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Capítulo 10

—¿Estás segura de esto? —Su cara asustada me provoca una risa.
—¿Tú no? ¡vamos Asli! sólo vamos a patinar un rato.
—Prometo pero no parece convencido.
—Unos de la talla 39 y otros de la talla 42. —Pido, la chica comienza a buscar los patines en la estantería que está justo detrás.

—¿Cómo sabes mi número de pie? —Me pongo pálida en un momento y carraspeo.
—¿Es el 42, no? dejas los zapatos tirados por la casa.
—Asiente.
—¿Me lo estás reprochando?
—La chica nos entrega los dos pares de patines.
—No. Póntelos. —Me siento y hago lo propio, ajustando los patines a mis pies.

Asli me mira e imita cada una de mis acciones, termina un poco después que yo.
—¿Listo?
—No.
—Genial, vamos entonces.
—Bufa.
Camino hasta llegar a la zona del hielo, humedezco mis labios con algo de miedo y me adentro en ella.
Doy un paso, dos, tres, cuatro...

—¿Asli? ¡Asli! —Me giro al comprobar que el moreno no me ha seguido.
Ni siquiera ha entrado en la pista aún.
Su cara de espanto mirando al hielo hace que me quiera reír en voz alta.
—¿Sierra? ¿qué haces? ¡vuelve! —Chasqueo la lengua.
—¡No! ven aquí, vamos. —Niega efusivo.

—No pienso entrar ahí dentro yo sólo. Ni lo sueñes. —Ruedo los ojos.
Regreso hasta donde él se encuentra.
—¿Ya? —Pero sigue sin moverse.
Con una mirada entiendo lo que quiere decir.
Estiro mi mano en su dirección, el joven no tarda en tomarla y respirar hondo antes de dar un paso hacia adelante.

Rápidamente retiro mi mano.
Pero mi movimiento no sirve de mucho pues cuando voy a dar un paso, su brazo se entrelaza con el mío con fuerza y agarra mi mano.
Trago saliva. 

—Asli. —Le reprocho. Pero me ignora.
—He dado un paso y conservo todos los dientes aún.
Tal vez esto no sea tan mala idea después de todo. —Río.
—¿Sabes que sería una mejor idea? que caminaras tú sólo, sin agarrarte a mí.
—No, gracias. Estoy bien así.
—Y refuerza su postura agarrando mi brazo más fuerte.

Entonces veo como su pierna se tuerce, suelta un pequeño grito y cae.
Pero está aferrado a mi así que su cuerpo arrastra al mío hasta el hielo.
Caigo de espaldas, no puedo hacer nada para evitarlo y un dolor agudo se hace presente en todo mi cuerpo.

—¡Asli! estúpido... —Lloriqueo.
—Yo me he caído primero ¿de qué te quejas?
—¡De qué me has arrastrado contigo! —Me pongo de rodillas y acabo por levantarme.
El chico hace lo mismo o al menos lo intenta pues su falta de experiencia hace que resbale de nuevo y caiga de culo.

Y ahora no me abstengo de reír.
Pero el karma me juega una mala pasada y todos los huesos comienzan a dolerme por el golpe.
—¿Por favor? —Casi suplica tras el segundo intento fallido de ponerse en pie.
Bufo.

Le doy la mano para ayudarle pero cuando hace otro intento, falla de nuevo y su cuerpo es más pesado que el mío.
Así que me arrastra de nuevo.
Caigo de boca esta vez.
—¡Asli! —Murmuro, de cara contra el suelo. Y de fondo le oigo reír.
—Lo siento, Sierra. —Pero suena entrecortado por sus carcajadas.

Desde mi extraña posición alcanzo a ver sus ojos.
Sus mejillas rojas por el frío, sus ojos casi cerrados mientras tapa su boca con sus manos.
No puedo evitar sonreír y que mi pulso se vuelva loco.
Abre los párpados y me pilla de pleno, susurra un "¿qué?" al que respondo con una "nada" y entonces comenzamos a reír.

—O te levantas por ti mismo o por mí puedes quedarte todo el día ahí. —Amenazo, señalándole con el dedo
mientras me levanto.
Al final lo acaba por conseguir y se esfuerza por alcanzarme en mitad de la pista.
—Esto no es tan horrible como pensaba. De hecho, es bastante divertido si le quitas los golpes. —Sonrío.

—Antes solía venir mucho.
—¿Ah, sí? ¿con quién?
—Curiosea.
—Pues con Rubí, cont...-me callo a mi misma. —...con Tara.
—Sé que Rubí es tu hermana pero ¿quién es Tara? —Muerdo el interior de mi mejilla buscando algo qué decir.

—Tara era una amiga... una antigua amiga en realidad.
No la he visto en mucho tiempo pero esa es otra historia.
—Asiente despacio.
El moreno se detiene en seco y yo imito su acción.

—¿Qué sucede? —Rebusca algo en sus bolsillos mientras su cara se va transformando.
—No encuentro el anillo.
—Entonces se me ocurre algo que ha podido suceder con la joya.
—Tal vez se cayó allí atrás.
—Señalo detrás de nosotros y Asli no tarda en acudir al lugar.
Le sigo.

Se pone de rodillas en el hielo y busca con sus ojos.
—Ahí está. —Señalo el lugar cuando mis ojos finalmente dan con él.
—Menos mal. —El hombre lo agarra entre sus dedos y lo observa detenidamente durante unos segundos.
Luego lo guarda en su bolsillo y se pone en pie pero su expresión ya no es la misma que antes.

—¿Estás bien? —Le corto el paso, poniéndome delante de él.
—No sé que hubiera pasado si lo hubiera perdido... —Se tapa la cara con ambas manos.
—¿Por qué ese anillo te importa? no significa nada para ti. —Se encoge de hombros y parece no querer responder pero yo necesito que lo haga.

Necesito entenderlo.

—Es que no lo sé, Sierra.
Técnicamente ese anillo no significa nada para mí, porque no puedo recordarlo o recordar a la persona a la que iba a entregárselo.
Pero hay algo dentro de mí...

«algo que no puedo explicar. Algo que me pide a gritos que lo mantenga cerca de mí. Sólo sé que hay algo que me conecta a ese anillo de una forma especial aunque no logre entenderlo.
Y sea lo que sea ese algo quiero aferrarme a él con todas mis fuerzas.

—No sé qué decir y aunque lo supiera, mi cerebro no le daría la orden a mi boca para expresarlo.
Le miro y mis ojos se llenan de lágrimas al hacerlo.
Disimulo lo mejor que sé, no puedo permitir que me vea de esta manera.
Ni que sepa la verdad.

—Está bien, Asli. —Sonrío y palmeo un par de veces su hombro, aliviando el ambiente.
—¿Seguimos paseando?
—Claro. —Y así lo hacemos.

Mis manos en mis bolsillos, la cabeza algo agachada y un silencio absoluto entre nosotros mientras "Shallow" suena de fondo, ambientando la imagen.
Cuando regresamos a casa, entramos y pretendo ir directa a mi habitación pero mi mano es retenida por la de Asli.
—Sierra... —Susurra.

Sus ojos negros gritan más de lo que sus labios lo harán.
Y siento que la vida a mi alrededor se frena.
—Gracias. —Lo dice tan despacio que casi lo leo en sus labios. Da un paso hacia adelante y la distancia entre nosotros se vuelve casi inexistente. Y entonces, el timbre suena.

Aliviada, abro la puerta pero cuando lo hago, mi cara se transforma y la respiración se me corta al volver a ver su rostro después de tanto tiempo.

—Seth.

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