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Capítulo 32

Pesadilla:
nombre femenino
1. Sueño desagradable que produce angustia, ansiedad, miedo o terror.

Para el resto del mundo, una pesadilla es un mal sueño del que despierta sudando, asustado y confuso.
Como cuando sueñas que alguien te persigue en mitad de la oscuridad o que corres pero no logras avanzar.

Pero para mí, mi mayor pesadilla es una mujer de no más de metro y medio y sesenta kilos de peso a la que llamo -pocas veces- "mamá".

No quiero que se me malinterprete, adoro a esa mujer pero a veces puede llegar a ser algo... insufrible.

¿Y por qué estoy hablando de mi madre en este momento?
Bueno, como toda historia, comencemos por el principio.

Repaso la línea de mis ojos y lo único que me queda es el labial y el perfume.
Hago estas dos últimas cosas y me dispongo a salir de casa, he quedado con Seth quien ha insistido mucho en verme esta mañana.

Desde el baño, oigo el ruido que provoca el cepillo eléctrico de Asli, levanta su mano derecha para saludarme y yo le doy los buenos días de la misma manera.
El timbre suena, pienso que seguramente sea Rubí.
Pero cuando miro por la mirilla, no veo a nadie.
Y sólo conozco a una persona en el mundo que pone el dedo sobre la mirilla.
Oh, dios.
Ella está aquí.

Mis ojos se abren convirtiéndose en bolas de billar y corro hasta mi baño.
—¡Escupe, Mersin! —Lo digo en un susurro.
Oigo unos nuevos golpes en la puerta.
—¡Ya voy! —Vocifero.

—¿Qué pasa, Sierra? —Pongo mi mano sobre su boca y le impido hablar de esta manera.
Tiro de su brazo y le llevo hasta el armario de su habitación.

En un segundo, tiro toda la ropa al suelo ante su atónita expresión y vuelvo a tirar de él, esta vez para meterle dentro.
Casi no cabe.

—Mi madre está ahí fuera y no quieres conocerla, hazme caso.
Guarda silencio y no salgas del armario, ¿vale? —Su rostro es todo un poema.
—No estoy entendiendo ni una palabra. —Río con nerviosismo.
—Mucho mejor, tú quieto aquí.

Cierro las dos puertas, respiro hondo y moldeo un poco mi cabello.
Luzco mi mejor sonrisa y abro la puerta.
Cuando tras ella, me encuentro con mi progenitora, hago mi mejor expresión fingida seguido de un "¡mamá!"

—Sierra María ni se te ocurra mentir a tu madre, sé que sabías que era yo porque te enseñe a mirar por la mirilla antes de que llegaras al metro de estatura.
—Ay dios, ya empieza.

—Por dios mamá, no me llames así.
¿Por qué no puedes decirme que me quieres y que me echas de menos como todas las madres? —Pone sus brazos en jarra y entonces me fijo en la bolsa que lleva en sus manos.

—Te quiero, te echo de menos, te he traído tarta de chocolate y no me cambies de tema.
—Ruedo los ojos
—No te he cambiado de t-
—¿Por qué tu casa huele a perfume de hombre? —Me interrumpe y oh oh, buen olfato señora Gallway.

—Porque me gustan los perfumes de hombres.
¿Y por qué no ha venido mi padre? —Contraataco con otra pregunta. Alzo una ceja y ella hace lo mismo en nuestro pequeño duelo de miradas.
Entonces suspira y niega.

Deja la bolsa con la tarta sobre la mesa del salón y se sienta.
—Tu padre y yo nos vamos a separar. —Podría decir que esa noticia impacta dentro de mi alma pero lo cierto es que no.
Lo veía venir desde hacía mucho tiempo y me alegro de que por fin se hayan atrevido.
Me siento junto a ella.

—Ya era hora, mamá. Debería haber pasado hace mucho tiempo. —Apoyo mi brazo en su hombro.
—Tienes razón, hija.
Tu padre y yo fuimos separados por el tiempo, el trabajo y nuestras vidas en general. Le quiero y siempre lo haré, él me dió a las dos personas que más amo en el mundo, pero ya no le amo.
—Me da una sonrisa de calma.

—Algunos amores son como las estrellas; duran algún tiempo hasta que mueren.
Pero dime ¿cómo estáis vosotros?  —Alza el dedo pulgar en el aire.
—Estamos muy bien, somos amigos ya lo sabes. Aún vivimos juntos, tu padre ha decidido ser quien se mude y como tú tienes algunos contactos, pensamos que podrías ayudarle a encontrar algo. —Repaso mis dientes con la lengua, pensando en alguien que pueda ayudarme con eso.

—Tengo contactos, sí. Encontraré algo para él, no te preocupes. —A continuación, mi madre da un salto en su lugar, emocionada.
—¡Ahora háblame de ti! me ha contado un pajarito que te despidieron de tu trabajo.
—Aprieto los labios.

—Pues te han contado bien.
—¿Y cuando piensas trabajar de nuevo? —Mamá...
—Mamá no me presiones.
Me despidieron hace unos meses, no me apetece volver a trabajar ahora y tampoco me hace falta. Dame espacio, por favor.
—Intento razonar con ella.

—Sierra hija, entiendo que sea difícil trabajar en otro lugar después de la compañía Massier y el D-
—¡No quiero trabajar ahora, mamá! —Me veo obligada a detenerla antes de que siga hablando.

Parece algo molesta pero sigue con su interrogatorio.
—Bueno bien, dejaré el tema del trabajo. Pero no pienso irme de aquí sin que me cuentes porqué huele a perfume masculino.
—Que hartazgo de mujer, señor.

—¿Otra vez? —Resoplo.
—Si estás saliendo con alguien, quiero saberlo.
—Pero no estoy saliendo con nadie. —Y aún así, la mujer no para. Vuelvo a hablar, haciendo otro intento.
—Mamá, ¿has venido a verme o a darme una reprimenda?
—Ella se encoge de hombros.

—En realidad he venido a pedir ayuda para tu padre pero me gustaría darte un consejo, hija.
Cuando tengas tus propios hijos, recuerda que nunca es mal momento para una reprimenda. —Ignoro sus palabras y palmeo mi frente.
Pero no pasan más de diez segundos antes de que vuelva a la carga.
—¿Y cuando piensas salir con alguien? No has tenido pareja desde A-

Y una vez más, sus palabras pueden causarme problemas y tengo que detenerla.
—¡No quiero novio, mamá!
—Ésta vez sí se molesta, se cruza de brazos.
—No vuelvas a interrumpirme, Sierra María y cuéntame la verdad si no quieres que la busque por mi cuenta.

Se pone de pie y sé que mi madre es el tipo de persona que cumple sus amenazas.
Así que tomo una decisión apresurada y que también me traerá problemas.
Pero menos... creo.
Perdón, hermana. No tengo otra salida.

—¡Rubí ha roto con Darcy!
—Sus pasos se detienen de golpe y se voltea a cámara lenta, como si de una película se tratara.
—¿Qué? —Pongo mi mejor cara de ofendida.
—¿Puedes creerlo? a ti ni te lo ha contado y a mí me lo contó semanas después.
¡Es una descarada! —Y de golpe, mi pobre Rubí pasa a ser el centro de atención.

—¿Pero esta vez es de verdad? Porque hace un par de años, se separaron algunos meses.
—No, está vez es de verdad y no nos lo había dicho.
Ella sí se merece una buena reprimenda. —Echo más leña al fuego, caminando hacia mi puerta. 

—Tienes razón, hija. Y voy a dársela. No pienso esperar un minuto antes de ir a su casa.
—Asiento con autoridad.
—Y yo no pienso esperar un minuto antes de darte su nueva dirección.

Mi creadora sale por la puerta y yo cierro sin dudarlo, habiéndole pasado el problema a mi hermana.
Va a matarme pero prefiero su bronca a la de mamá.

Ay dios, Asli. Pobre hombre, atrapado dentro de un mueble en el que ni siquiera cabe.
Camino a su habitación y según me voy acercando, oigo algo dentro del armario.
Frunzo el ceño, extrañada.

Cuando abro la puerta, el moreno cae de espaldas con ambas manos en su barriga y de su garganta, escapan decenas de carcajadas.
Su rostro está muy enrojecido y no parece poder respirar con normalidad.
Pero tampoco parece poder dejar de reír.

—¿As? —Llamo su atención.
—Tú... -Intenta hablar pero sólo balbucea y vuelve a reír sin control alguno.
Me agacho hasta quedar sentada a su lado y espero paciente hasta que el ataque de risa se le pase.

Toma aire profundamente y me mira, su rostro lleno de lágrimas.
—¿Te llamas... Sierra María?
—Y otra vez, explota en carcajadas.
Le pego en el brazo.
—¡No te burles! —Se pone serio durante tanto tiempo como le es posible antes de responderme.
—Vale, Sierra María.

Maldita sea, mamá.
Muchas gracias.
Y maldito seas tú, capullo.

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