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Capítulo 34

Un sonido extraño me despierta en mitad de la noche, los recuerdos de la última vez que algo así sucedió me perturban.
Me pongo de pie cual ninja, en mis manos agarro un paraguas.
Pero lo que veo es como Asli sale de su habitación, coge las llaves y se marcha.

¿Se marcha? ¿a dónde va en mitad de la madrugada?

Me pongo mis zapatillas en menos de un minuto y una chaqueta que encuentro por el camino, agarro mis llaves y salgo de la casa.
Me cuesta encontrarle, casi le pierdo el rastro pero le veo doblar la esquina.
Corro tras él, llegando para pegarme justo detrás.

Camina y camina sin cesar, pasando calles sin mirar a ningún lado salvo en línea recta y no tardo mucho en darme cuenta de a donde se dirige.
Tiene sentido y al mismo tiempo, no.
¿Podría ser posible que realmente se dirija allí?
¿lo recuerda, acaso?

No parece dudar, avanza sin miedo y con seguridad en cada paso.
Entonces llegamos por fin.
Se aprovecha de la escalera exterior del edificio y sube por ella.
Yo subo tras él, acabamos en la azotea.

Una ráfaga fría me hace temblar y hago que mis pasos se vuelvan más cortos y sigilosos cuando estoy más cerca de él.
Asli apoya sus manos en el muro de la azotea, mira hacia abajo y luego fuera de ésta.

A un escaso metro de él, hay una mancha de pintura.
Pintura amarilla, para ser más exacta.
La que estaba utilizando aquel día para pintar el atardecer de esta ciudad.
Nunca antes había dejado el suelo manchado pero aquel día estaba tan nerviosa que lo olvidé por completo.

—¿Asli? —El muchacho da un giro de ciento ochenta grados para mirarme.
—¿Sierra? ¿me has seguido?
—Me acerco un paso más a él.
—Te escapas en mitad de la noche, sin decir nada y sin dejar ninguna nota. Me despiertas y me asusto.
¿Qué querías que hiciera?
—Suspira.

—Tienes razón, lo siento.
Pero necesitaba salir. Había algo dentro de mi pecho... tenía que venir aquí. No me preguntes porqué pero creo que este lugar es importante.
Lo era, al menos. —Doy otro paso más hacia él.
Y por alguna extraña razón, siento que los metros que nos separan son una metáfora más de las tantas que hay sobre nosotros.

Estamos tan cerca, está tan cerca de la verdad.
Y al mismo tiempo, nunca antes ha estado tan lejos de ella.

—Esto empieza a ser peligroso, Asli. Te pones en riesgo demasiadas veces y yo no puedo seguir corriendo detrás de ti por toda la ciudad cada día. —Soy honesta, siento que esto tiene que parar.
Tarde o temprano, no podemos seguir así.

Se lleva las manos a la cabeza, se quita la capucha y despeina -aún más- su pelo negro.
Luego posa ambas en su nuca y cierra los ojos.
Está meditando pero no sólo su respuesta si no su siguiente paso.
Y al final, habla, se decide.

—Mañana voy a ir a terapia.
—Tomo una bocanada de aire que sabe a gloria, aliviada ante la noticia.
—Esa es una buena idea.
—Asiente y vuelve a girarse.

Me acerco hasta ponerme justo a su lado.
—Hay unas vistas increíbles desde aquí. —Comenta. Sonrío porque es cierto.
Me gustaba vivir aquí por las vistas, podías ver toda la ciudad y pintar tanto como tus ojos te permitieran.
—¿Sabes? Este edificio es el más alto de la ciudad, no hay ningún otro de su misma altura. Sólo más pequeños.
—Me mira y a la luz de la luna, tengo la sensación de que su rostro es aún más hermoso.

Pero siento lo mismo cada vez que le veo, así que tal vez no es cosa suya ni de la luna
sino mía.

—Ahora entiendo que las vistas sean tan buenas desde aquí. Es casi a vista de pájaro. —Ríe.
—Siempre me gustaron los edificios altos. Tal vez lo haga algún día, ¿sabes? Vivir en uno como estos. Pero aún más alto. Tan alto que pueda rozar las nubes. —Exagero, levantando mis brazos tanto como puedo.

Pero el moreno no responde, no dice nada. Se dedica a mirarme en la oscuridad de la noche.
Me observa de tal manera que siento vergüenza y mis mejillas se vuelven rojizas.
—¿Nos vamos? —Mi voz se entrecorta por momentos.
Pero sigue sin responder.

Tiene una sonrisa del tamaño de este edificio y la luz de sus ojos se asemeja a la de las estrellas. Y eso duele, duele dentro de mi alma porque yo conozco ese brillo.
Lo reconocería en cualquier parte, en cualquier momento.
—Asli. —Mi tono se vuelve más serio y avanzo sin que responda, sabiendo que me seguirá.

Me meto en mi cama y cuando me despierto el día siguiente, Asli ya se ha ido a la terapia.
Entonces llamo a Seth, curiosa por saber que quería de mí el otro día.

—Trabajabas con nosotros incluso antes que el propio Asli, Sierra. Estoy recomenzando y sabes que me gustaría contar contigo. —Mordisqueo el interior de mi mejilla.
Sé lo que quiero pero no sé como decírselo.
—Lo entiendo, Seth. Sabes que me gustaba trabajar allí pero ahora... ahora no siento que quiera hacerlo. Disculpa.
—Utilizo mi tono más suave.

No tienes que disculparte pero promete que vas a pensarlo. Y llámame. —Le doy una sonrisa que no ve al rubio y corto la llamada.
Un rato después, mientras cocino algo rápido, oigo las llaves de casa.

Asli entra, cabizbajo y aparentemente abatido.
Frunzo el ceño.
—¿Asli? —Me mira y se deja caer en el sofá, boca abajo.
—He estado en la terapia, una terapia de grupo. —Impaciente, me siento en el suelo, junto a él.
—¿Y?

—Había una mujer... se cayó por las escaleras hace quince años. No ha recuperado su memoria. Tenía un esposo y dos hijos pequeños, ha seguido con ellos.
Y les quiere, Sierra porque han pasado quince años.
Pero cada día les mira y ¿sabes qué? en su corazón, todavía les siente como extraños. —Siento una punzada en mi pecho.

—...También había otro hombre. Él sí la recuperó. Dos años tras su accidente descubrió que tenía una esposa y una hija.
Pero durante esos dos años, se había enamorado de otra mujer y había tenido otro hijo.
Entonces le tocó decidir a cual de las dos quería más, con cual de sus hijos quería estar.
—Escucho con atención hasta que acaba de hablar.

—¿Y qué piensas tú, Asli?
—Aplasta su cabello contra su frente.
—Tengo miedo, Sierra.
Si recuerdo, me arriesgo a perder lo que tengo ahora.
Pero si no lo hago, siento que estoy perdiendo algo demasiado importante.
No quiero tener que elegir.
—Humedezco mis labios.

—¿Sabes, As? tú me has enseñado algo. Es que no existe el presente ni tampoco el pasado, todo lo que tenemos es el ahora. Y tal vez recuerdes, en quince días, en quince meses o en quince años. O tal vez nunca.
Pero no importa porque lo único que importa es lo que quieras ahora.
Así que piensa Asli. Dime que quieres ahora.

Parece pensarlo pero siento que su respuesta en el fondo, la tiene clara.
Intento ayudarle pero no sé como hacerlo sin implicarme.

—Sé lo que quiero, Sierra.
Quiero mi vida ahora.
Quiero a Seth, a Rubí.
Te quiero a ti.

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