Capítulo 9 - Ofiuco
*Flashback*
Desde la muerte de Quirón, Asclepio se marchó a vivir junto con su padre, donde siguió estudiando e investigando su mayor afición, ya conocida aquí. Apolo no era el mejor de los padres, tampoco tenía una buena referencia paterna, lo bueno era que dejaba mucho espacio y libertad al chico, y algunas veces se acostaba a su lado a observar mientras el chico estaba observando líquidos y reacciones, pues Apolo también entendía de eso aunque ya había sido superado por su hijo.
También, la diosa Atenea se había interesado por la sabiduría y los conocimientos adquiridos del chico, y curiosa por todo lo que podía hacer, entregó de regalo al chico dos vasijas llenas de la sangre de la Gorgona Medusa, para que pudiese con ellas estudiar y llegar más lejos, algo que el chico agradeció ampliamente a la diosa... aunque lo que de verdad quería, era el veneno de la Hidra de Lerma, del que estaba convencido que era el causante de la muerte de Quirón... solo que ahora era imposible de conseguir.
En ese momento, Asclepio estaba en el hogar de su padre, probando cuidadosamente una mezcla que él creía que podría ser innovadora para reparar en cuestión de segundos el tejido y las células quemadas. Probando en la pata de un conejo herido y bajo la atenta mirada de la serpiente en su cuello, Asclepio aplicaba el ungüento con mucha concentración. Pero, en lugar de sanar la herida, notó al conejo más adolorido, empezando su herida a soltar pus, que Asclepio limpió rápidamente y también lo que le había aplicado.
- ¡Maldita sea! - se quejó, dando una patada a la mesa - ¡No, no es así!
Apolo, que estaba tumbado en una hamaca a su lado con los ojos cerrados, abrió uno mirando a su hijo con total seriedad, y luego mirando al cielo. Sabía que su hijo era muy perfeccionista y no se permitía fallar en lo más mínimo, si hablaba de medicina.
- Asclepio... pásame el carcaj y el arco - dijo tendiendo una mano.
Su hijo le miró, con los puños apretados, resoplando un poco y obedeciendo a su padre. El hogar del dios no tenía techo, pues el cielo y el calor del sol era bienvenidos a su hogar sin tapujos. Cuando Apolo tomó sus armas, sacó una flecha de su carcaj, poniéndola en su arco sin levantarse de la hamaca.
- Quirón seguro lo ha hecho mil veces, era muy bueno con el arco... pero no más que yo. Ahora observa bien lo que voy a hacer.
Poniendo la flecha en su lugar, agarrando su parte trasera con dos dedos, tensó la cuerda todo lo pudo, apuntando con el arco al cielo. Luego disparó con un sonido sordo, dejando una estela brillante sobre el cielo, pareciendo una estrella fugaz.
- ¿Lo viste?
- Es sólo el disparo de una flecha... - desvió la mirada restándole importancia.
- No quería que te fijaras en el disparo - dijo seriamente tomando otra, poniéndola en el arco de nuevo - Siempre que se mira una flecha, se da uno cuenta que tiene la forma perfecta para avanzar hacia delante, su fisionomía es así - comentó acariciando la flecha con un dedo - Pero sin embargo... - luego tensó el arco, apuntando al cielo, tirando de la cuerda y de la flecha hacia atrás - Incluso algo que está destinado a avanzar hasta su objetivo necesita ser impulsada, y para eso debe retroceder.
Luego el dios guardó su flecha, girándose y quedando tumbado de costado, mirando a su hijo.
- Tú eres una flecha, Asclepio. Tienes la fisionomía correcta para avanzar sin descanso al igual que la flecha, pero si tienes que fallar y retroceder, eso sólo te impulsará después más lejos.
Asclepio observó a su padre con curiosidad, escuchando y escondiendo su mirada avergonzada detrás de sus gafas y de su flequillo, rascando suavemente su brazo con incomodidad.
- Yo pensaba que... el haber retrocedido significaba la muerte de Quirón... y que de ahí ya sólo podría ir todo a mejor...
- La pérdida de uno de tus pacientes no es retroceder. Es una cuerda rota. Todas las cuerdas se rompen y hacen que las flechas caigan estrepitosamente al suelo. Depende de ti si te ves con fuerzas de reparar la cuerda y recoger la flecha del suelo.
Asclepio dio finalmente una pequeña sonrisa con un sonrojo cómodo ante las palabras de su padre, sintiéndose un poco mejor con todo eso. Él quería llegar lejos, muy lejos... más lejos que cualquier flecha que disparase su padre... aunque tuviese que desobedecer a Quirón. Él tenía un precioso don... que estaba deseoso por mostrar a los humanos y ayudarles. Era feliz con eso... y no pensaba que a otros dioses les molestaría eso.
*
Así fue como Asclepio encontró la felicidad haciendo algo prohibido: resucitar. Había llevado más allá eso de resucitar zorros, haciéndolo ahora con personas... personas con un nombre en la historia: Orión, el gigante reconocido del mito de Artemisa; Tindareo, rey de Esparta y padre de las famosas Helena y Clitemnestra; Hipólito, hijo del gran Teseo, el asesino del Minotauro... e incluso a Glauco, un monstruo del mar hijo de Poseidón.
Por ello, esas acciones llegaron rápidamente a oídos de Zeus por la boca de Hermes, que si había un chisme en Grecia, él era de los primeros en saberlo.
- Oh, así que mi nieto está resucitando muertos... - comentó con una mueca aburrida, pero también pensativo - Eso no está nada bien...
- Además que no debe olvidar que alguien se enojará mucho si ve que están saliendo almas del inframundo... - comentó el pelinegro a su lado.
- Oh, si, es cierto... ojalá que él no...
No pudo Zeus seguir con sus palabras, pues vio en el suelo del Olimpo formarse un vórtice negro, que hundía el suelo hasta el averno, y dio un sobresalto subiéndose al trono de pie, sabiendo que su hermano mayor estaba a punto de llegar, viendo llamas azules saliendo del vórtice.
- ¡Hermes, Hermes, rápido! ¿En qué estación estamos? - preguntó casi sin poder pensar.
- ¡Es inicios del verano, padre, no debe preocuparse! - le advirtió su hijo.
Zeus dio un suspiro de alivio, volviéndose a sentar en su trono. Conocía a su hermano Hades... bueno, a los dos Hades. Estaba el Hades furioso, poderoso e irritable... y el Hades deprimido, triste y apagado. Este último aparecía en la mitad del año que tenía que pasar con la ausencia de su esposa y era mucho más tratable y relajado que el Hades que tenía a Perséfone a su lado.
Del vórtice en el suelo apareció caminando lentamente una figura, delgada y ojeriza, oculta de la luz con una capucha ancha que podía dañar su piel blanca, dejando a su paso rastros de fuego azul que acompañaban su pelo, mirando desganado a su hermano y su sobrino, como si no hubiera dormido desde que estaba sin su esposa en el inframundo.
- ¡Hoooola, hermano mayor! - saludó Zeus agitando su mano - ¡Que bueno verte tan... mal! ¿A qué se debe tu visita en este mundo de luz y color?
Hermes le dio un codazo disimulado, con un cabeceo que era una pequeña regañina. Hades no se inmutó, teniendo el ceño algo fruncido, ajustándose su capucha para que la luz del exterior le diera lo menos posible con una expresión de pena en el rostro.
- Yo... - Hades bajó su mirada cansada, sin muchas ganas de hablar, siquiera, pero era un asunto importante - Llevo... algunos días que veo salir almas del inframundo sin mi consentimiento... - comentó con un hilo de voz.
- ¡Eso es un tema gravísimo! - al joven Zeus se le daba muy mal fingir sorpresa - ¡Pero tranquilo, ya encontramos al culpable! ¡Asclepio, el hijo de Apolo, es tan bueno en la medicina que es capaz de resucitar muertos!
- Resucitar muertos está mal... - comentó él mirando al suelo - Me quitan... las flores de mi jardín... me quitan a la familia que creo abajo... me quitan los regalos que me manda la vida...
- Tranquilo, tranquilo... te doy mi palabra de que no saldrá un alma más del inframundo sin tu consentimiento. Ahora mismo pienso aniquilar a mi nieto - Zeus se frotó las manos, sacando la lengua con una sonrisa - Veamos... de qué forma podría matarlo...
Hades le miró un momento, sin sorprenderse de los pocos escrúpulos que tenía su hermano a veces. Estuvo a punto de preguntar por cómo estaba Perséfone, pero negó suavemente con la cabeza, dándose la vuelta despacio para empezar a bajar las escaleras que había en el vórtice, yendo de nuevo al inframundo, cerrando esa entrada tras su paso, volviendo todo a la normalidad.
- Hemos tenido suerte de que Perséfone no estaba con él, padre... directamente nos hubiera envuelto en sus llamas azules y...
- Tranquiiiilo, Hermes... Hades es muy poderoso, pero yo lo soy más - él sonrió - Ya sé como matar a mi nieto.
No esperó mucho más, pues Asclepio estaba en el hogar de su padre, en su mesa de trabajo junto con su serpiente, y habiendo salido su padre al exterior a observar desde las alturas, no tardó más de un instante en que un rayo cayera del cielo, entrando por el cielo despejado del hogar de Apolo, impactando en su hijo y dejando una explosión en el lugar que destrozó todo su lugar de trabajo, dejando una humareda de polvo.
Apolo entró rápidamente, tapándose la cara como pudo, mirando alrededor, sin encontrar el más mínimo rastro donde unos segundos antes, Asclepio estaba de pie con una sonrisa. Ya solo quedaba una marca en el suelo oscura del impacto. Tanto él como su serpiente se habían ido, y Apolo empezaba a arder de rabia, desahogándose gritando el nombre de su padre con todas sus ganas.
La muerte de Asclepio y Valeriana no quedó ahí, pues ascendieron al cielo y se convirtieron juntos en constelación, al igual que una vez lo hizo Quirón... pero como castigo a ambos, quedaron al lado de la constelación del Águila, por ser el enemigo principal de las serpientes; y al lado de la constelación de Hércules, por ser aquel que más odiaba Asclepio.
Así apareció la treceava constelación, una que pocas veces se menciona: Ofiuco, o la Constelación de la Serpiente.
Tras eso, Apolo no tardó en presentarse ante su padre, guardando su furia y mal humor, pues sabía que era la peor manera de hablar con Zeus. Estando como siempre respaldado por su hijo el mensajero divino, Zeus aguardaba la llegada de Apolo.
- ¡Apolo, hijo mío! - le llamó con una sonrisa - ¿Qué te trae por aquí?
- Como si no supieras... - masculló aguantando su mal humor - Padre... devuélveme a mi hijo.
- Ah, sabía que querrías eso... - dijo rascando su nuca - Y yo que me había emocionado por una visita altruista tuya... Sabes que lo que hacía estaba mal, y le dejaste seguir. Tu tío Hades vino pidiendo explicaciones de por qué salían almas del inframundo sin su permiso.
- Devuélveme a mi hijo - repitió paciente - Pon la condición que quieras, pero bájale de ahí. He visto dónde le has colocado... y no parece decisión tuya.
- ¿A qué te refi...?
- Es obra de esa rata que siempre tienes a tu lado.
Y Apolo, fulminando con la mirada a Hermes, le hizo dar a este una sonrisa ladina disimulada, removiéndose en su sitio. Siempre supo que Hermes era un retorcido que estaba detrás de las decisiones más drásticas de su padre, y le molestaba mucho, porque además se hacía el inocente, y Zeus le protegía.
- Da igual de quién haya sido la idea, Apolo... - Zeus le calmó - Si tanto quieres a tu hijo de vuelta...
- No deberías haberle matado - le enfrentó - Has dejado al mundo sin el mejor sanador posible. No tienes ningún dios sanador, sólo a mí. Y que sepas, que a partir de ahora me niego en rotundo a practicar todo lo que tenga que ver con la curación. Así que trae de vuelta a mi hijo. Conviértelo en dios, pon la condición que quieras, pero sácale de ahí.
Zeus pareció meditarlo, y mientras, Apolo advertía con su mirada a Hermes que no se acercara a Zeus a malmeter o dar malas ideas, algo que el pelinegro sabía, y le devolvía una curiosa sonrisa.
- Vale... - terminó de decir Zeus no muy convencido - Él y la serpiente podrán volver... y serán dioses completamente... a cambio de... Asclepio nunca más podrá usar sus dones de curación, a menos que yo quiera. Tendrá que curar... como siempre se ha curado. Sus poderes se encerrarán... en algo, no se, un palo, una rama.
Con esa decisión improvisada, cerró el trato con Apolo, aunque sabía que esa condición para su hijo era como estar muerto en vida, era mejor que nada, ya que aún podía curar como tradicionalmente le enseñó Quirón, portando pues el esculapio, la vara con los poderes sanadores de Asclepio. Si, era consciente de que... su hijo no sería feliz si no podía usar sus poderes sanadores sin que le detuvieran.
*
Segunda pelea del Segundo Ragnarok - Asclepio VS Aníbal Barca
*
Aníbal acariciaba el mango de su espada corta con su pulgar, sin quitar su vista del chico peliverde, que apretaba sus dientes con rabia.
- Ah... Llevo tantísimos años sin usar una de estas... Espero acordarme - dijo mirando su reflejo en la hoja de espalda.
- ¿Tantos años muerto y no has vuelto a entrenar? ¿Que clase de general eres tú? - preguntó el dios.
- Uno que dejó de serlo cuando lo perdió todo - confesó - Y cuando morí, me dediqué plenamente a lo que no pude hacer en vida, pero si, también entrené y le enseñé a mi hijo a usarla. Tú que eres joven no serás mucho mejor que él... No eres un guerrero, o al menos uno muy básico.
- Hermana Hrist... - preguntó la menor tirando de la manga de su hermana - Aníbal... Tiene buen ojo, ¿Verdad?
- Yo... Yo no le conozco... - admitió con timidez.
- Bueno, puedo responderte yo...
Sasaki se acarició la barbilla, observando el combate. De todas formas, era él quien había elegido a Aníbal.
- ¿Señor Sasaki...?
- Me llamaron "el escáner definitivo" ¿No es así? Bueno, yo ni siquiera de que es un escáner aún... - dijo mirando al cielo - Bueno... Aníbal es como... Otro tipo de escáner o análisis. Es capaz de analizar el cuerpo y las cualidades de un rival con solo mirarlo. A él le gusta llamarlo...
LECTOR DE CICATRICES
- ... Y con solo un vistazo analiza su musculatura, cicatrices, posturas, posición base... Y desarrolla una teoría sobre las armas que maneja y las técnicas, además de su nivel de estrategia mirándole a los ojos. Solo que... Necesita unos minutos. Unos minutos que ha ganado usando una excusa de su senilidad.
- ¡Ah, cuando fue al lavabo! - ella le sonrió con los ojos brillantes - ¡Entonces seguro que ha tenido tiempo para idear una estrategia junto con la hermana Svipul sí ha analizado por completo a Asclepio.
- La verdad... - Sasaki se frotó la barbilla con un gesto algo infantil - La verdad no sé si lo ha analizado del todo. El arma que usa es bastante singular y única... Y si es un arma curativa, no dejaría huellas en su cuerpo si lo sana. Si él no está seguro de las cosas, no le gusta andar con rodeos y aprovechará la primera oportunidad. Ahora es una pelea de un anciano que lleva tiempo sin pelear pero tiene experiencia... Contra un joven con un buen físico y sin mucha experiencia.
*
De vuelta a la batalla...
*
- Me da curiosidad como alguien tan inexperto como tú entra a pelear por los dioses - comentó el anciano - Alguien cuyo cuerpo nunca probó el filo de una espada ni sabe el daño que produce.
- Son asuntos muy personales. A diferencia de ti, yo puedo matarte con mi arma o cualquier parte de mi cuerpo. Tú solo con lo que llevas en la mano.
- Bueno... Entonces será un honor ver cómo sanas...
Aníbal se colocó en posición, portando su falcata ibera en su mano derecha, con una cabeza de águila decorando su empuñadura, lanzándose en un momento a por el dios. Asclepio sintió pánico por un momento, pues era el primer golpe directo de Aníbal, sin contar las embestidas del elefante, y usó su propio bastón para bloquear la estocada, como si estuviese manejando una espada él también.
Una, y otra, y otra más era capaz de bloquear. Confiado en que solo debía prestar atención al arma porque era lo único que podía herirle, no recordó la enseñanza de Quirón de mirar siempre a los ojos a su rival, y en un momento donde bloqueó otra estocada, recibió un puñetazo en el centro de la cara del cartaginés, desorientándolo por completo y teniendo vía libre hacia su cuerpo, clavando la falcata de una estocada en el interior de su vientre. Ese golpe le hizo experimentar lo frío que está el acero dentro de su cuerpo, y el sabor salado de su propia sangre subiendo hasta salir por su boca. Era el dolor de una puñalada de gran magnitud, que casi le atravesaba su vientre y aparecía por su espalda. Solo duró un segundo, tan corto que ni los humanos celebraron el golpe certero, pues Asclepio había golpeando la sien de Aníbal con su bastón haciéndole sacar la falcata y arrojando al anciano al suelo.
Asclepio reprimió un gemido de dolor, cayendo al suelo y sujetando su herida, procurando que saliese la menor cantidad de sangre posible, con las rodillas hincadas en la tierra. Jadeó apoyándose en su bastón, y al ver que Aníbal estaba en el suelo, con su sangrante cabeza aturdido, aseguró y agitó su bastón, mientras esté de movía casi con vida propia. Era mejor curarse de una herida mortal como esa que ir a por el enemigo, aún armado, y apenas tardaría nada.
ESCULAPIO DE LA VIDA
Con el movimiento del bastón, su vientre de movió, empezando a cerrar órganos y regenerando sus herida, primero internas y luego finalmente la de su piel, sin dejar ni guns huella, salvo la de su ropa llena de sangre.
Aníbal lo había observado todo, con la venda que tapaba su ojo tuerto llena de sangre por la herida de su cabeza, que de levantaba lentamente. Luego de sanarse, Asclepio levantó la cabeza sonriendo.
- Ya lo has visto... - dijo desafiante - Este es el poder de mi Esculapio. En cuestión de escasos segundos puedo...
Asclepio se estaba levantando, y cuando se puso recto de pie, un dolor agudo le atravesó las tripas, cubriéndose con su mano y abriendo la boca, sin llegar a chillar. No era posible... ¡Él ya estaba curado!
- Si, lo cura todo... - Aníbal se levantó, sacudiendo su ropa - Pero... Desconoces los efectos secundarios de esta arma típica de la tierra en la que pasé casi media vida.
Aníbal mostró su falcata con orgullo, destacando una especie de fino canal que iba por hoja y acababa casi en la punta.
- La falcata es arma cortante y de estoque... Y cuando se usa así, inyecta aire en cada estimado por esto de aquí, hijo... - indicó señalando el fino canal - Esto hace que la herida duela mucho más. Podrás curarlo... Pero no has sacado el aire que te he inyectado en tus tripas.
Asclepio gruñó de enfado, con una mano en su vientre y apretando los dientes. Eso le recordaba mucho a su maestro... A quién pudo sanar sus heridas, pero algo quedó dentro de él que le consumía en dolor. Ahora, él experimentaba algo parecido.
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