Capítulo 30
Unos tibios rayos de sol entran por la ventana, abro los ojos muy despacio para acostumbrarme a la luz.
No puedo moverme, me duele todo el cuerpo y más allá de éste.
Junto a mi cama, mi hermana acomoda mi ropa dentro de la maleta negra que traje.
—¿Rubí? —Mi voz es un fino hilo que se escucha sólo si prestas mucha atención.
Y la cabaña está en total silencio así que me oye.
—No te muevas, cariño. —Se acerca a mi y toca mi mano, me impide levantarme.
De la mesilla junto a la cama coge un vaso de agua y una pastilla.
Me ayuda a tomar ambas cosas.
—¿Asli? —Hace un gesto con sus manos, poniendo ambas bajo su cara, queriéndome decir que sigue durmiendo.
—Está bien, no te preocupes por él. Está vivo y es gracias a ti.
—Me sonríe pero sé que está esperando a que me recupere antes de darme una gran charla sobre como debería haber intentado avisar al guía y no haberme marchado de esa manera.
Entonces yo le diré que lo pensé pero que no teníamos forma de contactar con el pueblo.
La realidad es que no lo pensé.
Ella me reprochará ser tan impulsiva e idiota y llorará porque tuvo miedo de perderme.
Y así acabará nuestra conversación.
—Lo sé. No hace falta que lo digas. Lo sé. —Pronuncio, doy otro trago al agua y vacío el vaso.
Me lo quita de las manos con suavidad y lo pone en el sitio en el que estaba antes.
—No voy a decirte nada, Sierra. Porque tú ya lo sabes y eres mayor para decidir lo que quieres hacer. —Nos quedamos mirándonos, no hace falta que le diga nada.
Va a salir de mi habitación pero antes de hacerlo, añade:
—Sólo te pido que tengas cuidado, Sierra. Porque no quiero ser hija única. —Y la puerta se cierra tras ella.
Sus palabras calan hondo en mi corazón y durante un segundo, mi vista vuelve a emborronarse.
Rubí tiene razón pero, ¿qué más podría haber hecho?
Pasan un par de horas, mi hermana vuelve a entrar para recoger más cosas.
—Ve a la ducha y a vestirte, nuestro avión sale en seis horas. Vamos a regresar a casa. —Me anuncia y siento mucha calma al oír sus palabras.
Todo lo que quiero es volver y dormir en mi cómoda y acogedora cama.
Salgo de ahí y agarro una toalla que mi hermana ha dejado para mí.
La puerta del baño está cerrada, agarro el pomo y cuando voy a abrirla, otra fuerza tira de ésta hacia atrás, impulsándome hacia adelante.
Mis manos se apoyan en lo primero que puedo y otro agarre se cierra sobre mi cintura.
Entonces abro los ojos, que por costumbre había cerrado, y de pleno me encuentro con unos negros que conozco a la perfección.
Mis manos están sobre su pecho desnudo y aún húmedo, bajo mi vista hasta ese punto y trago saliva.
—¿Sierra? —Vuelvo hasta su cara y entreabro la boca.
—Iba a... —No culmino la frase, señalo la ducha detrás de nosotros.
Él asiente, habiendo entendido mi gesto.
Pero no me suelta, yo no aparto las manos de su pecho y ninguno de los dos se mueve.
El tiempo, como la temperatura del lugar, se congela a nuestro alrededor.
Y mis ojos no dejan los suyos.
Porque no puedo, ni mucho menos quiero.
—¿Sierra? —Una voz a mi espalda habla, rápidamente cambio mi postura, Asli sale del baño y yo me giro para mirar a Seth.
—¿Estás bien? —Asiento y sonrío.
—Lo estoy, gracias
¿Está todo listo para irnos?
—Larga un suspiro.
—Lo está, sólo faltas tú.
—Bien, voy a ducharme. —Me despido de él y hago lo acordado, me tomo bastante tiempo en salir de la ducha y cuando lo hago, ya todos se encuentran esperando.
Me visto en minutos, la tormenta ha cesado por completo y un sol poco cálido está en lo alto del cielo.
Llegamos hasta el aeropuerto y las horas pasan antes de que nos llamen para embarcar.
Nos sentamos de la misma forma en la que vinimos, Seth y Rubí y Asli conmigo.
La primera hora pasa de una manera muy tensa, no hablamos ni nos comunicamos de ninguna manera pero al final, Asli acaba rompiendo el hielo.
—¿Cuántas veces piensas salvar mi vida? —Una risa tonta se desliza fuera de mi boca.
—¿Cuántas veces piensas poner tu vida en riesgo? —Se relaja, enseñando un poco sus dientes y parece pensarlo de forma fingida.
—No lo sé pero creo que me quedan unas cuatro o cinco.
—Matiza con sus dedos.
—Pues vas a tener un problema, Asli Mersin.
Porque por cada vez que pongas tu vida en riesgo, yo estaré ahí para salvarte.
—Traga saliva.
—Está bien pero creo que eres tú la que tiene un problema.
Porque estás haciendo que quiera nunca dejarte, Sierra Gallway. Y creo que ese es un camino sin retorno. —Nuestras manos se cruzan en el camino entre ambos asientos, la suya se posa sobre la mía y todo lo que falta, es mi anillo de compromiso.
Pero no está, no lo veo en mi dedo. Y entonces el pasado vuelve a golpearme y me recuerda que siempre ha estado ahí, nunca se fué del todo.
Algo se atora en mi pecho y una lágrima escapa a mi control.
Tengo que girarme para que no sea consciente de ello y me limpio con la manga de mi camisa.
El avión aterriza, tomamos un taxi y nuestros caminos se separan.
Rubí deja un beso en mi frente y un "llámame" antes de salir del vehículo.
Nuestra casa es la siguiente y última.
Cuando diviso mi edificio, le entrego el dinero al taxista y salgo del coche.
Cojo nuestras maletas del maletero y voy directa a casa, sin pronunciar más palabra que un "adiós".
Cuando por fin regreso a mi hogar, el olor a ambientador invade mis fosas nasales y sonrío ampliamente, por fin estoy de vuelta en casa.
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