comete el mismo error dos veces.
Te perdí una vez, Sierra.
No voy a perderte una segunda.

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